La versión electrónica de los grandes diarios
hace tiempo ha elegido abrir una sección de comentarios, por lo general
anónimos, que se caracterizan por insultos y deshonras de un tenor antes
desconocido, aun en las tradiciones más ostensibles de la prensa amarilla y panfletaria.
Este nuevo idioma del sumidero de los diarios más tradicionales -periódicos de
circulación nacional-, llama la atención por la virulencia injuriante con que
se expresan y por la que son festejados esos comentarios, repletos de
calificada vileza.
Se sitúan debajo de artículos que
aunque muy duros en el estilo con que tratan su materia, guardan ciertas
formas civiles y muchas veces irónicamente refinadas, integrando sin embargo
una curiosa unidad de significado con lo que viene luego: los ultrajes y
procacidades antes reservados a fórmulas privadas del trato, mediando siempre
una aquiescencia pactada. Pero lo que implícitamente es aceptado en un cenáculo
particular o circunspecto, para el goce íntimo de la insidia reservada, cobra
aquí un carácter definitorio en cuanto al uso de la lengua colectiva. Fenómeno
de la industria de mercancías informacionales globalizadas, estos envíos
pseudo-participativos significan oscuros desahogos y un goce en la impudicia
del trato. La procacidad múltiple y desenfadada en la lengua es un hecho que ni
es simple ni puede ser reglado por nadie, pero debe ser observado en cambio en
debates críticos que pongan la dimensión lingüística como parte de la
reconstrucción del significado de la política.
Es cierto que estas intervenciones
originariamente estaban concebidas como verdaderos foros o blogs, y se apuntaba
a la creación de un ágora que no está ausente de muchas manifestaciones de la
red llamada “social”, ni tampoco dejan de existir algunas opiniones fundadas en
esos mismos ámbitos que promueven los grandes matutinos. Pero allí es imposible
sostener una discusión por el nivel cloacal que es lo que les da vida y
sigiloso atractivo a estos flechazos descarnados, frente a los que no es raro
ver a la Real Academia en actitud de festejo, en brazos de una demagogia que
parece llevarlos a pensar que allí hay nuevas floraciones idiomáticas a las que
apenas hay que facilitarles una gramática más accesible.
Es que estas “opiniones” son de algún modo
termómetros de las pulsiones secretas de una gran ciudad, además de contener
numerosas “operaciones políticas” al servicio de tal o cual interés inmediato.
Si por un lado son indicadores que un periódico tiene en cuenta una vez que
decide tocar esa cuerda oscura del espíritu colectivo, por otro lado revelan el
irresponsable proyecto de hacer de estas pseudo-opiniones un acto de la
democracia argumentativa. En verdad, son actos destructivos de los vínculos de
lenguaje, que anudan lazos sin los cuales no hay subjetividad libre ni discusión
pública aceptable.
No nos asustamos de las palabras viscosas, ni
creemos que haya que ensayar un moralismo de mate lavado contra un hecho de
gran significación en los procesos de zarandear al límite los lenguajes
públicos. Pero se abre una polémica que por el momento no prospera porque el
mercado de la injuria –presentado como trama discursiva de la genuina opinión
pública- es una vasta transacción producida por el negocio del capitalismo
libidinal de la información. A las empresas comerciales de noticias les importa
más esas comezones y necias diatribas que sus aúlicos editorialistas de turno.
Estos están en el cielo y sus opinadores anónimos en el infierno. Lógicamente,
unos están en función de los otros.
Pero desde el Dante hasta la actualidad, el
Infierno es más atractivo que el “cielo”. Solo que hay un equívoco. En vez del
gran poeta italiano, con la cadencia exquisita del idioma y la suma de
preciosas alegorías, tenemos a nuestro servicio las más turbias
escatologías que corroen el alma de un país. Propongo pues un ejercicio.
Comentaré un diario de la época de Rosas, La Moda de Juan
Bautista Alberdi, para ver como hubiera funcionado en aquel tiempo, prolífico
en acciones virulentas e insultos públicos, este método de pudrición idiomática
que se instaló entre nosotros. Conste que es mejor esta oscura violencia verbal
que la violencia física y las guerras que abundan en el mundo. Pero si bien la
primera parece “literaria”, “fruto de una pasión escritural”, introduce un tono
abismal en la conversación colectiva que consigue pulverizarla. Y entonces sí,
puede alojarse en ella otro tipo de arrebato donde la excitación prefigura el
acto físico de agresión.
Veamos
entonces que hubiera pasado si tales despropósitos hubieran ocurrido hace más
de un siglo y medio, cuando la prensa de por sí era batalladora y panfletaria.
Aceptemos, a modo de ucronía, este ejemplo. Previamente, una breve reseña sobre
“La Moda”.
La Moda de Alberdi hace la primera encuesta social en
relación con los lectores de un periódico. Se entiende más, así, su separación
un tanto incomprensible de los dominios ya fijados del romanticismo. Alberdi
escribe con el pseudónimo de Figarillo, y comentaremos especialmente un
artículo suyo sobre la relación entre periodismo y lectura popular, titulado Un papel popular. En este artículo encontramos un
anticipo de un tema que recorre la historia del mundo moderno: ¿qué lee el
hombre social en sus diferentes estratos y formas de vida? ¿qué lee el pueblo?
Éste debe ser también el primer autoexamen del periodismo en la historia
nacional, si no consideramos los escritos de Mariano Moreno llamando a que un
órgano gubernamental, la Gazeta, cumpla con la tarea de hacer transparentes las
decisiones oficiales.
