El Sentido Común
El Sentido Común es egoísta y cobarde - Alejandro Dolina
Vídeo de eleuzero
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El
mundo de la experiencia doméstica es tan reducido frente al universo, los datos
de los sentidos son tan engañosos, los reflejos condicionados son tan poco
proféticos, que el mejor método para averiguar nuevas verdades es asegurar lo
contrario de lo que aconseja el sentido común. Esta es la razón por la que
muchos avances en el pensamiento humano han sido hechos por individuos al borde
de la locura. Mediante una lógica estricta Parménides llega a probar que la
realidad es inmóvil, eterna e indivisible; si alguien viene y le observa que el
mundo, por el contrario, está compuesto por infinidad de cosas y que esas cosas
no están en reposo sino que se mueven, y que no son eternas, pues se desgastan
o rompen o mueren, el filósofo dirá:
—Tiene
usted razón. Eso prueba que el mundo tal como lo vemos es una pura ilusión.
Dudo
de que un griego medio no calificase a Parménides de insano, después de esta
conclusión. También parece locura afirmar, como Zenón de Elea, que la flecha no
se mueve, o que la tortuga no será jamás alcanzada por Aquiles; o, como Hume,
que el yo no existe; o, como Berkeley, que el universo entero es una
fantasmagoría. Sin embargo, son teorías lógicamente irrebatibles
y señalan una posibilidad. El hecho de que contradigan brutalmente al sentido
común no es una prueba de que sean incorrectas. Como dice Russell, “la verdad
acerca de los objetos físicos debe ser extraña. Pudiera ser inasequible, pero si algún filósofo
cree haberla alcanzado, el hecho de que lo que ofrece como verdad sea algo
raro, no puede proporcionar una base sólida para objetar su opinión”.
Creo
que un tribunal que actuase en nombre del Sentido Común, condenaría al
manicomio a Zenón, Parménides, Berkeley, Hume, Einstein.
Es
digno de admiración, sin embargo, que el sentido común siga teniendo tanto
prestigio didáctico y civil a pesar de todas las calamidades que ha
recomendado: la planitud de la Tierra, el geocentrismo, el realismo ingenuo, la
locura de Pasteur. Si el sentido común hubiese prevalecido, no tendríamos
radiotelefonía, ni sueros, ni espacio-tiempo, ni Dostoievsky. Tampoco se habría
descubierto América y este comentario, como consecuencia, no se habría
publicado (hecho que, desde luego, no pretendo poner a la par del indescubrimiento
de América).
El
sentido común ha sido el gran enemigo de la ciencia y de la filosofía, y lo es
constantemente. Argumentar la inverosimilitud en contra de ciertas ideas es
muestra de una enternecedora candidez. Les pasa a esta gente lo que a aquellos
campesinos de Mark Twain que asistían a una función de circo: cuando vieron las
jirafas se levantaron y exigieron la devolución del dinero, pues se creyeron
víctimas de una estafa.
El
Hombre Medio se jacta de cierto género de astucia, que consiste en descreer de
lo fantástico. Sin embargo, hablando en términos generales, se
puede afirmar que vivimos en un mundo enteramente fantástico.
Este
hecho evidente es oscurecido por su evidencia, como dice Montaigne de “ce qu’on
dict des voysins des cataractes du Nil”, que no oyen el ruido.
El
sentido común es el rechazo de fantasmas desconocidos pero es la creencia en
fantasmas familiares: rechaza los cinocéfalos y monóculos, como si fuese menos
monstruosa la existencia de personas sin su correspondiente cabeza de perro, o
con dos ojos en vez de uno. Es en parte cierto que el sentido común es enemigo
del milagro, pero del milagro inusitado, si se permite.
Es el
sentido de la comunidad apto para una confortable existencia dentro de límites
modestos, de espacio y tiempo: en Laponia recomienda ofrecer la mujer al
caminante y aquí asesinarlo si la toma. Un galeote se admiraría de la
pretensión de curar un dolor de muelas con una aspirina siendo sabido que se
cura aplicando una rana en la mejilla; por un mecanismo similar el médico se
asombraría de que alguien pretenda curar el dolor de muelas con una rana. La
diferencia estriba (según el médico) en que la idea del galeote es una
superstición y la de él no. No veo una diferencia esencial. Al final de
cuentas, buena parte de la terapéutica contemporánea consiste en supersticiones
que han recibido nombre griego. Y en rigor poca gente hay tan supersticiosa
como los médicos: cuando cunde alguna nueva superstición, como la extirpación
de las amígdalas, llegan a pensar que cualquier
enfermedad puede ser curada mediante ese extraño procedimiento, no sólo
los dolores de muelas. En general, puede decirse que el rechazo enérgico de una
superstición solamente puede ser hecho por gente supersticiosa, pues son los
únicos que creen firmemente en algo: los verdaderos hombres de ciencia son
demasiado cautelosos para rechazar definitivamente nada.
Que
el sentido común es la magia y la fantasía más desatada, es fácil de probar:
mediante ese diabólico consejero un campesino jura que la tierra es plana y que
el Sol es un disco de veinte centímetros de diámetro. En su furia mágica, puede
llegar a abolir grandes sectores de la realidad, no sólo a deformarlos.
Es
probable que muchos de los problemas actuales de la filosofía y de la ciencia
tengan solución cuando el hombre se decida de una vez a prescindir del sentido
común. Apenas salimos de nuestro pequeño universo cotidiano, dejan de valer
nuestras ideas y prejuicios. Esta es la causa de que el absurdo nos acometa por
todos lados. Más, todavía: es deseable que sea así, pues es garantía de que se
anda por buen camino. Si un astrónomo presenta una teoría del Universo que sea
aceptable para el hombre corriente, seguramente que está equivocado. Si otro
afirma que en ciertas regiones remotas el tiempo se paraliza, ese señor debe
ser escuchado con respeto, pues puede tener razón.
Las
teorías científicas y filosóficas están todavía demasiado adheridas al sistema
conceptual de entrecasa. Su defecto tal vez es el de ser aún poco
descabelladas.
Ernesto Sábato
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