La
indignación como estado analítico supremo, el miedo como infusión social. No
sirve ni alcanza profundizar seriamente y con crudeza acerca de los fenómenos
que nos ofrece la realidad, es menester, para ser un exitoso comunicador,
adjetivarla pomposamente. Una suerte de pleonasmo melindroso extremadamente
económico desde lo artístico y ciertamente vulgar desde la praxis. La música de
fondo, el aderezo de algún efecto especial, una compungida locución teatral y la
intervención de la gestualidad como elementos concluyentes inmersos en las
profundidades cenagosas que propone la noticia. No describen con neutralidad la
información, cuestión que a mi entender se debe encarar periodísticamente con
veraz sobriedad, la imaginan y la recrean mediante relatos altamente
hipotéticos y cargados con un sesgo creativo lindante con el absurdo. No me
estoy refiriendo a la interpretación de la noticia, sólo a la risible
dramatización de su enunciación.
Aún
recuerdo cuando un “movilero”, en plena inundación porteña, trataba de poner en
autos a una señora que estaba muy preocupada por sacar agua de su local. El
cronista, con el objeto de agregarle mayor sensacionalismo a la noche, exponía
comentarios sobre los peligros de la situación por la presencia de dos chicos
que deambulaban por la cuadra. Entrevistada la mujer, a propósito de la
situación anárquica que vivía, absolutamente en calma explicó que no tenía
ningún temor ni mal presagio debido a la ayuda que le estaban brindado esos dos
“malandras” de gorrita y bermudas que merodeaban cercanos al local: sus hijos.
Las
pantallas televisivas y los micrófonos radiales están infectados de Totas,
Cholas y Porotas que tras una noticia, aún sin el debido chequeo, exponen sus
prejuicios con suma banalidad haciendo uso del efecto “angustia” como argumento
informativo. Lo más parecido a una cola de mercado. Se ha vulgarizando tanto
del discurso que no existe diferencia substancial, cualquier señora del barrio
porteño de Caballito podría conducir uno de esos espacios y no se notaría la
diferencia. Cada treinta minutos tanto el televidente como el radioescucha
están sometidos a un bombardeo de indignaciones ajenas que se presentan a modo
de piquete moral ciertamente sospechoso. Mueve a risa la catadura ética de
algunos indignados mediáticos, al igual que causa la misma gracia la concepción
moral de los medios que disparan y editorializan dichas premisas alarmistas.
Esto
lo observamos con mayor profundidad cuando no existen noticias que llamen al
interés general. En algunos casos se reflotan como novedades acuciantes
cuestiones ya resueltas, en otros se construye (a mi entender se destruye) la
crónica sobre los dichos de alguien al cual, generalmente, se lo interpreta con
marcada malicia. Pura especulación. La intención de presentar una atmósfera
desquiciada instala la idea de una sociedad irrespirable en donde todo debería
ser removido o corregido, inclusive lo bueno.
Tomemos
como dato, por un lado, el acuerdo con los familiares de la víctimas del
atentado de la AMIA para la formalización de una comisión investigadora de
notables (se habla del Juez Garzón) que intente recorrer caminos jurídicos para
develar la responsabilidad sobre el suceso, y por otro lado observemos como
fueron literalmente minados los anuncios de la Presidenta con relación a la
disminución del desempleo, la adecuación del impuesto a los ingresos elevados,
y los aumentos a las jubilaciones. Con relación a este último punto se hace
imprescindible analizar que a contracara de lo que sucede en el mundo, en
nuestra Patria se baja la carga impositiva, se aumentan los salarios y las
jubilaciones, y la fuerza laboral no ha sufrido impacto de ninguna clase. Ambas
noticia fueron sembradas con adjetivaciones banales y antojadizas que nada
tienen que ver con la realidad concreta. Mientras los familiares manifestaron
su conformidad ante la propuesta de Cancillería, los trabajadores tienen pautas
concretas para afrontar sus negociaciones paritarias, y dentro de los dilemas
habrá lógicas tensiones y asuntos no pensados que necesitarán reconsiderarse.
