La identidad lumperburguesa, la brutalidad cortoplacista y una mesa chica neofascista son los rasgos distintivos de un gobierno que no cejará de huir hacia delante..
Dos
tendencias convergentes: Implosión económica y explosión social – Por Jorge
Beinstein, para La Tecl@ Eñe
Fuente:
http://lateclaenerevista.com/2018/08/02/dos-tendencias-convergentes-implosion-economica-y-explosion-social-por-jorge-beinstein/
¿Hacia dónde va Argentina?, su evolución está
marcada por dos tendencias convergentes que han ido tomando velocidad durante
2018: por una parte la marcha hacia la implosión económica y por otra la ruta no
menos veloz hacia la explosión social.
No es seguro que cada una de ellas o ambas de
manera conjunta lleguen al punto de ruptura que cambie radicalmente el panorama
nacional, sin embargo su desarrollo comienza a sobre determinar el
comportamiento de los círculos dirigentes.
Por un lado la economía va entrando en
recesión piloteada por el FMI sin ninguna posibilidad de recuperación por lo
menos en el corto y mediano plazo. La sucesión de ajustes exigida por el Fondo
achicará cada vez más el mercado interno (que ya venía declinando desde la
llegada de Macri) destruyendo el tejido productivo y empobreciendo al grueso de
la población. Esa dinámica conduce inevitablemente hacia la implosión
económica, hacia un momento en el que se desmoronan el conjunto del aparato
productivo (solo unas pocas islas podrían llegar a salvarse), extendidas redes
comerciales y una multitud de servicios.
Lo teóricamente esperable en esas situaciones
es que el tejido social y su entramado cultural se vayan desintegrando al ritmo
de la recesión para finalmente colapsar. Sin embargo en el caso argentino se
está desarrollando un fenómeno poco frecuente que no seguiría la ruta
establecida por la teoría: mientras la economía declina rumbo a la implosión,
desde la base de la sociedad se han ido generando formas de acción no solo de
resistencia sino también ofensivas que van más allá de las reivindicaciones
económicas. Se trata de una tendencia que se va amplificando apuntando hacia
una gran explosión popular, un posible tsunami social que amenaza sumergir al
entramado institucional y mediático que sostiene al sistema.
De todos modos no es inevitable que se
produzcan finalmente la implosión ni la explosión, diversos factores pueden
retrasarlas de manera significativa o incluso diluirlas en procesos de
degradación de gran amplitud. La recesión por ejemplo podría llegar a encontrar
un horizonte de “equilibrio” bajo la forma de una “economía de baja
intensidad” con un
mercado interno comprimido, altos porcentajes de desocupación, subocupación,
pobreza e indigencia y pequeños polos de altos ingresos, coincidente con ello
las resistencias y rebeliones sociales ahora presentes podrían llegar a
declinar golpeadas por la crisis económica, la manipulación mediática y la
represión.
Aunque ese escenario de “paz de
cementerio”, ilusión siniestra de la
élite dominante, se contrapone a la dinámica financiera, saqueadora,
desestabilizante de dicha élite, componente periférica de un proceso
parasitario global que la sobredetermina. Y también se contrapone al visible
potencial creativo de las fuerzas populares avalado por toda su historia, sin
ir más lejos recordemos la revuelta de 2001 precedida por una prolongada
degradación neoliberal y las grandes masacres de la dictadura militar.
El camino de la implosión
En diciembre de 2015 el equipo gobernante
consideraba que la situación económica le permitiría realizar gigantescas
transferencias de ingresos sin que el barco se hunda. No reparó (o subestimó)
que por debajo de esa realidad existían fragilidades que se habían agravado en
los últimos años, los precios internacionales de las materias primas habían
sufrido un shock depresivo en 2014 lo que ensombrecía el futuro del comercio
exterior y la ampliación del mercado interno, impulsado por el gobierno
anterior mediante suaves subas de los salarios reales acompañadas por
reducciones sucesivas del desempleo, comenzaba a tocar techo. Para seguir por
la vía mercadointernista habría sido necesario, más temprano que tarde, poner
en marcha una drástica estrategia de desconcentración de ingresos acompañada
por el control estatal de áreas claves como las del comercio exterior y del
sistema financiero y así impulsar un proceso de rápido desarrollo productivo.
