Estado gendarme o
Estado fraterno
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Ante el resurgimiento del Estado Gendarme impulsado por el
totalitarismo de las ceocracias, Raúl Zaffaroni plantea la reposición del
Estado Fraterno, modelo imaginado por Perón. Siete décadas no pasan en vano y
el desafío es el de retomar el reto de entonces y reinterpretarlo en el
escenario actual de la nación, de la región y del planeta.
En estas primeras décadas del siglo XXI avanza
por el mundo el poder de los Ceos de las corporaciones
transnacionales con asiento en el hemisferio norte, que van ocupando el lugar
de la política. Su innegable aspiración totalitaria se manifiesta en su
cooptación de los aparatos estatales y económicos internacionales,
racionalizada con su discurso único (mal llamado neoliberalismo), que domina a
las academias mundiales y se vulgariza a través de los monopolios corporativos
mediáticos.
América Latina, como región subdesarrollada (colonizada en la
nueva versión llamada globalización)
es sometida a un proceso de acelerado debilitamiento de sus Estados mediante
diversas y convergentes estrategias, siendo las más notorias las siguientes:
(a) corrupción de sus estamentos políticos mediante el cohecho activo
practicado por los propios Ceos o sus agentes locales; (b) prohibición
de tóxicos y otros servicios, con su consiguiente plusvalía, que genera luchas
sangrientas por la competencia para el acceso al mercado de mayor consumo; (c) corrupción policial, vinculada o no a
lo anterior, eventual corrupción de la justicia, altos índices de homicidio y
letalidad policial y pérdidas de control territorial; (d) prisionización
masiva en condiciones de campos de concentración y reproductora de criminalidad
violenta, que permite a los monopolios mediáticos justificar cualquier abuso
represivo; (e) contratación irresponsable de deudas
externas que comprometen los presupuestos por décadas y obligan a futuras renegociaciones
problemáticas; (f) venta o entrega
descontrolada del patrimonio estatal a las corporaciones o a sus agentes, con
pretexto de ineficacia; (g) facilitación de negociados con
cobertura de licitud o sin ella, en medio de un festival de especulación
financiera; (h) involucramiento de las fuerzas armadas
en funciones policiales, que deteriora el prestigio de esas fuerzas y, con
ello, la defensa nacional; (i) aperturas de importación que destruyen
a las pequeñas y medianas empresas demandantes de mano de obra, reduciendo la
capacidad productiva nacional; (j) derogación de la
legislación laboral, con el pretexto de que la crisis productiva resulta de los
altos costos de los salarios: (k) desfinanciamiento de la
investigación y de la enseñanza superior oficial, aduciendo que son costos
improductivos; (l) reformas
impositivas regresivas, con el pretexto de estimular a los más ricos para la
inversión productiva, resultando en desplazamiento y concentración de riqueza; (ll) supresión o reducción radical de las
subvenciones a los servicios públicos de primera necesidad, como energía y
transporte, argumentando la necesidad de que cada quien pague sus servicios; (m) reducción y eliminación de planes
sociales, so pretexto de fomentar la holgazanería y el desempleo voluntario; (n) despidos masivos de la administración
pública, so pretexto de reducir el gasto, que desbaratan la eficacia de la
burocracia estatal; (ñ) estigmatización de la
dirigencia sindical con el pretexto de corrupción, con el objeto de impedir
toda resistencia de los movimientos obreros organizados; (o) fortalecimiento de los servicios de
inteligencia para fines de coacción política, so pretexto de investigar
corrupción; (p) difamación pública de todo opositor o
resistente, con falsas noticias y manipulación judicial, con el mismo pretexto; (q) indiferencia o incentivación de la
letalidad policial y de la represión a toda manifestación de resistencia más o
menos colectiva; (r) persecución
de opositores y resistentes, haciendo uso arbitrario de la prisión preventiva,
a través de jueces adictos o coaccionados; (s) privatización de la
seguridad social, arguyendo la falsa imposibilidad de mantener el sistema
previsional solidario; (t) privatización de los servicios de
salud, beneficiando a las empresas proveedoras, con el pretexto de su mayor
eficacia; (u)facilitación de la
intervención privada en empresas extractivas y de importancia estratégica, con
serio peligro de expoliación de riquezas naturales, con el pretexto de
incentivación del sector; (v) estigmatización de pueblos originarios
para despojarlos de tierras o impedir sus reclamos, con pretexto de terrorismo; (w)impulso a la concentración
monopólica de medios de comunicación audiovisuales en manos de corporaciones
afines, para crear una realidad social única, incompatible con la democracia
plural; (x)encubrimiento mediático de
los delitos y negociados de los funcionarios propios mediante el silencio en
los medios masivos; (y) linchamiento mediático de todo juez o
fiscal que no responda a la planificación corporativa, con el pretexto de su
ineficacia o corrupción, y manipulación política para la designación de jueces
y fiscales obedientes al proceso de avance del colonialismo; (z) reducción de salarios, jubilaciones,
pensiones y otros ingresos, mediante una discreta inflación, acelerada por
devaluaciones progresivas de la moneda.
