Horacio
González: “toda sociedad es un libro cuya escritura no está terminada”
Entrevista:
Miradas al Sur
En 2011, Beatriz Sarlo escribía en la revista Noticias que el kirchnerismo había ganado una
batalla cultural.” Hoy, cuatro años después, Horacio González, quien fuera
hasta el 10 de diciembre (ver carta de renuncia) titular de la Biblioteca
Nacional, y es, sin fecha de vencimiento, uno de los referentes culturales más
importantes del país, es la persona apropiada para evaluar la continuidad de
aquella afirmación.
“En primer lugar –abre la charla González–, se
escogió un término, que todos usamos, como ‘batalla cultural’, que no sé si era
el más apropiado. Nos ponía demasiado en predisposición de establecer términos
de combate. Eso fue tomado por una falta de adecuación a los términos del
republicanismo. Y, a su vez, ‘republicanismo’ pasó a ser una palabra sumamente
vaciada, como muchas de las que se emplearon. Esa fue una característica que
hay que tener en cuenta: para emplear una palabra en este período histórico
hubo que vaciarla mucho.”
–¿Por qué?
–Porque empleamos
la vieja terminología de la política, la que se hacía en la época de Sáenz
Peña, pero enrealidad estaban todas las palabras dislocadas. La que nos
incluye, “batalla cultural”, provocaba una secreta alegría, porque recordaba
cierta terminología de índole estratégica, basada en la idea de conducción
política que remitía a las equivalencias entre la política y el orden militar
que, a su vez, remitía a un Clausewitz cultural. Tendríamos que haber apelado
menos al Clausewitz, por más cultural que sea, y observar la posibilidad de
definir la batalla cultural con otros elementos de las grandes tradiciones de
la filosofía o de la historia.
–Eso en cuanto a la elección de las palabras. ¿Y en cuanto a la
simbología?
–Hubo una apelación a Jauretche y un giro hacia
el revisionismo histórico, pero esos no los considero elementos fundamentales
del período. Creo que quizás lo que hubiéramos debido hacer…
–Eso de “lo que hubiéramos debido hacer” suena a autocrítica…
–Es cierto. Pero, ojo, decimos “autocrítica”,
otra palabra también vaciada de contenido, y habría que reintegrarla porque es
lo que debemos y queremos hacer.
–Volvamos a los otros elementos fundamentales en lugar del “Clausewitz
por más cultural que sea”.
–Quizás tendríamos
que haber recurrido a un Hegel cultural o algo que vea la formación cultural
argentina de una manera más compleja de la que la vimos. Por ejemplo, tomamos
ideas de los estudios culturales norteamericanos, que remitían a un núcleo de
justicia muy fuerte, que es la idea de pueblos originarios. Pero la batalla
cultural que correspondió a esa idea no estaba bien sostenida en la vida real
de los pueblos originarios, sobre todo en Formosa, evidentemente. Y se propuso
un canje discutible de esculturas, como la de Colón por Juana Azurduy, siendo
quelas dos figuras tienen que estar presentes. Todo presente tiene el derecho
de interrogación. La batalla cultural, si aceptamos ese concepto, es un derecho
de interrogación lúcida sobre el pasado. Mientras que acá hubo una sustitución
muy brusca, ni más ni menos que a veinte metros de la Casa de Gobierno. El
kirchnerismo se caracterizó y se caracterizará por indagar símbolos. Y por
declararse capaz de tener políticas toponímicas, es decir ver a la ciudad y el
país como una lugar donde los nombres provocan prácticas y reflexiones
colectivas. Eso es un gran descubrimiento y un gran horizonte que se construyó
en relación a la palabra, la simbología y la ciudad y las organizaciones
políticas. Pero creo que esa política de nombres la hicimos muy
apresuradamente. La política de nombres fue parte de un jolgorio, de creer que
efectivamente no había otros que estaban haciendo lo mismo y tomando la noción
de “batalla cultural” como parte de una guerra que no se veía por ningún lado,
parte del belicismo cuando no lo éramos. Esgrimiendo, en síntesis, la palabra
“república” de un modo ahistórico como toda la caracterización ahistórica que
hace este nuevo gobierno. Son producto de la transhistoria, de una historia que
puede hacer Mario Rapoport sobre el empresariado argentino. Pero ni siquiera,
ya que Rapoport hace una historia del empresariado argentino a la luz del
desarrollo histórico de la cultura argentina en sus términos más generales.
