La tercera posición peronista nos muestra su profunda verdad: no había ninguna opción totalitarismo-democracia, sino una polarización entre dos totalitarismos. Por E. Raúl Zaffaroni para La Tecl@ Eñe
Derechos
Humanos versus totalitarismo corporativo
Por
E. Raúl Zaffaroni para La Tecl@ Eñe
El derecho
internacional de los Derechos Humanos surgió formal y tímidamente a partir de
la Declaración Universal de 1948, para ir cobrando volumen mediante tratados
multilaterales universales y regionales a lo largo de décadas.
Este proceso no se
inició como una ocurrencia, pero tampoco de calma meditación, sino del miedo de
un mundo asustado por la catástrofe que había terminado tres años antes. Se
demoró por efecto de la llamada guerra fría que polarizó el mundo y, pese
a ella, fue avanzando lenta y dificultosamente, venciendo resistencias.
Su objetivo máximo
es dar realidad al principio de que todo ser humano es una persona y,
por ende, debe ser tratado y respetado como tal.
Obviamente que esto
es difícil en un mundo en que dos tercios de la humanidad pasa necesidades y un
1% concentra una riqueza equivalente a lo que necesita la mitad más pobre de la
población del planeta para sobrevivir o para ir muriendo con paciencia.
Además, en un
tiempo, por cierto que brevísimo en comparación con el que el homo sapiens lleva
andando sobre este planeta (y aún muy breve comparado con lo que llevamos desde
que dejamos de ser puros cazadores), agotamos aceleradamente las condiciones de
habitabilidad humana del planeta: ensuciamos y cerramos cuartos de nuestra
única casa común.
La guerra fría terminó,
el totalitarismo comunista se implosionó, y ahora avanza sin límites el
totalitarismo corporativo de transnacionales. La tercera posición
peronista nos muestra su profunda verdad: no había ninguna opción totalitarismo-democracia,
sino una polarización entre dos totalitarismos.
Se nos escapa la realidad en medio de un mundo de
ficción: el totalitarismo corporativo vive en la ficción. En efecto: hemos
inventado personas, personas jurídicas, que no son humanas, sino
acumulaciones de dinero en cantidades increíbles, que no sabemos a quién
pertenece, sus dueños podemos ser nosotros mismos, pero que manejan tecnócratas
entrenados para producir más dinero y encargados exclusivamente de hacerlo, so
pena de ser reemplazados.
El dinero mismo se
ha vuelto una ficción: recibimos y pagamos en dólares porque confiamos en que
así seguirá siendo, pero nada más. El papel moneda mismo ni siquiera circula en
grandes cantidades como tal, sino que se transfiere presionando una tecla.
Esos conglomerados
inmensos tienen sus sedes en los países del hemisferio norte. Los políticos de
esos países se han convertido en lobbistas y agentes de las
corporaciones, que los dominan porque pueden desplazarse horizontalmente cuando
quieran, mientras que la política es por naturaleza local. Puede decirse que ya
no gobiernan, sólo administran.
Esos
administradores tienen únicamente el poder de presionar al resto del mundo para
debilitarles sus Estados y en algunos casos destruirlos. América Latina es
víctima de estas presiones, que debilitan nuestros Estados para modelarnos
sociedades con pocos incluidos y muchos excluidos, lo que alguien ha denominado
la sociedad 30 y 70.
Ese modelo de sociedad
requiere la contención del 70% excluido, que en parte logra con una creación de
realidad también de ficción, mediante monopolios de medios de comunicación
audiovisuales.
Pero como la
creación mediática de realidad tiene límites, el totalitarismo corporativo
extrema su tecnología de control: nos filman, nos escuchan, los leen, se meten
en nuestros hogares, suprimen toda privacidad, nos controlan con cámaras y con
drones, generan pánico, miedo ante el terrorismo o ante la delincuencia común,
nos fabrican estereotipos de adolescentes peligrosos, nos inventan adolescentes
asesinos seriales que no existen, todo para que complacidos aceptemos los
controles que cada día nos quitan un pedazo de libertad.
Mas como aún así
también este control tiene límites, montan con el mismo pretexto aparatos
represivos, que muestran una pretendida eficacia preventiva que no tienen, pero
que sirven para contener descontentos y disidentes que se atreven a proyectar
una sociedad diferente a la del 30% de incluidos y el 70% de excluidos.
Como es dable
deducir, este totalitarismo corporativo es por esencia enemigo de los
Derechos Humanos. Pretende disfrazarse de liberal, aunque Locke y
todos los que pensaron el liberalismo se conmuevan en sus tumbas, porque la
única libertad que defienden es la de las corporaciones, es decir, de las personas
jurídicas, de las personas de ficción, pero no de las personas de carne, hueso
y sangre, cuyo destino –incluso como especie- no se toma en cuenta.
Lo que sufrimos hoy
en América Latina se inserta en este marco de poder planetario. Estamos
viviendo la etapa de colonialismo avanzado que corresponde al totalitarismo
corporativo. Somos virreinatos del siglo XXI, sólo que despersonalizados,
porque en este totalitarismo, así como nadie es dueño del dinero tampoco lo es
del poder: no hay un Hitler ni un Mussolini ni un Stalin, ni siquiera un Franco
o un Oliveira Salazar. Tampoco tenemos en la Argentina a un Vértiz y ni
siquiera quizá a un Sobremonte. Sólo administradores del sur, chief
executivers officers de menor jerarquía, que negocian con los
administradores del norte acerca de los detalles de su subordinación.