Alternativa opuesta a la dinámica concreta y a las aspiraciones de la alta
burguesía (parasitaria, transnacionalizada) que apuntaban hacia la realización
de un gran saqueo de recursos estatales y privados. Así fue como con la
victoria de Macri se produjeron mega transferencias hacia los grandes grupos
económicos vía exenciones y reducciones tributarias que aumentaron el déficit
fiscal lo cual sumado a la liberación de las importaciones generadora de un
enorme déficit comercial y a las devaluaciones del peso, provocaron
concentración de ingresos, inflación y enfriamiento económico. La avalancha de
déficits fue cubierta con deudas en dólares a lo que se agregó un insólito
casino especulativo en pesos convertibles en dólares a altísimas tasa de
interés (la orgía de las Lebacs). En el segundo año de su mandato el gobierno
buscó amortiguar la recesión con obras públicas financiadas con más deudas,
dólares que además servían para tapar agujeros fiscales y comerciales y para
aceitar las fugas de capitales producto de las diversas rapiñas y de la
retracción de las inversiones productivas. La burbuja de deudas no podía seguir
creciendo indefinidamente y la fiesta concluyó en 2018 cuando asomó el fantasma
de la insolvencia y el gobierno desesperado pidió auxilio al FMI que, como no
podía ser de otra manera, le impuso un plan de ajuste que va hundiendo a la
economía en la depresión.
El gobierno suele echarle la
culpa del descalabro financiero a la suba “inesperada” de la tasas de interés
en los Estados Unidos provocando una suerte de efecto aspiradora sobre los
capitales periféricos. La crisis del endeudamiento acelerado argentino era
inevitable, tal vez la suba de tasas norteamericanas la anticipó un poco pero
no mucho. El globo de las Lebacs tenía un límite físico marcado por las
reservas netas del Banco Central, claramente inferiores al monto dolarizado de
esos papeles. A lo que hay que sumar los pagos exigidos por la deuda pública
directa en dólares en una coyuntura caracterizada por un fuerte déficit del
comercio exterior y una persistente fuga de capitales. Eso ya era visible en
2017 y la situación se fue agravando en los primeros meses de 2018. El poder de
fuego debilitado del Banco Central ante posibles turbulencias quedó al desnudo
y los acreedores empezaron a olfatear escenarios de insolvencia. La pregunta es
qué tenían dentro de sus cabezas Macri y los integrantes de su equipo económico
entre fines de 2017 y comienzos de 2018 ante la inminencia del desenlace.
Algunos analistas suponen que se trató de una evaluación errónea (o de mala
información) del comportamiento de los grupos financieros embarcados en la
rapiña especuladora, cosa difícil de aceptar ya que los que piloteaban el
negocio desde el gobierno formaban parte de esos grupos. El misterio aumenta
cuando constatamos que la suba de tasas de interés en Estados Unidos era completamente
previsible ya que formaba parte de la estrategia monetaria anunciada mucho
tiempo antes por las autoridades de ese país. La explicación más razonable es
que la mega operación financiera montada por el gobierno se convirtió una
trampa de la que no pudo (y no puede) salir, la convergencia de intereses que
la sobre determina constituye un súper poder saqueador cuya dinámica desborda a
los actores gubernamentales. De todos modos la psicología de Macri, nutrida por
la brutalidad cortoplacista de los negocios mafiosos, se adapta cómodamente a
esa loca fuga hacia adelante.
Los crápulas transparentes.
Mientras tanto la impopularidad del gobierno
crece día a día y las protestas sociales se multiplican. Argentina se encamina
a paso rápido hacia una crisis de gobernabilidad probablemente muy superior a
la de 2001 alentada por el derrumbe económico en curso.
La alternativa represiva no debe ser
descartada, el carácter aventurero del macrismo, su raíz lumpenburguesa, el
núcleo duro social neofascista que lo rodea, pueden dar pie a una tentativa
desesperada de ese tipo impulsada por la declinante viabilidad de un Plan B
bajo control oficialista en torno de la hipotética candidatura de María Eugenia
Vidal que va perdiendo cuerpo arrastrada por la impopularidad del
Presidente a lo que se agregan no pocos méritos propios (como el reciente
escándalo a partir del descubrimiento de la utilización de fondos negros en sus
campañas electorales).
Un pieza importante tanto en la instalación
como en el funcionamiento posterior del gobierno ha sido y sigue siendo el opoficialismo, mezcla
gelatinosa de dirigentes políticos y sindicales, donde predomina la derecha
peronista pero también poblada por no pocos gorilas sueltos, que suelen
combinar “criticas sensatas” al oficialismo, alguna que otra rebeldía de poca
monta y obsecuencia práctica. A medida que la crisis se agrava van surgiendo
desde ese espacio toda clase de opciones, algunas fantasiosas y otras más
realistas, destinadas a preservar los intereses dominantes, desde la ampliación
del gabinete presidencial en una suerte de gobierno de “unidad nacional” hasta
la conformación de una variante electoral gatopardista que remplazaría a Macri
en 2019 (o antes).
