“En un país colonial las oligarquías son las dueñas de los diccionarios.” John William Cooke. Colonización de la subjetividad: La falsa oposición populismo-democracia. Por Nora Merlin
Por Nora Merlin, Psicoanalista - Magíster en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y psicoanálisis (Letra Viva, 2014). Autora de Colonización
de la subjetividad. Medios masivos de comunicación en la época del biomercado para La Tecl@ Eñe
El poder neoliberal se apropió de los
significantes “democracia” y “república”, intentando imponer sus significados
como si fuesen naturales o necesarios. Periodistas”, políticos y jueces del
establishment promueven la caracterización de los populismos como una amenaza
para la república y la democracia. El verdadero peligro, afirma Nora Merlin en
esta nota, es esta nueva forma del capitalismo, el neoliberalismo, que va
erosionando los pilares fundamentales de la república.
Una tendencia
mundial muestra que el neoliberalismo crece a escala planetaria, contaminando
toda la cultura. Los Estados, manejados por gobiernos que representan intereses
corporativos, administran los negocios del capital internacional y terminan
siendo meros gestores o marionetas de las megaempresas. El poder neoliberal se apropió de los
significantes “democracia” y “república”, intentando imponer sus significados
como si fuesen naturales o necesarios. Los “periodistas”, los políticos y los
jueces del establishment instalan y promueven el prejuicio que afirma que los
populismos van en contra de la república y constituyen una amenaza para la
democracia. Ese prejuicio constituye una falacia ideológica que
pretende conservar los ideales de las minorías privilegiadas. Sostenemos, por
el contrario, que el verdadero peligro es esta nueva forma del
capitalismo, el neoliberalismo, que va erosionando los pilares
fundamentales de la república: “libertad, igualdad y fraternidad”,
la conocida frase nacida en la Revolución francesa que en
el siglo XIX se convirtió en el grito
de republicanos y liberales a favor de
la democracia. Veamos qué sucede en el neoliberalismo con cada uno de
estos términos.
Libertad
La mayoría de los gobiernos en esta etapa neoliberal acceden al
manejo del Estado por el voto y, como hemos sostenido en otros artículos, poco
va quedando de libertad de elección ya que los medios masivos colonizan la
subjetividad, crean la realidad y manipulan las supuestas “elecciones libres” a
partir de un totalitarismo comunicacional corporativo. Con voracidad el poder busca consumir al
sujeto, producir una nueva subjetividad e imponer opinión pública a través de
un discurso único. Si los sentidos o las representaciones no se debaten sino
que se cristalizan, se literalizan transformándose en monolíticos, la práctica
democrática es interrumpida dando lugar al autoritarismo y, en el caso extremo,
al totalitarismo. El poder reprime el antagonismo propio de la
política en los cuerpos o en lo simbólico, desconociendo las diferencias, la
pluralidad de voces, los desacuerdos, las demandas populares, lo heterogéneo;
en definitiva todos los elementos de la construcción populista. La democracia
se reduce a un legalismo formal de elección de representantes, un juego de
instituciones, donde los Estados resultan manejados por gobiernos que
representan el poder: un simulacro de democracia.
Igualdad
El neoliberalismo
constituye una potencia que, en acto, está estableciendo una cultura global de
masas, alimentada por un totalitarismo comunicacional de discurso único,
digitando la opinión pública, que resulta sometida de manera inconsciente. Una cultura homogeneizada y
basada en un supuesto consenso que evita el conflicto político, se sitúa en las
antípodas del principio de igualdad democrático. El rebaño totalitario se
configura como una estructura fundada en la identificación, la sugestión, que
se pretende garantía de pertenencia social, cuando en realidad es un
ordenamiento meramente imaginario.
La cultura resulta planteada como un negocio, al quedar organizada
por el imperativo de consumo, que coexiste con la inequidad en la distribución
de la renta y la dificultad para adquirir los objetos necesarios en el mercado.
La subjetividad resulta colonizada por los principios empresariales: el gerente
de sí mismo, el emprendedor, el deudor, la meritocracia y los rendimientos que
nunca dan con la cifra esperada.
