La quita de
pensiones a personas con discapacidad y las brutales represiones a integrantes
del Frente por el Trabajo y la Dignidad Milagro Sala y a los trabajadores de
PepsiCo revelan el carácter autoritario del Régimen, afirma Mario de Casas en
este artículo. Ante la gravedad de los hechos se impone el imperativo político
que formuló Cristina el último 25 de mayo: “Hay que construir la unidad para
poner límites al ajuste”
Por Mario de Casas, Ingeniero civil. Diplomado en Economía Política, con Mención en Economía
Regional, FLACSO Argentina – UNCuyo. FpV
La impresionante concurrencia de masas que se
dio cita en el estadio de Arsenal, la quita de pensiones a personas con
discapacidad y las brutales represiones a integrantes del Frente por el Trabajo
y la Dignidad Milagro Sala en la avenida 9 de julio y a los trabajadores de
PepsiCo, son expresiones genuinas del dilema sociopolítico que protagoniza el
país.
En el estadio se consumó un hecho político revelador de que si el
odio a Cristina como persona se ha cultivado e inducido sin descanso, no ha
sido por razones baladíes. Cristina es el símbolo que congrega la resistencia
al Régimen, no sólo ahora sino desde que asumió su primera Presidencia. En el
espacio público, ella es un factor de desarrollo de la conciencia política de
los sectores populares; en cambio, considerada al margen de las masas que la
siguen no sería motivo de alarma, y la histeria que despierta en las huestes
oligárquicas perdería la base de sustentación que la mantiene y exacerba.
Generalizando el razonamiento, cabe afirmar que los kirchneristas
no son el blanco de la hostilidad, es el kirchnerismo. Como ciudadanos
dispersos no somos un problema. Lo preocupante es que actuemos como fuerza
organizada y cohesionada -de ahí los esfuerzos por dividirnos-; y que
kirchnerismo y antikirchnerismo sean, en esta etapa, una forma imperfecta pero
posible de manifestación de la lucha de clases. Por eso los predicadores que
vociferan “hay que cerrar la grieta” nos quieren sometidos, no como somos, sino
como seríamos si renegásemos de nuestras convicciones.
El instinto de conservación de la oligarquía es la mejor guía para
caracterizar al kirchnerismo: no lo juzga según los disfraces teóricos que ella
misma le atribuye, como cuando habla de “populismo”, sino por lo que realmente
es: una amenaza tangible a sus privilegios, una expresión transformadora
concreta. Así, ante la vigencia y fortaleza del liderazgo de Cristina, la
actitud del Régimen nos ubicó en el rol que objetivamente cumplimos.
La prueba más contundente es que quienes encabezan los aparatos
satélites, condicionaron sus candidaturas a la de Cristina, alguno hasta
incurrió en el sincericidio de explicar que es candidato sólo “para frenar a
Cristina”. Conforman un pseudopluripartidismo, una unidad no una variedad. Por
encima de diferencias insignificantes, todos coinciden en la doctrina del
antipopulismo -aunque no sepan qué es el populismo-. Se entiende:
“antipopulismo” es en realidad la ideología común implantada en este momento
histórico por el imperialismo en su pretendida jurisdicción regional para
ahogar los movimientos nacional-populares. Es decir que “populismo” -como
estigmatización- cumple hoy en nuestra América la misma función que cumplió el
término “comunismo” durante la guerra fría: atacar a todo movimiento que ponga
en peligro los intereses de la explotación interna y del saqueo neocolonial;
aquí y ahora, ese movimiento se llama kirchnerismo.
Por otra parte, la quita de pensiones -que el cinismo oficial
presentó como un acto de buena administración- y las represiones en la 9 de
julio y PepsiCo -incluida la grave hipótesis que las vincula con especulaciones
electorales de la alianza Cambiemos- son hechos de violencia pura y dura que
nos han permitido ver al Régimen desnudo, sin sus mistificaciones. El país
entero pudo verlo tal cual es, violento por naturaleza, despejado el follaje de
los buenos modales, de la juridicidad que le pertenece o de las palabras que en
su discurso son cáscaras vacías, como libertad, república o democracia: los
derechos y garantías que en teoría nos corresponden a todos y todas han quedado
reducidos a patrimonio de una minoría; las instituciones han revelado su
contenido clasista, es decir, ya no son otra cosa que formas cristalizadas del
privilegio.
Los hechos esclarecen el sentido profundo del imperativo político
que formuló Cristina el último 25 de mayo: “Hay que construir la unidad para
poner límites al ajuste”. Primer paso para recuperar lo perdido y profundizar
las transformaciones, la única unidad que más temprano que tarde integrará una
mayoría.
Fuente: http://www.lateclaene.com/
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