Todo esto converge en el proyecto colonialista que pretende
configurar una sociedad con mayoría excluida (desde fines del siglo pasado de
suele llamar sociedad 30 y 70), cuyo avance
lo posibilitan básicamente dos condiciones que –como veremos- no se hallas
desvinculadas: (a) el consentimiento, resignación o apoyo de buena parte o de
la mayoría de la población; y (b) los defectos de los Estados de la región,
cuya institucionalidad no estaba preparada para defenderlos de la agresión
cometida por los medios antes señalados.
La primera condición resulta paradojal y hasta parece recursiva en
la historia. Nuestra región ha pasado por momentos de marcada ampliación de la ciudadanía real, en que
gobiernos populares lograron elevar a condiciones dignas de vida a amplios
sectores de la población. Pero a poco, esos mismos sectores se volvieron
resistentes y enemigos de esos gobiernos y de sus movimientos políticos y
adhirieron a las fuerzas regresivas, que no sólo impidieron el avance de la
inclusión, sino que incluso la hicieron retroceder. Es inevitable que este
péndulo de diástole y sístole, visto en perspectiva, proporcione la impresión
de que nuestros movimientos populares construyen a sus enemigos, los que, a su
vez, se suicidan política y económicamente, o sea, la sensación de que esos
movimientos han gestado capas de masoquistas sociales. Pero no basta con
describir estos procesos, sino que es necesario hallar su explicación y hacerla
explícita, pues es de toda evidencia que algo viene fallado en nuestra política
regional desde hace bastante tiempo.
Los movimientos populistas latinoamericanos suelen presentar
muchos defectos, pero nunca éstos -ni incluso su eventual violencia- alcanzaron
ni lejanamente los límites de crueldad de los impulsos regresivos. Si bien esto
no debe hacer pasar por alto los defectos, no es posible dejar de reconocer -en
todo momento- que el balance general del siglo pasado y de lo que va del
presente, muestra que sin ellos no se hubiese ampliado la base de ciudadanía
real y seríamos muchos los que hubiésemos podido sucumbir a los riesgos de ser
latinoamericanos: haber sido abortados, carecer de proteínas en los primeros
años y no desarrollar nuestras neuronas, desaparecer por enfermedades
infantiles o endémicas, padecer disminuciones físicas y mentales irreversibles,
ser analfabetos, carecer de toda posibilidad de acceder a estudios terciarios,
etc. Sin lospopulismos, nuestras sociedades serían hoy
continuadoras del quasifeudalismo del porfiriato mexicano, delcoronelismo brasileño, del patriciado peruano, de
la oligarquía vacuna argentina o del estaño boliviana.
Por esa razón, en nuestra región no es admisible que el populismo tenga el mismo sentido peyorativo que
se le otorga en el hemisferio norte, donde es confundido con la táctica artera
de la propaganda basada en los peores prejuicios de cada sociedad (quizá por
una mala traducción de völkisch,
que en sentido correcto sería algo así como popularismo o populacherismo). De cualquier
modo, es necesario no dejar de lado los defectos de nuestros populismos, porque
la paradoja del suicidio social de las capas beneficiadas por ellos, sin duda
que debe responder a alguna de las fallas necesitadas de urgente corrección.
Sin pretender agotar la discusión al respecto, sino sólo de
aportar a ella, cabe observar que el principal defecto ha sido precisamente el
de dejar abierto el flanco de la segunda condición necesaria para la
instalación de los proyectos colonialistas: los populismos no prepararon
institucionalmente a nuestros Estados para resistir una agresión colonialista
como la que sufrimos en este momento. Puede pensarse que quizá tampoco para las
que hemos sufrido con las anteriores regresiones, pero eso sería una cuestión
de investigación histórica y ahora urge pensar en el presente.
