“Es imposible frenar el rayo de la justicia y la libertad del periodismo”… dijo un viejo cronista progresista...




Román Lejtman nunca fue un buen periodista aunque lo intentó y hasta obtuvo algún premio, esos que otorgan los sistemas cuando los tipos bien los representan; tampoco logró ser un eficaz operador aunque también se esforzó y se esfuerza por más que fuera humillado en América, y aún lo hace indirectamente con ellos, y bajo otras honestas faldas de grupos empresarios que jamás denunciará. Nunca sus opiniones o notas exhibieron influencia en la opinión pública, vaya a saber sus méritos… Alguna parte de su nombre se la debe a Amira. ¿Decir la verdad? Su historia no avala dicha tesis… ¿Acertar con sus hipótesis? Sus fallidos fueron paralelos al apagón periodístico sufrido luego del 2010. Alguna vez afirmó que su fuerte era la formación, para luego agregar: “Si uno tuviese que encontrar una definición dogmática, diría que ser un buen periodista es ser, ante todo, un tipo honesto, después ser una persona formada o que trata de formarse todos los días y, en tercer lugar, que sólo escribe o dice sobre lo que tiene chequeado. Me parece que esa puede ser la respuesta: Honestidad, trabajo constante y rigurosidad”.
Por un lado me pregunto: ¿Cuánto del presente artículo fue escrito con honestidad, rigurosidad o tiene data debidamente chequeada?. Por otro lado cuestiono:¿Cuánto del presente artículo expresan simples deseos de las personas para las cuales opera? Ergo..escribo y opino lo que desea  leer y escuchar quién me paga…


Cristina escribe su epílogo – Román Lejtman -


Seducida por su infatigable imaginación política, Cristina Fernández siempre creyó que Amado Boudou sería Presidente de la Nación y que su gestión de gobierno implicaría una bisagra histórica en la construcción institucional de la Argentina. CFK se ubicaba junto a Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín, ingresando al panteón político de la mano de Néstor Kirchner, su marido, creador y socio del acervo familiar.

Pero Cristina fracasó en la Casa Rosada y sus decisiones personales ya causan efectos penales. No importa que Eugenio Raúl Zaffaroni aparezca mezclado entre los militantes de La Cámpora sonriendo como una esfinge. Carlos Menem tuvo a Rodolfo Barra en la Corte Suprema y es poco probable que escape a la prisión domiciliaria cuando termine su mandato en la Cámara de senadores.

CFK no es muy diferente que Menem. Sólo modificó el presunto modus operandi que se le imputa en las distintas causas abiertas en la justicia federal. Menem fue acusado de cobrar comisiones a las empresas privadas, mientras que Fernández de Kirchner es investigada por concesionar obra pública a sus socios, familiares y amigos. Desde una perspectiva teórica, la actual administración es más sofisticada, aunque kirchneristas y menemistas coinciden en un hecho irrefutable: todos se hicieron ricos durante sus años en Balcarce 50.

La transición política ha comenzado y Cristina no da señales de entender que los restos de su mandato sólo deben servir para asegurar la continuidad institucional. Ya no tiene legitimidad popular para emprender reformas estructurales que son resistidas por la sociedad. CFK ganó su última elección hace más de tres años y la mayoría de los legisladores que maneja cuentan las horas para apoyar un nuevo modelo peronista.

Mientras tanto, el gobierno de Cristina continúa quebrando todos los récords históricos de corrupción. En treinta y un años de democracia, nunca había sucedido que un Presidente esté investigado por presunto enriquecimiento ilícito y abuso de poder, que un Vicepresidente esté procesado por falsificación documentos públicos, abuso de poder y negociaciones incompatibles con la función pública, que un ministro de Justicia esté imputado por incumplimiento de los deberes de funcionario público, que un fiscal vinculado al gobierno esté procesado por prevaricato, que la mayoría oficialista proteja a un juez federal corrupto en el Consejo de la Magistratura y que un socio privado de la familia presidencial sea investigado en Estados Unidos por lavado de dinero.

Es cierto que hay una guerra sin cuartel entre la Casa Rosada y los tribunales. Pero el gobierno dispara con operaciones mediáticas, escuchas clandestinas y presión política, en tanto que los fiscales y jueces federales sólo han decidido cumplir con su trabajo y exhibir las evidencias que hasta ahora dejó once años de kirchnerismo puro y duro. Es la cadena oficial versus las pruebas en contra.

