Disiento con Natanson. La praxis represiva del modelo está dada en su naturaleza excluyente, ergo el temor por perder el empleo hace el trabajo sucio y domestica...
“El modelo puede
ser pésimo, pero no es cierto que no cierra sin represión” José Natanson
Cuando la política
sostiene la economía
Por José Natanson
para Le Monde Diplomatique
Comencemos el
balance por la política. Partiendo de la representación parlamentaria más débil
desde la recuperación de la democracia, el gobierno logró sortear la amenaza
del bloqueo legislativo articulando coaliciones que le permitieron aprobar
leyes controvertidas, como el acuerdo con los fondos buitre o el blanqueo de
capitales. La oposición, formalmente mayoritaria pero políticamente astillada,
consiguió imponerle una sola iniciativa, la ley anti-despidos, que el
presidente vetó sin pagar, al parecer, un gran costo de imagen, tal como había
sucedido con el 82 por ciento móvil aprobado por el Grupo A y vetado por
Cristina (se buscan politólogos con tiempo ocioso que encaren el paper
pendiente sobre las consecuencias políticas del veto presidencial). Del mismo
modo, el deterioro del cuadro social no desembocó en el esperado paro general
de los sindicatos ni en movilizaciones de las organizaciones sociales capaces
de alterar el statu quo.
En otras palabras,
el diagnóstico de “ajuste sin rebelión” que formulamos dos meses atrás se
mantiene vigente, aunque el macrismo aún debe demostrar que es capaz de superar
diciembre, el temido “mes de la gobernabilidad” de la democracia argentina.
Como nos recuerdan los episodios de Cromañón, los saqueos, la devaluación y el
Indoamericano, desde el 2001 todos los diciembres son la amenaza de un 2001.
Mauricio Macri lo sabe y, bien aconsejado, actúa de la única manera posible:
recurriendo al viejo truco de distribuir recursos a través de iniciativas como
el bono a los estatales, la eximición de ganancias del medio aguinaldo y la
emergencia social. En definitiva, la caja, tan mentada durante el kirchnerismo
pero misteriosamente desaparecida del lenguaje periodístico actual: clonazepam
en gotas para la paz social.
En cambio, el balance
económico resulta negativo, se mire por donde se mire. El PBI caerá cerca del 2
por ciento en 2016, lo que equivale al peor año de la larga década
kirchnerista, en tanto la inflación marcará la tasa más alta desde el lejano
2002 y las exportaciones, medidas en cantidades, no sólo terminarán
disminuyendo sino que además, por efecto de la quita de retenciones,
profundizarán su primarización (1). Los efectos sociales son conocidos: pérdida
del poder de compra del salario del 5 por ciento (2),
más pobreza (32,2 por ciento) y más desigualdad (el Gini pasó de 0,400 en 2015
a 0,417 en 2016) (3).
El método más utilizado para medir desigualdad de ingresos es el coeficiente
Gini, un índice que varía entre 0 y 1, tomando el primer valor en el caso
hipotético de que todos reciban lo mismo y 1 en el caso extremo opuesto en el
que uno se queda con todo y el resto con nada.
Al revisar la
economía del año que se va, la impresión es que, luego de la seguidilla de
shocks iniciales (eliminación de retenciones, devaluación, tarifazo, liberación
por decreto del mercado de las telecomunicaciones), el gobierno se fue quedando
sin ideas y que ahora, puesto ante la evidencia de que los resultados no son
los esperados, se encuentra desorientado. ¿Por qué, si hicimos todo lo que
“había que hacer”, las cosas están saliendo mal? Un mix entre el candor propio
de los niños-burbuja de Zona Norte y el dogmatismo característico de los dueños
del capital parece guiar algunas de las convicciones económicas fundamentales
del PRO, como aquella que sostiene que eliminar las regulaciones estatales
liberará las energías dormidas de la sociedad generando un boom schumpeteriano
de emprendedorismo popular que multiplicará los descubrimientos rupturistas y
las startups revolucionarias (y no se trata por supuesto de cuestionar la
apuesta a la innovación, decisiva en cualquier estrategia de desarrollo, sino
de apuntar que difícilmente pueda prosperar bajo una macroeconomía hostil que
premia la especulación con Lebacs antes que el riesgo empresarial).
