NO HAY UN PERONISMO, HAY PERONISTAS...




CONSOLIDACIÓN DEL CLIVAJE GOBIERNO VERSUS OPOSICIÓN


Veranito peronista

Por Andrés Fidanza, Periodista, para Le Monde diplomtique


La suerte de la estrategia del primer año PRO –morigerar el fracaso económico con éxito político– se vio alterada hacia fin de año: en el Congreso, los peronismos lograron aglutinarse y cortar la buena racha oficialista. El nuevo escenario le plantea desafíos no sólo al Poder Ejecutivo, sino también a la gran y heterogénea familia peronista.
Emilio Monzó tiene un pin azul con la cara de Máximo Kirchner. Lo guarda en una oficina de techo alto y vista gris hacia Combate de los Pozos: uno de los despachos que le corresponden por su condición de Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, cargo que lo deja segundo en la línea de la sucesión presidencial, solamente por detrás de Gabriela Michetti. El redondelito de metal está pegado por un imán a una pizarra blanca, en un rincón del salón. Ahí, sobre un fondo con el celeste fuertón que identifica al Frente para la Victoria (en realidad es un Azul 3005U, según el riguroso código de la paleta Pantone), figura tanto la foto como el nombre del hijo de Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Se trata de una aclaración innecesaria en el caso de Máximo, cuyas facciones y apellido resultan inconfundibles, al punto de que a él mismo le funcionaron como un mandato casi obligatorio para candidatearse a diputado en el 2015. Alrededor del pin de Máximo hay otros 71 con el mismo color: el bloque completo del FpV, con sus nombres y caras, aunque sólo un poco menos de la mitad de esos 71 legisladores responda efectivamente al liderazgo de Máximo Kirchner. La mancha de diputados azules está ubicada a la izquierda de la pizarra, tal como están dispuestas las bancas en el hemiciclo. A la derecha de esa especie de abanico representativo de la Cámara Baja, se planta el pelotón amarillo: 87 chapitas con los diputados de Cambiemos. Hasta hace poco más de un año, antes de que el macrismo rompiera el mito de la invencibilidad peronista, la distribución era a la inversa: el oficialismo kirchnerista (siempre mayoritario) ocupaba el sector de la derecha. En el TEG de la oficina monzonista, entre los azules y los amarillos aparece la tropa de Sergio Massa, incluido el jefe del Frente Renovador. Son 37 y su color es el violeta. Desde ese callejón intermedio los massistas intentan abrirse paso ansiosamente hacia la izquierda, hacia la derecha y sobre todo hacia el futuro. Pegadita a ellos, hay una franja negra de pines: los 17 justicialistas de Diego Bossio, la tercera rama peronista (pero no la última) con voz en la Cámara. A la izquierda del FpV, en distinguido verde oceánico, figuran seis fichas del sello Peronismo para la Victoria, una escisión del kirchnerismo que incluye al Movimiento Evita de Fernando “Chino” Navarro.


A lo largo de su primer año en el poder, el gobierno se sirvió de esa dispersión opositora dentro de la gran familia peronista. Una fractura que excedió largamente las intrigas palaciegas del Congreso: la derrota en los penales del balotaje centrifugó al peronismo, hasta convertirlo en un grupo de tribus resentidas y desconfiadas entre sí. El revoleo de bolsos millonarios por parte del ex secretario de Obras Públicas José López, segundo de Julio De Vido durante 12 años, potenció la atomización. Y a su vez legitimó la versión, muy presente en las redes sociales y algunos medios, de que el kirchnerismo fue una asociación ilícita como cualquier otra banda delictiva común, sólo que más duradera y montada desde el Estado.


“Hasta la foto del peronismo unido, la contradicción principal del universo opositor radicó en la diferenciación interna, con fuertes dosis de inercia: un kirchnerismo que se seguía comportando como si liderara una coalición de Gobierno, obsesionado con señalar a los que se iban, y un peronismo no-kirchnerista que no se comportaba como si fuese opositor, obsesionado con diferenciarse del kirchnerismo. Es decir: de su propio pasado reciente”, resume el director de la consultora Ibarómetro, Ignacio Ramírez.

