¿Puede el capitalismo no ser salvaje?






Se consolida como verdad categórica la idea que vivimos dentro de una aldea de consumo global; se dice que estamos frente a una espiral insaciable por agotar bienes, servicios y productos que satisfagan plenamente nuestros deseos, egos y ambiciones; se insiste en la creencia de que la compra forma parte del necesario paradigma que promueve voluntades e inteligencias a favor de la excelencia y el desarrollo del sistema; se presume que dichas aseveraciones no encuentran válida refutación intelectual por parte de los encargados de pensar a la sociedad. Esto supone que debemos aceptar que la compra es, por antonomasia, el factor estimulador más trascendental de todas las acciones humanas contemporáneas. Esta maniobra supuestamente consciente y concreta incluye la totalidad de nuestro entorno con el resultante desprecio de todo aquello que no es económicamente rentable o cuando menos materializable. La publicidad, en sintonía, determina de modo jactancioso a mi entender, un ideal de vida a seguir que por ahora no encuentra un discurso inteligente que la enfrente. La inclusión de muletillas como “La gente”, “El pueblo”, “Todos”, ayuda a tales efectos de manera muy eficaz. ¿Quién no desea disfrutar de paraísos de placer y bienestar?
A la par la “sociedad del no consumo” espía a la porción privilegiada y se siente incluida porque comparte ciertos permisos eventuales que le son cedidos a favor del mercado. Aquel que se cuelga de un sistema de cableado televisivo será un futuro consumidor apenas pueda estabilizar su situación económica debido a que supo incorporar irregularmente dicho servicio como actor protagónico de su vida.  Evitando ser cruel podría afirmarse que es la misma táctica que poseen los distribuidores de estupefacientes. Permitir pérdidas razonables mediante el prorrateo de dosis sin costo alguno a favor de conseguir futuros dependientes que a posteriori extremen delirios por permanecer dentro del círculo de consumo. Demás está aclarar que el sistema nunca admitirá que estas prácticas forman parte de estrategias establecidas. Todavía recuerdo la compulsiva distribución de tarjetas de crédito, por parte de Bancos y Empresas, transformadas luego en pleitos judiciales por morosidad que proliferaron durante la década de los noventa. Lo cierto es que el mercado funciona así para aquella porción de no consumidores que existen en nuestro planeta. Estadísticamente casi un 30% de la población mundial se encuentra dentro de este horizonte (así se lo llama ahora); por ello la publicidad se manifiesta por la vía del deseo. Esto es,  partir de la ausencia, de la carencia de la cosa. No creo que exista mercado con mayor grado de permeabilidad que el carente de posibilidades. Quién más necesita es potencialmente menos granítico ante las ofertas y propuestas recurrentes.
Ahora bien... El secreto del mercado es no producir bienes para toda la sociedad. Lo opuesto sería ir contra la misma lógica del sistema capitalista. Lo que abunda cuesta menos. El hambre es una muy buena razón para determinar el precio internacional de los alimentos. La sociedad de consumo entonces permite por entre rejas, vidrios, alarmas, tarjetas de identificación y demás elementos personalísimos registrar sus límites y barreras, sus pasos y sus atajos, sus leyes y su marginalidad. La sociedad del no consumo no permite ni deja de permitir. Está allí. Su población crece en la misma proporción que el confort y la modernidad. Es el necesario stock disponible ante la eventualidad y el desfasaje. Si el mercado la necesita estará dispuesta a ser atendida a favor de nivelar costos de producción; será condescendiente ante bienes y servicios de segunda categoría que poco a poco se irán discontinuando conforme liquidación de baja temporada o será de utilidad para ser intoxicada con algún medicamento que necesite resultados inmediatos. Así, la educación, la salud, el empleo y la cultura se transforman en variables de ajuste. Simplemente observemos la calidad de cada uno de estos servicios a medida que nos distanciamos de los centros urbanos más opulentos. El Estado moderno ha decidido ausentarse de sus obligaciones básicas permitiendo que el mercado ordene, planifique y hasta legisle. De aquí se desprende la simbiosis Democracia – Capitalismo. La sociedad de consumo no tolera una escuela rural con sólo diez alumnos matriculados, la considera un gasto susceptible de evitarse, sin embargo asume con mucho agrado los subsidios a favor de entidades educativas privadas. Esta suerte de esquizofrenia colectiva se hace extensiva a los servicios de transportes, a los medios de comunicación, a las prestaciones médicas, y demás variables que en la actualidad se han transformado en simples y vulgares asientos contables. La sociedad del no consumo es el abismo imprescindible de la sociedad de consumo. La excelencia de ésta es la existencia de la primera. Aquello de la burguesía creando su propio antagonista.
La subdivisión internacional del trabajo ubica, geográficamente, regiones de pleno empleo a precio vil, regiones de pleno empleo jerarquizado, regiones científico-tecnológicas, regiones rurales productoras de materias primas sin valor agregado, regiones financieras, regiones expoliadas en sus recursos naturales, regiones de interés científico, regiones con repertorio de mano de obra esclava, y podemos nombrar algunas más. Esta distribución no se realiza de modo violento e intempestivo. Su majestad el mercado, en sintonía con los representantes de cada lugar, determinará, a través de sus inversiones económicas el perfil de cada región. La porción de la sociedad que es absorbida por el sistema dominante será la que podrá consumir los bienes y servicios a disposición. La capacidad económica de cada región determinará esa proporción, y esa capacidad está promovida por el rol internacional que le tocó en suerte. A pocos kilómetros de distancia observemos el perfil económico europeo en comparativa con el africano y constataremos el antagonismo de modelos imperantes, discrepantes y eficientemente convenientes. Uno, eminentemente industrialista, financiero y tecnológico, pletórico de valor agregado, el otro como simple emisor de recursos naturales (incluso humanos). De no existir la dicotomía social entre consumo y no consumo habría que forzarla, de lo contrario no existiría ese viejo privilegio de pertenecer a un mundo elegido, singularmente competitivo y particularmente efímero. Cualidad que también caracteriza al sistema capitalista. Nada, en la actualidad se fabrica para dure demasiado.
La mayor inversión, en cuanto a investigación científica y tecnológica se desarrolla, en la actualidad, en el lejano oriente. La razón de tal política radica en la capacidad laboral del natural de la región. Las catorce horas diarias que activan por jornada los profesionales orientales abaratan notablemente el valor agregado del proceso compitiendo con un alto guiño de ventaja con el científico de otras latitudes.
Mientras esto sucede la sociedad de no consumo, silenciosa y mayoritaria, se siente incluida cuando se habla de sociedad de consumo desde los medios de comunicación; la publicidad les informa sobre aquello de lo que nunca podrán disfrutar. Obvio es decir que la sociedad del no consumo no consume porque no quiere sino porque no puede y que la sociedad de consumo lo hace porque puede y quiere. Ambas coinciden en la intencionalidad, ambas son humanas y sospechan poseer deseos insatisfechos.
Definitivamente las dos tienen asegurado el futuro; las dos son necesarias para el sistema y presumo que no será sencilla la tarea humanista que trate de achicar la monumental zanja que las separa. Es necesario comprender que el perfil de cada región no sólo es una decisión política de los capitales multinacionales, también lo es de las sociedades de consumo de cada comunidad organizada. Esto es, la actitud de los llamados incluidos y su compromiso para con el resto de la colectividad.
La sociedad del no consumo persistirá obstinadamente en presentarse como tal. Es la única forma visible de entender la existencia de la otra. Seguirá colgada de la luz y del cable, podrá adquirir un celular y enviará mensajes de texto. Hasta allí obtendrá permisos. Perdidas razonables a favor de la masificación y la publicidad. El comentario recurrente sobre la cantidad de antenas televisivas de las villas miserias pone de manifiesto hasta donde llega la posibilidad de comprensión e integración colectiva.
Todo el mundo es algo concreto y visible en tanto y en cuento sea utilitario demostrar estadísticamente número y cantidad. Un hombre, un voto. Un hombre, un televidente. La gente mira televisión, el pueblo decidió tal o cual cosa y demás muletillas son ejemplos del caso. Pero cuando hablamos de salud, educación, empleo, los porcentajes incluyen exclusión. Hay quién si y quién no y ese no, posee causalidades que no interesan globalizar.
La sociedad del no consumo es imprescindible para el costo de su antagonista.

