“El INTI es un espejo de
los ciclos de la economía argentina”.
Diego Hurtado, Doctor
en Física por la Universidad de Buenos Aires pero desde mediados de los noventa
se dedica a la historia de la ciencia y la tecnología en América Latina. Es
profesor titular en UNSAM, donde dirige el Centro de Estudios de Historia de la
Ciencia y la Técnica., para Revista Sin Permiso.
Diego Hurtado es
doctor en Física, especialista en innovación y gestión de la tecnología, e
historia de la ciencia en la Argentina. Sus análisis son materia fundamental de
estudio tanto para docentes y estudiantes universitarios, como para quienes
toman decisiones en el ámbito público. Es autor de más de
setenta artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales
y publicó libros como La ciencia
argentina. Un proyecto inconcluso 1930-2000 y El sueño de la Argentina atómica. Política,
tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945-2006). Además, es
director de la Agencia de Noticias Tecnología Sur-Sur (TSS), profesor de grado
de la UNSAM y dicta materias de posgrados en la Universidad Nacional de Río
Negro y la Universidad Nacional de Córdoba. El 15 de diciembre de
2017 Hurtado renunció al directorio de la Agencia Nacional de Promoción
Científica y Tecnológica (ANPCyT) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e
Innovación Productiva de la Nación (MINCyT), con una carta en la que manifiesta
su absoluto desacuerdo con la gestión de un sector estratégico para el
desarrollo del país y advierte sobre el achicamiento y la degradación
institucional del Ministerio. De acuerdo con su mirada, la historia del
Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) es un espejo de las
cambiantes políticas económicas de la Argentina y sufre en la actualidad los
efectos de un neoliberalismo subordinado. La entrevista la realizó Dolores
Amat.
Amat: En los últimos días de enero pasado se conoció
la decisión del gobierno nacional de despedir a más de 250 trabajadores del
INTI. Los afectados y sus compañeros comenzaron entonces una lucha tanto para
denunciar la injusticia de los despidos como para informar a la sociedad
acerca el valor que tiene el instituto para la economía argentina. ¿Podrías
resumir por qué es importante el INTI para el país?
El INTI es una
institución vital dentro del ecosistema de investigación y desarrollo
tecnológico y económico de la Argentina. Busca desde su origen apoyar los
procesos de industrialización, asistiendo a aquellos sectores que requieren
tecnología para su crecimiento. Forma parte, junto con otras instituciones como
el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Comisión Nacional de
Energía Atómica (CNEA), de una matriz que surge en la década de 1950 y que
busca acompañar la diversificación de la economía para hacerla más competitiva
y autónoma. En este sentido, tiene un lugar muy definido en una compleja
estructura diseñada para propiciar el desarrollo y la industrialización en la
Argentina. En sus orígenes, su estructura contenía laboratorios centrales y
centros de investigación y desarrollo que podían abrirse y cerrarse de acuerdo
con las necesidades de cada momento. Se desarrolló así un centro de
investigación y desarrollo para la industria automotriz, otro para el plástico,
uno de software, uno especializado en semiconductores, otro en carnes, por citar
algunos ejemplos. Pero la estructura del INTI evolucionó y hoy es bastante más
compleja. En la economía actual, que es una economía del conocimiento, su
funcionamiento es decisivo para el país. Y me interesa diferenciar el
desarrollo del crecimiento económico. Un país puede crecer sin desarrollo, sin
distribución, sin justicia social. A diferencia del mero aumento del PBI, el
desarrollo supone inclusión social. En este sentido, el INTI fue concebido con
la idea de apoyar el desarrollo.
Ahora, cuando uno
conoce la historia dramática del país, entiende la historia sinuosa del
instituto. Me explico: la última dictadura clausura el ciclo de
industrialización complejo y difícil que había intentado la Argentina y
comienza un proceso de desindustrialización que va de 1976 a 2003. Después de
ese primer ciclo de desindustrialización hubo un intento de recuperar el camino
de la industrialización en 2003 y ahora vivimos una vuelta a la
desindustrialización. Eso hace que la Argentina se encuentre otra vez con que no
puede completar su ciclo de industrialización. Tenemos entonces un primer ciclo
de industrialización y un período de un cuarto de siglo que le sigue de
desindustrialización o neoliberalismo. Después tenemos un segundo ciclo
industrializador y ahora una nueva fase de neoliberalismo.
