Entre lo público y lo privado
...con la plata de mis impuestos...


Los lectores de este espacio conocerán de nuestro rechazo visceral hacia aquellas generalizaciones que no se  encuentren sustentadas a partir del conocimiento científico. Si bien no nos declaramos como fervientes refutadores – cuestiones de ignorancia vio -  preferimos estar seguros que nuestras palabras contengan las suficientes certezas de modo no caer en la banalidad que encierra una simple declamación denuncista. En consecuencia nos permitimos entrecomillar ese “todos mienten” del Dr. House. Para el caso sólo mentirán los que mienten, pueden ser muchos o pocos, pero serán únicamente ellos los incluidos en dicho conjunto.

Lo que claramente podemos visualizar dentro del análisis político, como formato establecido, casi como conducta aceptada, es el alto grado de dualidad conceptual sobre un mismo fenómeno. Curiosamente dicha dualidad no parte de posibles diferencias entre los eventos que protagonizan el dilema sino simplemente se consideran como tales según los actores que se deslizan por la escena. Así pues el doble estándar resulta moneda corriente dentro del análisis político-social: La corrupción dentro de la administración estatal es motivo de dura crítica sopretexto de la utilización de los dineros públicos mientras que la corrupción privada es vista como un simple quebranto del mercado cuyos dineros “privados” no ameritan análisis políticos exhaustivos. Como si ambas conductas estuvieran ejercidas por individuos disociados, segmentos que en apariencia no entrecruzan sus intereses a favor de cuestiones particulares.

La publicidad es otro ejemplo del caso. Si el Estado (5% del mercado) decide establecer estrategias publicitarias puntuales es visto como un ente viciado de nulidad con intención hegemónica, mientras que a nadie se ocurre inferir que la torta publicitaria privada (95% del mercado) también está direccionada sobre la base de estrategias preestablecidas, tácticas que conservan los mismos índices discriminatorios que las exhibidas por los oficialismos – y digo oficialismo debido a que todas las administraciones públicas mantienen casi las mismas conductas, a lo largo y a lo ancho del país -.

Dinero público y dinero privado, poder público, poder privado. ¿Es posible separar de ese modo la cuestión? ¿Son cultivos distintos, se generan a partir de dos fuerzas productivas y laborales distintas?

Ahí es donde comienza el dilema existencial de nuestra sociedad. Considerar la ausencia de interconexiones tangibles y concretas, relaciones que hacen al modelo económico capitalista.
Si de segmentar se trata debemos entonces contemplar a todos los segmentos y no solamente a aquellos que favorezcan a mis argumentaciones.

Estructura Estatal – política y administrativa 
Empresas Privadas Subsidiadas por los Estados (servicios o líneas de crédito)
Empresas Privadas Contratadas por los Estados
Empresas Privadas que bajo el régimen de concesión prestan servicios públicos
Empresas Privadas que gozan de los beneficios de las políticas de importaciones
Empresas Privadas que exportan debido a las políticas intercambio comercial
Empresas Privadas beneficiadas con exenciones impositivas
Organizaciones Intermedias subsidiadas
Organizaciones no gubernamentales subsidiadas
Educación Pública y gratuita
Salud Pública y gratuita
Sistema de pensiones y jubilaciones 
Seguridad pública – fronteras afuera y fronteras adentro
Infraestructura de obra pública
Deuda pública y privada

¿En dónde colocamos, entonces, tal disociación del sistema productivo si en cada inciso intervienen, desarrollando su fuerza laboral, millones de actores que al mismo tiempo también cuentan con servicios subsidiados por el Estado? ¿Acaso podemos permitirnos analizar nuestra sociedad partiendo de una segmentación tan antojadiza?

El dinero público y el dinero privado forma parte del mismo colectivo, esfuerzo social a favor de una entidad llamada Patria, Nación, País. Cuando se instala dicho fenómeno de manera escindida sólo se pretende la aviesa intencionalidad de lograr beneficios extraordinarios de sesgo corporativo de forma tal disciplinar (acotar) las políticas sociales. No existe inocencia ni ética al respecto.

