De “la patria es el otro” (generalidad incluyente) pasamos a “el otro es un narcomenudeador”... (generalidad excluyente)... Cambiamos
Cuando
los enemigos son muchos
Por
Oscar Steimberg, Semiólogo y poeta para para
La Tecl@ Eñe
Uno de los componentes
habituales del discurso de la derecha política es el de la búsqueda de un
efecto de naturalidad y hasta de obviedad, a través de proposiciones breves y
simples que abran posibilidades inmediatas de repetición. En el 55, se
escuchaba decir a los que se regocijaban con los resultados sociales y
políticos del golpe cívico-militar de entonces: “con seis meses de no robar,
aquí se arregla todo”. Y querían volver al 44, o más bien al 42.
El verbo robar no había dejado todavía su lugar al
sustantivo corrupción, pero ambas
denuncias, con su elevado grado de aparente sencillez y claridad, podían
articularse con proposiciones macropolíticas que terminaron cumpliendo, cada
una en su tiempo y de acuerdo con diferentes estilos de época, la misma
función: unificar y simplificar la serie de denuncias destinadas a similarizar,
y entonces hacer acumulables, las razones aducidas para postular una condición
intrínsecamente amoral y antisocial como característica absolutamente
definitoria del movimiento popular que se quería borrar de la escena y de la
memoria política.
Había ocurrido en la irrupción del primer peronismo, y antes en el
treinta con el yrigoyenismo; después, cada tiempo político recuperaría su
complejidad, y en todo caso la maldad adjudicada a los enemigos históricos
pasaría a remitir a pecados más diversos. Pero en los momentos de irrupción de
movimientos sociales de refundación o ruptura, o ante la posibilidad de su
vuelta, crece hasta sus niveles más altos el nivel de simplicidad de los
discursos de la derecha. Como si se apelara a una búsqueda sin precedentes de
claridad y síntesis para acercar la posibilidad del rechazo de todo recomienzo
político y social. Como si fuera lo más profundamente propio esa absoluta
simpleza en el nombrar; en el nombrar una acción que movería todo para dejar
como estaba lo que se hacía en las más plurales instancias de la gestión
política del país, en cada uno de sus espacios de poder. Como si se tratara de
decir poco repitiendo mucho, hasta terminar, tal vez, con lo nuevo. Unos años
después ya costará mucho apelar a esa reducción del vocabulario en el debate
político, inevitablemente empujado por las imprevisibilidades de la marcha a la
recuperación de su complejidad.
Pero… aquí entra el tema de los retornos de un cierto efecto de
novedad, o del retorno de algo que lo fue, hoy advertible en reflexiones sobre
lo social como las propuestas por Durán Barba. Clásicamente, en las
macroimpugnaciones de derecha a los gobiernos populares se señala a un grupo, a una banda… aunque se proponga
compartir una calificación o clasificación que se sabe abarcativamente social y
hasta racial. Y podría decirse que el consultor Durán Barba se ha apartado esta
vez de lo actualmente habitual al condenar, en su definición de adversarios, a
los que son “parte del millón de personas vinculadas al narcomenudeo en la
ciudad y en la provincia, entre otros” (de remarcar: un millón nada más
que en la capital y la provincia).
La acusación irrumpe definiendo a un conjunto que constituiría…
una gran parte de la sociedad, como ocurrió en las adjudicaciones de
inferioridad social al migrante interno proferidas por el primer antiperonismo,
o aun (podría compararse) por un racismo cualquiera.
Es como si a los de la otra (propia) parte del electorado el
consultor les pidiera compartir su ¿sencilla? mirada sobre lo social, por la
que uno o varios millones de posibles votantes opositores están siendo
clasificados como subsidiados profesionales y/o especialistas en narcomenudeo.
Lo nuevamente novedoso (si no nos alejamos muchas décadas del presente) es la
explicitación de la masividad adjudicada al enemigo social y político: en
general, calificaciones sociales tan inclusivas y explícitas se piensan pero no
se dicen; se acusa a unos gobernantes pero no a una masa de votantes o a un
pesadillesco conjunto social… para evitar que los desbordes de un chacoteo
político en charla privada se conozcan de pronto en momentos de un discurso
público y de campaña. Como si se volviera a momentos históricos en los que era
educadamente aceptable el reconocimiento de que el enemigo político y social
podía estar conformado por la mitad de un pueblo, o por una clase. Y como si
los participantes en los chacoteos se hubieran vuelto a mostrar como en aquel
entonces, con sus señales más inmediatas de pertenencia o de aspiración a una
jerarquía social.
En aquellos tiempos, las migraciones internas amenazaban la
continuidad de las imágenes urbanas indicadoras de un estilo aceptable de vida,
y el enemigo también podía definirse -como ahora otra vez en los retratos
sociales de Durán Barba- en términos de una condición masivamente plural. Como
si los malos volvieran a ser insoportablemente muchos, y ya no produjera culpa
volver a ver la política así.
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