Esto acarrea una desigualdad en aumento y la creciente uniformidad
de una masa que rechaza al sujeto del lenguaje y va en contra de la política.
Fraternidad
Vemos surgir un “mundo feliz”, conformista y cínico, que
goza del consumo de fármacos y de todo tipo de objetos tecnológicos, en
el que se reprime el disenso y se desalienta la participación apasionada en
nombre de una falsa armonía, mas determinada por el new age que por la política. El “manual
neoliberal” sostiene el ideal de la gestión junto con múltiples operaciones
orientadas a desprestigiar la política y transformar el conflicto que la define
en una disputa entre individuos motivada por el odio. La política
demonizada, asociada a la violencia y recortada como una cuestión moral entre
buenos y malos, que lleva a convertir al adversario en el enemigo al que se
debe erradicar como si fuera “el mal”. De ahí el auge del racismo, la xenofobia
y una creciente hostilidad hacia el prójimo, que el Estado no regula sino que,
por el contrario, alimenta.
El poder mediático concentrado promueve la satisfacción en la
venganza y en un odio radical contra la alteridad. El odio es una afecto
disolvente de los vínculos sociales que, junto a la agresividad, resulta
descender de la pulsión de muerte. Se torna muy difícil conmover las
identificaciones hostiles, racistas y antidemocráticas, no por déficit
epistémico sino porque los medios de comunicación y el marketing político
realizan una eficaz manipulación del afecto.
Los Estados
neoliberales han fracasado en su función fundamental: evitar el poder del más
fuerte, hoy las corporaciones, y limitar la violencia entre las personas.
Totalitarismo
neoliberal
Constatamos que el
poder neoliberal ataca con toda su artillería: política, económica, mediática,
judicial, imaginaria y simbólica a los populismos. Desprestigiándolos
globalmente los desestabiliza, realiza golpes institucionales como una “cruzada
democrática” y de “lucha contra la corrupción”. Persigue a dirigentes sociales
y políticos, logrando ganar en la batalla cultural por la imposición de
significados, al convencer que populismo es igual a fascismo, y que en
consecuencia se trata de un totalitarismo que se opone a la democracia y a la
república.
Nuestra posición es que el populismo, tal como lo estableció
Ernesto Laclau en su libro La razón populista (2008), amplía la democracia, la
radicaliza, aportándole un pueblo que se construye hegemónicamente
por voluntad popular, en la que no hay privilegio estructural de un
agente o una clase y no hay sentidos naturales ni intereses históricos
necesarios. Se trata de una iniciativa política contingente que supone la
articulación de demandas como práctica concreta, un colectivo de diferencias y
equivalencias en permanente tensión; el trazado de una frontera que divide lo
social en dos campos, y que en el proceso mismo se constituye lo que se quiere
representar: el pueblo. La hegemonía postula una democracia participativa, que
incluye el afecto, los cuerpos, las voces, las demandas. Las acciones del
pueblo constituyen un movimiento instituyente que mantiene viva la democracia,
asegurando su realización en función de los intereses del pueblo, evitando
devenir un dogma fijo y establecido para siempre. Las instituciones
neoliberales no escuchan ni reconocen al pueblo sino que lo rechazan, lo que
transforma a la democracia, que debería ser el gobierno del pueblo, en una
gestión de expertos, en una tecnocracia sometida a los poderes
corporativos.
Populismo y
democracia
El populismo
constituye una posibilidad distinta a la masa de construir lo común.
Contrariamente a lo que algunos afirman prejuiciosamente, el populismo lejos
está de oponerse a la democracia o de constituir un obstáculo para su buen
funcionamiento: ambos se retroalimentan y precisan mutuamente, la presencia
combinada de pueblo y Estado puede ofrecer una perspectiva realista en la ruta
democrática.
El populismo pone en escena un movimiento discursivo y afectivo,
una voluntad popular que interpela y demanda al Estado, radicaliza la
democracia y se sitúa en las antípodas de representar un peligro para ella.
Constituye un experimento soberano de autonomía frente a la civilización
global, que pretende legislar a favor de las minorías privilegiadas. Una
apuesta política distinta a la uniformidad de las recetas que proponen
universalmente los expertos del neoliberalismo.
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