EL MACARTISMO DEL SIGLO XXI NO CAMBIO DE ESTRATEGIA NI DE METODOLOGÍA, SOLO CAMBIO DE OBJETIVO: AHORA ES CONTRA EL POPULISMO
...¿cuál es entonces la ideología que necesita un enemigo permanente?...
DEL POPULISMO Y OTROS DEMONIOS
Augusto
Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales
La irrupción inesperada de Podemos en el panorama
político español ha puesto otra vez en boga el término “populismo”. Dado que no
existe definición académica del mismo, es necesario indagar sus orígenes para
saber de qué se habla o hablamos. El diccionario de la RAE nos dice que
populista “es perteneciente o relativo al pueblo”. Una primera aproximación al
término indica que el populismo lleva como nota general la invocación,
convocación o recurso al pueblo. Desde esa perspectiva, todos los partidos,
grupos o personas que militan en política son populistas, pues sus labores y
objetivos buscan convencer al mayor porcentaje de población de que sus
propuestas son las correctas y que, por tanto, lo inteligente, prudente y
acertado es votarles a ellos.
La presencia del pueblo (populus) es tan
potente, que casi todos los partidos políticos o agrupaciones similares y
sociales hacen referencia directa o indirecta al pueblo. Así, el PP es partido popular, es decir, un partido del pueblo, no de élites, lo que no deja de ser
un sarcasmo. El PP nació como Alianza Popular, una denominación con auras de
izquierda, vaya usted a saber por qué. El PSOE es —era— obrero y español, el partido de los obreros españoles, los
olvidados (¡ay, quién te ha visto y quién te ve, camarada Pablo Iglesias!). Los
partidos comunistas crearon democracias populares. Podemos ha utilizado la primera persona del
plural del presente de indicativo para transmitir la idea de que “[nosotros]
podemos”, nosotros, la gente común, el populus. Izquierda Unida es una forma de llamar a la
unidad de las dispersas y mal avenidas fuerzas progresistas. UGT y CCOO
convocan a trabajadores y obreros. En suma, no hay política sin pueblo.
A partir de aquí penetramos en una densa jaula de
grillos, donde partidos y políticos serios usan ballestas, catapultas y mosquetones para
descalificar a otras fuerzas políticas, tildándolas de populistas, sin explicarle al populus qué quieren decir con el manoseado término. Lo
emplean con gestos despectivos, haciéndolo sinónimo de demagogia, mentiras
baratas y manipulación perversa de masas descerebradas. Calificar a un partido
o persona de populista aspira a situarlo en el más tenebroso de los
infiernos. En su mensaje, ser populista es ser mendaz, demagogo, embaucador de
pueblos, payaso, escribidor de horóscopos y otros perifollos o cantinfladas al
uso. En términos históricos modernos, el populismo surge
en Latinoamérica de la mano del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre,
político de izquierdas que, influenciado por las revoluciones mexicana y rusa,
funda en México, en 1924, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).
El APRA nace como un movimiento político latinoamericanista,
antioligárquico, antiimperialista, unionista y popular, con influencia
marxista, pero separado del comunismo. El APRA tuvo gran influencia, de México
a Argentina. De aquella Alianza Popular (medio siglo anterior a la española)
derivó el término populismo, una mezcla singular de ideas de izquierda,
pensamiento iconoclasta y tradición caudillista latinoamericana. Ese manantial
nutrió al populismo de los años 40 y 50. Juan Domingo Perón es, quizás, el
dirigente latinoamericano que mejor ha encarnado la figura del político
populista. Pero esto es ya historia en la región. El populismo fundado por Haya
de la Torre es parte de una etapa histórica digna de reconocimiento, tanto por
su papel movilizador de las fuerzas progresistas, como por haber contribuido a
sacudir las anquilosadas sociedades de América Latina, atrapadas en el caduco
bipartidismo de conservadores y liberales. Las dinámicas surgidas desde la
década de los 80 superaron al viejo populismo, gestando nuevas formas de
organización popular, adaptadas a las realidades del siglo XXI. El APRA sigue
existiendo como partido político en Perú, pero vaciado de la herencia
sustantiva de Haya de la Torre.
En España, con Podemos, el término populista se utiliza de forma recurrente con el fin de
descalificar a la naciente organización política. El uso del vocablo es
proporcional al temor que Podemos inspira en partidos políticos tradicionales.
Hasta este año de gracias de 2014, el término populista se prodigaba exclusiva y generosamente contra
políticas y políticos latinoamericanos. Casi sin excepción, los movimientos de
izquierda que tomaban el poder en Latinoamérica, aupados por las masas
populares, eran tachados de populistas, sobre todo cuando nacionalizaban los
recursos naturales en manos de oligopolios extranjeros o hacían lo mismo con
empresas nacionales privatizadas. Era populista nacionalizar empresas porque, decían, esas medidas
ahuyentaban las inversiones extranjeras (lo que resultó falso). Era populista recuperar el papel del Estado en la economía,
porque el Estado era ineficaz comparado con la empresa privada (otra falsedad).