Para Figarillo, “es necesario escribir para
el pueblo”. Pero antes “es necesario explorar ese campo”. He aquí como describe
lo que hoy llamamos encuesta: “¿Qué mejor medio para ensayar el pueblo que el
que se observa con el vino? No es decir esto que sea bueno venderlo ni
tragarlo, sino probarlo. Para esto separaré un poco de pueblo, haré un pueblo
en miniatura y lo interrogaré sobre cómo quiere que se le escriba”.
No conocemos mejor definición, algo irónica
es cierto, de lo que muchas décadas después, se conoció como “técnicas de
muestreo social”. Esto ocurre en 1837. Comparecen en esta composición una
mujer, un pulpero, un comerciante, un artesano, un anciano letrado y un
zapatero, representantes de “las clases de la sociedad”. Las respuestas son
adversas a la circulación de los periódicos, cada personaje dando razones
específicas para tal razonamiento. Incluso el “anciano letrado” no desentona.
Quizás no sea este personaje enteramente ficcional como los demás. Ha sido
educado en las universidades de Chuquisaca y Córdoba y responde rechazando la economía
política, el derecho público, la ciencia administrativa, la filosofía, la
historia y la literatura, el cálculo, el griego y el francés, para recomendar
“un abismo de ciencia legislativa, canónica y teológica”.
Este personaje tiene, sí, un nombre supuesto,
don Hermogeniano, quien remata diciendo, en consonancia con los demás
interrogados: “¡Hombre, que les ha dado a ustedes por escribir papeles
públicos! En mi tiempo los mozos no escribían; bien que entonces no había
papeles públicos, ellos han venido a la vanguardia de nuestras desgracias
públicas. Ninguna falta hacen al público los papeles periódicos, como dijo
Polignac, en todo tiempo han sido y de suyo no pueden menos que serlo, un
instrumento de sedición y desorden”.
¿Qué conclusiones saca Alberdi de su encuesta
burlona? Tropieza con la dura tarea de definir, él, un ironista, al pueblo.
Primero lanza el dolido sarcasmo: “Sí: el pueblo es el oráculo sagrado del
periodista, como del legislador y del gobernante. Faro inmortal y divino, él es
nuestra guía, nuestra antorcha, nuestra musa, nuestro genio, nuestro criterio,
él es todo y todo para él ha sido destinado”. Pero luego se pone serio: no se
trata de aquel tendero ni del zapatero, ni de don Hermogeniano.
El pueblo no es “el pueblo masa, el pueblo
multitud, el pueblo griego ni romano, sino el pueblo representativo, el pueblo
moderno de la Europa, el pueblo moderno de Europa y América, el pueblo
escuchado en sus órganos inteligentes y legítimos –la ciencia y la virtud”. ¿Y
en cuanto a sus encuestados? Ellos cuentan, sí, pero debe escribirse para ellos
sin que necesariamente deba contar su opinión, y menos las de los ineptos que
critican a La Moda –aquí Alberdi se
muestra dolido con los ataques que ha recibido de los federales puros– que por
envidia critican al periódico de Figarillo pero si llegaran a escribir sus
pobres líneas en él, serían los primeros “en trompetear que no hay papel
como La Moda”.
Abierto a los
comentarios
Caletre 37: Calláte, Figarillo,
roñoso, homosexual, te queda poco tiempo, mierdita de salón. Metete tus minués
en el ortito, ¿sabés Alberdi cuanto tiempo te queda en esa redacción apestosa?
Já já já
Dr Pedrotelmo: Te vamos aponer un
cohete en el orificio, alberdito, montonerito de jacquet, tucumano conchudo, no
te recibiste en la universidad, no podés mostrar el título y mostrás tu
traserito enroñado, vago que dilapidaste recursos públicos, prohijado por un
gobernador burócrata. Si te cruzo por la calle del Cabildo te escupo esa cara
de nenito intelectualoide…já já já
Biscocho
asado: Alberdi… rajá de nuestra ciudad, provinciano lamebotas, andá turrito
con tu filosofía a París, aprovechá ahora que ya no tenés mucho tiempo.
¡Culorroto! ¿No se la mamaste a Echeverría? ¡Otro truhán! Vengan, que los
consuelo… já, já, já.
Solitario de
la Recova: Te espera el paredón Alberdi, a vos y a tu amiguito Estebancito. Te
bajaste los lienzos con el tirano, y más de uno te corrió de atrás. ¿Te gustó
no? te vamos a estrenar la desembocadura, y si apretás el esfínter va a ser
peor, mugriento de levita engrasada, exilate puto.
Baqueano del
Bajo: Alberdi, cobarde, confesá que son un percherón aburrido, un cajetilla
invertido. La tenés adentro, autorcito del Fragmento al estudio del Derecho!
Qué derecho, si sos un torcido, y lo único derecho que conocés es cuando te la
sirven de retaguardia. Putito romanticoide, tomátelas a Montevideo.
Juan pueblo: ¿Recién ahora
descubrís lo que es el pueblo, mariquita? ¿Cómo te van a leer a vos, petimetre,
mierdita ensobrada? já já já, ¡Cómo estamos afinando el violín para cuando te
toque, soretito disminuido, caquita olvidada en la vereda! Já, Já, Já.
El moderador se frota las manos. Ha
bochado una o dos intervenciones pues les faltaba el vigor denigrante que es
necesario. ¡Hay que mantener el nivel, mierditas! ¡El nuevo periodismo precisa
vida, pasión, jugarse por ideas, hablar con verdades conmovedoras,
destructivas, que aplasten a quienquiera que asome la testuz! ¡He dicho!
¡Y ya entonces existía la "Pasionaria de Cristo"! (cursaba el secundario en una Escuela Normal de una Congregación Religiosa) y la Juventud Radical Dorreguense se estaba constituyendo....
ResponderEliminar