Nadie es ilegal; lo que comienza con una farsa se convierte en algo mucho más desagradable y peligroso, por Mike Davis, para Revista Sin Permiso
Mike Davis, profesor del
Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California,
Riverside, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, para Revista Sin Permiso
Publicamos a continuación la Introducción de Mike
Davis, miembro del Consejo de Redacción de Sin Permiso, al libro Nadie es Ilegal,
Haymarket Books, (Chicago, Illinois), del que es coautor junto a Justin Akers
Chacón, historiador profesor de Estudios Chicanos. En el libro, los autores
recorren un siglo de luchas de los inmigrantes por derechos, ciertamente una
gran contribución al debate que traspasa hoy los conflictos locales y que la
nueva derecha de los Estados Unidos y, particularmente el triunfo de Donald
Trump, recorre el planeta.
Los campos de oro
de California han sido irrigados muy frecuentemente con la sangre de sus
trabajadores. Un caso notorio fue la gran huelga que se diseminó como fuego
incontrolado por todo San Joaquín Valley en el otoño de 1933. Protestando por
los bajos salarios que impedían alimentar a sus hijos, cerca de 12 mil
personas, principalmente mexicanos recolectores de algodón, escaparon de sus
trabajos conducidos por el izquierdista Sindicato Industrial de Trabajadores
Agrícolas y Conserveros.
La manifestación
masiva, moviéndose en caravanas de coches y camiones entre las diferentes
granjas, rápidamente paró las cosechas en un área de trescientas millas
cuadradas. Los agricultores rápidamente trajeron esquiroles provenientes de Los
Ángeles, pero la mayoría de ellos desertaron o fueron atemorizados por la
ferocidad de los huelguistas.
Los agricultores,
los desmontadores de algodón y la cámara de comercio recurrieron a la
estrategia clásica: se prepararon a sí mismos en grupos de vigilancia
imponiendo el terror en los condados. Estas Alianzas de Protección de
Agricultores desintegraron los mítines de los huelguistas, los expulsaron de
sus campamentos, quemaron sus tiendas, los apalearon y hostigaron en los
caminos y amenazaron a los comerciantes que intentaran suministrarles créditos
o emplearlos. Cuando los huelguistas se quejaron a las autoridades, los
sheriffs locales se subordinaron a los vigilantes. “Protegemos a nuestros
agricultores aquí en Kern Country”, comentó un sheriff. “Ellos son nuestra mejor
gente…hacen que el país vaya adelante…y los mexicanos son escoria. No tienen
estándares de vida. Los tratamos como manadas de cerdos”.
A pesar de las
palizas, los arrestos y los desalojos, la solidaridad de los huelguistas
permaneció inconmovible hasta principios de octubre, mientras los agricultores
experimentaban la pérdida de sus cosechas. El San Francisco
Examiner notificó que
todo el valle era un “volcán ardiente” listo para erupcionar. Funcionarios del
Estado ofrecieron una comisión de indagación que el sindicato rápidamente
aceptó, pero los vigilantes respondieron con asesinatos. En una reunión en
Pixley el 1º de octubre, el líder sindical Pat Chambers se dirigía a los
huelguistas y sus familiares cuando diez camionetas de vigilantes con escopetas
irrumpieron abruptamente en la escena. Chambers, un veterano en este tipo de
trifulcas, previendo el peligro inminente, dispersó la reunión y alertó a los
huelguistas para que se refugiasen en las oficinas centrales del sindicato, a
un lado de la carretera. El historiador Cletus Daniel describió así la masacre:
“Cuando el grupo se dirigía hacia el edificio, uno
de los agricultores disparó su rifle. Un huelguista se aproximó a éste
bajándole el cañón del fusil y otro agricultor armado corrió hacia él, lo tiró
al suelo y lo asesinó de un disparo. Inmediatamente el resto de los
agricultores abrieron fuego sobre los huelguistas y sus familiares que trataban
de huir. En medio de los gritos de los que permanecían heridos en el suelo, los
agricultores continuaron el fuego dentro del vestíbulo del sindicato hasta que
se acabaron las municiones”.
Los vigilantes mataron
a dos hombres, uno de ellos el representante local del cónsul general mexicano,
e hirieron gravemente a otros ocho manifestantes, incluso a una mujer mayor. Un
periodista de San Francisco informó que el salvaje tiroteo destrozó las
banderas norteamericanas que colgaban en las oficinas del sindicato. Casi
simultáneamente, en Arwin, sesenta millas al sur, otra banda de vigilantes
agricultores abrió fuego contra un grupo de manifestantes matando a uno e
hiriendo a varios. Aunque los trabajadores retornaron desafiantemente a la
huelga, los agricultores amenazaron con expulsar a sus familiares del
campamento de la huelga cerca de Corcoran. Enfrentando aún más violencia de
todo tipo, los huelguistas cedieron a regañadientes a las presiones federales y
del Estado y aceptaron un aumento de salarios en lugar del reconocimiento del
sindicato.