Amat: ¿Sugerís que la historia del INTI condensa
esas marchas y contramarchas?
Sí, el INTI vive
con mayor intensidad que otras instituciones los diferentes ciclos de la
economía argentina. Es la institución que más va a padecer los ciclos de
neoliberalismo porque como su función es acompañar y favorecer la
industrialización, queda como un barco a la deriva durante los períodos en los
que se desindustrializa el país. Esto se ve primero durante la última
dictadura. Después el Alfonsinismo intenta recuperarlo pero no lo va a lograr.
El Menemismo vuelve a tratar de partirlo al medio, casi hasta querer
clausurarlo. No lo consigue, el INTI sobrevive, pero sobrevive como un barco a
la deriva. El Kirchnerismo vuelve a dar prioridad a la industria y el INTI
florece junto con el resto del sistema científico y tecnológico del país.
El rol del INTI es
muy específico y en este respecto uno puede ver errores y debilidades del
Kirchnerismo, pero se ve que la institución crece y recupera su identidad.
Después gana un gobierno neoliberal que se impone por pocos votos en un
balotaje y cree que tiene el derecho de refundar el país y dejar atrás todo lo
construido hasta el momento, como hizo la última dictadura.
Se vuelve así a un
modelo de país neoliberal subordinado que no necesita ni ciencia ni tecnología
ni industria. Y en ese contexto el INTI vuelve a verse atacado porque se basa
sobre los 3 pilares que el neoliberalismo rechaza: la industria (el organismo
tiene la misión de acompañar a la industria con toda la logística vinculada con
la estandarización, certificación, ensayos, metrología, etc.), la ciencia y la
tecnología (para acompañar a la industria tiene que desarrollar conocimientos
específicos) y el trabajo (el INTI se alimenta del conocimiento de los
trabajadores, por ejemplo, cuando genera patrones de calidad, de seguridad en
el uso de los productos, etc.).
El INTI acompaña
además a las pequeñas y medianas empresas (pymes). Su misión en los últimos
años era prestar servicios a 10 mil pymes (aunque llegó a un número más
bajo) porque la idea era impactar o mover la aguja del PBI industrial. No
es para nada fácil ese camino y la Argentina se encuentra en los últimos años
del Kirchnerismo con el mismo obstáculo que se encontró en la década de 1970:
con la restricción externa, con la falta de dólares.
Pero en los ’70 se
ve también que el INTI es foco de ataques del imperio, que busca manejar el
desarrollo de países con el perfil de la Argentina. Si uno mira la doctrina de
la seguridad nacional que Estados Unidos impulsa para América Latina a partir
de la década de los ‘60 frente al peligro del avance del comunismo, ve que el
foco de ataque (que va a llevar el nombre de enemigo interno) son la industria
y las universidades: se busca detener el conocimiento y el desarrollo económico
autónomo. Lo que se busca impedir no es sólo el avance del comunismo en países
como Argentina, Chile o Brasil. Se busca mantenerlos como países productores de
bienes primarios porque para que los países centrales puedan liderar y asegurar
el bienestar para sus sociedades en la economía mundial, necesitan éstos roles
para los terceros países: el desarrollo en las poquitas economías imperantes en
el mundo necesita del subdesarrollo en gran cantidad de países del mundo. Así es
el capitalismo que conocemos.
Amat: Es interesante esta mención a los intereses
extranjeros en un contexto en el que impera un discurso que supone una armonía
natural entre las naciones y las economías del mundo. Cuando se habla
cándidamente de “volver al mundo” parecen desconocerse las relaciones de fuerza
que existen en la globalización y la competencia feroz por los mercados que
caracteriza la historia del capitalismo.
