El movimiento obrero en una encrucijada. Los que apostamos a la lucha sabemos que las clases no son pasivas receptoras de las maniobras de los dirigentes.
Por
Guillermo Martín Caviasca, Docente de la UBA y de la UNLP,para La Tecl@ Eñe
El poder del Movimiento Obrero es dilapidado por
una CGT que se mantiene unida a partir de la idea de no romper lanzas con el
gobierno, objetivo sujeto al binomio “presión/negociación”. El problema y
desafío que plantea esta posición es que ante los intereses de un grupo que
negocia por sobre las necesidades de todo el movimiento obrero, la ruptura es
un destino casi inexorable.
El General Perón insistió
siempre a los dirigentes obreros y a los trabajadores en general que
mantuvieran la unidad, que preservaran sus organizaciones. Que si así lo hacían
no podrían ser vencidos en los periodos en que se desataba una ofensiva contra
la clase trabajadora y sus estructuras. Ese consejo fue asumido como una verdad
y principio fundante del movimiento obrero argentino. No era nuevo en realidad,
desde sus orígenes socialistas y anarquistas, las organizaciones obreras
fundaron confederaciones que expresaban esa tendencia a la unidad. También es
cierto que en la mayoría de nuestra historia esa unidad fue más teórica que
real. Una expresión de deseos. O una muestra de conciencia de clase y su
dificultad de hacerla organización concreta.
Salvo bajo los gobierno de Perón, siempre hubo divisiones. Si no
explícitas en la existencia de dos o mas confederaciones de gremios;
implícitas, de tal forma que operaban en la política nacional diferentes
agrupamientos ad hoc para “negociar” o pelear por separado. Combativos y
vandoristas. Participacionistas, clasistas, etc. actuaban con dinámicas
propias. Así tuvimos CGT Azopardo y de Los Argentinos, JTP, Coordinadoras, Los
25, Gestión y Trabajo, etc. Hasta que la CGT de Ubaldini unificó a los trabajadores
y los reclamos populares, fue la última experiencia de unidad que extendió su
manto a todo el pueblo con los famosos (y justos) 26 puntos.
En el pasado más reciente, la década menemista, la CGT (que venia
unificada desde el periodo alfonsinista bajo la dirección de Ubalidni) de
dividió en tres sectores. La CGT permaneció oficialista, o conciliadora, y
surgieron en MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos, conducido por el
tándem Moyano-Palacios de los sindicatos del transporte) y la CTA (Central de Trabajadores
Argentinos: una experiencia nueva propensa a la “libertad sindical” y a
aglutinar otros sectores no asalariados, articulada en trono a docentes y
estatales). Esas dos expresiones dieron batalla en la segunda mitad del
gobierno de Menem, siendo fundamentales en la reaglutinación de la nueva
resistencia popular, aunque faltaron a la cita en la crisis del 2001 (o fueron
a otra).
Con el kirchnerismo, la hegemonía de Moyano y su prestigio ganado
en la oposición al neoliberalismo permitió una reunificación (aunque sin la
CTA, que continuó como una confederación menor, atractiva para activos
militantes marginados de las direcciones de las grandes estructuras). Moyano
condujo la unidad en el periodo expansivo de la economía kirchnerista: millones
de trabajadores se incorporaron al empleo formal y los salarios aumentaron.
Esto no fue homogéneo y la clase obrera no recupero su homogeneidad del periodo
pre-neoliberal, pero sin dudas se expandió en varios sentidos. Uno, de ellos es
el de engorde y/o fortalecimiento de las estructuras sindicales que, bajo la
legislación argentina son depositarias de un poder y de una representación
directa de los trabajadores de su sector económico.
La coincidencia de la crisis política entre MO y el kirchnerismo
con la primera crisis económica pos 2001 no debe sorprendernos. Allí se
desnudaron perspectivas distintas de construcción política y de concepción de
cómo se construye poder social. Sin entrar a profundizar, el sindicalismo
reclamaba para sí el tradicional peso de la clase obrera organizada
sindicalmente en las estructuras del peronismo y dentro del Estado. El
kirchnerismo buscaba una representación multisectorial de sujetos sociales con
sus reclamos en “pie de igualdad”. El kirchnerismo triunfó sobre el MO, ya que
representaba una tendencia de la sociedad “pos fordista”: la ruptura de la
homogeneidad de trabajador asalariado, la dispersión de los sujetos oprimidos,
la “diversidad”. Aunque en ese triunfo fue gran parte de su poder real y de la
sustancia que hacia al peronismo un poder social que iba mas allá de su número
electoral.
Frente al nuevo gobierno de Cambiemos, el MO argentino tiene un
desafío novedoso: es la primera vez que encuentra como antagonista a un
gobierno plenamente antiobrero y antisindical con amplia legitimidad electoral.