Anoche, Oscar Parrilli juró como nuevo secretario de Inteligencia y su lugar será ocupado mañana por Aníbal Fernández, que cederá su banca de senador a Juan Manuel Abal Medina, si se respeta la lógica institucional. Cayeron Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, capos políticos de los espías civiles que ya no satisfacían las ambiciones persecutorias de Balcarce 50. Fernández llevará la agenda oficial y buscará calentar su candidatura a Presidente, mientras que Parrilli se pondrá a disposición del general César Milani, jefe en las sombras del aparato estatal que hace inteligencia sobre todos los miembros del Poder Judicial, el Congreso y los medios de comunicación que investigan y cuestionan la ética de la Presidente y su administración pública.

CFK ya inició la cuenta regresiva y en Tribunales aguardan el momento justo para demostrar que su poder ha terminado. Para los simples mortales, es imposible frenar el rayo de la justicia y la libertad del periodismo, aunque se pinchen todos los teléfonos que funcionen en la Argentina.



Opera: El Cronista Comercial

Comentarios

  1. La misma rigurosidad de un cacerolo

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  2. Me gusta cuando dice: "exhibir las evidencias". Hoy en mi blog pedí las evidencias de Milani represor y aún las estoy esperando. De todas maneras, es incomparable mi cinismo con la rigurosidad purista de un Lejtman.
    Ayer en un bar alguien explicaba que San Martín había obrado por dinero.
    La historia es molesta para los puristas, se lleva como el viento los pormenores y deja las grandes obras. Quizás podríamos haber contado -siguiendo el paralelo- con un militar absolutamente puro; una especie de Gandhi del sable. Y quizás, seguramente, hubiera fracasado y quien sabe entonces cual hubiera sido nuestro destino. Adonde estaríamos hoy mismo parados.
    Los Lejtman no escriben la historia. Las Cristina, sí. Y cómo.
    Los Lejtman encuentran un redil para sobrevivir y cuentan cada mes con un sueldo satisfactorio de manera de poder acceder a un nivel confortable desde donde operar sus crónicas.
    Todos finalmente morimos. Y ahí nos igualamos irremediablemente.
    Los Lejtman nunca contarán la historia de un discapacitado que mejoró su calidad de vida y accedió a determinadas esperanzas gracias a la política.
    Y que mejor demostración de justicia nos da la muerte que equipararnos al fin con ese discapacitado que las tuvo todas en contra mientras nosotros todas a favor. O un pobre que hoy puede arreglar su dentadura gracias a un plan de gobierno como todos, denigrado.
    Quiero decir; los Lejtman se pierden esa parte esencial de la vida, detenidos como están en seguir las instrucciones que bajan en harto conocido manual de Miami y de la CIA, en tanto uno de los puntos cruciales a atender es la corrupción de gobierno.
    Pero el gobierno no gobierna muerto como pretende Lejtman sino más vivo que nunca.
    Solo bastaría contarle a ese nuevo beneficiario del plan “Argentina sonríe” lo que cuesta (yo diría metafóricamente y no tanto: sangre) acceder a una solución dental en un país del primer mundo como Estados Unidos.
    Si hay un delincuente que vaya preso. Ya tenemos unos 4.040 a la vista. Pueden contar eso sí con un proceso necesario y un juicio justo.
    Pero que vayan TODOS presos. Los periodistas coimeros, los funcionarios que agarraron sus buenas cometas por las negociaciones de deuda (ni hablar del Megacanje). Y los boludos como Boudou, que en lugar de convocar consultoría y repartir comisiones en ocasión de canje haciéndose de la propia -lo que incluso siempre ha sido bien visto en este país, tanto que no recuerdo indignado que lo haya censurado- se le dio por apropiarse de una imprenta que iba a ser irremediablemente estatizada.
    Así y todo, hay tipos como yo que piden que se corra, a riesgo de ser visto de manera antipática por mis propios compañeros. No veo pedidos de corrimiento para bazofias como Bonadío de parte de nuestros indignados. Al contrario, ponen su foto de avatar y hasta levantan en marcha su bandera.
    Si nos corrieran con un Mandela, me siento a la mesa, pero nos corren desde la redacción de los diarios que tienen las manos manchadas de sangre y de los despachos de jueces que también tienen las manos manchadas de sangre.
    Jamás me voy a sentar por NADA y para NADA a la mesa de estos tipos.

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  3. Hace unos años este Marmota y Larrata se agarraron fuerte con acusaciones cruzadas por AMIA. Ambos se acusaban de querer desviar la investigación. Lo que nunca aclararon es que los dos operaban para distintos servicios de inteligencia. Desde sus lugares ayudaron bastante a que el atentado nunca se esclarezca.

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