De la misma forma,
la tesis de que la búsqueda de relaciones cuasicarnales con las potencias
occidentales redundará en algo más que gestos diplomáticos de amistad se está
demostrando equivocada. Si se mira bien, los dos ciclos políticos que lograron
estabilizar la economía y relanzar el crecimiento desde la recuperación de la
democracia, el menemismo y el kirchnerismo, supieron sintonizar con un cierto
momento del mundo: en el primer caso, dominado por la globalización, la
apertura comercial y la abundancia de capitales baratos (hasta el Tequila); en
el segundo, por el boom de los commodities, el ascenso de las nuevas potencias
y la integración política latinoamericana (hasta Lehman Brothers). Malo, bueno
o regular, el plan económico del macrismo parece diseñado para un mundo que ya
no existe como tal, en un contexto geopolítico en el que son precisamente los
países a los que quiere abrirse los que eligen presidentes que denuncian los
tratados comerciales y proponen un regreso al viejo y maltratado
proteccionismo. Como demostró la cumbre de la APEC, el libre comercio hoy está
más en China que en Estados Unidos.
Enfrentado a una
realidad que con la crueldad inapelable de las estadísticas le demuestra cada
día que las relaciones de causalidad que desde siempre dio por seguras
–emisión-inflación, desregulación-inversiones– no necesariamente se verifican
en la práctica, el macrismo sufre la penúltima reedición del clásico dilema
weberiano entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción.
¿Girar hacia lo que llama “kirchnerismo responsable” (definición que hasta hace
poco era obviamente un oxímoron) o seguir confiando en los viejos principios?
La disyuntiva, de
por sí angustiante, se hace más urgente por dos motivos. El primero son las
dificultades para gobernar con eficiencia el Estado, evidenciadas en la demora
de gestión en áreas importantes de la administración pública y la subejecución
rampante de todo tipo de planes y programas. Pero además, enamorado de la
imagen de éxito individual que le devuelve el espejo, el gobierno del PRO se ha
preocupado poco por desplegar políticas orientadas a amortiguar los efectos de
la caída del consumo, la apertura comercial y la suba de tasas en ramas enteras
de la producción industrial (textil, calzado, juguete, electrónica) que
resultan poco competitivas. Desprovistos de la tecnología propia del primer
mundo e imposibilitados de recurrir al dumping social asiático, se trata sin
embargo de sectores intensivos en mano de obra y decisivos en ciertos
territorios: la industria textil explica el 30 por ciento del empleo industrial
registrado en La Rioja, la empresa Coteminas, productora de sábanas y toallas,
es la principal fuente de mano de obra no estatal de Santiago del Estero, y
tres compañías de línea blanca absorben la mayor parte del empleo privado
industrial de San Luis, sin mencionar al Gran Buenos Aires, donde buena parte
de los municipios dependen de la industria (4).
Es la “economía de la ineficiencia” la que garantiza la paz de los conurbanos.
Y sin embargo, a
pesar de su apuesta aperturista y su fe en el mercado, el macrismo disiente con
el neoliberalismo puro en un aspecto crucial: no operó un ajuste drástico del
gasto público (aunque sí alteró las prioridades y destina cada vez más recursos
al pago de deuda) ni una rebaja impositiva global (aunque eliminó o redujo
impuestos progresivos como retenciones y bienes personales). En términos
generales, el análisis del Presupuesto 2017 confirma que el déficit fiscal se
mantiene más o menos en los mismos términos que en el último año de Cristina y
el primero del PRO (4,2 por ciento). Asimismo, como suelen recordar los
economistas ultraortodoxos que ahora curten peinados extravagantes y modos de
barrabrava, la presión impositiva permanece en torno al 37 por ciento, la más
alta de América Latina. En realidad, la única idea económica realmente original
del macrismo, dado un déficit fiscal estable, es reemplazar emisión por deuda,
que crece peligrosamente (aunque se trata más de una tara cortoplacista que
estrictamente neoliberal, como demuestran los casos de sobreendeudamiento bajo
gobiernos populistas al estilo Venezuela).
Insistimos entonces
con que el macrismo es una criatura política compleja imposible de captar con
enfoques cerrados: el método de análisis preferido del periodismo (fijar una
posición y luego reunir los argumentos para reforzarla) resulta poco útil a la
hora de definirlo. Ocurre que, así como el kirchnerismo marcó una distancia con
las experiencias nac&pop del pasado evitando las nacionalizaciones masivas
y cuidando hasta el final que la macroeconomía no estallara, el macrismo no
recorta el gasto público ni reduce la carga tributaria ni privatiza empresas.
Un océano ideológico separa a un ciclo de otro pero ambos, contra lo que
sostienen las miradas más dogmáticas, son diferentes a sus inspiradores del
siglo XX. La historia se repite dos veces: primero como tragedia, después como
puede.