Sí, es un discurso
de subordinación, pero que para las élites gobernantes significa buenos
negocios. Y el precio de esos negocios es la exclusión de la mitad de la
población. Como decía Aldo Ferrer (como heredero de la tradición
industrialista), la Argentina puede muy bien ser un país exportador de materia
prima, ya sea de productos agropecuarios como de productos mineros, porque la
Argentina tiene una dotación importante de recursos naturales y un sector
agroexportador muy sofisticado. El problema es que ese modelo de país deja
afuera a 20 millones de argentinos. Hoy es casi indiscutido en los estudios
serios de economía que la única manera viable de generar desarrollo para países
con 40 millones de habitantes o más, como la Argentina, es con industria. Hay
muchísimo escrito al respecto desde la década del ‘70 hasta el presente. Y cabe
aclarar que cuando se pone a Australia como un ejemplo de país que logra
desarrollarse a partir de productos primarios, se olvida que Australia tiene
alrededor de 24 millones de habitantes y una dotación de recursos naturales por
habitante que excede en mucho a la Argentina.
Entonces, volviendo
a las relaciones internacionales, nosotros tenemos hoy en Argentina un gobierno
neoliberal, pero se trata de un neoliberalismo subordinado o periférico, que es
diferente del neoliberalismo de países como Alemania o Gran Bretaña. Los
gobiernos de estos países se preocupan por proteger sus sectores estratégicos,
por impulsar políticas potentes de desarrollo científico tecnológico. En
general, sus líderes tienen muy claro que son las industrias las que sostienen
el bienestar y el lugar geopolítico de potencias económico-militares de sus
países. Cuando vemos la contrapartida del neoliberalismo a lo Temer o Macri,
vemos un neoliberalismo frívolo, ignorante, sin pensamiento geopolítico, sin
capacidad de imaginar un lugar razonable para nuestros países en la economía
global. Un lugar que permita al menos que todos los habitantes tengan casa,
comida, salud y educación (lo mínimo).
La diferencia
también se ve en la relación con los trabajadores. El proyecto de
neoliberalismo subordinado busca trabajadores baratos: un ejército de personas
que puedan ser intercambiables, que puedan trabajar en un call center, en un
supermercado como repositores o en otro puesto que no requiera calificación
específica. Mi intención no es desmerecer esos trabajos ni a quienes los
ejercen, para nada, pero es indudable que su posición en las relaciones de
poder es muy vulnerable. En un país industrial el trabajador es en cambio un
sujeto productor de conocimiento y este sujeto requiere lo contrario de las condiciones
que impone la flexibilización laboral: necesita capacitación, estabilidad,
rotación en su lugar de trabajo porque de esa manera comprende mejor lo que
ocurre en la fábrica o el taller. Él es el que conoce de primera mano el día a
día del trabajo y entiende cómo se puede mejorar un proceso de producción. Así,
si se pone un ingeniero en la planta de fábrica, el trabajador puede, por
ejemplo, comentarle que le duele el codo cuando lleva adelante ciertas
maniobras. A partir de ahí se puede hablar con el departamento de diseño,
rediseñar el modo de producción de manera que no le dañe la salud al trabajador
y a la vez pueda hacer su tarea con más eficacia. Así es que se mejora la
productividad y la competitividad, incorporando conocimiento en lugar de bajar
salarios. En una economía global de conocimiento, la manera de aumentar la
competitividad es mejorando la tecnología, integrándola a los procesos de
producción y calificando a los trabajadores. No flexibilizando y pagando menos.
El concepto de productividad que maneja el neoliberalismo subordinado es muy
diferente del concepto de productividad que maneja un proyecto desarrollista. Y
ahí volvemos a la importancia del INTI: en el esquema desarrollista el INTI es
clave porque es el que te ayudar a entender cómo mejorar una válvula, una
máquina o un proceso, por ejemplo. Y es por esta razón que el INTI queda en el
peor lugar frente a los gobiernos neoliberales.
Amat: Vos señalás las interrupciones políticas (en
un caso por medio de un golpe de Estado y en otro caso a partir del cambio de
rumbo implementado por un gobierno elegido democráticamente) de los procesos de
industrialización en nuestro país. Pero los críticos del desarrollismo o de las
posibilidades de que la Argentina se industrialice aseguran que existen
imposibilidades estructurales para este tipo de países, imposibilidades que se
terminan expresando en lo que vos señalabas hace un momento: la restricción
externa o la falta de dólares. ¿Estás de acuerdo con este punto de vista? Si en
los ’70 esta falta de dólares estuvo dada por la incapacidad del país de
producir bienes de capital, ¿qué es lo que generó esa falta en los últimos
años, en un contexto diferente, de economía del conocimiento?