Ante ese paisaje del Apocalipsis peronista, con olor a napalm en las mañanas, el macrismo avanzó con éxito en sus políticas de ajuste. No encontró dificultades ni demasiada resistencia, salvo por la predecible (y por momentos estereotipada) que oponía el cristinismo. Para mover la economía, Mauricio Macri depositó su fe capitalista en la estampita de las inversiones privadas. Lo hizo en reemplazo de la que había elegido el kirchnerismo: la del consumo. Pero los dólares nunca llegaron, en un contexto global más bien reacio para ese tipo de desembolsos, y entonces Argentina se quedó sin inversiones ni consumo. En una suerte de compensación no monetaria, el gobierno vivió de cierta inercia anti-kirchnerista, sumada al handicap del crédito social con el que todavía cuenta. Así, en ese déjà vu diario se pasó el primer año del ciclo PRO: el éxito en la acción política financió el fracaso de la economía. En la última curva del año, sin embargo, una serie de retrocesos y errores no forzados del gobierno alteraron aquel guión. La escalada de esa mala racha oficialista (que recién sobre el cierre del año se revertiría parcialmente) fue la convocatoria a sesiones extraordinarias: ahí no consiguió los votos para aprobar su proyecto de reforma al Impuesto a las Ganancias. Por el contrario, la oposición (con base en los cuatro ramales que tiene el peronismo en Diputados) unificó sus proyectos y consiguió darle media sanción. Los autores de su letra chica fueron los economistas Marco Lavagna (FR) y Áxel Kicillof (FpV). Macri sintió ese acuerdo como una traición imperdonable por parte de Massa: se fastidió tanto, que lo acusó de impostor desde radio Mitre, omitiendo por un rato su estrategia de polarizar exclusivamente con Cristina Kirchner.


En Casa Rosada, desde su oficina amplia con vista a Plaza de Mayo, un funcionario del equipo comunicacional de Marcos Peña asegura que la maniobra terminó siendo perjudicial para Massa. “Le hizo perder el voto potencial de nuestro electorado. En los focus siempre le salta que no es confiable. Ese es su mayor déficit. Y esto lo corrobora 100%”, explica el subsecretario, sin falta protegido por su Mac finita y gris. El macrismo intenta hacer virtud de sus dificultades: negocia en bambalinas, se ofende, se autoconvence de su relato o refuerza su speech antiperonista, en función de las opciones que le queden a la mano.


Más allá de la agenda común 


La audaz jugada de la oposición dejó al oficialismo al borde del veto o, en el mejor de los casos, de la negociación frenética con la conducción de la CGT, los senadores (especialmente con su favorito: Miguel Ángel Pichetto) y los gobernadores. Cuando la ley parecía arrinconar a Macri hacia una decisión incómoda, nueve gobernadores opositores se reunieron en el subsuelo del hotel Savoy: ahí, un poco presionados por el oficialismo (Macri no inventó esa pólvora, pero la sabe usar), sacaron mejor las cuentas sobre los millones de pesos que dejarían de recaudar. En conclusión, sellaron un clima de rechazo al proyecto. 


Una vez alcanzada esa primera posta favorable, el gobierno citaría a la cúpula de la CGT en el Ministerio de Trabajo: de un lado de la mesa de madera larga, Jorge Triaca, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y un embajador de Marcos Peña: su vice en la jefatura de gabinete, Mario Quintana. Enfrente, el triunvirato cegetista compuesto por Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña más algunos gordos e independientes. Sobre la mesa vidriada, vasos de vidrio altos, jarras de agua y de Coca, celulares, hojas en blanco y lapiceras. Bajo las luces de tubo de esa sala ministerial se cerraría un acuerdo sobre Ganancias, ubicado a mitad de camino entre el proyecto oficialista y el opositor.


Pero independientemente del desenlace, el solo hecho de compartir una agenda le sirvió al peronismo para recuperar la iniciativa perdida. Más aun: le sirvió para ponerse de pie. O al menos para creer en la potencia de esa metáfora. Mientras tanto, la revitalización del PJ disimula todas las diferencias que aún subsisten entre los distintos peronistas, empezando por las surgidas a partir de una pregunta básica: ¿qué es hoy el peronismo? Mejor dicho: ¿qué quiere ser y representar? El trazo grueso de una respuesta se impone por default, casi en reacción física a la existencia del macrismo. Porque sin buscarlo, el oficialismo empuja en bloque a los peronistas hacia su izquierda. Si bien cada sello tiene una identidad y un discurso más afinado (o una pretensión al respecto), todos marchan en conjunto hacia la defensa del Estado, el empleo y la igualdad. Cualquier otro casillero de la oferta electoral ya se encuentra tomado por el macrismo. Dentro de esa arena común, Cristina Kirchner carga con un plus épico y casi sentimental: toca el corazón de los pobres de La Matanza y el de una minoría progresista de clase media. En contrapartida, la ex presidenta irrita de forma insalvable a otros tantos, volviendo impracticable su convocatoria hacia la unidad amplia.


