El BAR DEL DESENCUENTRO - Cuento -










Señor Gustavo Marcelo Sala
De mi mayor consideración:
                                               No importa mi nombre, es un dato insignificante. Hace poco leí un cuento suyo en donde se lamentaba por la desaparición de la correspondencia personal, Las Cartas, se titulaba el relato. Texto que por cierto me hizo pensar sobre la mejor manera para comunicarme con usted. Por eso recibe esta misiva, algo anticuada, con alguna falta de ortografía quizás, acaso asumiendo riesgos humanos. Como ve le hago caso rindiéndole el tributo que se merece a tan elevado y desusado arte. Le cuento que hace más de una década fui propietario de un pequeño bar al que nunca bauticé ubicado en una esquina alejada del centro dorreguense. Mis clientes, parroquianos de la barriada, lo llamaron el Bar del Desencuentro debido a que mayoritariamente era habitado por oscuros y timoratos escritores, repletos de bilis negra, amantes del blues, cuyas obras solamente tenían como auditorio a sus amadas y a los fantasmas de ellas, que según ellos, habitaban en los suburbios interiores del Bar.
A propósito de lo que le menciono el salón no tenían numeradas las mesas, ellas ostentaban nombre: La mesa de la melancolía, la mesa del olvido, la mesa de la pasión, la mesa de la lujuria, la mesa del desencanto y así todas…
Cierta tarde-noche otoñal y a punto de gritar las hurras luego de una jornada nefasta observo que ingresa uno de mis habituales clientes, a los pocos minutos ingresa otro, y luego otro y finalmente otro. Los cuatro lo hicieron de manera equidistante a intervalos temporales exactos procurando ocupar mesas que los coloque en las antípodas  cardinales. Durante el tiempo que estuvieron en el Bar exhibieron varias cuestiones en común y una última que recordé al final de la estadía casi sin esfuerzo mnemónico. Los cuatro pidieron una lágrima, luego de recibir el encargue los cuatro separaron varias servilletas de papel, una vez acomodadas los cuatro extrajeron de los bolsillos sus bolígrafos, de inmediato los cuatro comenzaron a desarrollar sus nostalgias, de mi parte solo debía estar a la altura de las circunstancias como anfitrión y no molestar. Lo que en ese momento recordé es que esos cuatro hombres, lejanos y cercanos a la vez, tenían en común algo más. Por lo menos en una oportunidad habían asistido al Bar en compañía de la misma mujer. Se trataba de la más bella dama nunca jamás vista por esos barrios. Su joven madurez, silueta solo posible de explicar a través de las bellas artes, rostro angelical y demandante, de mirada abusiva acaso felina, eran razones suficientes para perder la razón si en estas cosas de las pasiones admitimos que la razón existe. Los bollos de papel se iban acumulando sobre las cuatro mesas en la misma medida que los fracasos dictaban sentencias inexorables, los ceniceros fueron invadidos de inmediato por decenas de cigarrillos mal apagados cuestión que me obligó a levantar las claraboyas superiores del salón. Pasada la hora y media uno de ellos se levanta, me indica que la paga está disponible y se retira, a los pocos minutos los tres restantes repiten el acto a intervalos constantes. El Bar quedó vacío, por lo menos así lo creí. Solo me esperaba la limpieza de las mesas y el cierre, la nocturnidad otoñal ya se mostraba inclemente. Y es allí en donde comienza el enigma que me llevó en estos días y luego de tantos años hacia usted y su pluma. Debajo de cada lágrima vacía y teniendo la borra de testigo descansaba, en cada una de las mesas, un texto cuyos rasgos temblorosos evidenciaban el momento. No tengo mucho más para decirle, usted como escritor sabrá qué hacer con esta carta y con esos textos que le adjunto, de mi parte creo que he cumplido. Un fraternal abrazo




