El “Yo
te lo dije” como argumento político
Cuando
el debate político circula pura y exclusivamente por el mundo de la predicción o
del alegato tardío es notable como emerge un paisaje dialéctico con
características abisales. Oscura y sospechosa
profundidad, acaso fraudulenta si se me permite afirmar. Tener razón o
acertar parece que tiene mucha mayor relevancia que proponer políticas y
ejecutarlas, de modo que cualquier pelafustán pegando una de las diez o doce
hipótesis lanzadas al éter pasa a sostener rango de estadista. Por supuesto que
hará un esfuerzo notable para que olvidemos las restantes. ¿Pero en política
alcanza con tener razón o embocar algún triple sobre la chicharra, desde afuera
de la gestión, desconociendo los meandros y las complejidades que encierra la
difícil tarea de tomar decisiones?. En ese sentido observo que la
irresponsabilidad viste sus túnicas más brillantes cuando de teorizar supuestos
se trata. En estos años hemos escuchado y leído a cientos de “esclarecidos” preludiando
sus apariciones con la muletilla: “yo dije hace un tiempo que…” como si tal
cosa configurara un signo de sabiduría, síntesis del conocimiento, éxtasis de
pensamiento. Vamos a suponer que estamos ante un analista o un dirigente de
tenor superior. Qué me importa si este tipo tuvo la razón en la mesa de un bar,
en el post de un blog o en un estudio de televisión, lo que verdaderamente me
perturba es que no tuvo la capacidad política para imponerla. Y eso es tan
grave como equivocarse. De manera que el mundo de la razón pierde eficacia y sentido en tanto y en cuanto no se
vea acompañada por la acción política concreta. Vale decir tener razón es sólo
una parte, huérfana si no se la puede poner en práctica y esto también es
responsabilidad de ese supuesto iluminado. Por supuesto que cuando hablo de
imponerse me refiero a plasmar en la práctica las estrategias, y esto incluye
las herramientas, necesarias en el marco de la democracia para que dicho
concepto político no se diluya en una hipótesis de dudosa certidumbre. Incluso
si mi adversario ha errado eso no me habilita para afirmar que mi idea es la
correcta en tanto y en cuanto no tenga la oportunidad de ponerse a prueba
sufriendo las tensiones que la sociedad tiene como característica natural.
Confucio afirmaba que la peor de las cobardías es saber lo que se debe hacer y
no hacerlo, mientras que Goethe sentenciaba que el hombre es un ser tenazmente
contradictorio que no acepta imposición alguna en su provecho, y sí sufre
cualquier coacción en su perjuicio. En
política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno esbozó
Adenauer, por eso me afilio a ese dogma anónimo que reza: Las mentes grandes
hablan de ideas, paradigmas, políticas y filosofías, las medianas de hechos,
anécdotas, coyunturas, las pequeñas de sucesos puntuales, denunciando,
advirtiendo en base a una corazonada y las mentes pobres hablan de los demás,
acaso de ellos, colocando como prefacio el fatídico “te lo dije”... Lo menos
saludable que puede hacer uno si persigue fines elevados es enroscarse con esta
clase de personas ya que luego que llovió siempre paró y siempre que paró,
luego llovió... de manera que seguro nos vamos a mojar, y eso lo sabemos, no
necesitamos iluminados que nos lo digan. Las crisis fueron, son y serán parte
inevitable de la experiencia humana. Acaso nuestra obligación sea evitar
mojarnos o en su defecto si tal cosa resulta inevitable que sea lo menos
traumática posible.
Te vas a quedar sin participantes en el blog.
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