Cambiemos es una deshistorización muy completa, sistemática, más allá de la
voluntad de ellos, ya que los nombres que se ponen son nombres de fantasía.
“Ceo”, por ejemplo, que circuló mucho. Y poco a poco las personas van a
comprender que es una gran humorada, una gran ironía de la historia llamar a
los políticos como se llaman los gerentes de las empresas.
–Pero ese mundo gerencial es otro mundo cultural que ahora se trasladó a
la política…
–Sí, es una formación cultural que ostenta el
macrismo y que debemos estudiar mejor. La foto del gabinete de Macri en el
Jardín Botánico, por ejemplo. Es una apelación a la naturaleza totalmente
falseada. El Botánico es producto de la Argentina positivista, de Carlos Thays,
de Cristóbal Hicken, de estudiosos de la botánica.
–Y una alusión a la representación del paraíso…
–Claro, un lado
sarmientino, que no es el del verdadero Sarmiento. Sarmiento: ése sí que hizo
batallas culturales. Pero, retomando esa formación cultural: el poncho indígena
que Macri se puso en Humahuaca durante la campaña. Ese poncho es una
construcción teatral que, partiendo de quienes acusaron al kirchnerismo de
relato, era un metarrelato sumamente sofisticado para el cual el personaje no
estaba a la altura. Si pensamos al neoliberalismo, debemos hacerlo como la
creación de personajes. En contrapartida, hay otros personajes que tienen la
calidad de haber sido creados por la historia. Una historia compleja o, para
decirlo como José Pablo Feinmann, personajes que estuvieron en el barro de la
historia. Néstor, Cristina, pero también muchos otros, son personajes de la
gran polémica argentina, de la decisión política argentina. Algunos fueron más
decisionistas que otros, pero salieron todos de un borde de la tragedia
nacional, como ocurrió con Kirchner. Y por eso tratan de entenderla. No son
personajes que hayan intervenido de modo salvacionista en la historia y nos
vienen a enseñar todo de nuevo. Ellos mismos fueron producto de lo mismo que
somos todos nosotros. En esta historia trágica que tratamos de entender, ellos
tuvieron la mejor situación para hacerlo y propusieron todos los temas
importantes argentinos, más allá de que no hayan podido resolver algunos. Y no
somos quiénes, nosotros, para reprocharles no haberlo hecho. Al entrar en la
historia, entraron en un gran juego de poderes que nadie calcula de antemano
cómo va a ser: se empiezan a mover en torno de las situaciones nuevas. Y con
Cambiemos se movieron de una manera cruel, sistemática, planificada y, para
decirlo todo, surgida de un laboratorio internacional. Se lo puede tomar como
una metáfora, pero fue la globalización la que hizo esta elección democrática.
No niego el carácter democrático de esta elección, niego que haya que seguir
pensando en una democracia que se parezca a la ley Sáenz Peña. Ésta es un tipo
de conciencia muy inducida.
–¿Quiere decir manipulada?
–No, no, manipulada no, porque sería negar los
resultados de la elección. Pero acá se pusieron en juego grandes técnicas, no
de batalla cultural. En eso fueron más académicos, más semiológicos que
nosotros. Se usaron tecnologías de los expertos en ciencias de la comunicación
con respecto a cómo crear imágenes en los medios, cómo se recortan palabras,
cómo se establecen nuevas retóricas a partir del suministro que las proveyó.
