ECONOMÍA: EL MITO DEL CLIMA DE CONFIANZA por Juan Manuel Telechea

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En una nota reciente del blog Artepolítica: 

se muestra que los tres candidatos presidenciales con mayor intención de voto (Scioli, Macri y Massa) apelan en sus discursos a una vocación “desarrollista”, inspirada en el gobierno de Frondizi.

Algo que se desprende casi automáticamente del análisis, pero que el autor no termina de dejar en claro, es que no es ninguna coincidencia que los tres candidatos se declaren desarrollistas. Ante la similitud existente en materia económica entre los gobiernos de Perón y del kirchnerismo, como así también en los problemas que enfrentaron en ambos casos durante sus últimos años (por un lado, fuertes incrementos del salario real que vinieron acompañados de un aumento notable de la participación de los trabajadores en la distribución del ingreso, elevado poder de negociación de los sindicatos, y por otro, restricciones de balanza de pagos, inflación, desaceleración en la creación de empleo), y dado que las políticas de Frondizi tuvieron cierto éxito al mismo tiempo que lograron contener el avance de la clase trabajadora, era de esperarse que estos tres candidatos, todos conservadores, tengan un discurso que vaya en esta línea.

De todos modos, quiero detenerme en otro punto de la nota, que igual está bastante relacionado con lo anterior: la inversión. Los tres candidatos coinciden en que “faltan más inversiones”, por lo tanto su plan de acción tiene que incluir políticas que fomenten la inversión. Ahora bien, ¿qué políticas? La respuesta a esta pregunta dependerá de los factores que, según ellos, estimulan la inversión.

En los 3 casos (siendo el de Macri el menos explícito), se apela al famoso “clima de confianza”. Según esta explicación, para que los empresarios inviertan hay que brindarles certidumbre, y ahí es donde entran todo este tipo de recomendaciones como que se debería contar con reglas claras, mercados flexibles y competitivos, que haya “seguridad jurídica”, etc. Así, el gobierno debería aplicar medidas (o dejar de hacerlo, en realidad) para generar este marco de confianza. Desde ya que cualquier intervención del gobierno en algún sector de la economía provocaría todo lo contrario.

En realidad este clima de confianza es un gran eufemismo para decir que hay que hacer lo que los empresarios piden. Esto es, básicamente, dejarlos hacer lo que quieran, pero a la vez que el gobierno intervenga para contener los reclamos salariales.

Este argumento enfrenta objeciones de todo tipo (políticas, ideológicas, éticas, etc.), el tema es que si efectivamente esto fuese así, es decir, si el clima de confianza mostrara que las inversiones aumentan, entonces probablemente los que sostienen este tipo de ideas tendrían un punto. Por ejemplo, la técnica del fracking para extraer petróleo es criticada por los ambientalistas pero aun así se utiliza en la actualidad por motivos económicos.

El problema es que lo del clima de confianza es un gran mito creado durante el auge neoliberal que se gestó a partir de los ’70. La mayoría de los trabajos empíricos muestra una relación endeble y poco significativa para estas variables respecto a los determinantes de la inversión [1].

Para entender cómo surgió esta idea, tenemos que dividir esta cuestión en dos: por un lado tenemos lo que podríamos llamar las decisiones domésticas de inversión (las que llevan a cualquier empresa dentro de un país a querer invertir), y por otro las decisiones internacionales de inversión (las que llevan a que los capitales extranjeros opten por invertir en un país en lugar de otro). En ambos casos, el factor principal que lleva a que se incremente la inversión es la obtención de una ganancia mayor. Pero la determinación de este beneficio no es la misma para el caso de una empresa de capital nacional que una filial de una multinacional, por ejemplo.

Empecemos por las primeras, que son las más sencillas de explicar. Las empresas, a la hora de decidir cuánto desean producir, lo primero que miran son las ventas. Y dado que éstas por lo general oscilan bastante de un mes a otro (por motivos estacionales, por factores macroeconómicos, etc.), la producción también tiene que tener cierto grado de flexibilidad para poder adaptarse a los vaivenes de las ventas. Este margen de respuesta deviene de lo que se conoce como el grado de utilización de la capacidad instalada (UCI), que como su nombre lo indica, mide cuánto del total de la capacidad de producción que tiene una empresa está siendo utilizado. Por lo general (aunque varía según la rama), la UCI se ubica en torno al 70-80%. Como dijimos antes, esto es lógico si las ventas oscilan: la empresa desea contar con cierto espacio por si sucede algo que provoca un aumento repentino de las ventas; ante esta situación, la empresa tiene ese margen restante que utilizará para producir más y así poder responder al aumento de la demanda. Si, por el contrario, la empresa trabajara al 100% de la UCI, no podría responder ante ese aumento de la demanda lo que significaría probablemente la pérdida de clientes.

Un primer punto interesante que trae aparejado esta explicación es que parece muy difícil pensar a la inflación como un “exceso de demanda”. Si todas las empresas mantienen este margen de respuesta, cualquier aumento de la demanda sería compensado con un aumento en la producción, dejando pocos motivos para que los empresarios prefieran aumentar los precios [2].