Esa es la pregunta
que nos atormenta a los que nos interesamos por estos problemas: la restricción
externa. Vos arrancás industrializandote con bienes de consumo e importás la
maquinaria. Este es el primer estadio de la sustitución de importaciones: por
un lado sustituís importaciones produciendo calzado, productos textiles y
alimentos pero todavía tu capacidad industrial no alcanza para bienes
intermedios y bienes de capital o, como se decía en otros tiempos, industria
pesada. Entonces por un lado ahorrás divisas porque ya no importás ciertos
productos, pero por otro lado necesitás cada vez más dólares para la maquinaria
que usan las fábricas. Por otra parte, tu industria incipiente no tiene
capacidad exportadora porque no puede competir con el modelo de países como
China hoy o Corea en los años setenta, que pagan sueldos miserables (y lo
pueden hacer porque tienen una clase trabajadora no sindicalizada y tienen
gobiernos autoritarios que disciplinan tanto al trabajador como a los
empresarios). Argentina tiene una clase obrera sindicalizada y no quiere ir por
el camino de la mano de obra barata sobreexplotada, por eso busca generar
condiciones de consumo en su población y hacer crecer el mercado interno. Pero
necesita dólares para comprar los insumos que no se producen en el país. Y el
único camino es exportando productos primarios, que no alcanzan para importar
tecnología y máquinas y la balanza comercial no cierra.
La versión liberal
(hoy neoliberal) de la historia argentina dice entonces que el proceso de
industrialización fracasa en los ‘70. Pero no fracasa. Lo que el país necesita
en ese momento es ir afinando su estrategia, ir buscando procesos más
sofisticados y graduales. De hecho, la Argentina iba camino a superar la
restricción externa. Esto lo demuestran historiadores de la economía como
Eduardo Basualdo: teníamos un proceso de industrialización bastante complicado,
contradictorio, poco eficaz en algunos aspectos, pero se las estaba arreglando
para superar la restricción externa. No quiero entrar en cuestiones técnicas,
pero hay datos que lo demuestran. Cada restricción externa se iba haciendo
menos profunda que la anterior. Este ciclo supuso enormes contradicciones,
claro, pero ¿quién dijo que el proceso de industrialización de Corea fue un
teorema de Pitágoras? Uno ve a Corea ahora y piensa “qué bárbaro, qué
disciplina”. Pero se hizo con gobiernos autoritarios donde el pueblo coreano
padeció hambre, sudor, sangre y una explotación terrible. Lo último que uno
querría, si pudiera elegir su destino, sería ser un trabajador o trabajadora en
una fábrica de electrónica coreana en la década del 70 u hoy un trabajador o
trabajadora en una fábrica en Shenzhen, en China. El modelo de desarrollo
argentino es otro, con mercado interno, con exportación de productos primarios
a la que ir sumando capacidad exportadora de productos industriales, con
administración rigurosa de las divisas. Así, la Argentina logra una industria
de maquinaria agrícola, logra desarrollar una industria automotriz que iba
aumentando el porcentaje de partes realizadas en el país, por ejemplo. En este
contexto, a fines de los ’60 las exportaciones industriales empezaban a crecer.
Estábamos pasando a un segundo ciclo o a un estadio superior de lo que se
conoce como el proceso de sustitución de importaciones, pero la dictadura viene
a clausurar ese ciclo.
Después de una
larga interrupción, la Argentina vuelve a iniciar un proceso de
industrialización en 2003 y se vuelve a encontrar con la restricción externa.
Sabíamos que eso iba a pasar y el Kirchnerismo enfrentó el problema de
diferentes maneras. Por un lado, se aprovechó la ventana de oportunidad
abierta por los altos precios de los bienes primarios exportados por nuestro
país (a diferencia de lo que dice la maquinaria de posverdad actual, el
gobierno supo aprovechar el “viento de cola”). Por otro lado, se implementó una
política de restricción cambiaria que daba prioridad al sostenimiento del
trabajo y a la protección de los más vulnerables y no a los que querían dólares
para ir a Punta del Este. Pero no es que haya que condenar a los que quieren ir
a Punta del Este, es una cuestión de prioridades: si Argentina se industrializa
y logra superar la restricción externa, los que se quieran ir a Punta del Este,
van a poder ir. Para eso se necesita tiempo y un plan de país sostenido y
consensuado. Una sociedad pobre como la Argentina necesita establecer sus
prioridades y tiene sentido que antes de darle el gusto a 5 familias con gran
capacidad adquisitiva, busque desarrollarse. En la asignación de dólares se
ponen prioridades como en cualquier otro sector. Digo, en educación nos
preguntamos si le vamos a dar prioridad a la formación de ingenieros o a la
formación de abogados. Y en función de esto se dan becas, incentivos, etc.