Todos hablábamos como hablamos normalmente, confiando en el interlocutor. Pero
esa confianza se había perdido.
–¿Se refiere, por ejemplo, a su frase “voto desgarrado” y el candombe que
generaron alrededor de ella?
–Bueno, sí, allí quedó aquello que dije del
“voto desgarrado”. Lo dije en un programa radial de Radio Rivadavia, de
trasnoche. Se lo dije a Rosario Lufrano, con quien puedo hablar libremente ya
que hay una confianza. En esa confianza, el peso de las palabras es propio, hay
en ellas una ontología propia, existe la subjetividad del que las dice, el
ensayo que uno hace al hablar, ya que nadie habla con frases escritas en
mármol. Pero después hubo un momento de captura. Y al capturar determinadas
palabras, como “voto desgarrado”, tenés que pasarte dos semanas explicando qué
quisiste decir, mientras lo aprovechaban de un modo brutal. Era simple: yo no
provengo de la tradición de Scioli, pero lo iba a votar por razones totalmente
comprensibles. Había que elegir entre uno de los dos y Scioli estaba más
historizado y pertenecía a un ámbito que yo conozco.
–En esa simbología que mencionaba, hubo una caracterización del
kirchnerismo cercana a la dualidad: era esto o aquello, sin tonalidades. Y si
bien toda la oposición basó todo su predicamento también en términos duales, no
la hizo pública.
–Claro, al
contrario, acusó de forma irreal que el kirchnerismo había abierto una brecha.
Y ese concepto, perteneciente a la albañilería, a la técnica de estudiar la
estabilidad de las paredes, y hasta si se quiere de origen militar, más allá de
ser el de una gran revista uruguaya, funcionó como gran palabra, como eso que
estaba ahí, disponible. En realidad, lo que hace todo movimiento social que
toma el Estado para buscar transformaciones decisivas, es establecer conflictos
en la sociedad. El conflicto es mejor que la brecha para explicarlo. El
conflicto es movedizo, por lo tanto puede estar en un lugar y otro, es un lugar
de argumentación y discusión. La brecha no es argumentativa ni permite
discusión, es una acusación irreal, presupone una unidad abstracta de un país
que proviene, como todo país, necesariamente de un conflicto. No hay nación sin
constitución del conflicto en su raíz misma. El gobierno kirchnerista estaba en
lo cierto en cuanto a su convicción de que la democracia tiene su sabia viva en
el conflicto. Un conflicto que hay que definir bien. El conflicto supone
construir reglas cada vez más finas y más sofisticadas, no alterar las reglas
de la democracia. El conflicto hace despertar la conciencia, la brecha la apaga
porque llama a una falsa idea de unidad nacional. Que también debe ser un
concepto del conflicto esto de la unidad nacional. Pero ahí intervienen
nociones que son nuestro legado: hegemonía, por ejemplo.
