Resumen del G20 en Banana Aires: Una fiesta de cumpleaños de pobres a la cual invitan a un puñado de ricos (Carlos Abel Suarez)
G20: 'road show' de
engolados
Carlos Abel Suárez, Miembro del comité de redacción de Sin Permiso, para
Revista Sin Permiso
Fuente:
“El colapso de la civilización y del mundo
natural está en el horizonte”, aseguró Sir David Attenborough, al inaugurar la
cumbre de la ONU que se realiza en Katowice, Polonia, sobre el cambio
climático. El científico advirtió, al dirigirse a representantes de unos 200
países, que “el tiempo se acaba (…) la gente habló, quiere que ustedes tomen
decisiones”, refiriéndose a los líderes del mundo. “El análisis científico
ambiental ya no es tan necesario para resolver el cambio climático como lo es
la implacable y valerosa voluntad política”, recalcó.
Pocas horas antes, en Buenos Aires, los líderes de
los países más desarrollados del planeta, reunidos en el marco del G-20, no
consideraron el cambio climático como una prioridad de la agenda internacional.
Peor todavía, la delegación de Estados Unidos, encabezada por su presidente
Donald Trump, reiteró su postura de cruzados contra los acuerdos de París de
2015.
En realidad, el encuentro de Buenos Aires ratificó
lo que numerosos analistas vienen señalando desde hace tiempo, que el Grupo de
los 20 devino en una gran ronda de negocios, de trapicheos, políticos engolados
– varios de ellos al borde de la cesantía -que eluden las graves dificultades
que enfrenta la humanidad.
El reconocido analista político y consultor
argentino, Rosendo Fraga, que está muy lejos de las protestas antiglobalización
que marcharon por Buenos Aires, ironizó: se trata de un milagro que el G20 siga
con vida. Con esta agenda su decadencia ¿podría ser inevitable? Una duda que
sobrevolará la próxima cita, marcada para junio próximo en Osaka, Japón.
El gobierno de Mauricio Macri mostró la cumbre como
un baño de rehabilitación, que pueda sacarlo del estado de pronóstico reservado
en que se mantiene, particularmente, cuando algunos cambios en escenario
internacional desataron una corrida cambiaria, con las consecuencias conocidas:
ajuste brutal y las riendas de la economía - hasta de la política en manos de
Fondo Monetario Internacional.
Hay quienes pensaban que el riesgo organizativo era
muy grande, habida cuenta que el gobierno no pudo garantizar la seguridad de un
partido de fútbol entre Ríver y Boca, por la Copa Libertadores de América, que
por sucesivos escándalos terminó disputándose en Madrid.
La diferencia sin embargo reside en que, para un
encuentro de fútbol en Argentina, en Buenos Aires particularmente, hay que
contar con la presencia de actores como barras bravas, dirigentes del fútbol,
la policía, los intendentes y políticos involucrados en los clubes, el narco,
todos amarrados en negocios criminales.
En la logística del G20, desde hace 24 meses
estuvieron trabajando medio centenar de agencias de seguridad internacionales,
China trajo hasta sus propias tanquetas antidisturbios, el control del espacio
aéreo se delegó a las potencias que tienen tecnología de punta, varios aviones
gigantes de EEUU aterrizaron en el aeropuerto de El Palomar, cercano al
epicentro del cónclave, con material sofisticado al servicio de Trump, el
senado de la República Oriental del Uruguay aprobó la autorización para que
ingresaran tropas y logística extranjeras para la custodia del G20, que se
realizaba en la otra orilla el Río de la Plata. Desde Uruguay se controlaba
también el espacio aéreo de Buenos Aires. O sea, que hay poco para
ufanarse sobre la participación local en el éxito de la cumbre, desde el punto
de vista de la seguridad.
El G20, como una fiesta de cumpleaños de pobres que
invitan a un puñado de ricos, deja poco beneficio para el gobierno. El propio
Macri lo entendió así. A horas de despedir las visitas, advirtió y lo dijo que
la vida sigue igual.