Pero conviene no
engañarse. Estos desvíos no significan que el PRO carezca de ambiciones sino
que es lo suficientemente inteligente para reconocer los límites que los
sindicatos, el peronismo, las organizaciones sociales y la opinión pública le
imponen a su voluntad, que es tan refundacionista como la de toda alternativa
ideológica que se precie de tal. El macrismo tiene un rumbo. Si no avanzó en
una iniciativa general de flexibilización laboral (pese a las quejas por el “costo
argentino” y el insólito convenio con Mc Donald’s), si no redujo la dotación de
empleados públicos (pese al despido de funcionarios de carrera y su reemplazo
por militantes del PRO) y si evitó las privatizaciones (pese a los recortes
presupuestarios en las empresas públicas, el enfoque menos orientado al
desarrollo de YPF y la tentación constante de liquidar el Fondo de
Sustentabilidad del Anses), es sencillamente porque la sociedad no lo
admitiría. ¿Hasta dónde llegará? Simple: hasta donde la correlación de fuerzas
se lo permita.
Se nota también en
la política social. Aunque la palabra “derechos” desapareció del lenguaje
programático del oficialismo, los planes sociales son en esencia una
continuidad apenas revisada de los del kirchnerismo. No hubo una ruptura en
este aspecto ni, señalemos con cuidado, en otro punto fundamental: el protocolo
anti-piquetes anunciado en las primeras semanas de gobierno fue dejado de lado
por su inaplicabilidad y hoy alcanza con recorrer el centro porteño para
comprobar que las manifestaciones y los cortes se mantienen más o menos como
antes (5).
Macri no sacó a los militares a las calles ni envió al Congreso una reforma del
Código Penal para endurecer las penas. ¿Cuántos kilómetros de ideología separan
a Patricia Bullrich de Sergio Berni? ¿Cuántos a Cristian Ritondo de Ricardo
Casal? El modelo puede ser pésimo, pero no es cierto que no cierra sin
represión.
El problema es la
realidad. A un año de su llegada al poder, el macrismo choca contra un mundo
que es menos libre de lo que imaginaba, una economía menos moderna de lo que
creía y una sociedad que no es el flan inerme de la pos-hiperinflación sino un
sujeto activo que lo acecha, vigilante.
5. La situación de
la presa política Milagro Sala y el hecho de que siga detenida a pesar de la
opinión de la ONU conforman un episodio gravísimo, responsabilidad compartida
entre el gobierno de Jujuy y la administración nacional del PRO, que lo apoya y
es, según los convenios internacionales, el responsable último de garantizar la
justicia de los procesos y los derechos humanos.
Fuente: Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Desde que surgieron las maquinas la automatización ,la computarización , termino embarrándose mal la cancha en lo referido al trabajo, la economía y lo social.
ResponderEliminaryo lo único que se, que los economistas pos mercantilismo y anteriores a los liberales y neoliberales.
Estaríamos hablando de alrededor del 1700 los fisiocratas el asunto principal era como lograr el morfi para todos, de ahí partían sus opiniones, por lo que ya empieza a consolidarse un cierto equivalente entre alimento necesario, trabajo y riquezas, de aquí en mas se olvidan del asunto principal del morfi y siguen con lo del trabajo los liberales los marxistas y los neoliberales.
Pero Marx sin apartarse de esto ya se empieza a oler lo de la automatización que va ha embarrar la cancha.
Así que ahora hacer un culto al trabajo individual y la producción, ya es demasiado tarde, esta todo muy automatizado, las cuentas de trabajo, sueldo por producir, como base armónica de una sociedad,reviente de bronca quien reviente, solo daban en la edad media.
Porque un obrero producía el trigo para 10 a 50 personas otro los zapatos otro las camisa otro los pantalones otro las casas otro, otro el vino, otro las verduras otro las frutas, otro los carneos etc. etc. etc. y era un grupo de veinte personas laburando para el resto del grupo de 50 cien personas , o sea contar niños, ancianos , funcionarios religiosos intelectuales artistas y otra gente que no formaba parte de la producción de alimentos vestido vivienda.
El problema es que ahora con una maquina, un obrero produce la cerveza para 100 mil personas, el trigo para cien mil, las zapatillas para 10mil, la cuentita y el mito del trabajo es igual al dinero no cuadra.
Por eso que los atorrantes que manejan el dinero son los que generan mas dinero y tratan de tener mas maquinas y pagar lo menos posible a los obreros,.
En su mente el obrero es una carga, un costo que hay que eliminar si automatizo mejor, el problema es, que si se agarran todo el dinero quien va ha tener dinero para consumir lo que venden.
Entonces viene la injusticia de la exclusión, le hechamos la culpa a los que no agarran la pala, en vez de a los que se agarraron la economía y excluyen al que se le da la gana.
Mira ahora con Macri y sus ceo-funcionarios familiares y amigotes cada vez mas ricos y cada vez hay mas excluidos y ellos alegando que hay que bajar los suelos, mientras estos caraduras mas los de la banca pirata y multinacionales se están agarrando todo. Y mientras mas se agarren, peor nos va a ir.