No es posible en pocas líneas -ni como tarea individual- proyectar
el modelo de Estado necesario para nuestro desarrollo como región, como tampoco
pasar por alto las diferencias geopolíticas de nuestros países, sin perjuicio
de lo cual es posible señalar el camino, por lo menos en el nivel
superestructural o teórico-político, habida cuenta de que la infraestructura
nunca es indiferente a la superestructura, por lo que es un grave error
despreciar esta última y pensar que puede ser arrojada por la ventana sin más,
pues entre ambas media un estrecho vínculo.
Desde el atalaya de la historia humana es dable observar que cada
vez que los pueblos la recalentaron con cambios profundos, reclamaron para los
Estados el trípode de principios que sintetizó –pero que no inventó- la
Revolución Francesa: libertad,
igualdad y fraternidad. Pero la misma historia enseña que luego,
calmando las aguas revolucionarias al ritmo de las manipulaciones y errores del
poder político y económico, se erigieron modelos de Estados desequilibrados,
que se pretendieron asentar sobre uno sólo de esos puntos de apoyo, pero que en
realidad traicionaban el reiterado reclamo de los pueblos en sus momentos de
ebullición.
Esas racionalidades encubridoras se inclinaron sólo por alguno de
dos de los puntos de apoyo del trípode: la libertad y la igualdad. La
confrontación de poder del siglo pasado provocó en este plano superestructural la opción entre libertad o pan, falsa
hasta el extremo del ridículo: quienes tuviesen libertad sin pan, la usarían
para conseguir el pan y, de negársele ese derecho, perderían el pan y la
libertad; inversamente, quienes tuviesen pan sin libertad, perderían el control
del reparto del pan, que a poco dejaría de ser igualitario. Por eso, tarde o
temprano, ambos caminos son racionalizaciones de algún totalitarismo.
Para contener el avance del totalitarismo en acto que privilegiaba
discursivamente el pan y subestimaba la libertad, se ensayó en la parte más
desarrollada del planeta el modelo de Estado de
bienestar, funcionó como un amortiguador hasta que se implosionó
el totalitarismo de la pretendida igualdad sin libertad y ahora, el real avance
ilimitado del totalitarismo corporativo de los Ceos despliega por el mundo su
propio modelo de Estado totalitario que, aunque sigue con su discurso de
libertad sin pan, al igual que su contrario desaparecido, está dejando sin pan
ni libertad al menos a las dos terceras partes de la humanidad.
Para consolidar el modelo de sociedad con un 30% incorporado y un
70% estructural y definitivamente excluido,
renueva y refuerza en teoría la vieja idea del Estado gendarme, cuya función
se reduciría al cuidado de los límites de una supuesta selva en que cada cual
trataría de alcanzar lo que pueda, pasando por sobre sus semejantes, como si se
tratase de una masa humana huyendo de un naufragio o de un incendio. El homo homini lupus es una frase siniestra, inventada para
legitimar esta visión selvática de la sociedad, que además es falsa, porque en
la selva no rige esta ley, pues de lo contrario ésta perdería su equilibrio
ecológico y se destruiría y, en cuanto al lobo, parece que es el humano el lobo del
lobo, a juzgar por su paulatina extinción (si no equivoco mi
latín sería homo lupus lupus).
A los partidarios de estos encontrados paradigmas de modelos de
Estados desequilibrados que disputaron en el mundo, nuestros populismos, sin
muy alta teorización –más movidos por las urgencias de la pragmática de
inclusión social- les resultaban no sólo contradictorios sino prácticamente
inexplicables, por lo cual con un simplismo indigno de algunos niveles de
especulación teórica sofisticados en otros aspectos, se los desdeñaba como
simples reflejos de las propias manifestaciones de autoritarismo y
totalitarismo centrales.