 Texto hallado en la mesa de la Melancolía…






Lo nuestro no es un cuestionario, es un maravilloso diálogo de ausentes, fantasmas que sospecho anhelan y desean dejar de serlo para que esa cálida desnudez sentipensante se transforme en un diálogo superior en donde la gestualidad y los silencios enriquezcan aún más cada encuentro.  Me ha hecho feliz, no lo dude señora. Cuando creía que estaba a cuentas con la vida, ella me obsequia su enamoramiento por algunos de mis textos, eximio formato pasional, acaso el más sentido de los orgasmos. Y tomar algunos de mis descoloridos versos, ergo tomar lo mejor de mí, y con la delicadeza de sus dedos, de sus manos, colorearlos y acariciarlos con sus cuerdas para tratar de componer una obra que no necesitará de fotos ni de redes sociales, ni de sábanas perfumadas, y que sólo permanecerá hasta el fin de los días dentro de nuestras incorpóreas y maltrechas fidelidades.  Siento la excitación de un estado poético de víspera, espera que durará lo que el devenir decida. En tiempos en donde la materialidad hace al sujeto le puedo garantizar que su compañía espectral ha sido uno de los más maravillosos premios que he recibido como hombre y como modesto entusiasta de las letras.



Texto hallado en la mesa del olvido…





Y me encuentro aquí, en este bar, en soledad, como pasajero inesperado, sorpresivo habitante de un mundo que no me es afín, ámbito que usted ha regado con comodidades por mi desconocidas. De manera que siento y presiento que haber ingresado por su puerta no ha sido en vano, disfruto su atención y deferencia, pero más disfruto que este diálogo se haya transformado en una suerte de simbiosis crepuscular, cuestiones que de trascender a la luz de los ojos bisoños y los parlantes de acueducto, propios y ajenos, quedarían intoxicadas por un derredor áspero y prejuicioso. Imagine por un rato a cientos de invasores analizado nuestra estrecha amistad, llegarían hasta el peor de los delirios. Me gusta escribir haikus. Uno de ellos reza:

Te posas y lees deshilachados textos: Lo sé, soy texto

En estos días se me ocurre pensar que usted se ha tomado para sí la fatigosa empresa de hilvanar mis textos, de hilvanarme como escriba para que esas hilachas lanzadas desde la anarquía literaria asuman un compromiso superior, boceten lealtades no habituales, se correspondan con una seducción que de no mediar su presencia seguiría ausente.

No soy de apostar, no me atrae el juego ni tan siquiera como entretenimiento, pero por este tiempo acostumbro a ponerle algunas fichas a la casualidad, sin esfuerzos colaboracionistas que provoquen incomodidades, ando por la vida en la búsqueda de esa casualidad que me regale una mirada cómplice, una rima imprecisa, acaso un vago y distraído anhelo...






Texto hallado en la mesa de los dulces infiernos…





Le pido por favor que me acompañe, ascienda conmigo a ese último vagón de un tren que ya no pasa, pero en esta oportunidad siéntese a mi lado, no la molestaré con discursos desteñidos y abusivos en pleonasmos, no le hablaré sobre negros pasados, tortuosos presentes, ni esperanzadores futuros, simplemente le propongo que repase cuatro breves textos que seguramente alguna vez investigó, en ellos podrá leer y entender entrelineas quién es la  destinataria exclusiva de las llaves que abren las puertas de mis dulces infiernos. Con Pequeña Muerte de Eduardo Galeano, con El Cíclope de Julio Cortázar, con No te Salves de Mario Benedetti y con un desprolijo boceto que le pertenece a Gustavo Sala cuyo título es Ojalá que te Enamores, dice la Maldición, usted tendrá todos los elementos para saber, como bien se afirma por allí, que el amor sucede más allá de nuestra voluntad, que no respeta dolores, que no asume dificultades, que simplemente ve la luz, se impone y muy poco es lo que podemos hacer para ignorarlo.
Lea tranquila, tenemos un rato, para este tren ya no hay estación… mientras yo disfruto de su compañía trataré de mirar hacia la llanura y si puedo, mantener la mente en blanco…