Sin embargo, rápidamente alguien podría decir que si ese aumento de demanda se hace sostenido en el tiempo, en algún momento esa UCI debería llegar al 100%, y entonces ahí sí tendríamos que los empresarios se verían obligados a aumentar los precios, desatando un proceso inflacionario.

Es aquí donde aparece el motivo principal que lleva a los empresarios a invertir: mantener la UCI en el nivel que ellos consideren adecuada. Así, el elemento fundamental que estimula la inversión no es otro que la expansión de la demanda. Cuando crece la demanda, se incrementan las ventas, los empresarios aumentan la producción y esto se traduce en un aumento de la UCI (por ejemplo del 80% al 90%). Si este aumento en las ventas es persistente, los empresarios invertirán (es decir, aumentarán el tamaño de la capacidad instalada), con el objetivo de hacer que la UCI retorne al nivel deseado (para el ejemplo anterior, pasaría de 90% a 80%). Esto es lo que se conoce como el principio del acelerador en la inversión. Para ver una explicación mucho más detallada, con evidencia empírica y reseña de la literatura, recomiendo este trabajo de Amico, Fiorito y Hang (pp. 32-47) [3]:


Esto resulta bastante evidente cuando miramos la estrecha relación que existe entre el PBI (que podríamos considerarlo como un proxy del nivel de la demanda agregada) y la inversión para los últimos 100 años de la historia argentina. Es decir, lo que se observa es que la inversión responde a los cambios en el nivel de la demanda agregada, cuando ésta última crece la inversión también crece, y viceversa [4].






Después de ver esto, debería quedar bastante claro que la principal (pero no la única) política económica que estimula la inversión es el crecimiento.

¿De dónde proviene entonces la idea esta del clima de confianza? De lo que antes llamamos las decisiones internacionales de inversión. Con el advenimiento del auge neoliberal tuvo lugar una notable apertura y expansión de los mercados financieros, que vino acompañado de un apetito voraz para ubicar los flujos financieros en los distintos países. A partir de esto se fue desarrollando una arquitectura financiera internacional (organismos multilaterales, agencias de crédito, aseguradoras, calificadoras, etc.) que cumplió el doble rol de funcionar como canalizador de los flujos de capitales y como custodio de los prestamistas para asegurarles que dichas inversiones fueran rentables (o sea, que los morosos paguen en tiempo y forma).
Así, los países subdesarrollados pasaron a competir para poder captar estos flujos de capitales, y la forma de hacerlo era generando este clima de confianza, que no era otra cosa que llevar a cabo las medidas que dictaban los organismos multilaterales y las calificadoras de riesgo, medidas cuyo único objetivo es asegurar que los prestamistas sigan cobrando sus intereses y que ni por asomo están relacionadas con el estímulo a la inversión. Por si esto y como analizamos en su momento en:



estas instituciones no miran las variables fundamentales de las economías para determinar si las inversiones en un país son rentables o no, sino que acomodan las calificaciones en base a lo que dicen los propios mercados, a cuestiones geopolíticas, motivos especulativos, etc.

Así que cuando escuchen a un político o a un economista decir que para fomentar la inversión hay que generar clima de confianza, ya saben: lo que en realidad está diciendo es que hay que aplicar las políticas que piden los mercados financieros y los organismos internacionales. Paradójicamente, lo más probable es que esas políticas, al ser contractivas y regresivas, terminen generando una caída de la inversión.


[1]  Hay que aclarar que esto que llamamos clima de confianza no es lo mismo que hablar de estabilidad en las principales variables económicas. Por ejemplo, la volatilidad del tipo de cambio en los países periféricos, como el nuestro, juega un rol importante a la hora de explicar la inversión.

[2]  Estamos hablando de motivos estrictamente económicos. En la realidad, sabemos que en muchos casos los empresarios deciden aumentar los precios por otros motivos. Como dice Carlos Raimundi en el prólogo del excelente libro de Diego Rubinzal, "Ahora, Alfonsín": En un país como la Argentina, tan marcado por las cooptaciones de sus instituciones por parte de los poderes fácticos, la progresión de los fundamentos de su economía ha respondido mucho más que a causales técnicas, a razones de índole política. Así, no existen razones específicamente económicas para pasar de una inflación del 196 % en julio de 1989, que determinó la caída de Alfonsín, a una del 9,4% dos meses después con Ménem ya en la presidencia.

[3] Desde ya que de lo anterior no se desprende que la solución mágica sea expandir la demanda al infinito. Por lo general la inversión tarda en responder, por lo que pueden existir desfasajes, y además hay sectores cuya inversión es más estructural y no se ve afectado tanto de la demanda, por ejemplo el sector energético.

[4] Siendo la inversión uno de los componentes del PBI, se podría argumentar que la causalidad es inversa, es decir que la inversión es la que provoca cambios en el PBI. Si bien es lógico que exista un efecto de retroalimentación entre ambas variables, como la participación de la inversión en el PBI fue en promedio para todos estos años del 19%, resulta más plausible pensar que es el PBI el que ejerce la mayor influencia sobre la inversión, y no viceversa.




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