Argentina tiene una baja participación en el
comercio, sus exportaciones sólo alcanzan al 0,3% de la torta mundial. Su economía
se reprimarizó en las últimas décadas, es exportadora eficiente de soja y algo
más, mientras que el sector agroalimentario competitivo ha retrocedido, por
factores internos y externos. Pesa una gran incertidumbre sobre su relación con
Brasil, principal socio en el Mercosur. Jair Bolsonaro, que asume en los
próximos días, anticipó medidas que obligarán a renegociar el acuerdo regional,
lo que podría impactar negativamente en sectores industriales cuya actividad
depende de su colocación o del intercambio brasileño.
El nacimiento del G-20, es útil recordar, fue
provocado por la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, cuando en
2008, el colapso financiero puso en terapia intensiva al sistema capitalista en
su conjunto. El salvataje fue eficaz, especialmente para el sistema financiero,
al mismo tiempo que significó el agotamiento de algunas burbujas – que ayudaban
al funcionamiento del capitalismo –, pero estuvo lejos de resolver las
cuestiones de fondo. Desde aquél primer encuentro, las cumbres fueron
degradándose para constreñirse a declaraciones de propósitos y buenas
intenciones, que como sabemos, más de una vez han empedrado el camino al
infierno.
El principal titular para la prensa mundial sobre
la cumbre de Buenos Aires fue una tregua en la guerra comercial. Un Trump, que
nunca abandonó esa cara de gaucho malo durante su visita, y un Xi de sonrisa
permanente, tras paladear un solomillo a la parrilla, maridado con vino Malbec,
anunciaron que se suspendía por 90 días la escalada de aranceles sobre un
listado relevante de productos chinos que ingresan al mercado de Estados Unidos
– que pasarían del 10 al 25% desde enero próximo -, a su vez los chinos
prometieron aumentar sus compras de productos estadounidenses. Durante el
período de tregua, estudiarán cómo llegar a una paz duradera. Tarea bastante
complicada, según los especialistas, por las aspiraciones y necesidades
urgentes de Trump y la milenaria paciencia de los chinos para negociar. De
acuerdo con los corresponsales del New York Times, casi al finalizar la mini
cena, Trump le preguntó a Xi, cuando iban a dejar de mandar ilegalmente
fentanilo, una droga mortal y cuyo consumo está en expansión en Estados Unidos.
Un manual trumpiano de relaciones públicas para coronar un acuerdo.
No se habían agotado las repercusiones de la
“distensión”, cuando entre el miércoles y jueves, se derrumbaron las acciones a
futuro de Estados Unidos en los mercados asiáticos, al difundirse la noticia
del arresto en Canadá de Meng Wanzhou, directora de finanzas e hija de uno de
los fundadores de Huawei, el coloso chino de las telecomunicaciones. La medida
fue solicitada a la justicia canadiense por las autoridades de Washington
quienes acusan a Meng de haber violado medidas aduaneras resueltas por Trump
como parte de la llamada guerra comercial contra China. Beijing reclamó, tanto
a Canadá como a los Estados Unidos, la inmediata liberación de la empresaria
china. Es evidente la fragilidad de la paz alcanzada en Buenos Aires.
¿A
quién importa un asesinato más en el expreso de Oriente?
Trump, el lumpen capitalista, como bien ha
sido clasificado por Samuel Farber, estaba acosado durante su estadía en Buenos
Aires, por su prontuario pasado y reciente. Le vino de perillas la muerte de
George Bush padre, para cancelar, “por respeto a su familia”, todo contacto con
la prensa. Difícilmente en una conferencia de prensa podría escaparse de alguna
pregunta incómoda, desde la referida a su exabogado, Michael D. Cohen, que
admitió haber mentido al Congreso sobre sus tratos con Rusia, hasta sobre
investigación de la CIA con relación al asesinato del periodista Jamal
Khashoggi. Obviamente, una ronda de prensa con Trump hubiese sacado del
aburrimiento al G20, con impactantes titulares para la prensa. Pero, qué puede
intimidar a un político capaz de poner por escrito: "Podría muy bien ser
que el Príncipe Heredero tuviera conocimiento de este trágico evento, ¡tal vez
lo hizo y quizás no! (…) Los Estados Unidos tienen la intención de seguir
siendo un socio firme de Arabia Saudita para garantizar los intereses de
nuestro país".
