Las Cartas (Cuento) Autor: Gustavo Marcelo Sala
Desaparecieron de la faz del planeta
hace años y no hay quién pregunte por su existencia. Dicen los que saben que las últimas
vistas estuvieron redactadas por vetustos y oscuros escritores, fieles entusiastas de amores perdidos. No se sabe con certeza sobre el destino de tales
misivas, ignorándose su éxito o su fracaso. Lo cierto es que los empleados
del correo afirman que desde fines de los ochenta no pasan por sus manos
correspondencia que contenga algún dolor o alguna lágrima escondida. Tales
dolores o lágrimas eran fácilmente detectables por los rasgos temblorosos de la
sección remitente. Afirman los peritos en la materia que usualmente el sector
destinatario cuenta con un rasgo firme y de marcada osadía mientras que el inciso
remitente conlleva el nerviosismo de la falta del anonimato.
En charlas recurrentes se debatía
sobre la desaparición de las cartas de manera afanosa y apasionada. Las
discusiones al respecto eran virulentas y derivaban en conceptualizaciones
desde antropológicas hasta económicas, pasando por la caracterización del
comportamiento humano.
Ernesto Saldivar sostenía a pie
juntilla la idea que en la actualidad nadie ama lo suficiente como para perder
veinte minutos de su vida en escribir aquello que no puede decir y menos aún gastar
unos magros pesos en un sello fiscal.
Dalmiro Manfreditti en cambio
responsabilizaba de tal situación a la desaparición de los buzones. Sostenía
que el misterio y encantamiento que estos ambientes cilíndricos poseían eran
esenciales para el éxito del cometido que llevaba la misiva. Todo remitente
estaba persuadido sobre la existencia de musas colaboracionistas, moradoras
silenciosas de sus inhóspitos interiores, depositando su fe en ellas. Al
retirarse del escenario urbano estos sigilosos cómplices ya nadie estimaba
conveniente dejar librado al azar sus mensajes melancólicos.
Javier Bussetti achacaba esta
ilógica desaparición al poco tiempo que la gente tenía para las cosas
importantes de la vida. Sostenía que lo terrenal le había ganado casi todo el
espacio al espíritu siendo las reglas del mercado los paradigmas a seguir. La
conservación del empleo, mejorar el estándar de vida, procurar no estar al
margen de cada novedad para no quedar a la vera de las modas, eran razones
imperiosas para malgastar el tiempo sin ningún tipo de vergüenza.
Gerardo Faldo agregaba estadísticas
muy ricas a la charla. Con cuadros y fórmulas dignas de ilustres matemáticos
demostraba que de cada cien unidades repartidas, setenta correspondían a
publicidad u ofrecimientos de servicios y el resto a facturas de impuestos,
telefonía, gas, luz y demás deudas que la gente normal tiene que afrontar por
la sola razón de haber nacido.
Los pocillos de café invadían la
mesa a medida que el debate iba creciendo en contenido, impidiendo con su
presencia el espacio físico esencial para depositar la obligada vuelta de
Fernet con el acompañamiento del tradicional ejército de platitos.
El mozo del bar, Segura, mientras
despejaba el terreno, aseveraba que la aparición del correo electrónico y del
celular eran los factores más importantes. Sostenía que en la actualidad los
mensajes de amor o de amistad circulan vía Internet.
-
No me jodás, gallego – se quejaba Faldo a modo de reproche -.
¿Te parece que una mina puede sentirse
atraída por un mensaje que aparece en
una fría pantalla?
-
Y si es igual que el tipo, sí - afirmaba Segura -. No te
olvides que en la actualidad todos se parecen mucho; la personalidad ha quedado
en el olvido y tanto la imaginación como la originalidad brillan por su
ausencia.
Con sus guardias vencidas y añorando
aquella hermosa sensación que experimentaban cuando llevaban, puerta a puerta,
cartas que decían cosas terminaron sus Fernet y su picada, buscando en el humo
del tabaco que los cubría alguna explicación certera sobre las causas o razones
que expliquen la mortalidad de ese maravilloso arte. Sus lamentos y dudas eran
acompañados por un silencio de velatorio plagado de rumores propios y ajenos,
lejanos y cercanos, como entendiendo... que nada se podía hacer al respecto.
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