–Palabra rotunda…
–Plena, sí, y que
no debemos perder de vista. Antes hablé de palabras que no nos hicieron bien,
pero no estuve al margen de su elección y aprobación. Palabras que son teclas
muy delicadas, hay que pulsarlas en determinados momentos. Un joven recién
ingresado a la política, pongamos La Cámpora, por dar el ejemplo obvio,
descubrió un mundo nuevo con felicidad. Pero ese mundo nuevo tiene sus riesgos:
la aparición del diccionario primerizo. Y ese diccionario primerizo juega malas
pasadas. A mí, a todos nos pasó lo mismo. Decíamos “hegemonía” o “lucha de
clases” cada cinco minutos. Ahora, que crecimos, que soy un hombre grande, casi
melancólico, pero aún en la militancia, sé que las palabras tienen su momento
de ser dichas, tienen su reverso de silencio, su momento de pensarlas y
guardarlas, su momento de ser sugeridas. A esta altura uno ya sabe que no puede
imponerle a todo el mundo la jerga técnica del politólogo. Sos un político, es
decir alguien que escucha y que no sabe bien qué decir en el primer minuto y en
el segundo y hasta en las horas que siguen. El politólogo sí sabe qué decir al
instante. Las enseñanzas de Durán Barba son tremendas, porque dice que nunca
debés hacer suponer que sabés lo que decís, pero tenés que fingir siempre que
contestás al toque cualquier cosa, desviando la pregunta. Esa tecnología, esa
nueva politología de desviar la pregunta, está matando la política. ¿Cómo? Con
técnicas empresariales, como es la técnica del coaching. Elcoaching es hacer entrar a alguien a un lugar
disciplinador pero haciéndole creer que es libre. En cambio, el kirchnerismo
fue al revés: había órdenes en un lugar de libertad. Esta es la paradoja que
veo. Hay un lugar que se presenta como la libertad total pero será de
servidumbre a los grandes poderes internacionales, a la embajada de los Estados
Unidos, a los fondos buitre. Y el kirchnerismo, que estuvo acusado de generar
lealtades automáticas, era otra cosa. Más allá de que muchas veces provocó
ciertos errores, cualquiera que haya militado sabe que siempre hay momentos de
tensión y de órdenes y de palabras inadecuadas y de seguridades no tan seguras.
–Eso es casi parte de la educación política clásica. ¿Qué pasó que no se
comprendió?
–Tendríamos que haber recurrido más al mundo
clásico, a la política moderna, a los grandes ejemplos de rasgadura de las
sociedades y de rasgaduras en el propio lenguaje. Tendríamos que haber
confesado más claramente que no podíamos inventar una doctrina. Perón se dio
cuenta de eso en el exilio: inventar una doctrina cuyos límites eran tan
precisos que dejaba afuera a Jauretche y a Scalabrini Ortiz, que estaban
adentro, como estoy yo adentro, pero hablaban otro idioma. Yo me siento en
diálogo con Scalabrini y con Jauretche, siento que es el mismo drama de estar
adentro dicho con distinto lenguaje.
–¿Cómo fue ese adentro?
–Adentro, en el
lugar de más adentro, había una doctrina cerrada, que era la doctrina de cierto
grado deacatamiento más inmediatista que ciertos hombres grandes no nos
podíamos permitir: ni los jauretchianos, ni los scalabrinianos ni los
borgeanos. Todas esas corrientes culturales que convergían en el kirchernismo
no nos podíamos permitir alterar nuestro lenguaje: veníamos con nuestras
propias lenguas. Y por supuesto que mi lengua incluye la comprensión de la
lengua política inmediatista, y en los momentos de urgencia la acepté. Pero no
todos eran momento de urgencia. Todo eso debería haber formado parte de nuestra
educación sentimental política. Lo dije siempre, lo vuelvo a decir ahora. Es
imprescindible decirlo ahora porque esto va a seguir, seguiremos comprometidos,
pensando el país, respetando profundamente la experiencia del kirchnerismo y
hablaremos en términos de ella. Eso va a pasar, pero tiene que pasar de manera
nueva, tiene que haber un nuevo diálogo con Cristina. Cristina seguirá siendo
la figura central de esta gran constelación.
–Constelación, no un mero reducto justicialista…
–Por supuesto que no, el Partido Justicialista
entrará bajo grandes revisiones de sí mismo. Pero el correlato de esto es un
gran frente social de índoles diferentes. Debe retornar todo aquello que se ha
hecho. Lo que pasó no es grave, es gravísimo. Si fuera grave sería una
alternancia, y esto es más que una alternancia.
–Una alternancia ¿hubiera sido Daniel Scioli?