Eran populistas, en fin, las medidas que favorecían a los
desheredados, porque éstas fomentaban la vagancia, endeudaban al Estado e
hipotecaban los recursos del país, recursos que, por supuesto, debían ir a la
siempre eficiente iniciativa privada. El uso y abuso del término lleva a obviar análisis
serios del tema, como el hecho de que partidos políticos que dicen rechazar
toda forma de populismo han ganado elecciones recurriendo intensamente al
populismo, si discurrimos que ser populista es seducir a la población con
promesas que nunca se cumplirán. No hay partido político libre de ese pecado,
aunque algunos hayan batido, una, varias veces o siempre, los listones más
altos en cuanto a incumplimientos. En1982, un partido de cuyo nombre no quiero
acordarme, presentó un programa electoral que es, posiblemente, el mejor
ejemplo de populismo español: “Luchar contra la inaceptable desigualdad social,
cultural y económica”; 800.000 puestos de trabajo; rebajar la edad de jubilación
a 64 años; jubilaciones anticipadas a los 59 años; luchar frontalmente contra
el fraude y la evasión fiscal; defensa de las empresas públicas “como
instrumentos fundamentales para la creación de puestos de trabajo y el logro de
un desarrollo estable”; “filosofía contraria a la política de bloques
militares” y separación de España de la OTAN, etc. Todos, o casi todos, sabemos en qué terminó
aquello. No hubo 800.000 empleos nuevos, sino que se perdieron en dos años
600.000 empleos más; la política del “pelotazo” dio lugar a corrupciones
generalizadas; las desigualdades se dispararon; se privatizaron buena parte de
las mejores empresas públicas y España entró en la OTAN. Mayor engaño,
imposible. Esto es historia y lo usamos a título de ejemplo, pero sirve para
recordar aquello de que quien esté libre de pecados, que tire la primera
piedra. Los años de prosperidad en la década de los 90 y
primera del siglo XXI fueron una fantasía, de la que España despertó perpleja,
confundida y arruinada. Las reformas económicas, con marcado carácter
ideológico, en vez de fortalecer al Estado y al país, habían corroído sus
cimientos. La euforia de aquellos años hizo que muy pocos se preguntasen o
pusieran en duda lo que parecía el milagro económico que España llevaba siglos
esperando. Así, pocos inquirían por qué, de repente, después de la entrada del
euro, en España empezó a construirse más que en toda la Unión Europea. Un
delirio popular y populista barrió el país, como reflejarían centenares de
megaconstrucciones: aeropuertos sin aviones, centros culturales ciclópeos,
autovías a ninguna parte… Era la versión moderna de las ciclópeas festividades
circenses de los emperadores romanos, de los primeros en hacer del circo y las
megaconstrucciones una política de Estado. La paranoica fiebre inmobiliaria arrastró al país
y, al final, terminó devorándolo. ¿Qué era aquello sino populismo del peor
signo elevado a dogma económico y político? Porque detrás de la acusación de
populismo subyace otro concepto: la irracionalidad. Se dice que los populismos
conducen al desastre económico porque no saben administrar la economía. Lo
sucedido en España ¿qué fue sino la irracionalidad dirigiendo los bienes
públicos? ¿Pueden decir esos gobernantes que supieron administrar la economía?. La euforia estalló como bomba de neutrones:
bancarrota general del Estado, autonomías y ayuntamientos; endeudamiento
astronómico del país, cinco millones de desempleados, desahucios masivos,
indigencia, una generación entera condenada al exilio económico, al paro o a trabajos
basura y una corrupción rampante, por mencionar sólo los resultados más
terribles de aquellos colosales disparates. Sin olvidar el involucramiento de
España en cuatro criminales guerras de agresión, de Yugoslavia a Libia, que
dejaron centenares de miles de muertos, decenas de millones de refugiados y
cuatro países destruidos hasta los cimientos. Como guinda, la expansión fatal
del terrorismo islamista, de Afganistán a Nigeria. Si eso es gobernar con
seriedad, prudencia y capacidad, más vale persignarse. De guinda, han convertido a España en una
plutocracia, donde veinte multimillonarios disponen de más recursos que 14
millones de ciudadanos (30% de la población). La concentración acelerada de
riqueza en un puñado de manos nos está arrastrando al totalitarismo capitalista
más brutal, donde la democracia será, como en el siglo XIX, un ramplón y simple
sainete. La ciudadanía podrá votar lo que sea, pero será un puñado de
plutócratas los que, en última instancia, decidan y marquen los destinos del
país. La descalificación por la descalificación tiene
otra consecuencia: evitar la discusión a fondo, sin subterfugios, de las
propuestas de gobierno de cada partido político. La postración actual de España
es prueba de que las políticas practicadas durante más de dos décadas, además
de estar agotadas, han fracasado estrepitosamente. Frente a ese fracaso, ¿qué
ofrecen los partidos tradicionales? Hasta la fecha un más de lo mismo, pidiendo
a la población que imite a Job y espere a que Yavé Dios-FMI dicte desde su cielo
las soluciones. Pero lo dice el refrán: no hay mal que dure cien años ni cuerpo
que lo resista. Y los refranes, según la RAE, son expresiones de la sabiduría
popular.
Fuente: Diario Público de
España
No es macartismo, es sentido común. Hay que evitar que la peste populista se propague por la civilización occidental y cristiana, mostrando a la Argentina como el ejemplo más crudo de todo lo que trae el populismo: una orgía pagana donde se cuestionan las más elementales jerarquías naturales y donde el morochaje resentido ha ganado posiciones sobre sus superiores europeos y cristianos. Pero el escarmiento no va a tardar en llegar.
ResponderEliminarMuy buen artículo.
ResponderEliminarLástima el pelotudo que me antecede en los comentarios, que no deja de venir a desparramar sandeces (lo digo así porque es imposible tomar en serio a semejante idiota).