Homenaje… Para héroes: Fendrich… tener el coraje de jaquear sin violencia al sistema que nos roba, saquea, viola y mata..
Hace algunos años, desde su programa Detrás de
las Noticias, el hoy operador y ex periodista Jorge Lanata, junto a sus
ocasiones analistas financieros, por caso Maxi Montenegro o Marcelo Zlotogwiazda,
solían iniciar sus editoriales económicas, cuando de estafas hacia el Estado se
trataba, llámense convertibilidad, stand by, megacanje, blindaje o corralito,
bajo la premisa que popularizó Bertolt Brecht: “¿Qué delito es robar un Banco comparado con
fundarlo?”, para luego agregar de su propia lógica “los Bancos se crearon para ser robados”. Desde
hace algunos años el hombre ha decidido representar aquellos intereses que por entonces
pretendía enjuiciar con su verborragia dialéctica, acaso entendiendo que para
hacerlo no solo es necesario imaginarlo o desearlo, sino que además es menester
estar convencido honestamente de los perjuicios que provoca el sistema financiero con su
incansable voracidad a la mayoría de los habitantes del planeta. Pero sabemos
que el tipo tiene su corazón tierno a favor de los débiles, por eso Clarín, los
Bancos, el grupo Macri, los poseedores de cuentas Offshore y el Sistema
Financiero diseñado para endeudar y fugar, cuentan con su apoyo incondicional. Para
héroes en serio Fendrich, para aquellos que, aunque lo hicieran desde la
individualidad, bien vale un reconocimiento. Tal vez Fendrich tomó de manera literal
y hasta a modo de mandamiento las tesis de Brecht y de Lanata haciendo lo que
la mayoría no se anima: robarle a un
ladrón que maneja las reglas del juego social…
Los
invito a leer esta crónica que hace poco desarrolló Ricardo Ragendorfer
para Revista Zoom a
propósito del fallecimiento en Cuba, a la edad de 77 años, de nuestro ilustre
homenajeado
Cien años de perdón
Fuente: La Tinta
La muerte de Mario César
Fendrich reflotó el viejo interrogante de Bertolt Brecht: “¿Qué delito es robar un banco comparado con
fundarlo?”. Aura justiciera y emulos 2.0.
La Argentina del presente es a la especulación
financiera lo que la ciudad de Las Vegas a los juegos de salón. O sea, un
santuario del despojo y la codicia. Lo prueba –por caso– el registro contable
de rentabilidad bancaria de 2018, un período signado por el derrumbe económico
del país. A saber: ganancias por 19 mil millones de pesos únicamente en octubre
(con un aumento del 144% en relación con idéntico lapso de 2017). En los otros
meses, hasta noviembre –de acuerdo a un informe del Banco Central–, las
ganancias suman 138 mil millones (con un aumento del 77% en relación con
idéntico lapso de 2017). Lo cierto es que la crisis del mercado interno
embelleció los balances de los bancos con los siguientes milagros: el aumento
exponencial de los intereses en préstamos, las inversiones dolarizadas y los
bonos ajustados por inflación. Entonces adquiere nuevamente sentido la pregunta
que se hacía Bertold Brecht en la obra teatral Die Dreigroschenoper (La ópera de los tres centavos): “¿Qué delito es
robar un banco comparado con fundarlo?”.
El interrogante también actualiza la figura de un
gran “experimentador” en la materia: el recientemente fallecido ex subtesorero
del Banco Nación de Santa Fe, Mario Fendrich. Su salto al Más Allá exhumó en
los últimos días de los archivos periodísticos los pormenores del acto que lo
marcó para siempre: desvalijar el tesoro de la sucursal y llevarse 3,2 millones
de dólares, en medio de la convertibilidad menemista. Fue el 23 de septiembre
de 1994. Sobre esta historia corrieron ríos de tinta. Ya se sabe que la epopeya
de Fendrich incluye una “ausencia” de 16 semanas (se conjeturó que pudo haber
estado con una amante en Paraguay o Brasil); una “aparición” coincidente con el
multitudinario entierro del boxeador Carlos Monzón (se conjeturó que su
intención fue la de atenuar así el impacto público de tal “entrega voluntaria”
a la Justicia); una temporada carcelaria de casi cinco años (se conjeturó que
su plan era sacrificar aquel lustro para después vivir a lo grande). Y un botín
que jamás se encontró (sobre eso no hay conjeturas).
¿Por cuánto tiempo la policía y los fisgones de las
aseguradoras habrían espiado sus pasos para pillarlo en algún desliz que los
pudiera guiar hacía esa fortuna esfumada?
Sin embargo, Fendrich no defraudó al público: entre
su excarcelación y el final de su vida, trabajó en una parrilla, luego puso una
fábrica de artesanía en yesos, antes de pasar a la siembra de frutillas y,
finalmente, regenteó una agencia de quiniela. Así pudo llegar con sosiego a los
77 años ese hombre que figura en el Libro Guinness de los récords mundiales
como “autor del mayor robo individual e incruento de la historia”. Una hazaña
que hasta mereció una película (Tesoro
mío, dirigida por Sergio Bellotti), entre otros homenajes.
Claro que a la luz de la cita brechtiana
aflora un enigma más complejo y profundo que el paradero del dinero: ¿cuál fue
el significado –filosófico, si se quiere– del golpe perpetrado por Fendrich? ¿Acaso,
más que un hurto, se trató de una “expropiación”? Esto último resulta
razonable, si por dicha palabra se entiende el apoderamiento de un bien
manchado por una impureza de origen.
El hecho en sí, por cierto, remite a otro: el hurto
de casi dos millones de euros transportados el 28 de julio de 1989 por Madrid
en un camión blindado. Su responsable: nada menos que el vigilador del
vehículo, Dionisio Rodríguez Martín (a) “El Dioni”. Un caso de enorme
repercusión en España.
En este punto hay que admitir que el personal de
las agencias privadas de seguridad suelen ser más sensibles a ciertas
tentaciones que los empleados jerárquicos de las sucursales bancarias. Por esa
razón tal vez sería más atinado comparar lo de Fendrich con la “gesta” del ex
ejecutivo de la JP Morgan, Hernán Arbizu.
El tipo manejaba numerosas cuentas de dinero mal
habido con vistas a su inserción en el circuito legal. Y su método consistió en
“desviar” hacia sus propias arcas un porcentaje de las mismas, a sabiendas de
que sus titulares se encontraban impedidos de denunciar el faltante. Pero
incurrió en el grave error de tocar una cuenta intachable. Esa fue su
perdición, ya que fue extraditado a Estados Unidos, en donde será juzgado por
estafa.
¿Qué diferencia personal y
política hubo entonces entre la trapisonda de Fendrich y la suya? El
primero, un burócrata bancario de clase media, pateó con su acción el tablero
de su propia existencia. Su acto fue una partida sin regreso posible a la
cotidianeidad que cultivó hasta entonces. Una rebelión biográfica. El otro, un
muchacho de abolengo incrustado en la maquinaria secreta del sistema económico,
no consideró ese aspecto. Por el contrario, el acto que produjo tuvo por objeto
consolidar en exceso su modo de vida.
En cuanto a las
consecuencias institucionales, Fendrich causó una crisis en el concepto mismo
de seguridad bancaria. En cambio, Arbizu puso en jaque al sistema financiero
internacional al abrir una explosiva caja de Pandora, la del lavado de activos.
Algo imperdonable. Ninguno fue un héroe colectivo así como lo entendía
Oesterheld. Pero, desde luego, algo es algo.
Por Ricardo Ragendorfer para Revista Zoom
Comentarios
Publicar un comentario