En Latinoamérica, el colonialismo logró
impedir la creación de un frente común, que posibilitase cierta autonomía de
movimiento y el consiguiente protagonismo planetario de la región, básicamente
porque con facilidad consiguieron debilitar a nuestros precarios Estados
nacionales, abriendo el espacio para las luchas de sístole y diástole
emancipatoria, que llenan la historia de Latinoamérica y de África. No poca
confusión generó en nuestras propias luchas políticas la contraposición de los
modelos de Estado en disputa por el poder hegemónico mundial y las
desarticuladas tentativas de aproximación al modelo de Estado de bienestar, que
pasaban por alto la esencia periférica de nuestro capitalismo productivo.
El objetivo de lograr un modelo propio de Estado, que permita el
ejercicio de la soberanía popular y la consiguiente resistencia al poder
colonialista del totalitarismo corporativo, debe renovarse ahora en otro
escenario, dada la desaparición de uno de los paradigmas ideológicos y la
acelerada quiebra de los Estados de bienestar, cuya función amortiguadora
perdió sentido. Para eso no es inoficioso volver la vista al pasado para
recoger lo que pensaron nuestros mayores al respecto y, si bien no parecen ser
muchos los elementos útiles, dado el paso del tiempo y el cambio profundo del
escenario mundial, lo cierto es que existen algunos que no debemos despreciar.
Posiblemente se puedan detectar otros en un análisis detenido de los populismos
de la región, pero al menos y en lo referente al nuestro país, el ensayo más
interesante de modelo de Estado es el de la tercera
posición del
peronismo de mediados del siglo pasado.
El misterio del tiempo permite ahora dimensionar mejor el carácter
visionario de la tercera posición justicialista, que procuraba alejarse de
ambos totalitarismos, tanto del que estaba en acto como del que aún en parte se
hallaba en potencia, aunque sobre Latinoamérica y África también se manifestaba
en acto, sin escatimar dictaduras, matanzas y atrocidades. ¿Qué modelo de
Estado correspondía a esa tercera posición? ¿Era el Estado de bienestar o se
pretendía inventar algo nuevo? Algunos lo interpretaron así; otros quisieron
ridiculizarlo como mera publicidad; y tampoco faltaron quienes subestimaron la
idea porque no lograba definir el modelo o lo consideraron simplista.
Por nuestra parte no compartimos esas opiniones, sino que, por el
contrario, creemos que Perón ensayó algo novedoso y original, pero siete
décadas no pasan en vano y tampoco se trata de enredarse en una investigación
histórica, sino de retomar el reto de entonces y reinterpretarlo en el
escenario actual de la nación, de la región y del planeta. ¿Cómo pensar hoy un
modelo de Estado cuando está caduco el de pan sin
libertad y avanza
el de sin pan ni libertad? ¿Cuál era
la esencia del modelo que vislumbraba Perón hace setenta años y cuál su
vigencia hoy?
Creemos que la clave está en la idea de comunidad que, depurada de algunas abstrucidades
y usos perversos, a buen entender no significa otra cosa que revalorar el punto
de apoyo del trípode histórico de los pueblos, que el poder forzó a ignorar en
la falsa opción del siglo pasado: la fraternidad.
El modelo imaginado por Perón era, para decirlo en palabras más universales, el
de un Estado fraterno.
Dado que no es
posible concebir la fraternidad prescindiendo de la libertad y la igualdad, no debe reincidirse en un
nuevo error desequilibrante que privilegie un punto de apoyo, sino sólo en un
Estado que equilibre el trípode añadiendo el que los paradigmas del siglo
pasado omitieron, o sea, equilibrar lo que fue desequilibrado en los discursos
o racionalizaciones teóricas manipulados por el poder.
Ese Estado fraterno tampoco puede ser una mera renovación
del Estado de bienestar, aunque recoja algunos elementos de esa experiencia,
pues no se trata de un amortiguador de contradicciones, sino de un Estado
montado como defensa y resistencia frente a un totalitarismo
peligroso para el destino de toda la humanidad, hasta el extremo de poner en
riesgo las condiciones de vida humana en el planeta.
La posición geopolítica subdesarrollada que nos impuso el
colonialismo generó fuertes estratificaciones sociales, por lo que en la resistencia anticolonialista debe ser prioritaria
la defensa de
la vida y la seguridad de nuestros habitantes y, en especial, de sus capas más
vulnerables. Si bien los esfuerzos de inclusión social fueron detenidos por
fuerzas regresivas que respondían al poder colonialista, sin importarles el
costo de vidas humanas, estas regresiones contaron con el apoyo de minorías
privilegiadas y de delincuentes económicos locales, pero también es innegable
que contaron con otro factor, sin el cual no hubiesen obtenido sus
resultados regresivos: no se logró (o fue insuficiente) la creación de subjetividades solidarias, o
sea, que no se pudo afianzar una subjetividad de ciudadanía solidaria. Se
consiguió la incorporación económica de nuevas capas sociales, pero las
subjetividades siguieron siendo definidas por los valores mezquinos del
colonizador.