Nunca los medios y los periodistas de los grupos dominantes observarán a la
buena fe y a la posibilidad de la prueba/error como sustancia política.
Curiosamente
dichas adjetivaciones se ausentaron sin aviso ante la clausura de las antenas
de TDA por parte del Gobernador de Córdoba, acto de censura para nada solapado;
idéntica actitud se pudo percibir ante la represión que la Policía
Metropolitana efectuó sobre algunos vecinos del Parque Centenario.
El
comunicador indignado se indigna únicamente ante el Estado Nacional y la
política oficial, nunca lo hará sobre el comportamiento abyecto de la actividad
privada y la oposición, menos aún fruncirá su ceño ante las conductas
repulsivas de las corporaciones dominantes. Recordemos aquella foto falsa
del cadáver de Chávez y la inestimable comprensión que tuvo ese periodismo a favor del
Diario El País. Desde Morales Solá hasta Lanata, pasando por Caparros, “todo se
trató de un lamentable error que al haber sido reconocido por la empresa, cabe
destacar como positivo su capacidad de autocrítica”.
Desconfío
de los indignados, eyaculadores precoces
del “cómo puede ser”, del “es increíble”. Si sucede se debe a que es real de
modo que ambas tonteras se contestan con la simple existencia de los hechos.
Eso sí, cuando rascamos un poco el dilema notamos que se prefieren disipar las
causas. “Cómo puede ser que la Fragata Libertad haya sido demorada, esto es
increíble”. Pues puede ser y es creíble debido a razones históricas que se
prefieren soslayar, cuestiones que abanican responsabilidades que no muchos
tienen intenciones de asumir.
Hace
un tiempo, cuando comenzó la política monetaria de restricciones a la compra de
dólares, un indignado “abuelito” marplatense circuló por los medios denunciando
que el Estado le había prohibido adquirir diez dólares para obsequiarle a su
nieto. Inclusive el hombre logró un amparo que no tuvo su esperado rebote jurídico.
Resulta que al indignado abuelito no le cerraba el blanco y todas sus declaraciones
juradas habían sido fraguadas. Aquí no hubo indignación para con alguien que
intento engañar al Estado (a todos nosotros) y a la vez montar una operación
difamatoria encubriendo una situación irregular que lamentablemente es muy
común en nuestra Patria. Adquirir dólar paralelo es lo mismo que comprar
repuestos robados o una arma en el mercado negro, quién lo hace delinque, la
indignación mediática, en este horizonte, no cuenta.
Martín
Caparros, hace poco tiempo atrás, desarrolló críticamente la idea que se tiene
sobre los pueblos originarios. Manifestó que nadie es originario en esencia debido
a que todas las etnias del planeta habían venido de algún lugar determinado,
logrando sus estancias a costa de la conquista y el dominio. En su alocución no
encontraba diferencias entre el comportamiento que había tenido Roca con
relación al de los Tehuelches, Aztecas o Incas. Obviamente que no justificaba
dichas conductas pero aclaraba que no le parecía inteligente endilgarle a la
raza blanca la exclusividad de la operatoria. Digamos que en los términos
expuestos coincido parcialmente si no tenemos en cuenta los gradientes para
analizar los procesos migratorios. Una cosa es disputar tierras por cuestiones
de supervivencia y otra muy distinta por simples motivos de expansión. Lo que
sucedió en 1492 no tiene ninguna relación histórica con la disputa entre
Mapuches y Tehuelches. A Caparros le “indigna” esa estigmatización que se hace
de la raza blanca sopretexto de un ser americano originariamente falaz, oscuro
y absurdamente apreciado por infortunado. De acuerdo a su criterio la inequidad
de fuerzas, las razones políticas de las disputas, las ambiciones por depredar
riquezas autóctonas, el exterminio como formato, no tienen entidad dentro del
debate. El ejemplo es claro y contundente para comprender como a partir de una
indignación nimia se arriban a conceptos tenebrosos. La teoría de selección
natural trasladada al campo de la racionalidad en su máxima expresión. Podemos
inferir que en caso de ser invadidos por una etnia, supongamos europea, el
bueno de Martín, desde su página del Diario El País, analizaría la cuestión
como parte de la historia de la humanidad. Condenable coyunturalmente, pero una
vez instalada lo mejor es relajarse y gozar.