Como parte del show no podían faltar las
declaraciones de Eduardo Duhalde que tras vaticinar que: “el próximo
presidente… va a ser Roberto Lavagna”, y luego de elogiarlo, agregaba que “el
acuerdo con el FMI ayuda a salir (de la crisis), a pesar de que la mayoría de
los argentinos está en contra de esa medida”. El rostro de empleado de pompas
fúnebres de Lavagna encaja bastante bien con el destino fondomonetarista que
Duhalde le asigna a la Argentina sin embargo no es para nada evidente que esa
alternativa u otra parecida funcionen ante a la tormenta que se avecina.
El camino de la explosión
A diferencia de las danzas cupulares y desde
el comienzo del gobierno macrista se ha venido desplegando una amplia variedad
de protestas populares que con el correr de los meses fueron no solo ganando en
masividad sino también en autonomía, que no es total sino que aparece
como una suerte de fenómeno complejo que incluye desde expresiones sociales
independientes de las dirigencias políticas y sindicales, donde se hace visible
la autoconvocatoria, hasta llegar a las encuadradas por dirigencias sobre todo
sindicales, pasando por otras que acompañan a los dirigentes orgánicos
desbordándolos en ciertos casos y en algunos colocándolos en situaciones
incómodas.
Se trata de una sucesión interminable de
movilizaciones populares de todo tipo, muchas de ellas gigantescas, mayormente
pacíficas pero con algunos brotes de radicalización (por ejemplo las protestas
del 18 de Diciembre de 2017 frente al Congreso) preocupantes para oficialistas
y opoficialistas, que les hacen temer puebladas de gran magnitud en un futuro
no muy lejano. A medida que la crisis se vaya profundizando ese escenario será
cada vez más probable, la ola puede seguir creciendo hasta engendrar un
estallido social de dimensión oceánica mucho más devastador que el huracán de 2001.
La intoxicación mediática no la
ha podido enfriar, peor aún su rendimiento manipulador es decreciente, las
represiones puntuales han resultado ineficaces, no han generado temor sino
indignación. De todos modos desde el primer día y de manera sistemática el
gobierno ha ido conformando una suerte de policía militar integrando fuerzas
convencionales (policías, gendarmería, etc.), entrenándolas con asesoramiento
norteamericano-israelí, dotándolas de armamento idóneo, la última novedad ha
sido la decisión de incorporar a las Fuerzas Armadas a tareas de represión
interna. Pero nada le asegura al gobierno la utilización eficaz de ese engendro
ante una revuelta popular a gran escala. El blindaje mediático se está oxidando
y el blindaje militar-policial tiene un destino incierto, mientras tanto el
gobierno sigue haciendo más (mucho más) de lo mismo: continúa con su estrategia
de control mediático total atacando ahora los últimos (y ya marginales)
reductos críticos y desarrollando el aparato represivo convencido de la
inminencia de estallidos sociales. No sabe cuándo se producirá una nueva
corrida cambiaria, ni cuál será el ritmo del hundimiento económico (los últimos
datos comparativos mayo 2017-mayo 2018 muestran, según datos oficiales, una
caída del Producto Bruto Interno del orden del 5,8 %), tampoco sabe cuándo ni
cómo se expresará la bronca popular en lo que resta del año, pero enfrenta a
esos y otros peligros acentuando su dinámica dictatorial, Argentina ha
ingresado en Terra Incognita.
Jorge Beinstein, Doctor de Estado en Ciencias
Económicas (Universidad de Franche Comté – Besançon, Francia), especialista en
prospectiva económica y geopolítica, ha sido durante los últimos cuarenta años
consultor de organismos internacionales y gobiernos, dirigió numerosos programas
de investigación y fue titular de cátedras de economía internacional y
prospectiva tanto en Europa como en América Latina.
Actualmente es Profesor Emérito de la
Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y Director del Centro
Internacional de Información Estratégica y Prospectiva de dicha universidad.
Hay que evitar la explosión. Hay que seguir por el camino de la demolición controlada. Falta poco. Las cargas está casi todas acomodadas.
ResponderEliminarEl arte de la política es vencer sin combatir.
el problema es que estos dirigentes que nos gobiernan detestan la politica y mucha de nuestra clase media los acompaña
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