Para muchos eso debía indicar que la unidad de la CGT era un hecho cantado. Era
la única alternativa racional para enfrentar lo que aparece como un indudable
proyecto que tiene como objeto deshacer las estructuras legales,
institucionales y sociales que hicieron del MO argentino un factor de poder
ineludible, una corporación de peso institucional, casi una parte del Estado; o
como dijo Antonio Gramsci “estado” en sentido amplio. Pero la unidad fue más
difícil de lo previsible. Subsistieron, aunque en decadencia prolongada, dos
CTAs, diversas corrientes de izquierda y fracciones de derecha con el nombre de
“62 organizaciones” directamente vinculadas al gobierno y las patronales.
Igualmente la CGT se reconstruyó con un hipotético poder de fuego
en condiciones de parar el país con facilidad. Para lograr la unidad reflejó a
varias tendencias y con la novedad de incorporar a organizaciones que
representan a la amplia fracción de trabajadores excluidos del sistema de
salario formal. Pero las estructuras sindicales si bien conservan su poder
institucional, han cambiado en consonancia con ya varias décadas de primacía de
un nuevo modo de acumulación Que implica esto: en cada etapa histórica el
capitalismo transforma las relaciones con el asalariado, para organizar la
extracción de plusvalía acorde a su propia acumulación y a las transformaciones
materiales, sociales y políticas. También transforma las relaciones entre
capitalistas y entre Estados. En relación con esto se transforman las
instituciones estatales y sociales que expresan ese nuevo modo de acumulación.
El capitalismo neoliberal no pudo en Argentina transformar radicalmente a los
sindicatos, en su forma, pero cambió su representatividad y transformó (o
alteró la relación de fuerzas) al interior de su capa dirigente y con sus bases.
La estructura sindical argentina es una fuerza social no solo por
sus bases obreras, sino por que los sindicalistas constituyen una capa que
cumple muchas funciones y que están a la cabeza de un enorme “aparato”. Al
interior de esa capa se consolido una tendencia que concibe al sindicalismo
cono “gestión”, en algunos casos como función ordenadora del trabajo para el
capital y en otros como parte del Estado. Es la ideología de los antiguos
participacionistas. Es la salida que le dio en Menemismo a una parte
mayoritaria de las direcciones, crecer como “aparato”, como mediadores entre el
capital y el trabajo, como socios en empresas, aun `perdiendo en algunos casos
el grueso de sus afiliados. Solo en caso de la Unión Ferroviaria, socia de la
privatización y desguase del sistema ferroviario, dejo 60 mil trabajadores en
la calle y al gremio con solo 8000 afiliados. No fue “solo”· corrupción
personal, sino una concepción de adaptación de la función sindical a la nueva
lógica del capital.
Es imposible entender el
comportamiento de la dirección sindical si no damos cuenta de las
transformaciones estructurales del capitalismo y como operan en la forma
concreta de organización sindical argentina. El macrismo tiene como objetivo
estratégico transformar tanto la legislación laboral como la organización
sindical. O sea alterar el balance de poder entre las clases dando cuenta
jurídicamente de lo que el capitalismo actual a nivel global (no necesariamente
nacional) considera óptimo. Es una identificación con los modelos tipo chileno
y brasileño, pero en Europa la cuestión es similar. En realidad la historia del
MO argentino es muy diferente a la de los latinoamericanos, es más poderoso en
todos los sentidos, y es un actor indiscutido de la lucha política y de la
pelea económica. Y lo es por peso propio.
En estos últimos dos años se esta implementando un modelo de país
que pretende ser un cambio radical y profundo que “termine con la argentina
populista”. Amparado en caballitos de batalla como la corrupción, lo que se
realiza es, en primer instancia, una transferencia de ingresos de los
asalariados a los propietarios, en segunda de los sectores de la economía
mercado internistas a los globalizados, y en tercera desde el país hacia en
extranjero. Pero esto, que dicho así solo prueba a ofensiva del capital en el
terreno económico, aspira a ser sancionado como una transformación estructural
que cierre el ciclo abierto en 1976. Lo cual implica barrer lo que queda de las
viejas conquistas hechas instituciones por el peronismo. Adecuar Argentina al
mundo es hacer de nuestro país un espacio de negocios, es hacer dogma la idea
de mercado como mejor regulador de la economía, la moneda, el trabajo y la
naturaleza. Y por lo tanto eliminar las trabas a ese sistema, una de ellas es
el sindicalismo tal como lo concibió el peronismo. O sea terminar con el poder
sindical autónomo y con capacidad de veto. ¿Permitirán los dirigentes esto?
Muchos indicios dicen que si, pero la pelea en el mundo sindical esta
desarrollándose en este momento. Dependerá de la habilidad el gobierno para
“negociar” con una mayoría dispuesta a “moderar” y “preservar” mediante el
diálogo.
