No cabe posibilidad
alguna que exista formación política e intelectual sin información fehaciente y
certera, del mismo modo es imposible diferenciar la información fehaciente y
certera de la que no lo es sin la formación política e intelectual adecuada. Lo
que parece un trabalenguas, no lo es, es la necesidad y si se me permite el
neologismo es la “necesaridad” que implica comprometerse en la simbiosis que
naturalmente perviven en ambas herramientas, de lo contrario el fracaso
pensador y crítico será inexorable, pasando a formar parte de un funcional y
llano colectivo lobotomizado víctima de la manipulación.
La indudable ausencia de debate político
en la que estamos inmersos no sólo es responsabilidad de los partidos y
agrupaciones orgánicas, también lo es de la ciudadanía en su conjunto. Me quita
el sueño la llamativa conformidad por la cual, como conjunto, solemos rendirnos
ante los titulares, los slogans y los clichés. Y cuando digo ciudadanía lo hago
sin estigmatizar conjuntos, sin distinción de sospechosas y falsarias
jerarquías. Me llama mucho la atención que en el marco de una coyuntura
políticamente compleja continuemos simplificando nuestro pensamiento y nuestra
verba a favor de un supuesto deber ser social que no siempre se encuentra
aliado a los dilemas esenciales. Alguna vez mencionamos sobre lo poco
edificante que significa para una sociedad no tolerar como posibilidad tangible
al error. La cruel necesidad de colocarnos permanentemente como censores o
inquisidores de sucesos, eventos de los cuales en la mayoría de los casos,
desconocemos su letra, tanto la chica como la gruesa.
A mi entender existe una marcada banalidad
conceptual, cuestión que cruza horizontalmente a todas las temáticas. Esta adhesión
a la banalidad exonera al pensamiento crítico dándole sustancia a aquella
simplificación antes mencionada. El sujeto crítico, el verbo preciso y el
predicado analítico han sido licenciados a favor del sujeto atractivo, el verbo
impactante y el predicado conveniente. De modo que todo lo que se percibe como
debate supuestamente fundacional resulta un simple conglomerado de operaciones
extremadamente rudimentarias, combates literarios que finalizan su derrotero
espirando de muerte natural.
Pues aquí, El Mayolero Antonio Diez nos
propone un acto de resistencia. Quienes solemos intercambiar subjetividades con
el amigo Radical Intransigente sabemos de su lucha constante a favor de
viralizar una praxis y una dialéctica crítica y formativa. En más de una
ocasión, desde su columna radial del sabatino Voces Cooperativas por FM Brisas abogó por la formación de cuadros
dirigenciales cooperativos en todas sus ramas, de manera tal, no se pierda el
concepto y el espíritu de tan logrado formato productivo. Metiendo el dedo en
la llaga debida, haciendo doler acaso, exhibiéndonos fraudes y decoros,
virtudes y malversaciones.
Antonio Diez, a mi entender, un Jauretchiano que no necesita
impostación, y que tranquilamente su voz y sus escritos podrían maridar
simétricamente con aquel viejo Forjista sin que nos diéramos cuenta que para
nuestra fortuna está allí, a nuestro alcance, aún para los más distraídos,
aunque cuatreros de sus párrafos..
«Día por día hemos visto
crecer el público alrededor de nuestras tribunas callejeras; sin prensa, porque
nos está cerrada la información que no se le niega ni al más insignificante
comité de barrio; sin radiotelefonía porque a ningún precio se nos ha permitido
el acceso a ella. El idioma que hablamos, que era sólo el de una pequeña
minoría y hasta parecía exótico, hoy es el lenguaje del hombre de la calle.
Puedo decirles en este aniversario, que estamos celebrando el triunfo de
nuestras ideas. Pero estamos constatando, al mismo tiempo, nuestro fracaso como
fuerza política: no hemos llegado a lo social: la gente nos comprende y nos
apoya, pero no nos sigue. Hemos sembrado para quienes sepan inspirar la fe y la
confianza que nosotros no logramos. No importa, con tal que la labor se cumpla”...
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