Otoño de 1932- Mi Credo mi discurso
Nuestra situación sobre este
planeta parece muy extraña. Cada uno de nosotros aparece aquí involuntariamente
y sin invitación para una corta estadía, sin saber los porqué ni los adónde. En
nuestra vida diaria sólo sentimos que el hombre está aquí en aras de los demás,
para aquellos que amamos y para muchos otros cuyo destino está conectado con el
nuestro. A menudo me preocupa el pensamiento de que mi vida está basada a tal
punto sobre el trabajo de mis congéneres humanos, que me doy cuenta de mi gran
deuda hacia ellos.
Yo no creo en el libre
albedrío. Las palabras de Schopenhauer: “El hombre puede hacer lo que quiere
pero no puede decidir lo que quiere” me acompañan en todas las situaciones y en
toda mi vida, y me reconcilian con las acciones de los demás, aún si para mí
son dolorosas. Esta conciencia de la falta de libre albedrío me cuida de
tomarme a mí y a mis semejantes demasiado en serio como individuos que actúan y
deciden, y me cuida del perder la ecuanimidad.
Nunca codicié la opulencia y
el lujo, y hasta los desprecio bastante. Mi pasión para la justicia social a
menudo me ha llevado al conflicto con las personas, como también mi aversión a
cualquier obligación y dependencia que no considero absolutamente necesaria.
Siempre guardo gran consideración por el individuo y tengo una insuperable
aversión a la violencia y su apología
Todas estas razones han hecho
de mí un apasionado pacifista y antimilitarista. Estoy en contra de cualquier
nacionalismo aun cuando disfrazado de patriotismo. Los privilegios basados en
la posición y en la propiedad siempre me han parecido injustos y perniciosos,
como también cualquier exagerado culto a la personalidad. Soy un adherente del
ideal de la democracia, aun sabiendo claramente de la debilidad de la forma
democrática de gobierno. La igualdad social y la protección económica del
individuo siempre me parecieron metas comunitarias más importantes del estado.
Aunque soy un típico solitario en la vida diaria, mi darme cuenta que
pertenezco a la comunidad invisible de los que luchan a favor de la verdad, de
la belleza y de la justicia me ha preservado del sentirme aislado.
La más bella y profunda
experiencia que un hombre puede tener es el sentido de lo misterioso. Es el
principio subyacente de la religión además de todo intento serio en las artes o
la ciencia. El que nunca ha tenido esa experiencia, a mí me parece sino muerto,
por lo menos ciego.
Tener la sensación que atrás
de cualquier cosa que puede ser experimentada hay algo que nuestra mente no
puede aferrar y cuya belleza y sublimidad nos llegan sólo indirectamente y como
un débil reflejo, esto es religiosidad. En este sentido soy religioso. A mí me
es suficiente reflexionar sobre estos secretos y tratar humildemente de lograr
con mi mente una mera imagen de la encumbrada estructura de todo lo que hay.
Febrero
de 1954 - Los Derechos Humanos
Señoras y señores:
Se han reunido ustedes hoy
para dedicar su atención al problema de los derechos humanos; y han decidido
ofrecerme un premio con este motivo. Cuando me enteré de ello, me deprimió un
poco su decisión. ¿En qué desdichada situación, pensé, debe hallarse una
comunidad para no dar con un candidato más adecuado a quien otorgar esta
distinción?
He dedicado, durante una larga
vida, todas mis facultades a lograr una visión algo más profunda de la
estructura de la realidad física. jamás he hecho esfuerzo sistemático alguno
para mejorar la suerte de los hombres, para combatir la injusticia y la
represión, y para mejorar las formas tradicionales de las relaciones humanas.
Sólo hice esto: con largos
intervalos, expresé mi opinión sobre cuestiones públicas siempre que me
parecieron tan desdichadas y negativas que el silencio me habría hecho sentir
culpable de complicidad.
La existencia
y la validez de los derechos humanos no están escritas en las estrellas. Los
ideales sobre el comportamiento mutuo de los seres humanos y la estructura más deseable
de la comunidad, los concibieron y enseñaron individuos ilustres a lo largo de
toda la historia. Estos ideales y creencias derivados de la experiencia
histórica, el anhelo de belleza y armonía, han sido aceptados de inmediato en
teoría por el hombre… y pisoteados siempre por la misma gente bajo la presión
de sus instintos animales. Una gran parte de la historia la cubre por ello la
lucha en pro de esos derechos humanos, una lucha eterna en la que no habrá
nunca una victoria definitiva. Pero desfallecer en esa lucha significaría la
ruina de la sociedad.
AI hablar hoy
de derechos humanos, nos referimos primordialmente a los siguientes derechos
básicos: protección del individuo contra la usurpación arbitraria de sus
derechos por parte de otros, o por el gobierno; derecho a trabajar y a recibir
unos ingresos adecuados por su trabajo; libertad de discusión y de enseñanza;
participación adecuada del individuo en la formación de su gobierno. Estos
derechos humanos se reconocen hoy teóricamente, pero, mediante el uso abundante
de maniobras legales y formalismos, resultan violados en una medida mucho
mayor, incluso, que hace una generación. Hay, además, otro derecho humano que
pocas veces se menciona pero que parece destinado a ser muy importante: es el
derecho, o el deber, que tiene el individuo de no cooperar en actividades que
considere erróneas o perniciosas. A este respecto, debe ocupar un lugar
preferente la negativa a prestar el servicio militar. He conocido casos de
individuos de excepcional fortaleza moral y gran integridad que han chocado por
ese motivo con los órganos del Estado. El juicio de Nuremberg contra los
criminales de guerra alemanes se basaba tácitamente en el reconocimiento de
éste principio: no pueden excusarse los actos ilegales aunque se cometan por
orden de un gobierno. La conciencia está por encima de la autoridad de la ley
del Estado.