–Sí, aunque no lo sé muy bien, ya que Scioli
hizo un último mes de campaña con oído más afinado al kirchnerismo. No sólo
porque lo quiso hacer así, adecuándose a las circunstancias drásticas, sino por
haber pensado algunas cosas. Fue una actitud muy valorable, pero vivimos una
época en que uno queda atado a ciertas palabras. Siempre lo fue, allí está la
frase de Casildo Herrera, “yo me borré”. Yo me burlé de eso, pero es un poco el
modo microscópico o segmentador, la microbiología de los medios. Las técnicas
del periodismo que están en todo el mundo son eso, la captura de pequeños
momentos del habla, muy pequeños momentos, a la manera atomística de un
laboratorio de ciencia nuclear que trata de descomponer el átomo. Y así se hace
con la palabra. Uno es eso que dijo porque una o dos palabras quedan
calcificadas. Yo vengo de una tradición política en la cual uno no es una única
palabra, aunque sea la más feliz. Hay que buscar allí la raíz de esta caída,
porque más que una derrota de la alternancia es la caída de una gran
construcción.
–¿No se supo cómo remediar eso? Es decir, hubo construcción de un relato,
¿pero qué tipo de relato se puede construir cuando se están capturando palabras
sueltas de un discurso?
–Por eso el discurso no debía ser un armazón
sino algo pregnante con el idioma de la sociedad, pero también crítico del
idioma de la sociedad. El macrismo se pegó al idioma de cierto sector social y
lo diseminó. Tuvo un papel de diseminación muy grande. Por ejemplo: “Va a estar
bueno”. Eso no estaba en el castellano usual de Buenos Aires. Existía el “qué
lindo”, el “qué bien”. El “va a estar bueno” vino de Palermo Hollywood y lo
metió en el suburbio más olvidado de, por ejemplo, Florencio Varela. Esa es la
filosofía, por llamarla de una manera, del macrismo. Y es una operación del
lenguaje muy fuerte, a la altura de los grandes laboratorios de la
globalización que son financieros, comuniacionales, de dinero a futuro. Todo
eso se trasladó a la forma del lenguaje. Eso y el tono evangelizador permanente
de la televisión nocturna.
–Y comenzó a tejer hegemonía…
–Sin usar esa palabra, comenzó a tejerla,
exacto. El término “república” fue devastador, cuando el kirchernismo fue la
experiencia republicana más profunda. La tarea que llevó adelante Eduardo
Rinesi fue fundamental y muy poco escuchada. Rinesi realizó una cartografía de
los orígenes del kirchnerismo, partiendo del jacobinismo y la tradición
democrática y socialista y la tradición republicana. Por eso era una fuerza
articuladora. Rinesi estaba cercano a las teorías de Laclau sin ser Laclau. Me
acuerdo de ejemplos como la Policía desarmada en las grandes manifestaciones,
algo que no se entendió, que ni siquiera la izquierda entendió. O el asunto de
la ex ESMA, uno de los hechos mayúsculos. O los derechos humanos, una
trascendencia importantísima. El kirchernismo era acusado de una forma vacía, y
no se supo ver eso. ¿Por qué? Porque su Jauretche lo encerró mucho. Jauretche
era como una enciclopedia ya escrita, y nunca fue eso, a pesar de los esfuerzos
por reescribirlo. Jauretche tiene un riesgo: sus frases son muy suyas. Sus
sentencias gauchescas las inventó él, son parte de una gran acción de la
literatura argentina de heredar la gauchesca, a Hernández y a Ascasubi. El
kirchnerismo institucionalizó eso, y no fue una buena idea.
–¿Por qué?
–Porque respecto al
revisionismo deberían haber tenido otro criterio y otros momentos de la
historia. El Instituto Dorrego tampoco fue una buena idea. Al tomar a Moreno se
siguió la orientación de Scalabrini Ortiz, que no era rosista sino morenista. Y
así se interpretó que Moreno había escrito el Plan de operaciones,
otro gran debate de época. Darle a Moreno la autoría del Plan
de operaciones es,
todavía, una gran discusión. Creo que es más adecuado decir que no lo escribió
que decir que sí lo hizo. Y no es un problema menor para el peronismo, que
tiene muchos escritos que no escribió. Todo movimiento social importante toma
escritos de otro. La expresión “la patria es el otro” se refiere a los
escritos. La patria son los escritos de otro. Y eso Cristina no lo dijo así.