Mientras no se logre una ciudadanía
solidaria, el mero ascenso económico de capas excluidas o
explotadas (que no es lo mismo) no impedirá nuevas regresiones. Sólo cuando
el/la ciudadano/a solidario/a sienta que no puede ser feliz mientras
sus semejantes padecen violencia y carencias elementales, nuestros Estados
serán fuertes frente al totalitarismo que avanza. En nuestro margen colonizado,
esto significa que sólo esa solidaridad puede proporcionar fortaleza en la
soberanía, porque ésta corresponde a los pueblos y, además, la fortaleza
represiva suele ser propia de Estados débiles en soberanía.
Toda copia imperfecta del viejo Estado de bienestar, carente de la
simultánea concientización solidaria, no hará más que crear nuevas capas con subjetividades alienadas, que
se suicidarán socialmente al identificarse y apoyar a sus enemigos, creyendo
tener al alcance de la mano los privilegios de las minorías beneficiarias del
totalitarismo corporativo colonialista. Cuando Jauretche describía y
ridiculizaba el medio pelo, estaba
refiriéndose a capas de nueva clase media que poco antes habían sido
incorporadas por el esfuerzo populista del yrigoyenismo, pero carecían de toda
subjetividad solidaria y, por ende, adoptaban la ideología antipopular del gorilismo y se identificaban con la oligarquía a
la que aspiraban a pertenecer, aunque era imposible que alguna vez lo hicieran.
Debe quedar claro que esta subjetividad
solidaria no sólo
debería ser fomentada y reforzada por el Estado
fraterno por meras
consideraciones humanitarias -por muy valiosos que éstas sean-, sino como
elemental requerimiento para la coalición social comunitaria, indispensable
para posibilitar cualquier resistencia
anticolonialista. De allí que la subjetividad solidaria contraste
radicalmente con la mezquindad que fomenta el totalitarismo corporativo y
colonizador de nuestros días, que mediante sus aparatos de publicidad
monopólicos crea una realidad disolvente de los vínculos empáticos entre las
diferentes capas sociales e incluso en el seno de éstas.
No debe creerse en un gen egoísta ni en una determinante biológica, pues
toda subjetividad es una creación cultural y, por ende, artificial y mutable,
que en este caso es muy peligrosa, porque destruye el sentido solidario de la
existencia, aliena al negar la evidencia de que toda existencia es co-existencia, porque pasa por
alto que los humanos sólo podemos ser auténticos cuando somos conscientes de
que co-existimos con los otros humanos.
Reinstalar a la fraternidad como tercer punto de apoyo no significa
desconocer el esfuerzo personal necesario para la realización de cada proyecto
existencial, sino reconocer que estos esfuerzos nunca son suficientes para
lograr su objetivo sin la sociedad que todos integramos. La meritocracia individual es producto de una cultura de
alienación fomentada por este totalitarismo, que pretende naturalizar una artificiosidad ridícula, pues
nadie puede concebir un éxito individual que se opere fuera de la sociedad.
Por otra parte, el totalitarismo de nuestros días fomenta la meritocracia individual y al mismo tiempo pretende consagrar
una única y válida meta social, que es el éxito económico individual, o sea, la
acumulación de bienes y dinero. A diferencia del esquema de Merton, que por lo
menos pretendía ser descriptivo, ahora se pretende imponer una única meta
de mercantilización de todo: serás lo que tengas, debes acumular riqueza porque
de otro modo eres un fracasado socialmente descartable.
La aspiración a una subjetividad solidaria –fraterna- no debe
confundirse con la etización gratuita propia de los discursos
moralizantes, huecos y reaccionarios, que invocan la necesidad de educación o
diagnostican crisis de valores. No se trata
de ninguna crisis, sino simplemente, de incorporar capas excluidas pero, al
mismo tiempo, de hacerlas conscientes de la necesidad de seguir incorporando a
otras rezagadas y con las que deben mantenerse los vínculos de solidaridad.