El viento de cola
no duró tanto pero la Argentina pudo superar situaciones dificilísimas: una
crisis global complicada, la peor sequía de los últimos 60 años en 2011,
corridas cambiarias organizadas por los poderes fácticos que ganan con la
desestabilización. En ese contexto, empezaron a faltar dólares. Sin embargo,
surgieron estrategias: el país diversificó su política exterior, empezó a tener
una política multipolar, con China y con Rusia, por ejemplo (y logró, entre
otras cosas, lo que los economistas llaman “swap” de 10 mil millones de dólares
con China).
La batalla
económica no estaba perdida. Se perdió en lo comunicacional, se perdió frente a
la maquinaria de los poderes fácticos, que lograron instalar que la política
cambiaria era un cepo, por ejemplo, pero la Argentina estaba buscando su camino
hacia la industrialización.
Amat: ¿Además de lo comunicacional, qué le faltó a
la política industrial del Kirchnerismo?
Hubo errores y hubo
aciertos. Pero también faltó tiempo. Faltó tiempo para reconstruir el Estado,
que el Kirchnerismo recibe desbastado y desguasado. Se necesitaba generar
capacidades técnicas y burocráticas para el diseño e implementación de
políticas públicas y el Kirchnerismo se propone esa tarea. Yo pude verlo desde
mi campo de estudio, que es el campo científico tecnológico: en ese momento se
busca la recuperación del plan nuclear, se trata de recuperar el INTI y el
INTA, se incrementa el financiamiento para la educación, se aprueba la ley de
software, otra ley para el fomento de la biotecnología, se crea la Fundación
Argentina de Nanotecnología (FAN), se intenta recuperar Fabricaciones
Militares. Es un proceso lento, complejo, en medio de una situación grave,
difícil.
La política de
producción pública de medicamentos, por ejemplo, es un caso interesante para
comprender los condicionantes que enfrenta un país pobre en su búsqueda del
desarrollo. En 2002 había un porcentaje altísimo de la población que no accedía
a medicamentos básicos. El Plan Remediar se propuso asegurar un acceso mínimo y
la creación de una red de laboratorios públicos para la producción de
medicamentos. Era, como primera meta, como buscar generar una YPF porque las
trasnacionales farmacéuticas pueden fijar los precios que quieren, con márgenes
de ganancia exorbitantes, y si no se les permite poner el precio que pretenden
desabastecen al país, dejan a la población sin medicamentos. Eso es lo que le
están haciendo a Macri ahora. Macri desarma al Estado, “desregula el mercado” y
las trasnacionales le ponen los precios que quieren. Por otra parte, él quiere
achicar el gasto público y ve que tiene un gasto enorme en medicamentos.
Entonces le reclama a las empresas porque le están cobrando mucho. Pero es así,
para disciplinar a esos poderes fácticos, que avanzan hasta donde el país los
deje avanzar, necesitás al Estado, no podés esperar que se comporten como vos
necesitás por pura gracia y generosidad. El capitalismo no funciona así.
El sector
farmacéutico es muy poderoso y eso no es nuevo. El Kirchnerismo avanza primero
mucho en este terreno pero después, en el 2011, se frena bastante (se tardó
como 3 años en reglamentar la ley de producción pública de medicamentos). Esto
le valió muchas críticas de quienes creían en ese proyecto y con razón. Uno
puede pensar ahora que si se hubiese implementado antes la ley, el Macrismo se
hubiese encontrado, al llegar al poder, con un sector de producción pública de
medicamentos mucho más robusto, con mayor capacidad de defenderse. Pero
tratando de entender qué puede haber provocado esa demora yo me paro en el 2011
y veo la crisis internacional, el conflicto provocado por la ley 125, las tapas
de Clarín, las corridas cambiarias… No lo sé, pero puedo imaginar que tal vez
ese contexto hizo retroceder un poco al gobierno, quizás no fue falta de
determinación sino la necesidad de no generar otro frente de conflicto con el
lobby farmacéutico.