Las cosas más importantes del kirchernismo no tuvieron título, no se les puso
su nombre. Se hacían casi como una cuestión intuitiva. Se les ponía título a
otras cosas, que eran más atacables y que fueron, al fin de cuentas, atacadas.
No existe proyección de esta memoria social argentina para retomar posiciones
de crítica con las que hay que recomenzar una larguísima tarea política frente
a este nuevo gobierno. Y para realizar una autocrítica que hay que llamar de
algún modo no convencional, ya que la tradición de las izquierdas es una
tradición fácil: te equivocabas un día y te decían que debías hacer la
autocrítica, tomado de lo peor de las ritualizaciones de las grandes iglesias.
El perdón, cuando se convierte en rutina, es lo más tremendo que puede pasar.
La autocrítica es la versión laica de una teología política.
–¿Cómo habría que hacer esa autocrítica de manera más honesta?
–Hay que hacerla con una fuerte conciencia de
recomponer los lazos con nuestros compañeros con quienes nos peleamos mucho. El
kirchnerismo es una gran pelea interna, hasta el último momento de la elección.
Y esto debe incidir en la gran pregunta sobre qué es el peronismo. El peronismo
también debe hacerse ese replanteo, aun a costa de que salgan de allí las
formas más vaciadas de la doctrina peronista. Perón y Evita fueron personajes
diferentes, uno de la historia militar y otra de la historia de los medios, que
deben ser replanteados. Lo mismo ocurre con Néstor y con Cristina. Lo que pasa
es que Cristina es una figura activa y de una extraña composición,
poderosísima, de muchísimos planos, casi una configuración barroca. Y ella
también debe lanzarse a un pensamiento de segunda instancia sobre sí misma. Por
favor, me gustaría que esto salga.
–¿Y por qué no saldría?
–Bueno, no es que dude, sino que durante toda
esta época dijimos que mejor no decir ciertas cosas. Y apoyamos
incondicionalmente a un gobierno al que le veíamos ciertas fisuras pero que no
había que mencionarlas. Ahora hay que abrir la discusión, aunque, claro, con
mucha prudencia. Porque si esto se toma en forma burlona, si aparece un nuevo
Lanata que se encargue de desmerecer, sería muchos pasos atrás. La historia es
demasiado seria como para que la escriban bufonescamente desde un mal programa
de televisión.
–¿Se corre el riesgo de, a caballo de una autocrítica, embanderarse
detrás de los costados más derechosos del peronismo?
–Bueno, ya pasó en otros momentos. El peronismo
es una fuerza poderosa, e inscribió una entidad más fuerte que la del Frente
para la Victoria. Había un pensamiento de Jorge Alemán que preguntaba, hace dos
años, si la cuestión se trataba del kirchnerismo dentro del peronismo o del
peronismo dentro del kirchnerismo. Un poco proviene del tipo de pensamiento con
la cadena de equivalencias de Laclau. Hoy quedó en pie un sector importante del
Partido Justicialista cuyas características más importantes son cierto
conservadurismo, en algunos casos hasta ciertas raíces semejantes a las que
dieron origen al macrismo, que también tiene peronismo dentro. Yo describiría
esta situación de la estructura política argentina como la de un
entrecruzamiento fuerte desde el menemismo en adelante. El kirchnerismo tuvo
algunos lados neoliberales, como el caso de Lino Barañao, que puede seguir
tranquilamente en el gobierno de Macri. Dice que no es político, que es
pragmático, y no creo que sea así: no hay nada más político que la presencia de
Barañao en el gabinete de Macri, demuestra lo que fue esta época. Pero el
kirchnerismo intentó otro lenguaje, tuvo una infinita capacidad de adquisición
de nuevas lenguas, desde la izquierda al republicanismo. Quizás sin percibirlo:
Cristina citando a John Le Carré en las Naciones Unidas. Tenía ese lado de
retar al mundo, que a tantos nos gustaba, pero que se lo van cobrar.
