Algunos en política, cansados de mentir, se terminan suicidando con alguna verdad






Hacia casi un siglo Rafael Barret sentenció “Cuando las intrigas públicas encaminan las negociaciones amorosas y deciden la elección de las corbatas, bueno será expulsarlas expresamente de la plana y de la lengua. He venido aquí a ejercitar el albedrío de la razón. Cierto que las ideas son subversivas sólo por ser ideas, pero, ¿qué importa? La política no cede más que a los hechos. La verdad, inofensiva cuando nace, necesita, como los ríos, vagar mucho por el mundo antes de ser capaz de fecundarlo, embellecerlo o arrasarlo. Este puñado de pensamientos que les ofrezco no dislocará el orden existente; acójanlos de buen talante, defiéndalos la inocencia de su poca edad. No deseo llevar la convicción, sino despertar la duda. Me complace que su intelecto siga funcionando después del mío, aunque sea contra el mío. Mi proyecto es provocar en el interior de sus conceptos y de su moral un pequeño temblor de tierra; conseguir desnivelar un cimiento, agrietar un muro. Me encantará que no salgan de esta sala satisfechos y tranquilos, sino inquietos y quizá algo irritados. Siempre es más bello desplegar las velas que anclar en las aguas dormidas. Siempre es más fructuoso sembrar en los corazones la angustia que la paz, decía Ernest Renán”.

Las pulsiones sociales existentes en el presente justamente necesitan de manera imperiosa de ese puñado de pensamientos los cuales más temprano que tarde deberán devenir en renovados cuestionamientos. Resulta imprescindible irritar al sistema instalándole refutaciones inteligentes si deseamos depurar de forma cardinal sus malicias naturales.

La política nos demanda un mejor tratamiento, solicita casi de manera suplicante que su continente, su contenido y su cometido renazcan de sus cenizas materiales y vuelvan a componer el vademécum argumentativo esencial que nos acerque a entenderla en sus trazos gruesos, acaso los evidentes, y sobre todo los finos, los más importantes, los que ameritan dejar sin asunto al sentido común.

Desde hace casi dos años observo centenares de cuerpos mutilados por verdades que para algunos nos sonaban de Perogrullo. Es probable que para asumir la fatigosa tarea de mentirse resulta inexcusable una importante cuota-parte de autodestrucción, cuestión que la sociedad exhibe diariamente sin solución de continuidad. Sucede que mentir y mentirse cansa, y más cuando dicho embuste no forma parte de nuestros propios razonamientos sino son la resultante de la siniestra terciarización que propone dialécticamente, sostiene económicamente e impone socialmente el poder real.


Hannah Arendt, en Verdad y Política, nos dice con relación al fenómeno totalitario por su utilización sistemática de la mentira en la vida pública: A diferencia de otras formas de gobierno tiránicas, en las que la mentira, engaño u ocultamiento es una estrategia deliberada para mantener el orden o sacar provecho personal, la mentira totalitaria busca hacerse pasar por verdad. Dicho de otro modo, mientras que la mentira corriente busca su sintonía con los datos duros de la realidad, esforzándose en ser verosímil, la mentira totalitaria busca ajustar los datos a ella, o mejor desaparecerlos. Con ese propósito destruye expedientes, sustituye registros, elimina personas, reemplaza datos auténticos. El efecto de este proceder en el mediano plazo, es la pérdida de referentes confiables para establecer la cooperación interpersonal (la ruptura del mundo). De nuevo, la verdad y no las meras opiniones, se constituyen como baluartes para la acción política.




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