“Alejandro Dolina afirma que aquello que no ocurre en esos primeros diez minutos de encuentro nunca ocurrirá. Cierto cosquilleo, algún decoro por no exhibir miserias que más temprano que tarde se van a develar, la maravillosa efervescencia física que implica la cercanía. Y el amor, ese que nos oprime sufriente y gozosamente la nuez de Adán, en la praxis es físico, lujurioso, y en la dialéctica es poesía, rima insospechada. Pero convengamos que no existe el amor a primera rima, solo tiene visos de eternidad aquel que no se puede resistir a nuestros sentidos más básicos, esos que nos acercan a lo indomesticable que poseemos. Por eso no le puede llamar la atención señora, que en el lapso que duró nuestro abrazo, mi mano desobediente se haya tomado libertades no previstas, que con corajes desconocidos invadiera su cabeza tomándose el atrevimiento de acariciar su cabello con una ternura que por cierto había olvidado vaya a saber en cual departamento, hoy en ruinas. Mis dulces infiernos son infiernos no buscados, pero recibidos con la hospitalidad que el corazón demanda.
No tengo miedo de confesión, como hace poco le manifesté, no poseo méritos personales, ni elegancias estéticas, ni magias universales que transformen a mis escritos en textos a atesorar. Menos aún detento talentos de seducción. Y no es falsa modestia, ni jugar a perdedor, es una realidad que he logrado asumir luego de casi 40 años de poesías inconclusas. Sus amantes y sus admiradores no tienen razones para temerme, primero porque nunca se enterarán de la existencia de mis dulces infiernos y segundo porque a pesar de llevar como órgano imprescindible a esos edulcorados humores, no la volveré a molestar con estos asuntos menores, acaso honrando su belleza, su ternura y su humana calidez. Evitaré casualidades si me lo pide, diseñaré nuevos y sinuosos recorridos si es necesario. Sepa que mis ojos nunca irradiarán amistad, ellos prefieren descansar en esa instancia superior y afectiva que anteriormente le mencioné. Usted es una DAMA con mayúsculas, y yo apenas un simple caballero, ambos adultos, debemos evitar caminar por los senderos de la simulación. De todas maneras la quiero poner en autos que contar conmigo depende solamente de su libre albedrío, siempre voy a estar atento; a qué hora llega al bar, a qué hora se retira, si asiste sola o acompañada, si me saluda de lejos o se acerca a mi mesa, esa que apartada de las luces y los ruidos se manifiesta extranjera… El amor sucede, y bienvenido que suceda, más allá que en la mayoría de los casos nos hace una leve y piadosa caricia de despedida…”

… espero que le hayan gustado los textos, le pido que los conserve, ya estamos llegando al cambio de vía, señora, debo bajar y con el tren en marcha, no puedo ni debo defraudar a quien me ama y que ha hecho por quien suscribe obras de inigualable valor ético y estético. Le dejo las llaves, usted sabrá qué hacer con ellas y con mis dulces infiernos…



Texto hallado en la mesa de la pasión…







Ay señora mía..¡. Disculpe el escaso tino político de mi discurso, abrevar de los preceptos capitalistas cuentan y mucho cuando de usted se trata. Digo, por eso de “mía”, y ostentar una propiedad de la cual no puedo disfrutar. Aunque la confusión me abruma. Seguro que entre no tenerla y tenerla compartida esta última se llevaría las glorias de la victoria. Le cuento que no me place tener que darle a conocer lo dichosos que fuimos esta semana. Y le debo describir aquella tarde soleada en la que caminamos con nuestros pies desnudos por las vírgenes playas dorreguenses, deteniéndonos ante cada roca que nos invitaba al descanso, esquivando nuestras bocas, censurando ese principio de acción y atracción que como capricho imantado y natural trataba de bosquejar un hito artístico acorde con el paisaje. Y fue todo muy lento y pausado, como nuestros pasos, como la leve e insolente marejada, espectro que no lograba menguar el calor que nuestros cuerpos emitían. Y fuimos tímidos, y respetuosos, y también temerosos, y libres, a nuestro modo.  