El príncipe Mohammad bin Salman, fue el primero de
los encumbrados que llegó a Buenos Aires, rodeado de centenares asesores y
custodios, como desafiando el exhorto del juez federal argentino, Ariel Lijo,
preguntando a Turquía, Yemen y a la Corte Penal Internacional si existen
procesos en trámite por los hechos denunciados por Human Rights Watch, sobre el
asesinato de Khashoggi.
Sin embargo, todos sus colegas, en público o
discretamente, hicieron poco caso de la mala fama del príncipe y de su régimen;
obviamente piensan como Trump o casi. Incluso Vladimir Putin, enfrentado en
varios escenarios de guerra concreta con los sauditas, encontró un momento para
dialogar con el príncipe. En este tipo de reuniones es común que la hipocresía
y el cinismo abunden más que el champán, pero en el G20 de Buenos Aires, con
personajes como Trump, Putin, Xi, Macrón, Salvini, May, Temer, y varios más, la
cota superó todo lo previsto.
En una curiosa defensa de la presencia del príncipe
descuartizador, Jaime Durán Barba, el más notorio intelectual del entorno de
Macri, escribió: “en Arabia Saudita se ejecuta al menos a una persona por sus
preferencias sexuales o religiosas cada dos días. El asesinato de Khashoggi no
altera la cotidianidad de la vida de ese reino”.
Trump
y Xi no aceptaron actores de reparto
La irrelevancia de la cumbre está en que el gran
titular compartido por todos, la tregua entre Trump y Xi fue una negociación
que tuvo como protagonistas a la delegación estadounidense, de la que
trascendieron anécdotas y posturas diferentes entre halcones y palomas, y por
la otra parte a los chinos, como siempre sonrientes pero herméticos. Todos los
demás, en este punto, fueron convidados de piedra.
Pocas horas antes de pasar al basurero de la
historia, el mexicano Enrique Peña Nieto llegó a hurtadillas para firmar el
nuevo tratado con Estados Unidos y Canadá, que sustituye al TLCAN.
“El USMCA (según sus siglas en inglés) es el
acuerdo comercial más grande, significativo, moderno y equilibrado de la
historia”, aseguró eufórico Trump. No tardó un funcionario estadounidense en
corregirlo: “sí, es un gran acuerdo que se negoció en la década de 1990”,
precisó Edward Alden, del Consejo de Relaciones Exteriores.
En fin, los líderes participaron de rondas de
negocios, mientras sus asesores discutieron y acordaron una declaración
conjunta, un bordado difícil como para integrar visiones tan contrapuestas, en
un mundo donde varios de los presentes están de salida (ya sea porque se
agotaron sus mandatos o porque no saben cuánto más pueden durar en sus cargos),
en un mundo política y económicamente turbulento, por momentos
trágico, que dan cuenta los excelentes artículos de Michael Roberts y Alejandro Nadal.
“Fue el comunicado más débil que hemos visto desde
el G20”, aseguró un negociador canadiense a la AFP.
Con respecto al cambio climático se dice que, para
19 jefes de gobierno, “el Acuerdo de París es irreversible”. En el punto
siguiente se aclara que “Estados Unidos reitera su decisión de retirarse del
Acuerdo de París”. Una de cal y otra de arena. Uno de los principales países
contaminantes, quien controla directamente o a través de sus empresas
trasnacionales las mayores reservas de hidrocarburos, la potencia económica y
militar del planeta, está en contra. La política de Trump, por sí misma, es una
calamidad para la humanidad, pero multiplica su efecto por la peculiar
condición de ser contagiosa. El listado de imitadores y aspirantes es numeroso,
aunque la intensidad de daño pueda ser muy variado.
Protesta
en las calles
La izquierda y los movimientos sociales
manifestaron en las calles de Buenos Aires y en las principales ciudades
argentinas para denunciar los efectos de las políticas implementadas por el G20
desde que existe, herederos de otras cumbres igual de atentas y preocupadas por
los intereses del 1% y tal vez un poco más.