Aceptando los términos enunciados, cuando observamos que la corrupción estatal es tan criticada celebramos son sumo entusiasmo y marcada indignación la visualización de dichos desvíos. Nos solemos quebrar cuando observamos que esos mismos actores callan el campo de la corrupción privada.  En oportunidades sospechamos que la cuestión camina por un eminente tema de mercado y para nada transita senderos morales: El intento permanente del capitalista por llegar a su punto de Cournot. Ergo: eliminar a la competencia para monopolizar el mercado, en este caso, el de la corrupción social.



Curiosamente los que abrevan de estas tesis disociadas son aquellos que aceptan la teoría de los dos demonios. Es decir la violencia estatal y la violencia grupal en un mismo plano de debate. Para estos el Estado tiene derecho a torturar, desaparecer, matar y robar de modo discrecional si las circunstancias así lo ameritan pero no tiene facultades concretas para administrar políticas públicas. Para el caso el Estado resulta una carga. Claro está, excepción hecha cuando tales políticas resultan beneficiosas para el armado de siniestros monopolios.

Los éticos, los supuestos dechados de virtudes, dejan de serlo cuando en sus editoriales pretenden convencernos que la corrupción es un fenómeno que le pertenece con exclusividad al Estado sin tener en cuenta la multiplicidad de relaciones que existen entre ese Estado y la actividad privada. En oportunidades son fervientes denuncistas, en otras prefieren el silencio cómplice. Varios casos en nuestra historia colocan blanco sobre negro con relación a la cuestión: Papel Prensa, AFJP, El predio de la SRA, el Sistemas de Medios Privados, las recurrentes Licuaciones de Pasivos, la Ley de Bienes Culturales, las Privatizaciones a precio vil, etc, etc, etc... Muchos de ellos patrocinantes de aquellos dechados de virtudes que tanto exhiben algunos de nuestros vicios sociales más notorios.

Aparece entonces la receta del buen cronista de Natalio Botana, vademécum fundacional de su Diario Crítica: 20% de verdad, 80% de ficción y que no se distinga bien una de otra es la base para una buena nota...



Cuando compro un colchón no sólo compro un colchón. Además de la renta que tienen todos los actores de la cadena productiva y que a la vez morotizan mediante el consumo propio a otros actores productivos, compro el costo de producción que ese puntual insumo posee: Impuestos, tecnología, fuerza laboral, gastos en publicidad, logística, servicios, muchos de estos ítems incluyen incisos subsidiados, de modo que a la vez cuando adquirimos un colchón también el Estado nos está subsidiando indirectamente parte del precio final, por fuera del sistema que directamente nos impacta en nuestros ingresos corrientes. ¿Cuál es nuestra plata entonces? ¿Qué modelo se está proponiendo cuando de propiedad privada se habla? ¿Cuál es el concepto que se tiene sobre la propiedad privada? ¿Cuántos de los bienes que gozamos – nuestra propiedad privada -  están construidos a partir del esfuerzo colectivo? 

Disyuntivas, incisos, tópicos que nuestra porción egoísta y victimizante del objeto-mercado que tenemos internalizado no nos deja percibir...

Ojalá que el 2013 nos depare debates más florecientes. Hablamos de modelos de distribución, rol del Estado, el poder real, los poderes fácticos, incidencia de cada colectivo social, rol de las corporaciones, significado y significante de la democracia, rol de los sindicatos, rol de los medios, la estructura judicial, etc... 

Resumiendo: Espero que en un año electoral la protagonista de nuestra obra teatral sea la política y no como hasta ahora en donde lo superfluo y lo banal han sido el continente y el contenido de la discusión. Canibalismo mediático, pura gesticulación, el insulto como argumento, el sentido común como metro patrón del ensayo social...


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