LA CUESTIÓN NACIONAL, por Mario de Casas para La Tecl@eñe, Tercera y última parte






Hace pocos días expusimos la primera y la segunda parte del estupendo ensayo de Mario de Casas titulado La Cuestión Nacional publicado por La Tecl@eñe. Aquí la tercera, pero antes adjuntamos el post de los dos primeros capítulos...



En la tercera y última entrega de “La Cuestión Nacional”, Mario de Casas analiza el alto grado de fragmentación como factor que ha contribuido y sigue contribuyendo fuertemente a que los países al sur del Río Bravo - en particular los hispanoamericanos - sean dependientes.

Por Mario de Casas (para La Tecl@ Eñe)

En la 2ª. parte de este trabajo me he referido a uno de los aspectos que caracterizan la cuestión nacional en los países de América latina: la debilidad material e ideológica de las burguesías nacionales -como clase- para impulsar un desarrollo capitalista autónomo de los países centrales. Esta realidad implica un desplazamiento de tan crucial desafío hacia otros actores sociales.

La experiencia histórica enseña que en nuestros países dependientes tal transformación tendrá por motor al Estado, conducido por los sectores populares y sus aliados más una amplia participación del capital nacional, o no será; y que consiste en consolidar un patrón de acumulación que desarrolle el mercado interno y promueva la industrialización como orden socio-económico dominante, para lo cual es fundamental la apropiación social de las extraordinarias rentas agropecuarias -por ejemplo, vía retenciones-. Se generan así las condiciones necesarias para un adelanto tecnológico propio y un elevado nivel de empleo, tanto general como calificado, que equivale a decir mejores salarios y redistribución progresiva del ingreso.
           
Además, en tal situación el Estado puede garantizar la ampliación continua del régimen de acumulación reteniendo el excedente dentro de las fronteras nacionales; y evitando la depredación de los recursos naturales, muchos de los cuales son no renovables, escasos y revisten un valor estratégico: no hay industrialización sin energía y sin petróleo.  

La balcanización
           
El otro rasgo de la cuestión nacional argentina y latinoamericana es la balcanización. Aunque en torno de este asunto se suscitaron memorables controversias, como la que sostuvieron Jorge Abelardo Ramos y Milcíades Peña, está fuera de duda que el alto grado de fragmentación -artificial e interesadamente inducida- es un factor que ha contribuido y sigue contribuyendo fuertemente a que los países al sur del Río Bravo -en particular los hispanoamericanos- sean dependientes. De ahí la enorme importancia que adquieren los proyectos de integración concebidos para superar esa condición; porque -hay que decirlo- no han faltado las propuestas de “integración” que van en sentido contrario, no por casualidad impulsadas por el imperio. Ejemplo paradigmático y reciente fue el ALCA, frustrado por la acción decidida de los presidentes Chávez, Kirchner y Lula da Silva; y en los días que corren, sus retoños, el Tratado Transpacífico (TTP)       -ahora demolido por Trump- y la Alianza del Pacífico.
           
Habíamos visto que la nación es una comunidad históricamente constituida en unidad territorial, de lengua y de cultura, pero también en unidad económica.
           
Durante el período colonial español, Hispanoamérica configuraba una unidad política compleja aunque articulada. Además, la guerra de la independencia estuvo inspirada por un proyecto nacional americanista que forma parte del patrimonio del movimiento popular argentino porque dio la dimensión fundacional de la patria, que fue parida en base a una concepción nacional continental. Tanto es así que el Himno Nacional canta en nombre de “Las provincias unidas del sur”: no es el himno nacional de la Argentina que quedó, no como algunos pretenden porque “Perdimos a Bolivia, Paraguay y Uruguay”; eso es chauvinismo: perdimos tanto como ellos al perdernos a nosotros, nos perdimos recíprocamente. Asimismo, la independencia fue proclamada en Tucumán por “Nos los Representantes  de las Provincias Unidas en Sud América reunidos en Congreso General”, representantes cuyas provincias no coinciden con las de nuestra Argentina actual.
           
Es evidente que queda un sustrato histórico de ese desarrollo frustrado, como se ha podido ver en más de una oportunidad cuando los pueblos se han manifestado dando testimonios recíprocos de solidaridad, aunque haya sido muy distinta la orientación político-ideológica de sus gobiernos.
           
Por estas razones, al hablar de una cuestión nacional estamos hablando de la cuestión nacional latinoamericana, no de la cuestión nacional argentina o uruguaya o boliviana; sin perjuicio de las singularidades de cada país y -sobre todo- del respeto que debemos a la autodeterminación de los pueblos, que implica el rechazo de todo hegemonismo. Es decir que la estrategia para la liberación tuvo y debe tener como objetivo central la unidad nacional latinoamericana. Perón dijo una frase que sintetiza inequívocamente el desafío: “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. Se  trata de una idea estratégica, independiente de la forma en la que se realice esa unidad; es probable que sea un proceso complejo en el que las contradicciones secundarias van a estar siempre presentes.