A la crítica por izquierda al macrismo, Massa le agrega sus dos temas fetiche: impuesto a las ganancias e inseguridad. Mago de la táctica, “ventajero” e “impostor” (cuando Macri está enojado), y creador de un postperonismo para peronistas (definición del sociólogo Ricardo Sidicaro), Massa canta a pedido de su público. Y si su audiencia está compuesta por una parte de la aristocracia obrera y los comerciantes del conurbano (una clase media emergente), el ex intendente de Tigre promete ocuparse de sus principales problemas, que parecen ser los robos y el impuesto a los salarios altos.


El veranito justicialista patea para adelante otra cuestión siempre clave para el folclore del PJ: ¿quién manda? ¿Massa o Cristina? ¿Y Florencio Randazzo? ¿Y quién de ellos es el mayor garante de la unidad? “Hay un proceso de renovación de cuadros peronistas, con intendentes y legisladores jóvenes. Lo que falta en algunos espacios es un liderazgo claro. Eso en el Frente Renovador está resuelto: es Sergio. Por una afinidad generacional, muchos se van a terminar acercando a nuestra fuerza”, apuesta el senador provincial Sebastián Galmarini. Hermano menor de Malena, Galmarini hincha en favor de la variante peronista de su cuñado. Al igual que Massa, y en contraste con la realización zen-familiar que parece buscar Macri, Galmarini curte un way of life integralmente dedicado a la política. Si promete devolver el llamado, lo cumple, aunque sea a las apuradas entre un acto y una reunión.


El otro interrogante, puesto convenientemente en suspenso, refiere a los principales candidatos de las próximas legislativas. El peronismo unido le ganaría con amplio margen a los postulantes de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires (¿Gladys González encabezará la boleta de senadores?). Pero a medida que se acerque el cierre de las listas esa ilusión se irá diluyendo: en el fondo, ni los massistas ni los kirchneristas creen que sea posible (ni del todo deseable) ese nivel de comunión. Para llegar a ese deadline faltan más de seis meses. Mientras tanto, tras un año en la trinchera (los kirchneristas), y en un cogobierno tenso con el macrismo (los massistas), las diversas tribus justicialistas se entregan a disfrutar su momento de protagonismo y de mini-gloria.


“El peronismo está en una situación muy distinta a la que teníamos seis meses atrás”, se auto-arenga el intendente de San Martín, Gabriel Katopodis, referente del llamado Grupo Esmeralda. “Hay un reconocimiento tácito por parte de todos: el panorama social y económico está muy complicado. Quedó claro que el gobierno no es el dueño de la pelota. Y eso generó algunos niveles de acuerdo y muchos estímulos para que nos organicemos y armemos algo en serio”, opina “Kato” con optimismo. El intendente de San Martín acaba de bajar del piso 19 del edificio porteño del Banco Provincia, ubicado a dos cuadras de la Casa Rosada. Ahí se había presentado, casi una hora antes, junto al presidente del PJ Bonaerense, Fernando Espinoza, el jefe del Movimiento Evita, Fernando “Chino” Navarro, y el intendente de San Antonio de Areco, Francisco “Paco” Durañona. Los cuatro se reunieron con el ministro de Gobierno de María Eugenia Vidal, Joaquín de la Torre, uno de los peronistas (otro más) que fue incorporado a la administración bonaerense. En un alto de la negociación sobre el proyecto de presupuesto, el grupito peronista pidió que Vidal les cediera la Vicepresidencia de la Cámara de Diputados bonaerense. Se trata de un rol que, vía un acuerdo de cogobierno entre la gobernadora y el FR, el año pasado le correspondió al massismo. Y se suponía que este año se repetiría ese arreglo. Pero un poco a partir de la fricción entre Macri y Massa, los cuatro dirigentes se tiraron un lance. Y si bien no consiguieron ese objetivo de máxima, se llevaron otra promesa: la asignación de dos carguitos en la dirección de la Defensoría del Pueblo bonaerense.

Para las primeras, las segundas y hasta las terceras líneas del vasto club peronista, el cambio de clima ya se tradujo en un encadenado de asados, brindis, chicanas por whatsapp, maquinaciones, delirios y conspiraciones en ciernes, bajo la convicción compartida de que el futuro de la patria está atado al peronismo. Signifique lo que eso signifique.