–¿Quién?
–Ban Ki-moon a través de la nueva ministra de
Relaciones Exteriores, que es un claro producto de la embajada de los Estados
Unidos. Estamos frente a eso. Es duro para alguien que se enfrentó, con mucho
coraje, a las nuevas configuraciones del capital financiero diciendo que no
estaba en el margen del capitalismo, sino que era alguien que venía de otro
tipo de capitalismo. Esa discusión la deberíamos haber seguido. No veo por qué
declararse “capitalista”. Eso no es una bandera política, es un régimen de
profunda mutación que llega a tener lados oscuros y metáforas mismas que son
los llamados fondos buitre. El kirchnerismo luchó contra eso. Y hay que
destacar la tarea de Axel Kicillof, que no podría existir fuera del
kirchnerismo. Un muchacho que venía del grupo 501, los que se iban un kilómetro
más allá de los 500 para no tener que votar. El kirchnerismo pudo recoger las
insatisfacciones de muchos sectores de la sociedad argentina: la del peronismo,
la de las izquierdas, las contraculturales. Intentó jugadas profundas: el
acuerdo jurídico con Irán, no un acuerdo político con su gobierno abominable,
aunque eso se aprovechó para un deslizamiento metafórico que quedó como un
acuerdo completo con Irán. Y nosotros no supimos revertir esa falsa noticia
sacudida por Lanata y los Lanatas de turno. Esa cosa de novela gótica del siglo
XIX que inventaron los medios hegemónicos llegó a la sociedad sin ningún tipo
de reparos: todavía hoy hay quienes dicen por la calle que Cristina mató a
Nisman vestida de bruja y montando en una escoba. Esta sociedad tiene una
pasión folletinesca que no tiene explicación posible más que en la inmediatez
de una causalidad que nunca existe de esa manera. En la campaña se pensaba más
en si Cristina tenía las manos manchadas de sangre que en la cantidad de cosas
conseguidas. Y eso tuvo su efecto, mucho mayor que los kilómetros de cloacas
construidos o los subsidios, que se transformaron también en hechos malditos.
–¿Cómo leer esa malditización?
–El artefacto globalizador de mayor excelencia
desde el punto de vista intelectual y comunicacional es la malditización de los
procesos populares. Y la utilización de los mecanismos republicanos de una
forma vaciada, donde pierde sus narraduras sociales. Por eso hay teóricos del
republicanismo que hablan desde un abstraccionismo constitucionalista que no
existe en ningún país del mundo.
–¿Es posible la autocrítica dicho todo esto y viendo la derrota en las
legislativas venezolanas, la campaña contra la corrupción en el gobierno de
Dilma en Brasil?
–Somos la fuerza social con capacidad más
transformadora que hubo en la Argentina, no hay que perder de vista eso. Nos
queda reescribir el libro de estos años. Y el libro es la sociedad: toda
sociedad es un libro donde ninguna escritura está terminada.
–Como pedía Ricardo Piglia en Respiración artificial, sólo falta saber
quién de nosotros escribirá el Facundo…
–Frase magnífica. Piglia fue un ejemplo durante
todos estos años: sin ser kirchnerista, sin haber apoyado explícitamente al
gobierno, comprendió muy claramente la lógica interna de lo que estaba en juego
en el país.