El
comunicador indignado se reserva una dosis de perversión exponencial en donde
justifica plenamente sangrías, cadalsos, mazmorras, guillotinas, centro de
reclusión, debido a que su indignación está por encima de las restantes
sensaciones y experiencia que tiene el
colectivo. Sospecha gracilmente que su indignación es la de todos, en
consecuencia la racionalidad empieza y termina con él. El Indignado se ve como
protagonista individual; miente, engaña y acumula sofismas a favor de otorgarle
contenido a su cólera. Llama la atención que gente de sobrada inteligencia se
manifieste de forma tal liviana cuando de política se trata.
Uno
puede coincidir o no con determinadas políticas públicas del Gobierno, lo que
nunca podrá hacer la indignación es armar plataformas políticas alternativas.
Recordemos la Alianza. Construcción política cuyo esqueleto fundacional fue la
indignación hacia el Menemismo, no en respuesta al neoliberalismo. De haber
existido más política y menos ebullición, el debate podía haberse profundizado
de forma tal visualizar el verdadero problema que nuestra sociedad estaba
viviendo (cualquier similitud con la España de Zapatero-Rajoy es pura
coincidencia).
La
indignación es solamente una carga adicional dramatizada y propagandística a
favor de mal predisponer a una importante porción de la población que se
presenta receptiva hacia una propuesta despolitizadora. Y dicha cuestión no es
inocente, forma parte de la hechura social que tanto es apreciada por las
corporaciones dominantes. Una sociedad encabeza por Gerentes, nunca por los
representantes del pueblo. Saben los Gerentes que algunos políticos (acaso los
menos) son de cuidado, de modo que ante la experiencia del presente no es
necesario seguir haciendo inversiones de riesgo de cara al futuro.
A los gerentes siempre les hace falta alcahuetes que "comuniquen" a los gerenciados cuales son las conductas aprobadas por los grandes porongas. Son así, una herramienta indispensable para llevar adelante un gerenciamiento. Y si hay algo que indigna es que una bajeza se la eleve a categoría de carrera terciaria.
ResponderEliminar"Comunicador Social", o como acertarle al clavo con el martillo estudiando poco.
Desde mi visión (bastante indignada), estos sujetos tienen la misma altura de peste, basura, garca, infección y pus, que los visitadores médicos.
No se enfade Moscón. Se autodenominan APM (Agentes de propaganda médica)
ResponderEliminar¿Enfadado? Falta que me digas "cuate, el emparedado está de diablos!"¡JUAAA!
ResponderEliminarLos eufemismos+pleonasmos son el nuevo látex "Prime" que cubre la vieja poronga.
Lo que me desespera Gustavo, es el esperado final de una película que ya vieron y no lo recuerdan (la gente de nuestra edad), los pibes están perdonados pero avisados.Pero todos somos confundidos con la multiplicación de todo: información, desinformación, bajada de línea, publicidad, acciones desnaturalizadas, inacciones, reclamos, regulaciones, desregulaciones.
Pero es muy importante, es mas, es vital, que podemos ver tranquila y directamente todos los rostros que nos presenten, pero, que cada uno comprenda que jamás verá su propio rostro si no es por reflejo en el agua, un espejo, una foto o un video.
Si no nos vemos en el otro, no existimos.