El planteo monzonista


Hasta hace un mes, Emilio Monzó miraba con orgullo la pizarra de los pines, con los nombres, las caras y la afiliación partidaria de los 257 diputados. A diferencia de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa en sus inicios presidenciales (las únicas dos gestiones no peronistas desde 1983), Mauricio Macri no tiene mayoría en Diputados. Con 87 bancas, Cambiemos constituye apenas la primera minoría de la Cámara. Pese a esa desventaja, logró aprobar más de 100 leyes propias, como el Presupuesto y el pago de casi 9.500 millones de dólares a los fondos buitre.


Ahora Monzó contempla las fichas con una mezcla de resignación y humildad a la fuerza. “Tenemos 87 bancas. Con 129 arranca una sesión. Siempre estamos 42 diputados abajo. Hay que negociar. En algunos casos uno por uno. Pero está también el trabajo de Rogelio Frigerio, un gran ministro, y los gobernadores son muy buenos. Ayudan mucho a hacer el esfuerzo para que las leyes que necesita el gobierno de Macri estén lo antes posible”, afirmó durante un almuerzo con Mirtha Legrand. Ya desde el primer plato de vegetales cocidos, la Chiqui lo había puesto bajo sospecha por su excesiva familiaridad con el universo peronista. Y cuando Monzó destacó la “inteligencia” de Máximo Kirchner y la “honestidad” de Axel Kiciloff (previamente había endulzado a Massa y ninguneado al gurú Jaime Durán Barba), a Legrand ya le resultó demasiado. “Para muchos usted es kirchnerista”, lo acusó directamente, aunque una vez más lo hizo en nombre de la gente. Omitiendo sus orígenes en el semillero de la UCEDE (un olvido en el que también caen Massa, Amado Boudou y Ricardo Echegaray), Monzó se justificó como pudo: “Soy peronista, Macri lo sabe desde el primer día”. Antes de sumarse al PRO, en 2011, Monzó fue duhaldista, sciolista, randazzista y narvaecista. A lo largo de ese periplo se consagró como empleado de planta permanente del sistema político, siempre a golpe de teléfono para el cambio circunstancial de camiseta. Macri, en cambio, es un líder mucho más ideológico. El presidente acata los tips duranbarbianos que recomiendan hablar el idioma amable de los timbreos, las fotos con Antonia y el perro Balcarce. Pero a la vez se planta contra las exigencias de la ONU y reafirma que Milagro Sala, la jefa de la Tupac Amaru, tiene exactamente lo que se merece: prisión preventiva.

Monzó formó parte del gabinete ampliado (31 varones y 4 mujeres) que convivió durante dos días en la residencia presidencial de Chapadmalal. El macrismo presentó el evento costero como un retiro espiritual, aunque en la práctica estuvo más influenciado por las técnicas empresariales para mejorar los vínculos entre empleados y, por lo tanto, también sus rendimientos. Ahí, en el quincho del complejo construido por Perón en 1947, Monzó fue víctima de bullying por parte de sus compañeritos macristas. ¿El motivo? Sus elogios públicos a Máximo Kirchner. Hasta Macri lo chicaneó a la pasada, con ese tono papa en la boca que se le dispara cuando quiere ser sarcástico.

“Nos cargan porque elogiamos a Máximo y Massa, pero a ellos les responden setenta tipos. ¿Qué esperan que hagamos?”, contraataca un operador de Monzó, trajeado impecablemente al estilo del jefe, en una pausa de su relojeo al celular.


Antes de aterrizar en Chapadmalal, Monzó ya se había hecho fama de problemático al reclamar una serie de cambios de gabinete, incluida la incorporación de peronistas. Si bien dio los nombres de Florencio Randazzo, Julián Domínguez y Gabriel Katopodis, el planteo apuntaba a sumar dirigentes (más) eficaces, tanto para la gestión como para el arte de la rosca. “Pedimos ni más ni menos que lo que está haciendo Vidal”, resumió un asesor de Monzó. En privado, el pálpito monzonista era (y sigue siendo) que el gobierno tendrá problemas de gobernabilidad en caso de no modificar la táctica vigente. Si Macri no apura algún cambio, Monzó pronostica dos complicaciones: caída electoral en provincia, más un año legislativo a la defensiva, en el que su trabajo se limitará a atajar los penales de la oposición.