Sin embargo en el MO hay una amplia cantidad de militantes que ven
con claridad el problema y también un conjunto de dirigentes que lo expresan
públicamente. Los agrupamientos y tendencias son diversos, desde Pablo Moyano
hasta las CTAs, desde la Corriente Federal hasta el triunviro Shmid. Pero la
relación de fuerzas muestra que sindicatos como UOM, SMATA, por mencionar dos
de los industriales, se encuentran en la vereda de la “pacificación”. Lo de
SMATA es lamentable ya que su integración a los intereses del complejo
automotriz es total. Pero la UOM no muestra tener nada que ganar, parece
condenada a una caída libre que no se refleja en una resistencia acorde. Aunque
algunas ramas esta insertas en núcleos dinámicos del capitalismo argentino como
los siderometalúrgicos. Los gremios del transporte, que fueron el pilar de la
resistencia sindical al menemismo y claves en cualquier plan de lucha, tiene
una baja importante la UTA conducida por Fernández. Esta organización es socia
privilegiada del ministro de transporte Dietrich. Si en los 90 la UF fue el
paradigma de la integración como socio de negocios y abandono a sus bases (amen
renunciar a toda retórica de defensa del patrimonio nacional), hoy se suman los
colectiveros dejando al mundo del transporte débil para garantizar un paro. Y
así podríamos extendernos en corrientes como la expresada por la UOCRA
tradicional gremio participacionista y los estatales de UPCN, los del agua,
etc. etc.
O sea si antes se acusaba de “reformismo burocrático” al
sindicalismo vandorista hegemónico, hoy avanza una tendencia que tiende a la
hegemonía y se reorienta hacia la “gestión de recursos humanos autónoma” para
amoldarse al capitalismo, tal es el lugar que se le reserva en el modo de
acumulación actual. Sin embargo la resistencia es fuerte, como lo expresan
Palazzo en la conducción de bancarios, los sindicalistas de Seguridad Social
como Fabre, los Camioneros y la izquierda. Pero insuficiente para ganar la
disputa y hacer jugar el aparato en un plan de lucha y parar el país por una
decisión orgánica. Quizás haya que reemplazarla por la lucha.
El 23 de setiembre el máximo organismo representativo de los
trabajadores (o de los dirigentes, que asumimos con un grado de legitimidad
aunque no nos guste en numerosos casos) el Comité Central Confederal, se
reunirá para ver como enfrenta al macrismo. Estamos ante una coyuntura
estratégica. El proyecto que expresa Cambiemos puede ser revalidado
electoralmente.
Vivimos una situación “enrarecida”. La desaparición de Maldonado
en coincidencia con el desarrollo de las PASO se instala como centro de
discusión con cada vez mayor fuerza. Ha dejado en un segundo plano a temas como
el plan económico y laboral del gobierno, la corrupción y la inseguridad. Es un
tema más enrarecido aún por la fantasiosa creación de la comunicación oficial
de una “guerrilla indígena” en el sur, y por la cada vez mas fuerte certeza de
participación la gendarmería en una desaparición forzada y en un operativo
dirigido directamente por el gobierno contra siete personas que cortaban una
ruta. ¿Cuánto puede afectar esto la decisión de lucha de la dirección sindical?
Eso depende de si apuestan a la gobernabilidad, a calmar el ambiente, a
colaborar que las cosas fluyan lo más encauzadamente para Cambiemos y los
políticos que aspiran a una reproducción ordenada del statu quo; o si apuestan
a “patear el tablero”. Entre dos elecciones nos encontramos en una situación
clave para desgastarlo, Los sindicatos son la única estructura organizada del
pueblo argentino con la capacidad de darle una batalla real y ponerle palos en
la rueda, y hasta derrotarlo.
Parece difícil con las expresiones de dirección existentes. Pero,
en muchos casos, la política del gobierno y la burguesía ensoberbecida, logran
lo que la organización conciente no. Si el macrismo y las patronales van por
todo por sentirse demasiado fuertes o porque se sienten ante una oportunidad
histórica, quizás generen una reacción que vuelque a los acomodaticios tras las
fracciones dirigentes dispuestas a luchar. Por otro lado la presión de las
bases, de las organizaciones de base, de las regionales, y algunos sindicatos
pueden ayudar a crear un clima que altere la correlación de fuerzas hacia el
polo de la confrontación.
Hoy la unidad sindical proclamada por Perón parece más bien un
ancla que un poder. La unidad construida en la CGT depende de un equilibrio de
tendencias que se mantienen unidas a partir de un punto en el cual se impone no
romper lanzas con el gobierno. Se lleva la idea de “presión/negociación” al
plano exclusivo del diálogo. Cuando la “amenaza” de plan de lucha llega a la
CGT los dialoguistas apelan al “dialogo” o amenazan con la ruptura. Y el
gobierno dialoga, eso es verdad, avanza y dialoga. Los planes de lucha se
desinflan, se reducen a la retórica, el pueblo se desalienta y pierde
confianza. El enorme poder del MO expresado, aún en esta situación calamitosa,
en tres grandes movilizaciones y un paro general masivo, es dilapidado. Pero
aún Perón, apóstol de la unidad, que tanto llena la boca de los sindicalistas
(aunque cada vez menos), sabia que cuando “algunos” negociaban demasiado y
ponían sus intereses de grupo por sobre los del “movimiento” había que romper y
potenciar líneas de mayor dureza.
El futuro no es predecible. Los que apostamos a la lucha sabemos
que las clases no son pasivas receptoras de maniobras de los dirigentes. Allí
tarde o temprano se dirán las palabras que barrerán (o no) a este proyecto
macrista y a los que lo acompañan desde los sitiales que no deberían ocupar en
los sindicatos.
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