Juzgar o prejuzgar


¿Cuántos de los indignados con el reciente fallo emitido por el tribunal tucumano que atendió el caso Marita Verón conocen los considerandos del mismo? ¿Cuántos de los violentos, verborrágicos y de los otros, saben a ciencia cierta y con fundamento jurídico qué es lo que se estaba tratando puntualmente en el juicio?

Es un caso testigo, sensible, y como tal incluye cientos de percepciones antojadizas e imaginarias. Los medios bien saben incorporar litros de kerosén ante este tipo de cuestiones. Por fuera que los personajes juzgados eran de despreciable traza, sobre todo de cara al dolor ajeno, no es menos cierto que si no existen pruebas tangibles sobre el dilema central muy poco es lo que se puede hacer desde la justicia. Sí me llama la atención que por ahora ningún fiscal haya actuado de oficio en función de supuestos delitos paralelos que involucran a los juzgados y que han surgido en las declaraciones de las testigos.

Puede entonces que no existan pruebas concluyentes sobre la suerte de Marita Verón, pero sí existen testimonios que involucran a estas personas como partícipes necesarios en una red de trata de personas. La pregunta que de inmediato se desprende es por qué no se avanza en ese sentido.

Y es aquí en donde deseo poner énfasis. Es probable que en ocasiones no se hallen signos jurídicos claros para sancionar a un presunto culpable sobre un evento puntual, atributo obligatorio e inescrutable que tiene el estado de derecho para condenar a un ciudadano. Pero nuestra historia reciente ha demostrado con creces que una multiplicidad de casos de lesa humanidad fueron resueltos jurídicamente por caminos alternativos.

No se puede ni se debe prejuzgar. La sola sospecha no es motivo de sanción y en oportunidades ciertas actitudes son condenables desde la ética o desde un deber ser social pero no son punibles desde el derecho. Lo vivimos en nuestro Pago hace poco más de cuatro años. Algunos de nuestros más selectos representantes deambulan por las calles como si nada hubiera pasado. Como sociedad no nos puede motivar, para condenar a alguien, el simple desprecio por el juzgado, debemos esforzarnos para que ninguna duda quede flotando sobre su delito. No sólo es un derecho constitucional, además es lo que refuerza la idea de justicia; es decir, que nadie sea condenado por un delito que no cometió.

Supongamos que por simple animadversión colectiva cierto vecino de mala historia es responsabilizado por una fechoría. Sobre la base de testimonios se lo detiene y se le practican todas las instancia jurídicas. Ahora bien. Paralelo a las decenas de testimonios no se presenta ninguna prueba concreta de lo testificado. El sujeto no tiene en su poder útil alguno que lo involucre, no existe imagen tangible que acredite su presencia en el lugar del suceso acreditando además que por esas horas se hallaba en otro sitio presentando testigos que así lo aseguran. Queda de inmediato en libertad. Una pueblada, encolerizada con el fallo, expone su indignación violentamente. Digamos que la horda funciona en estos casos como subjetivo tribunal inquisidor. Hace pocos meses en Ayacucho ocurrió algo por el estilo con la muerte de una bebe.

Las Madres y las Abuelas son un ejemplo que nunca debemos olvidar. En un estado de derecho, más temprano que tarde, siempre existirán los resortes adecuados para llegar a la verdad. Muchas derrotas jurídicas tuvimos que sufrir, desde leyes limitantes y nefastas hasta un perverso indulto presidencial, sin embargo la violencia y el prejuzgamiento nunca fue el vademécum operativo de las asociaciones de Derechos Humanos. Astiz no debe ser juzgado por sorete, sino por asesino. Por sorete sale en diez minutos, por asesino deberá pagar de por vida. Y para que sea condenado se necesitan pruebas irrefutables, de lo contrario logrará el beneficio de la duda y como consecuencia del error nunca más podrá ser llevado a los estrados por ese mismo delito.

La publicación de los considerandos del fallo del caso Marita Verón y la posterior apelación pondrán blanco sobre negro en cuestiones que desconocemos. Hoy estamos ciertamente fatigados y tristes, debido a que deseamos fervientemente que Susana Trimarco encuentre justicia y que al mismo tiempo alcance su paz espiritual. Somos hinchas de Susana Trimarco, de su hija y de su nieta, no somos neutrales, por eso debemos mantener la prudencia para no embarrar la cancha jurídica de modo tal todo su descomunal esfuerzo no se diluya en el océano de la impunidad.

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