La mayoría de la oposición parlamentaria tomó
distancia de las protestas. Cristina Fernández de Kirchner participó en una
variopinta contra Cumbre, mostrando en su intervención signos evidentes de
entrar en campaña electoral tirando cabos para acuerdos en varias direcciones,
entre ellas un mensaje no tan cifrado al Vaticano. Una alianza donde la
izquierda incomoda. Mucho no puede decir Cristina sobre el G20 pues salió en
todas las fotos mientras fue presidente y firmó todas las declaraciones, hasta
aquella que sugería poner las economías de los países miembros bajos la
supervisión del FMI. Tras el discurso contra cumbre, bajó línea a los suyos de
no participar en las protestas y movilizaciones, que corrieron por cuenta de
los movimientos sociales y de la izquierda.
La
diplomacia argentina
En el campo de la diplomacia, hace décadas
que Argentina no sabe para dónde ir. El mundo que conocieron Raúl Alfonsín y su
canciller Dante Caputo, con el regreso de la democracia, cambió demasiado.
Ellos intentaron navegar apuntando a la transición democrática de América
Latina y en las filas de la socialdemocracia de la época. Carlos Menem inauguró
la relación carnal con EE.UU. una línea tan absurda que ni la dictadura se
atrevió. El dictador Videla acompañado por Martínez de Hoz, nunca abandonó su
pertenencia a los países No Alineados, y su principal cliente comercial,
durante mucho tiempo, fue la Unión Soviética. Buenos negocios y amores
correspondidos. La URSS y todos sus aliados siempre votaron a favor de la
dictadura cuando en los foros internacionales se trataba el tema de los
derechos humanos en Argentina. Menem y la Cancillería argentina amaban a
Washington, un amor tortuoso y despechado, como que la mayoría de las
inversiones en privatizaciones de los tiempos menemistas llegaron de Europa y
particularmente del Reino de España. Luego se pasó por varios experimentos,
siempre priorizando el acuerdo con transnacionales comprometidas en el
extrativismo para llegar al escandaloso – y hasta ahora vigente – acuerdo con
Chevron y al mamarracho tratado con Irán, firmado por Cristina Kirchner. Ahora
Macri quiere ir al mundo. ¿A cuál? ¿Al de Trump, al de Xi, al de Putin, al de
Bolsonaro? No se sabe.
Hubo tiempos que los representantes argentinos en
los foros internacionales tenían cosas para decir, aunque no pudiesen imponer
sus puntos de vista. En la Primera Conferencia Panamericana de 1889, reunida en
Washington, la delegación argentina integrada por Roque Sáenz Peña y Manuel
Quintana enfrentó la doctrina Monroe, advirtiendo lo que se perfilaba como el
núcleo de la geopolítica estadounidense, que pronto se traduciría en la
“política de las cañoneras”, una intervención directa en los asuntos de varios
países de la región. “El laurel del éxito definitivo y rotundo correspondió a
la delegación argentina. Quien vio este espectáculo jamás lo olvidará”, así
comentaba el cubano José Martí, que presenció esa batalla y la narró en varias
notas, como corresponsal en Estados Unidos del diario La Nación de Buenos
Aires.
Apenas comenzó a sesionar la convención de Ginebra,
que se proponía poner en marcha la Sociedad de las Naciones, noviembre de 1920,
y tras aprobarse el orden del día, el jefe de la delegación
argentina, Honorio Pueyrredón, pidió la palabra y advirtió que “la no
admisión de algunos países podría ser causa de inquietud constante para la paz
del mundo”. Rechazó la propuesta de los vencedores de la Gran Guerra de
incorporar el Tratado de Versalles como parte constitutiva de la Sociedad de
las Naciones, al tiempo que negaba la participación de los perdedores de la
guerra en la nueva institución encargada de preservar la paz. Pueyrredón
sostuvo ese día el principio de que el triunfo por las armas no da derechos
territoriales, la igualdad entre Estados soberanos, la autodeterminación de los
pueblos, la libertad de los mares y la existencia de una moral internacional,
instando a poner fin a la diplomacia secreta. Una postura, que casi nadie se
atrevía a proclamar en tiempos de reparto territorial y sojuzgamiento extremo
de los vencidos. Los sucesos posteriores se encargaron de mostrar el acierto de
estos principios defendidos por el entonces Canciller argentino.
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