Entonces, en 2011
se debate la ley de producción pública de medicamentos en el Congreso, se vota,
se aprueba por unanimidad (¿quién iba a querer oponerse con el descrédito que
eso podía generar?). Pero el Macrismo la veta para la Ciudad de Buenos Aires. Y
cuando se aprueba la ley aparecen las dos cámaras farmacéuticas con una carta
dirigida a la presidenta, a la que le muestran las garras. Finalmente, se
reglamenta recién en 2014 y en 2015 se crea la Agencia Nacional de Laboratorios
Públicos (Anlap). Cuando Macri llega al poder empieza a desmantelar el proyecto
de a poco, pero por ahora sobrevive, igual que el INTI. No es tan fácil
deshacerse de estos proyectos porque hay mucha gente que cree en ellos, cuadros
institucionales importantes, mucha gente joven formada haciendo un gran
trabajo.
En este sentido, se
lograron cosas fantásticas pero también faltó muchísimo. Se encuentran
claroscuros. Íbamos por buen camino, pero la parte de los oscuros era muy
oscura. Faltaron, por ejemplo, capacidades de coordinación. Faltó articular
mejor las áreas estratégicas. Faltó coordinar el Ministerio de Industria con el
Mincyt, por ejemplo (los ministros Débora Giorgi y Lino Barañao no se hablaban
ni por teléfono). Tampoco se entiende por qué el Mincyt no estuvo involucrado
en cuestiones como la política nuclear o como los desarrollos llevados adelante
por la Empresa Argentina de Soluciones Satelitales Sociedad Anónima (AR-SAT).
Al desconectarse el Mincyt de sectores estratégicos del conocimiento y la
tecnología, y al no asumir la responsabilidad de coordinar una política
nacional, las universidades y el Conicet perdieron un apoyo fundamental. Como
resultado final se produjeron menos sinergias y mayor dispersión de esfuerzos.
El INTI, que hizo un muy buen trabajo, se hubiera beneficiado mucho de una
política industrial más articulada.
Para resumir: faltó
tiempo y faltaron capacidades de coordinación. Capacidades de coordinación
interestatal, intersectorial, interinstitucional y privada. Faltó también
tiempo para desarrollar un Estado más fuerte, que pudiera disciplinar a los
poderes fácticos, como hacen países como Alemania, donde existen también
corporaciones poderosas, pero negocian con un Estado poderoso y no pueden hacer
lo que quieren. En una democracia empoderada los poderes fácticos encuentran
límites.
Amat: Hablamos del lugar de la ciencia y la tecnología
en el desarrollo de un país, ¿esto incluye a las ciencias sociales?
Sí, claro que sí.
Las ciencias sociales tienen que entender la complejidad socioeconómica de un
país como Argentina, apoyar la construcción de las capacidades estatales,
trabajar en el diseño institucional, tienen que informar, en el sentido de dar
forma, y dar eficacia a las políticas públicas. También les cabe a ellas pensar
cuestiones como el rol de las tecnologías de la información y la comunicación
(TIC) en las sociedades actuales y entender problemas como la construcción de
la subjetividad neoliberal.
Yo le doy mucha
importancia al problema de los medios de comunicación. Noam Chomsky advierte ya
en la década de los ‘80 sobre su poder y sobre los peligros de la introducción
del modelo de la publicidad en la política. En este contexto, es necesario
estudiar seriamente la potencia de los medios para manipular la democracia,
especialmente en países como el nuestro y otros de América Latina, donde los
grupos económicos que manejan las comunicaciones son gigantescos (países como
los europeos, por ejemplo, también tienen grupos fuertes, pero del otro lado
hay un Estado fuerte y una ciudadanía empoderada que ponen límites). Se habló
mucho de batalla cultural en estos años, pero no hay batalla cultural posible
sin primero desmontar el monopolio de medios. No hay batalla cultural sin una
ley de medios efectiva. No hay democracia posible con monopolio de medios que
distorsionan la esfera pública. Y para eso se necesita un Estado capaz de hacer
valer las reglas de juego de la democracia.
