Mateando con la Ciencia - Hoy ceba Bertrand Russell


El ABC filosófico de la Teoría de la Relatividad

Todo el mundo sabe que Einstein hizo algo asombroso, pero muy pocos saben con exactitud qué fue lo que hizo. Todos reconocen que revolucionó nuestra concepción del mundo físico, pero las nuevas concepciones están envueltas en tecnicismos matemáticos. Es cierto que hay innumerables exposiciones de tipo popular de la teoría de la relatividad, pero en general dejan de ser inteligibles en el momento en que empiezan a decir algo importante. Apenas si podemos reprochar a sus autores por ello. Muchas de las nuevas ideas se pueden expresar en un lenguaje no matemático, pero no por ello dejan de ser menos difíciles. Lo que se pide es un cambio en nuestra concepción del mundo, concepción que viene de muy atrás, de nuestros antepasados prehumanos quizá, y que cada uno de nosotros hemos aprendido desde nuestra más tierna infancia. Un cambio en nuestra imaginación es siempre difícil, especialmente cuando ya no somos jóvenes. Copérnico pedía esta misma clase de cambio cuando enseñó que la tierra no está quieta y que los cielos no giran a su alrededor una vez al día. Esta idea no es difícil para nosotros, porque la hemos aprendido antes de que se fijaran nuestros hábitos mentales. De la misma manera, las ideas de Einstein parecerán más difíciles a las generaciones que crezcan con ellas. De todos modos, nos es inevitable cierto esfuerzo de reconstrucción imaginativa.
Para la exploración de la superficie terrestre nos servimos de todos nuestros sentidos, y más particularmente del tacto y la vista. En épocas precientíficas se empleaban partes del cuerpo para medir longitudes: Un pie, un codo, un palmo, están definidos en ese sentido. Para mayores distancias pensamos en el tiempo que se tarda de ir de un lugar a otro. Gradualmente aprendemos a juzgar la distancia de modo general a ojo y para mayor precisión nos apoyamos en el tacto. Es el tacto, además, quien nos da el sentido de la realidad. Ciertas cosas no se pueden tocar: El arco iris, los reflejos en nuestros espejos etc. Son la cosas que dejan perplejos a los niños cuyas especulaciones metafísicas se detienen porque se les ha enseñado que lo que hay en el espejo no es real. El puñal de Macbeth era irreal porque no era sensible ni al tacto ni a la vista. No sólo nuestra geometría y nuestra física, sino también toda nuestra concepción de lo que existe fuera de nosotros está basada en el sentido del tacto. Llevemos esto hasta nuestras metáforas.. una buena conversación es sólida, una mala conversación es vaporosa, porque creemos que un gas no es completamente real.
Al estudiar los cielos nos vemos privados de todos los sentidos, a excepción de la vista. No podemos tocar el sol, o viajar hasta él. Tampoco podemos caminar alrededor de otro planeta ni aplicar la medida del pie a la Pléyades. Sin embargo los astrónomos han aplicado constantemente a ellos la geometría y la física que creían válida para la superficie de la tierra y que se basaba en el tacto y en el camino. Al obrar así, no dejaban de tener sus dudas y quebraderos de cabeza, que Einstein habría de aclarar. El resultado es que mucho de lo que aprendimos con el sentido del tacto no era más que un prejuicio acientífico, que debemos rechazar si queremos tener una idea verdadera del mundo.
Un ejemplo nos puede ayudar a comprender la imposibilidad que tiene el astrónomo de aplicar estos métodos cuando se le compara con el hombre interesado por cosas que están en la superficie de la tierra.
Imagínate que acabas de tomar una píldora que te deja temporalmente inconsciente y que, al volver en ti, has perdido la memoria, pero no la facultad de razonar. Supón también que mientras te encontrabas inconsciente te montaron en un globo que, empujado por el viento, navega contigo hacia una noche oscura: La noche del 5 de noviembre, si estás en Inglaterra, o la del 14 de Julio si estás en Norteamérica. Desde el globo puedes ver los fuegos artificiales lanzados desde tierra, desde los trenes y aeroplanos que marchan en todas direcciones, pero no puedes ver el suelo, ni los trenes, ni los aeroplanos a causa de la oscuridad. ¿Qué tipo de visión del mundo te formarías? Puedes pensar que nada está fijo: sólo hay breves ráfagas de luz que, durante su corta existencia, caminan a través del vacío, formando curvas variadas y extrañas. Tampoco puedes tocar esas ráfagas de luz, solamente puedes verlas. Evidentemente, tu geometría y tu física serán completamente diferentes de la de los simples mortales. Si un simple mortal estuviera contigo en el globo encontrarías ininteligible su conversación. Pero si estuviera Einstein, le comprenderías más fácilmente que el común de los mortales. Te verías libre de una serie de prejuicios que impiden a la mayoría de las personas poder entenderle.
La teoría de la relatividad consiste, en buena parte, en desprenderse de las nociones que son útiles en la vida ordinaria, pero que no sirven a nuestro drogado hombre del globo. Circunstancias de la superficie de la tierra, por varias razones más o menos accidentales, sugieren concepciones que luego resultan inadecuadas, aunque se hayan llegado a considerarse como exigencias del conocimiento.
Entrando en el nudo físico de la teoría se trata de relatividad entonces porque la velocidad tiene sentido tan solo como algo relativo a un observador, y no existe reposo absoluto con respecto al cual quepa medir un movimiento absoluto. Tampoco existen un espacio absoluto y un tiempo absoluto pues uno y otro dependen de la velocidad y por lo tanto sólo tienen significado en relación con el observador.
Cierto tipo de hombre culto afirmará entonces “Todo es relativo”. Nada más absurdo. Si “todo” fuera relativo no habría nada de relativo en ese todo. Algo así como la duda absoluta. En Crítica a la Razón Pura, Kant sostuvo que Descartes dudó de todo menos de que dudaba. No obstante sin caer en absurdos metafísicos es posible sostener que todo mundo físico es relativo a un observador. Lo que la teoría intenta justamente es excluir toda relatividad con el objeto de llegar a una formulación de leyes físicas que no dependan en ningún sentido de las circunstancias del observador. Einstein demostró la manera de anular totalmente este efecto. De ahí lo verdaderamente sorprendente y revolucionario.





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