Si hay hipocresía, que no se note





Uno de los rasgos distintivos de nuestra clase media, a caballo de la mass media, es la necesidad cardinal de tener una buena cuota de dirigentes políticos presos. Parece imperioso que dicha cosa ocurra, ya sea por corrupción, yerros, políticas equivocadas, decisiones en las que no están de acuerdo, rumores, supuestos o lo que sea. Dos o tres expulsados permite que el “siga siga” no sufra contratiempos ya que luego de esto el juez no expulsa más para no desvirtuar el espectáculo. 

El rango de locura supera cualquier tipo de análisis. Se habla de tal cosa como si fuera un riesgo asumido dentro de la política que cualquier evento discordante o que promueva algún conflicto de intereses debe tener un correlato penal. Esta es una consecuencia del feroz impacto que tiene la judicialización de la política. Cáncer que ha servido para erosionar a la democracia y a sus instituciones lo suficiente para que todo sea considerado delito, una estatización o un privatización hoy son vistas por igual, y unos y otros piden la prisión de otros y unos simplemente porque han logrado que todas las decisiones políticas estén bajo sospecha. Esto es responsabilidad de la justicia en primer término por estimar falsas denuncias y darle cabida a los medios aún sin pruebas concretas, a los partidos que utilizan esas denuncias como ariete político para llevar agua a sus molinos, a las corporaciones mediáticas y sus operaciones con fines determinados, y a nosotros mismos cuando por decisión propia optamos por apreciar más el castigo que la corrección. Cada vez estoy más convencido que somos una sociedad tan severa desde el discurso colectivo como corrupta desde la conducta individual y que el asunto solamente pasa por un tema de competencia.

Comentarios

  1. En el libro "El mundo hasta ayer", de Jared Diamond (centrado en sus experiencias en Nueva Guinea y Papúa), el autor (un documentalista reconocido) compara las soluciones integracionistas para los conflictos sociales y familiares por parte de la justicia tribal vs. la impartición de la Justicia Moderna, a la que caracteriza como eminentemente punitiva y desentendida de las consecuencias que genera a partir de lo sumario de las penas y el aislamiento de los reos, lo que deriva en precariedad convivencial futura para los núcleos alcanzados por un drama penal, que en el pasado se resolvían considerando la contigüidad obligada de los actores del drama . Cito este libro porque aporta ópticas interesantes al respecto, aunque ha sido duramente criticado por cierto exclusivismo corporativo académico que se aferra a sus "cotos de caza antropológicos" y a una limpidez social que los encuentros inter comunidades, hoy día, hacen imposible, de la misma manera que es inviable la supervivencia prístina de objetos de estudio puros. El libro de Jared dice exactamente lo contrario de lo que le imputan algunas organizaciones de defensa indígena. El capítulo que habla sobre el Derecho es ilustrativo de esa posición, justamente. Y en otros capítulos, también se puntualiza hasta qué punto la irrupción de los Estados Nacionales devenidos tras las respectivas independencias, afectaron la dinámica y hasta la salud de la población tradicional al introducir la inevitable hibridez de culturas... y con ellas, su concepción punitiva. Aunque sí reconozco que como buen "hemisférico norteño", Jared patina en sus consideraciones geopolíticas cuando trata de entender las sociedades latinoamericanas o latinas, aferrándose a los prejuicios anti-hispánicos y anti-lusitanos, tan caros a los sajones. Viejas heridas coloniales, que le dicen. Y si traigo a colación esta obra es porque hay puntos en donde se acerca a tu visión acerca de la severidad y selectividad del discurso penal colectivo (que promueve contextos durísimos para la punición político/social ampliada, en detrimento de la inespecificidad y benignidad para las transgresiones particulares más habituales en nuestra población).
    No es casual que una sociedad que pasó anomalías civiles tempranas y otras más tardías y a repetición (golpes militares duros y blandos), se pronuncie verbal o tácitamente en favor de la violencia de Estado, sea esta directa o indirecta, legal o ilegal. Solemos pensar - y es un error estratégico grave - que la mayoría de nuestra población asumió las enseñanzas de los cruentos golpes del 55 y 76, como vórtices a nunca más reeditarse. Pero resulta que un 50% de nuestro pueblo (como mínimo, pero me atrevo a extender ese porcentaje algo más porque no puede hacerse un corte limpio sobre porcentajes de sufragio recientes) tiene en su imaginario, como justificables, la vindicación y la aniquilación del contrario. La nuestra es una sociedad eminentemente TANÁTICA. Coquetea con la muerte, la torea, la atrae, fruto de macabra fascinación.
    Y comparto que la judicialización de la política en manos de dos estamentos distintos e igualmente desprestigiados, es una marca antropológica negativa que se suma al fenómeno mundial de una revolución digital que rediseña nuevos sujetos antropológicos a paso raudo. No es grato pertenecer a un pueblo dominado, mayoritariamente, por sentimientos de semejante hostilidad pero... es lo que hay y jamás deben darse por definitivas las conquistas progresistas. Mis saludos.

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