“No se trata de amontonar”, le respondió Macri. El presidente cerró así la discusión, unos días antes de que se concretara el mini golpe palaciego en nombre del Impuesto a las Ganancias. Ante el hecho consumado, con Monzó haciendo cara de “yo te avisé”, no hubo ningún tipo de arrepentimiento por parte de Macri. A casi ningún presidente le resulta fácil cambiar de rumbo, de ideología o de ADN. Mucho menos después de haber llegado a la presidencia con la única ayuda de un radicalismo debilitado. Hace un año y medio, el macrismo desoyó el consejo de analistas, consultores, editorialistas, punteros, sindicalistas, chamanes y sabios de la política: se concentró en el juego propio y ganó las elecciones sin la necesidad de acordar con el peronismo.


Desde la vereda del PJ, en las últimas semanas hubo un bajón de libido respecto a la posibilidad de llegar a un acuerdo con el gobierno. Con la economía congelada y el clima de campaña a la vuelta de la esquina, hasta los peronistas más pragmáticos lo pensarían dos veces.


“Hay gente que todavía tiene buenos recuerdos del peronismo: ahí está su capacidad para revitalizarse”, señala el doctor en Sociología Ricardo Sidicaro, autor del libro Los tres peronismos. Con dedo en la sien y tono pausado, Sidicaro echa luz sobre el triángulo compuesto por Macri, Monzó y el peronismo: “En el gobierno, cada uno piensa algo distinto cuando habla de peronismo. Los más realistas o los que tienen cuestiones negociables saben que todo se arregla. La confusión es creer que existe algo que existió hace 30 o 40 años, pero ya no existe más”.

Desde la presidencia de Menem, el peronismo se volvió una identidad gelatinosa. Es un dato viejo, sólo ignorado por algunos románticos o carcamanes esencialistas. No hay un peronismo: hay peronistas. Para todos ellos, con la excepción de la minoría que ya integra Cambiemos, el 2017 llegó con una alteración del escenario. Y no se trata de un intento de unidad mítica, casi inviable (y excepcional) en la Argentina real de los peronistas reales. La novedad es la consolidación del clivaje gobierno versus oposición, hasta ahora relegado por la omnipresencia de Cristina Kirchner y los pases de facturas intra-peronistas. Aliviado por el cambio, un intendente no cristinista del conurbano lo explica a su manera: “Al fin dejamos de hablar de la imagen 70%-30% en contra que tiene Cristina, y pasamos a hablar del 60%-40% en contra que tiene Macri”.


Fuente: © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Comentarios

  1. QUE VIENEN CON DIVIDIR AL PERONISMO SI VA PERON VOTAMOS A PERON, SI VA CRISTINA VOTAMOS A CRISTINA.

    PANQUEQUES TRANCEROS QUE SE SUMAN AL DESASTRE DE SAQUEO DE CAMBIEMOS, NO LOS VOTA NI SU MADRE.

    LOS PERONISTAS TRUCHOS QUE VAN CON CAMBIEMOS SON PERONISTAS TRUCHOS O DELARUISTAS.

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  2. Es una muy vieja aspiración conservadora esto de pretender la inexistencia del Peronismo. La variante moderna, por supuesto, exige cierta pudicia al deseo bruto por desaparecerlo y ensaya una expresión salomónica como "no hay Peronismo sino peronistas". Por muy otras razones (algunas muy honestas, otras no tanto) varios sectores del Peronismo se consuelan con algo parecido a lo expuesto por Fidanza (unos porque son nostálgicos del menjunje menemista, otros porque,interesados en comprender el instante peronista, no pueden distanciarse y mirar más lejos). El riesgo para unos y otros es idéntico: terminar afirmando algo tan intrascendente como "hay gente diversa".
    Sin embargo, es ese corpus elusivo peronista el que termina resolviendo las indefiniciones en una dialéctica no apta para cardíacos que a veces huele bien y otras, pésimo. Para cualquier peronista, está bien claro qué es ser peronista y qué es no serlo (y no tiene que ver con izquierdas y derechas, precisamente) sino con la elección del destinatario de ese esfuerzo partidario y el grado de honestidad con que se concurre a satisfacerlo.
    Fidanza, al igual que otros instaladores de pseudo-certezas -, atrae agua para su molino y decreta la inexistencia de ese corpus ineludible.
    Ciertamente que hay una crisis de cuadros muy profunda. Si sacamos a Cristina y a algunos poquísimos con capacidad de visión remota, con posibilidad de imaginar futuros ... el tan cacareado recambio generacional que embelesa a más de un ambicioso, queda pagando. Porque no es lo mismo reportarse presente que tener consistencia.
    No sería raro entonces que el Macrismo no sepa tratar con un corpus peronista tan complejo. Para mí el Peronismo es tal en tanto agudiza contradicciones y las revela. El Peronismo, está vivo cuando corcovea ante un orden cerrado. Porque nació como heterodoxia y ése es su cauce natural. Cuando lo vea aplastado, manso, me preocuparé. Porque ya no será Peronismo. Saludos.