Al día siguiente, oficiando como una experta en turismo, me condujo con su auto hacia un paraje tan hermoso como inhabitado, de más está aclarar que rompía a los ojos la simbiosis existente entre las dos sustancias. De inmediato sospeché que dicho paraíso lo había conocido acompañada, acaso en su adolescencia y bajo las mismas circunstancias. Preferí no preguntar, no tenía sentido hacerlo, para qué, si usted estaba allí en ese momento y conmigo. Un pequeño monte arbolado ausente de huellas, un arroyo silente que descendía pidiendo permiso, un césped que imponía su presencia sin invadir. La manta, algo de música, y de a poco dejamos de ser tímidos, dejamos de ser respetuosos, dejamos de ser temerosos y también fuimos libres, a nuestro modo.

De manera que me ha hecho vivir una semana como pocas recuerdo en mi vida, pero a la vez y como le mencioné, le cuento que no me place tener que darle a conocer estas historias. Según Calderón los sueños, sueños son… y estoy seguro que caminé por la playa con usted, y estoy seguro que usted fue la que me guió hacia ese paraje pintado por Monet, y estoy seguro de que no estoy seguro de nada, menos lo estoy de qué usted no estuvo ni en la playa ni en el bosque, por eso no me place tener que contarle la historia de una duda, me hubiera gustado no tener la necesidad de desandar este relato ya que su sola presencia no admitiría discusión ni debate, pero tengo la obligación y el despecho para hacerlo porque en definitiva usted, al ser la principal protagonista de los días, debe estar al tanto de las huellas, etéreas y tangibles, que deja tras su paso…


Luego de leer la carta y los textos comprendí de inmediato que había sido escogido e invitado para participar de un encuentro múltiple, plagado de imágenes subliminales, en donde nadie puede dar fe de sus seguridades ya que estás solamente son competencia de las almas mercantiles. Se trataba de despojarse de lo material, desnudarse, y ser más allá de uno siendo uno y permitirse en algún momento también ser el otro. Algunas señales me indicaron que tal invitación era taxativa. Dentro de los textos moraban renglones de mi autoría de manera que la temporalidad de la historia me estaba enviando directamente hacia los caminos de la confusión y la locura. Puede ser que la adorable celada haya sido diseñada por la bella musa inspiradora de los textos, puede ser también que los cuatro escritores resulten ser el mismo escritor diseñados por ella al cual le falta mi cuotaparte, puede ser que el propietario del bar solo sea un ángel conductor. De algo estoy persuadido, poéticamente convencido: esta historia permanecerá por el momento sin final, me falta escoger la mesa del Bar del Desencuentro, tengo pendiente ordenarle al mozo mi lágrima, debo acomodar mis servilletas y completar la mesa con mis bollos correctores, en definitiva faltan mis melancólicos y deshilachados textos. Acaso allí radica el dilema que la musa de los oscuros escritores dorreguenses propone desde este momento y hasta que ella decida su irremediable y definitivo final… 


Comentarios

  1. Que belleza Gustavo. Estoy maravillada. Como mujer y amante de la literatura romántica no tengo más que darle las gracias.

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  2. Se nota que te gusta Dolina..

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    1. Algo de El Bar del Infierno, algo de Cartas Marcadas algo de Lo que me dejó el amor de Laura, pero dorreguero y con blues.. Buenísimo Kumpa

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  3. Sos un HdP. Te afano unos renglones. Estoy atrás de una minita a la que le pensaba regalar flores. Ya tengo letra para la tarjeta. Otra cosa, vi en el blog de la radio que te andan copiando con eso de los díalogos callejeros... está todo bien, el compañero hace lo que puede y de paso baja línea

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  4. Nora Cecilia di Paola16 de noviembre de 2015, 12:59

    Felicitaciones Marcelo... me encantó! ...Definitivamente es usted un excelente escritor capaz de conmover y atrapar con sus pinturas de palabras...

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  5. Tenés razón Nora. Gustavo es uno de los mejores que tenemos en Dorrego, y me atrevo a decir que es el mejor ya que en su obra hay cantidad y calidad. Lastima que sea cuando te vas. Este cuentazo la rompe

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  6. Infinitas gracias a todos por estos encantadores mimos

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