La lucha de
nuestra época gira primordialmente en torno a la libertad de ideas políticas y
a la libertad de debate, así como de la libertad de investigación y de
enseñanza. El miedo al comunismo ha llevado a prácticas que han Llegado a ser
incomprensibles para el resto de la humanidad civilizada y que exponen a
nuestro país al ridículo. ¿Hasta cuándo toleraremos que políticos, hambrientos
de poder, intenten obtener ventajas políticas de ese modo? A veces, parece que
la gente ha perdido su sentido del humor hasta el punto de que ese dicho
francés «el ridículo mata» haya perdido ya su validez.
Mayo de 1954: A los Estudiantes
Las últimas generaciones nos
han dado una ciencia altamente desarrollada y una técnica, en calidad de don
extraordinariamente valioso, que proporciona las posibilidades de la liberación
y del embellecimiento de nuestra vida: un don jamás ofrecido a las anteriores
generaciones. Pero al mismo tiempo, este don involucra, para nuestra
existencia, peligros y amenazas como jamás han existido hasta ahora.
La suerte de la humanidad
civilizada depende, en grado más alto que nunca, de las fuerzas morales que
ella puede evocar. Por esa razón el problema que se plantea a nuestra época no
es más fácil que los resueltos por las últimas generaciones.
Las necesidades que
experimenta la humanidad en elementos de subsistencia y bienes de uso diario
puede ser satisfecha, pues para crearlos se necesita una inversión de horas de
trabajo mucho menor que anteriormente. Pero, en cambio, el problema de la distribución
del trabajo y de los bienes producidos, se hizo más grave y más difícil de ser
resuelto. Todos sentimos que el libre juego de las fuerzas económicas, la
tendencia desordenada y desenfrenada por las posesiones y el poder por parte de
los individuos aislados, ya no conducen de manera automática hacia una solución
tolerable al problema. Se necesita una estudiada ordenación de la producción de
bienes, de la inversión de la fuerza de trabajo y de la distribución de las
mercaderías producidas, para evitar la exclusión amenazadora de fuerzas
valiosas y productivas, y el empobrecimiento y embrutecimiento de grandes masas
de población.
Si el ilimitado “sacro
egoísmo” en la vida económica conduce a resultados perniciosos, él mismo es un
dirigente aún peor en las relaciones mutuas entre las naciones. El desarrollo
de la técnica militar es de tal importancia que la vida humana se va a tornar
insoportable si no se encuentra en breve un camino hacia la prevención de la
guerra: tanta importancia inviste este objetivo, y tan insatisfactorios e
ineficaces son los esfuerzos realizados hasta ahora para hallar este camino.
Se trata de disminuir el
peligro mediante la limitación de los armamentos y por medio de reglar
prohibitivas en cuanto a la conducción de las guerras. Pero la guerra no es un
juego de sociedad, durante el cual cada uno de los contrincantes se atiene a
las reglas de juego establecidas. Cuando se trata del ser o no ser, las reglas
y obligaciones pierden se fuerza. Sólo el repudio incondicional de la guerra,
en general, puede ser de utilidad y eficacia. No basta, en la emergencia, la
creación de una instancia internacional de arbitraje; la seguridad ha de estar
afianzada mediante pactos y convenios, de tal manera que las resoluciones de
aquella instancia habrían de ser cumplidas en común por todas las naciones. Sin
esta seguridad, las naciones jamás tendrían el valor de desarmarse seriamente.
Imaginen por ejemplo, que los
gobiernos norteamericano, británico, alemán y francés exigieran a Japón, bajo
la amenaza de un total boicot comercial, la cesación inmediata de sus acciones
bélicas contra China. ¿Creen ustedes que en Japón se encontraría un gobierno
que tomaría a su riesgo la precipitación de su país a una aventura tan
peligrosa? ¿Por qué entonces, no se procede así? ¿Por qué debe temblar por su
existencia toda nación y todo individuo? Sencillamente, porque cada uno busca,
en primer lugar, su mezquino bienestar momentáneo, sin avenirse a subordinarlo
al bienestar y prosperidad de la comunidad.
Es por eso que les dije al
principio que la suerte de la humanidad depende hoy, en mayor grado que nunca,
de sus fuerzas morales. En todos los órdenes de la vida, el camino hacia la
existencia alegre y feliz lleva a renuncias y limitaciones de la propia persona
que ha de gozarlas.
¿De quiénes podrían surgir las
fuerzas para esta clase de desarrollo espiritual? Sólo de aquellos a quienes se
ofrece la posibilidad de fortificar se espíritu en los años juveniles mediante
el estudio asiduo, y de poner en libertad sus aspiraciones espirituales. Así
los contemplamos nosotros, los mayores, a ustedes, los jóvenes, con la
esperanza de que, armados con sus mejores fuerzas, persigan y logren aquello
que nosotros no hemos podido.
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