En este sentido, se
necesitan ciencias sociales capaces de pensamiento crítico pero también capaz
de pensamiento eficaz. Casi me animo a decir que se necesitan más ciencias
sociales que ingeniería, pensando en las dos variables más relevantes. Para
pensar nuevas alternativas y caminos posibles para la sociedad argentina,
necesitamos una ciencia orientada por una agenda pública.
Amat: ¿No se corre el riesgo de aplicar la lógica
utilitaria a las ciencias y al ámbito del conocimiento en general?
No, para nada. No
se trata de poner en duda el valor del conocimiento generado, por ejemplo, por
las ciencias básicas sino de trabajar con agendas públicas bien definidas, de
donde también debe surgir un lugar para las ciencias básicas. El problema no
son las ciencias básicas, como nos quiere hacer creer el actual gobierno, sino
todos los componentes que faltan en el ecosistema donde se debe integrar la
ciencia básica. De lo contrario, la ciencia básica que se produce en el país se
integra en los circuitos de producción de valor económico de los países
centrales. El INTI, por ejemplo, es un eslabón estratégico fundamental entre el
conocimiento básico y el mundo de la tecnología y la industria. Por eso falta
más inversión y no recorte y desmantelamiento. Para ser claro: no sobra ciencia
básica en Argentina, faltan doctores en ingeniería, faltan ciencias sociales
para comprender la realidad socioeconómica, faltan especialistas en gestión de
la tecnología, en comercialización, y muchos etcéteras. Hablamos de las
patentes, pero no tenemos idea de cómo utilizarlas o cómo integrar una
autoparte nacional a la cadena de valor automotriz. Pero no caigamos en la
trampa de este gobierno, que habla de “conocimiento útil”, de “líneas estratégicas”
para achicar y desfinanciar. El Mincyt de Macri y Barañao responsabiliza a los
científicos por un trabajo que no saben hacer sus funcionarios, que no parecen
entender qué hacer con el conocimiento.
Tampoco para las
universidades creo que tenga sentido el falso discurso utilitarista de este
gobierno. El modelo de universidad pública argentina es de una enorme
complejidad y cumple funciones múltiples que no pueden reducirse a unos cuantos
índices impuestos por organismos internacionales. Tomemos como ejemplo el
problema de la deserción. Muchas personas cursaron al menos uno o dos años,
digamos, en la universidad y eso les da, además de ciertos conocimientos, una
experiencia cultural importante para sus vidas, les da una vía de inclusión
social valiosa. Claro, eso necesita recursos que este gobierno no está
dispuesto a invertir, como no quiere invertir en medicamentos para los
jubilados, o en subsidios para discapacitados, o en subsidios al consumo de
energía. Volvemos al proyecto de país que deja afuera a 20 millones de
ciudadanas y ciudadanos. Es cierto que veníamos trabajando en generar modelos
de universidad pública que acompañaran un proyecto de desarrollo social y
económico, pero hoy solo queda resistir a las políticas de desfinanciamiento,
porque proyecto de país no hay.
Amat: Por último, ¿te parece que se logró mostrar a
la sociedad en estos años el valor de la ciencia y de la tecnología para el
desarrollo?
Yo creo que se
hicieron cosas muy interesantes, incluso inéditas. La primera vez que entré a Tecnópolis
se me caían las lágrimas: cumbia, choripán, pibes por todos lados, ciencia y
tecnología. Un parque tecnológico como no hay en América Latina. Por otra
parte, se hablaba muchísimo de ciencia y tecnología en los discursos públicos.
Se crearon Pakapaka y Canal Encuentro, Adrián Paenza ganó el premio al mejor
divulgador de las matemáticas del mundo (y algunos dicen que se trata de un
caso de talento único, pero esos fenómenos surgen de algún lado: Messi surge de
un lugar como la Argentina, donde se juega al fútbol en todas partes). En este
sentido, el hecho de que el INTI esté resistiendo y esté siendo apoyado por
mucha gente es parte de esa batalla cultural que se dio y sigue viva. No es
fácil resistir cuando avanza un nuevo proceso desindustrializador, pero la
población argentina tiene una cultura democrática fuerte y ahí está la disputa.
Fuente: Revista Sin
Permiso
http://www.sinpermiso.info/textos/el-inti-es-un-espejo-de-los-ciclos-de-la-economia-argentina-entrevista
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