Para finalizar, continuar admitiendo como valedero el concepto de que vivimos en una sociedad de consumo es un verdadero fraude intelectual. Nunca existió y nunca existirá.
El sistema capitalista no admitirá jamás que la totalidad de la población mundial acceda (consuma) a todos los bienes y servicios existentes.
La renta no sólo se basa en oferta y demanda. Una de las variables determinante es la posibilidad de acceso al producto, y eso va más allá de la intencionalidad individual.
El pleno empleo encarecería el precio de la mano de obra, la masificación de los medicamentos acotaría las ganancias de los laboratorios, una educación pública eficiente determinaría un automático achicamiento en los niveles de subsidios a favor del sector privado, un sistema de salud estatal de excelencia dejaría sin asunto a la medicina arancelada, una política de transportes acorde a la distribución de la comunidad limitaría la impunidad de los monopolios subvencionados, siendo la lista larga y demasiado extensa para continuar.
El sistema sobrevive a través de la falta, de la carencia y a partir de allí los insumos determinan su valor. Consumidores y no consumidores conforman la totalidad de la sociedad global. Ambos están incluidos dentro de un modelo prefijado y diseñado a su medida. Ambos hacen al precio y a las ganancias. No existen los excluidos. La sociedad del no consumo en funcional y fundacional del libre mercado. El único detalle a tener en cuenta es detenerse a meditar si es justo que opere de ese modo.

Al respecto y según lo manifestado me queda una cuestión pendiente. ¿Qué intentó expresar nuestra Presidenta Cristina Fernández cuando afirmó que es necesario volver al verdadero capitalismo?  Qué otra cosa no es el capitalismo que lo visto desde hace más de doscientos años: un salvaje derrotero de acumulación de rentas cuya distribución se dará en función de la voluntad individual. Una cruel competencia en donde no todos largamos desde el mismo lugar y con las mismas posibilidades.



Comentarios

  1. El verdadero capitalismo es el laissez-faire que sacó a buena parte de la Humanidad de la miseria y del atraso económico, no esta suerte de comunismo cuasi-soviético que terminará mal. ¿O acaso no se acuerda que tiraron un Muro en Berlín hace 25 años? ¿O vive en la misma nube de pedos que la Loca de Tolosa, y se anima a decir que tenemos menos pobreza que Dinamarca?
    REYES 2015

    ResponderEliminar

Publicar un comentario