La balcanización es el proceso que quedó consumado a lo largo del siglo XIX. Son conocidos el fracaso de la convocatoria de Bolívar a un congreso en Panamá para avanzar en la conformación de la unión iberoamericana y las hostilidades a esa iniciativa, como la que se dio en el Río de la Plata por parte del elenco rivadaviano, entonces en el gobierno: mientras la guerra de la Independencia se estaba dirimiendo con un resultado todavía incierto, el gobierno unitario de Rivadavia intentaba comprar con una indemnización el reconocimiento por España de la independencia del Río de la Plata.
           
Ante la ausencia de una burguesía que buscara un mercado interno entre las fuerzas económicas en formación, se impusieron las oligarquías portuarias - merantiles y terratenientes- que dominaban un espacio interior desde alguna ciudad estratégica. Fenómeno que determinó que Hispanoamérica estallara en todas las  direcciones.
           
Aunque en el ámbito portugués-americano se daba una situación similar, al parecer, la importante conexión de Inglaterra con Portugal -su colonia de hecho- y más tarde con Brasil -ya “independiente”- determinó que el imperio apoyara la unidad de Brasil, que era tan precaria como la del resto de Iberoamérica. Inglaterra lograba así una vía de penetración que practicó hegemónicamente en la esfera militar durante la guerra del Paraguay.
           
Por su parte, la oligarquía portuaria de Buenos Aires tuvo una definida política espacial: sólo hacía concesiones a los terratenientes, facilitándoles el avance hacia zonas pampeanas al sur del Salado, con lo cual concretó una planificada disgregación del viejo territorio virreinal; bloqueó salidas alternativas hacia los océanos y, así, al comercio mundial. Conservó y controló con mano de hierro lo que hoy son las provincias interiores y Santa Fe. Es decir que el ex virreinato del Río de la Plata fue un caso más de ese proceso trágico de fragmentación.
           
Aquí es importante detenerse en la errónea interpretación de la historia argentina que han hecho algunos teóricos marxistas influenciados por la tradición liberal-unitaria. En efecto, al explicar el devenir del siglo XIX hacen coincidir “revolución burguesa” con burguesía comercial porteña aliada al capitalismo británico que, por estar en su período de ascenso librecambista, actuaba “progresivamente”. Por contraste, la resistencia federal del interior -cuyo fundamento económico era la protección de las artesanías regionales- es descalificada como “pre-capitalista”. Se presentan las cosas como si arrasar con tales artesanías hubiera sido el prerrequisito para un efectivo desarrollo burgués.
           
Es fácil comprobar en ese razonamiento un vicio recurrente, que en este caso consiste en trasplantar automáticamente a las condiciones del Río de la Plata las categorías burguesía-feudalismo de la historia europea, aplicadas a la dialéctica unitario-federal.
           
Entiendo, en cambio, que nuestro federalismo provinciano -aunque con raíces pre-capitalistas- ejerció una resistencia a las oligarquías portuarias que no puede ser calificada de reaccionaria. Tanto es así que aquellos movimientos tendían a asegurar condiciones de autodeterminación y soberanía indispensables    -éstas sí- para un futuro desenvolvimiento capitalista; y, al contrario, el burguesismo de los patriciados portuarios era de carácter meramente formal, desarrollaba ciertas instituciones, cierto orden de relaciones propias de la sociedad burguesa pero no a la sociedad misma como tal, sino como un apéndice colonial.
           
Efectivamente, cuanto más postradas nuestras economías regionales a la penetración británica, con más potencia se expandía el capitalismo europeo y crecía el nivel de sus fuerzas productivas. Al mismo tiempo que -por eso mismo- se retrasaba la saturación histórica de ese régimen, que obtenía un desarrollo adicional a costa del nuestro.
           
Por otra parte, ¿cómo explicar que la tradición “pre-capitalista” -nacional democrática- subyace, como tierra fecunda en nuestros movimientos de masas contemporáneos, cuya filiación histórica es indiscutible? Si el unitarismo y sus secuelas hubieran cumplido un papel revolucionario burgués, la corriente federal de masas hubiese desaparecido absorbida definitivamente por la transformación en la nueva sociedad. Pero ni el librecambismo clásico ni -mucho menos- la época imperialista produjeron semejante transformación. La antigua tradición perdura y se renueva sin solución de continuidad hasta desembocar en los modernos movimientos nacionales y populares, prueba de que el federalismo popular provinciano tiene un carácter potencialmente burgués-nacional en oposición al burguesismo colonial -antiburgués- del unitarismo.
           
En síntesis, que nuestros países no hayan alcanzado niveles de desarrollo capitalista que les permitan ejercer plenamente su soberanía política, y que muestren elevados índices de desigualdad e injusticia social, es consecuencia de que los sectores populares no han conseguido hasta el momento imponerse en el marco de la contradicción fundamental en la que nos debatimos desde hace doscientos años: la disputa en los planos político, económico y cultural entre la entidad nación-sectores populares por un lado, y la alianza entre las oligarquías locales y el imperialismo realmente existentes por el otro.
           
Es más, a juzgar por la velocidad con que hoy son revertidas las importantes transformaciones cuya concreción fue posible tras doce años de gobierno popular, es lícito hablar de una derrota transitoria de los sectores subalternos en esa prolongada controversia.



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