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    1. Coincido.. Error de muchos Claudia. Analizar el peronismo antropologicamente a través de los dirigentes quebrados y no de su pueblo.. Fidanza, cae en los mismos recodos en los que suele navegar la izquierda, Natanson, Caparros, entre otros. En todo caso dicha definición salomónica les cabe a todas las ideologías, religiones y corrientes filosóficas. Curiosamente se abstienen de hacerlo, acaso su estigmatizacón hacia el peronismo se los impide.. Saludos..

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  3. Bueno, es sabido que si uno es de "izquierda", pituca, intelectual, de tonos rosados y/o rojizos, tiene problemas con eso llamado peronismo que, si lo escarba un poquito termina siendo, además de impuro, nacionalista.... horror de los horrores!. Obviamente, ese defecto hace muy incómodo el ambiente en el limbo de las ideas correctas y universales, además de prolijitas y pipí cucú..... pide mucho usted.

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  4. Independientemente de los prejuicios intelectuales que orientan tales análisis sesgados, me parece que la vocación de instalación de categorías artificiosas es evidente - la paga por hacerlo es buena, no jodamos - y lo que se pretende es convencer de que no hay capacidad para pensar otros futuros. Por eso se tensa esa falacia de que el Peronismo está desestructurado, entre otros recursos.
    Más allá de las limitaciones evidentes en cualquier contemporáneo respecto de pespectivas, la tozudez por extrapolar la actualidad hacia futuros realmente incógnitos es patética (tu post último respecto de la desconfianza mundial en el sistema es revelador de que en la cocina planetaria asoman recetas que podrían ser totalmente sorpresivas y no todas de grato sabor). Y se insiste en distraernos con categorías precarias de dudosa supervivencia, como estas de que la mayorías (que casualmente el progresismo peronista superviviente se empeña en reconquistar) son volátiles e inasibles y a qué luchar por ellas, claro; o aquella que nos condena, parece, a eternas democracias de segmentos (concepto trampa que olvida que si se rasea hacia la pobreza material y de derechos, la teoría de los segmentos se hace añicos porque éstos sencillamente... comienzan a unificarse en unidades mayores por vía de la precarización).
    La propuesta convenientemente encubierta es que el Peronismo emule al vaciado Radicalismo como una simple bolsa de trabajo para burócratas inodoros. Olvidándose de que los pueblos si algo saben, es sumar y restar y ver de qué lado de la operación quedaron. No diré que en Argentina se avecinan tiempos revolucionarios pero la demanda civil mutará, más tarde o más temmprano, por mera lógica de supervivencia. Y ahí es donde todavía no asoma la prospección de aquellos otros bienintencionados (los que no están a sueldo ni compran paquetes ideológicos cerrados desde los países centrales), como para ayudar a pensar y organizar esos futuros. Porque cunde esa concepción de "primero ganar y luego cambiar" que es una trampa porque deja intocados los malos cimientos. El Peronismo se debe una limpieza de axiomas para quedarse con lo innegociable, por más básico que sea.
    En otro orden, quizás sea algo benigno atribuirle status de "cuadros quebrados" a una gran proporción de dirigencia informe que coló en el Peronismo gracias al propio carácter del ideario general que habilita buracos colonizados por lo tácito, una vieja deuda de estructuración ideológica que habrá que resolver imperativamente en no mucho más tiempo. Y no se necesitan congresos ecuménicos para eso. Al pan, pan y al vino, vino. Sin tanto firulete.
    Digamos que cierta proporción de informidad en el Peronismo no sería problemática si los cuadros que la transitan no pretendieran, en verdadero acto de inconsciencia, conducir procesos que les quedan muy grandes. Porque para conducir hay que tener creatividad y espaldas. Y sabemos quién a simple vista las tiene... rechazar esa comprobación es de suicidas.
    Lo cierto es que analistas y políticos elitizados están en una burbuja que la realidad evaporará en un proceso que no será de calma. Saludos y, como siempre, un gusto leer tus posts.

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