Fragmentos de su renuncia
Durante este largo
período, acompañado por un excelente conjunto de colaboradores, hemos recreado
esta antigua institución bibliotecaria, la más añeja del país, dándole nueva
vida. Deseo invocar los comienzos de esta gestión junto al recordado amigo
Elvio Vitali, y no quiero olvidar al no menos añorado Nicolás Casullo, cuyo
compromiso con la cultura crítica argentina siempre fue inspirador. En él,
menciono a los vastos sectores de la cultura y el arte argentinos, que se han
acercado con sus generosos aportes a esta Institución fundada por Mariano
Moreno. No me alcanzarían estas breves líneas para agradecerle especialmente a
usted, Parodi, a los secretarios de Cultura que la precedieron, a los
funcionarios del gobierno nacional y muy principalmente a la Presidente de la
República, todo el apoyo que han brindado a esta gestión y a los trabajadores,
que han sostenido las tradicionales y las nuevas tareas que se han abordado,
así como han sido contemplados siempre en sus derechos. Me voy con gratitud
hacia todos ellos, desde los más antiguos hasta los más recientes, que saben
que están construyendo un ámbito cultural de decisiva relevancia para el país.
Del mismo modo, agradezco a los sindicatos de la Casa, con los que siempre se
tuvo abierto un diálogo, que aun los momentos más difíciles, siempre fue
provechoso. Sra. Ministra: es de fundamental importancia la recuperación de la sede
histórica de la Biblioteca, que por decisión suya pasa a denominarse Anexo Sur
Borges-Groussac, junto a otras innumerables resoluciones que todos esperamos
que sean continuadas por las administraciones sucesivas. El Ministro de Cultura
del Gobierno entrante, me ha comunicado que aún no designaron a mi
reemplazante, por lo que me pidió que permaneciera en la Biblioteca por unos
pocos días más. Lo haré, a la espera de mi sustituto, a fin de evitar los
obvios inconvenientes que podrían producirse. La Biblioteca guarda los
testimonios más valiosos de la historia nacional bajo la forma de bibliografía,
musicología, cartografías, periódicos e imágenes. Espero que en el futuro se
puedan mantener las condiciones de todo tipo que permitieron que una Institución
esencial del país adquiriera los brillos que merece, las competencias técnicas
que deben sostenerla profesionalmente y los gestos multiplicados de atención a
todas las vetas del arte de leer, de estudiar y de comprometerse con la vida
activa de las ciencias y el pensamiento.
Fuente:
Miradas al Sur
¿o necesitamos una crítica de la crítica crítica?
ResponderEliminardejensé de sanata y manos a la obra. ahora toca resistir.
Y quién te dijo que una cosa excluye a la otra ? No se puede resistir sin pensar en como hacerlo y eso requiere de pensamiento crítico y analítico
EliminarAins,ya me decían mis tías que yo a intelectual no llegaré nunca :-P. Lo único que me consuela es saber que NO escribiré El Facundo :-D
ResponderEliminarPero bueno,es inevitable, Viñas enojándose con CFK en el 2000 porque ella le dijo que los intelectuales pueden ser pesimistas,pero que los políticos deben ser optimistas o se quedarían en casa mirando la televisión en vez de actuar.
Y Horario Gonzalez en 2015 corrigiendo tan luego una frase emblemática de Cristina, de las mejores,de un modo horrendamente literario. No,y mil veces NO!!!La patria es el otro se refiere al prójimo, a una persona de carne y hueso,no a papeles por venerables que parezcan.La vieja Regla de Oro de toda ética, vamos, anterior incluso a los famosos diez mandamientos.
Si es que los políticos son de Venus,pero los intelectuales son de Nepturno.Ay...
Y no,no le niego derecho a expresarse ni a Horario, ni a nadie,pero es que su lectura implica que siempre verá libros donde un político (equivocado u acertado en sus decisiones) ve gente. Y desde hace mucho tiempo se sabe que la piel humana no aguanta tanto como el papel por bellos que sean los versos...
PD:la autocrítica tiene un aura de santidad tan grande que parece pecado mortal negarse a ella. Pero por mi parte,paso. Prefiero que los demás me señalen mis errores a mirarme yo mi ombligo siempre lleno de pelusa. Invocando a Wilde digo que carece hasta del encanto de la novedad.