Personajes coyunturales que pasan y van a morar en el olvido, disfrutando de
los beneficios obtenidos.
El mundo cambió
demasiado rápidamente y esto produce desconcierto, pero no podemos
equivocarnos: el momento histórico es diferente a todos los anteriores, porque
la historia no se repite, sino que se continúa.
No llama la
atención en este contexto mundial y regional, en que los Derechos Humanos y su
derecho internacional no es más que un obstáculo a eliminar por parte del
avance totalitario corporativo, que en nuestro país, la Corte Suprema haya
declarado prescriptibles las acciones civiles de reparación por crímenes de
lesa humanidad, contrariando la posición de todo el sur del planeta, que
conserva la esperanza de reparaciones por los genocidios colonialistas.
"Estamos
viviendo la etapa de colonialismo avanzado que corresponde al totalitarismo corporativo... No
llama la atención en este contexto mundial y regional, en que los Derechos
Humanos y su derecho internacional no es más que un obstáculo a eliminar por
parte del avance totalitario corporativo, que en nuestro país, la Corte Suprema
haya declarado prescriptibles las acciones civiles de reparación por crímenes
de lesa humanidad."
Tampoco llama la
atención que la misma Corte Suprema, violando el derecho internacional y el
propio constitucional, variando inconsultamente su jurisprudencia pacífica, en
una causa en la que ni siquiera debía pronunciarse, se haya proclamado
intérprete de la Convención Americana de Derechos Humanos, decidiendo cuándo y
cómo habrá de cumplir con las decisiones de los órganos jurisdiccionales
internacionales.
Compagina
perfectamente con el avance del totalitarismo corporativo la idea de que los
tratados internacionales incorporados a la Constitución Nacional en función del
inc. 22º del art. 75º, son derecho prestado y de segunda categoría.
¿Qué otra cosa
puede pensarse de las expresiones injuriosas y difamatorias del Presidente
hacia la justicia laboral y los abogados laboralistas? ¿Se erige en el
continuador de la Corte Suprema de la oligarquía, que se negó a tomar juramento
a los primeros jueces laborales? Recordemos que fue una de las imputaciones por
las que se removió a sus ministros en el juicio político de 1947 (la otra
importante fue la acordada de setiembre de 1930). El Presidente no ha tenido ni
siquiera la elemental hipocresía de disimular lo que piensa: reclama jueces
propios. ¿Por qué no propone la disolución del fuero laboral y volver a la
justicia civil, por ser más liberal e igualitaria?
No podemos dejar de
mencionar el nuevo Plan Cóndor judicial. Ya no se mata, se secuestra
ni se manda al exilio a los líderes o posibles líderes, ni se proscriben
partidos, sino que en el Mercosur se trata de excluir a todo dirigente popular
peligroso para los programas del totalitarismo corporativo por vía judicial,
valiéndose de jueces adictos, estrellas o atemorizados. Tal es el procedimiento
seguido o intentado con Cristina, con Lula y con Lugo y, ahora parece que hasta
se lo intenta con Pepe Mujica.
Cierta sorpresa
causa la insólita sentencia del famoso dos por uno, porque en verdad, a juzgar
por Chile y otros países, los genocidas de la etapa anterior del colonialismo
fueron usados y luego, terminada su labor, el totalitarismo corporativo los
consideró contaminantes y se desentendió de su destino. Sin duda que
ese intento fue una muestra más de regresión en materia de Derechos Humanos,
pero que debe mover a reflexión acerca de nuestros folklóricos personeros de
ese totalitarismo. Tal vez algunos sean más agradecidos que otros respecto de
sus predecesores en anteriores etapas de colonialismo. No obstante, la reacción
inmediata del oficialismo de turno puso distancia de semejante agradecimiento y
dejó a la intemperie a la mayoría de su propia Corte Suprema.
A todo esto debe
agregarse el papelón internacional que sufrimos todos los argentinos con la
detención puramente política de Milagro Sala. No se trata de un gobierno, sino
de nuestra imagen como Nación en el concierto internacional. Un juego partidista
mantiene esa detención en un feudo dominado por un gobernador del que no puede
prescindir el oficialismo de turno sin una crisis interna, cuando
constitucionalmente correspondería la intervención federal. El testigo de cargo
más importante contra Milagro es uno de sus empleados, y la manipulación del
Superior Tribunal de la Provincia no deja de ser un escándalo mayúsculo, sin
contar con la complacencia de alguna cámara federal obediente.
Lamentablemente, la
regresión en materia de Derechos Humanos no se detendrá. El oficialismo marcha
hacia un nuevo e inevitable ajuste y tiene sólo dos fuentes: nuevo aumento de
las tarifas y ANSES. Cualquiera de los dos temas lesionará más Derechos Humanos
de los más humildes y, finalmente, alcanzará a la clase media aturdida por el
bullanguero espectáculo televisivo.
Pero los pueblos no
se quedan quietos. Latinoamérica toda se pondrá de pie nuevamente, no es la
primera vez que sufrimos el colonialismo y esta etapa totalitaria también habrá
de superarse. El camino de los Derechos Humanos se retomará, sólo que debemos
cuidarnos de las provocaciones: los veteranos debemos cuidar y advertir a los
más jóvenes, que por suerte no han conocido momentos de represión.
Fuente: http://www.lateclaene.com/
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