Mucho menos aún se trata de imponer una ética de generosidad que
reclame un profundo cambio
interior de las
personas, lo que llevaría a imaginar una mística que sostenga que el cambio proviene del interior. Nadie ha de pretender que todos sean
San Francisco de Asís, Santa Isabel de Hungría o Buda, lo que sería
políticamente absurdo. Sólo se trata de impulsar la comprensión del dolor
ajeno, del sufrimiento y la injusticia social que padece el semejante que
carece de lo elemental para el desarrollo de su existencia. No se pretende
ningunasantidad,
sino un elemental reclamo tan primario como la ética del escalador, que
simplemente le prohíbe cortar la
soga que sostiene al que viene más abajo.
El Estado fraterno que requiere la resistencia
anticolonialista, sólo logrará su objetivo ético cuando consiga que todo nuevo
humano que ascienda socialmente sea consciente de que, si bien lo hace con su
esfuerzo, hubiese carecido de la posibilidad de realizarlo sin el marco de una
empresa común de incorporación que debe ser impulsada precisamente por los
nuevos incorporados, para seguir reduciendo la exclusión. Se trata de no
olvidar nunca -y menos aún desbaratar- el esfuerzo colectivo, cayendo en la
trampa del canto de sirena que invita a identificarse idealmente con los privilegiados
que postulan la interrupción y regresión del proceso de incorporación,
convenciéndolo de que ya es uno de ellos, cuando nunca lo será porque en
realidad lo invitan a un suicidio social.
En definitiva, también esto se asienta en el segundo punto de
apoyo del trípode entendido razonablemente: laigualdad debe ser de oportunidades para
adelantar el ser de cada uno, es decir, su existencia. No desaparecerán pobres
y ricos ni las clases sociales, pero se trata de que cada habitante disponga de
un mínimo de igualdad de oportunidades garantizado por alimentación, trabajo,
salud, educación y seguridad, que permita que su esfuerzo para llegar a ser lo
que quiera ser no deba llegar al límite de la heroicidad. No se pretende
ninguna utopía de santidad de unos ni heroicidad de otros, pues por algo están
los altares para los santos y los monumentos para los héroes. Sólo se aspira a
una solidaridad elemental, básica, indispensable para la co-existencia, capaz
de neutralizar las trampas del colonialismo o de sus agentes locales.
Los tres objetivos enunciados en el preámbulo de la Constitución
de 1949 (soberanía
política, independencia económica y justicia social) son
interdependientes, pero su sustentabilidad en el tiempo dependerá también de
que en lo social e institucional se logre el equilibrio del trípode de libertad, igualdad y fraternidad.
Quienes entonaban la Marsellesa contra el justicialismo, se olvidaban que las
mujeres que la cantaron en la Revolución Francesa estaban reclamando
precisamente lo que en buena medida el peronismo había realizado. En especial
la justicia social no consiste sólo en la incorporación económica de los más
vulnerables, pues a la larga todo se derrumba cuando ésta no va acompañada por
la incorporación subjetivamente solidaria de éstos, puesto que esa falla los
deja expuestos a los cantos sirenaicos de los agentes locales y transnacionales
de la exclusión colonial.
Más aún: cabe preguntarse si la incorporación
económica agota la incorporación social o si, por el contrario,
es sólo su presupuesto. Es perfectamente válido responder que sin una incorporación cultural solidaria,
aunque medie incorporación económica, no hay una verdadera incorporación
social, sino sólo la creación de una capa social vulnerable a la alienación de
la ideología y de la creación de realidad única del totalitarismo en curso.
La tarea que se nos impone para el futuro es proyectar los modelos
de Estados que, además de perfeccionar las instituciones y clausurar las
grietas por donde penetran las tácticas totalitarias, defendiendo nuestras
riquezas, economía, industria, recursos naturales, biodiversidad, medio
ambiente, etc., asumiendo una institucionalidad que nos proteja del actual
avance del Estado de policía, al mismo tiempo sea capaz de fomentar esta ética
social solidaria, asentándose equilibradamente sobre el viejo y reiterado
trípode de eterna vigencia popular, puesto que, cabe reiterar, fue el siempre
reclamado por los pueblos en sus momentos de recalentamiento histórico.
Fuente: La
Tecl@ Eñe
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