Al año siguiente,
mientras a atención pública se encontraba fascinada con la épica de la huelga
general de San Francisco, los agricultores vigilantes y los sheriffs locales violaron
la Constitución en los campos de California e impusieron lo que los “new
dealers” y los comunistas denunciarían como “fascismo agrícola”.
Uno de los sitios más tenebrosos fue Imperial Valley – el más cercano análogo
racial y social de Mississippi – donde sucesivas huelgas en los cultivos de
lechuga, guisantes y melón durante 1933 y 1934 fueron disueltas con absoluto
terror, incluso con arrestos masivos, decretos anti-huelgas, desalojos,
palizas, secuestros deportaciones e intentos de linchamiento contra los
abogados de los huelguistas.
Aunque los
trabajadores urbanos guiados por los sindicatos del nuevo Congreso de
Organizaciones Industriales (CIO) derrocaron exitosamente a las “open shop”
(empresas que emplean a trabajadores que no son miembros de un sindicato) en
San Francisco y Los Ángeles, los trabajadores agrícolas de California – llámese
María Morales o Tom Joad – fueron aterrorizados por diputados fanáticos y
pandillas furiosas. Las amargas memorias de esos sucesos brutales están urdidas
en las novelas de John Steinbeck, In Dubious Battle y Grapes of Wrath, así como en el
evocador “Vigilante Man” de
Woody Guthrie:
“Oh, por qué el vigilante,
por qué el vigilante
lleva esa escopeta recortada en sus manos?
¿Pretende acabar con sus hermanas y hermanos?
Pero dicho
vigilante no fue sólo esa figura siniestra de la década de la depresión: como
explicaré en esta historia resumida; el vigilante vertió una sombra permanente
sobre California desde la década de 1850 en adelante. De hecho, el vigilantismo
– la coerción y la violencia de clase, racial y étnica, enmascarada en una
apariencia semipopulista para apelar a las altas autoridades – ha jugado un
papel mucho más importante en la historia del Estado del que se conoce. Un
amplio arco iris de grupos minoritarios, incluso nativos norteamericanos,
irlandeses, chinos, punjabiés, japoneses, filipinos, okies, afroamericanos y
(persistentemente en cada generación) mexicanos, así como sindicalistas del
comercio y radicales de varias denominaciones, fueron víctimas de la represión
de los vigilantes.
La violencia
privada organizada en conjunto, violando las leyes locales, ha configurado el
sistema de castas raciales de la agricultura de California, derrotando a
movimientos radicales de trabajadores como IWW, y manteniendo el New Deal
(Nuevo Acuerdo: política económica aplicada entre 1933 y 1940 por la
administración del presidente Roosevelt) fuera de los condados agrícolas del
Estado. También ha instalado innumerables leyes reaccionarias y ha reforzado la
segregación legal y de facto. Por otro lado, el vigilante no es una curiosidad
de un pasado maléfico sino un personaje patológico que experimente en la
actualidad un dramático resurgimiento al tener que enfrentar, los
anglo-californianos, el declinar demográfico y la evidente erosión de sus
privilegios raciales.
En la actualidad, los armados y
camuflados “Minutemen”, en sus diversas formas, instigando las
confrontaciones en la frontera, o (vestidos de civiles) hostigando a los
jornaleros frente a los Home Depots (grandes almacenes comerciales) suburbanos,
son la última encarnación de esa vieja personalidad. Su infantil forma de
pavonearse contrasta quizá de forma jocosa con la auténtica amenaza fascista de
Granjeros Asociados y otros grupos de la época de la depresión, pero sería
tonto ignorar si impacto.
Así como los
agricultores vigilantes de la década de 1930 lograron militarizar la California
rural para enfrentar los movimientos laborales, los “minutemen” ayudan a
radicalizar el debate dentro del Partido Republicano respecto a la inmigración
y la raza, contribuyendo al completo retroceso nativista contra la propuesta de
la administración Bush de un nuevo Programa Bracero. Los candidatos en
las elecciones republicanas de California del Sur compiten ahora unos contra
otros por los favores de los líderes de Minutemen. Estos neo-vigilantes,
armados y conocedores de los medios, que amenazan con reforzar las fronteras,
ayudan también a la cada vez más exitosa campaña de transformar las leyes
locales en políticas de inmigración. Y como diría un verdadero dialéctico, lo
que comienza con una farsa se convierte en algo mucho más desagradable y
peligroso.
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