La restauración conservadora en América Latina tendrá que esperar, que hoy 27 de Octubre sigan floreciendo mil flores
Alfredo
Serrano Mancilla, Director Centro Estratégico
Latinoamericano de Geopolítica (CELAG). Doctor en Economía
Lo
intentan pero no. Lo pretenden los medios conservadores; lo ensayan los poderes
económicos; lo ansía la vieja derecha pero con un nuevo relato; lo ambicionan
desde el Norte para seguir teledirigiendo al Sur. Pero no.
No saben
cómo ganar las elecciones fundamentalmente porque comenten un grandísimo error:
creen que hablan a otro pueblo, a un pueblo irreal que no habita cotidianamente
en esos países en los que se han producido transformaciones sociales y
económicas en tiempo record. Buscan nuevas fórmulas que abusan de una imagen
fresca, de un candidato más joven, con discurso pos político, aparentemente
desideologizado. Y siempre sin querer confrontar, como si la política fuera
posible sin ello.
El bando
opositor al cambio de época posneoliberal en América Latina es consciente que
ha de jugar en otra cancha. El desplazamiento en la centralidad del nuevo eje
político es tan hegemónico que la propia derecha rebusca reinventarse para
disputar cada cita electoral. Los nuevos liderazgos regionales han decidido
lavar su narrativa dejando de insistir en eso de la inversión extranjera, la seguridad
jurídica, los tratados de libre comercio, los programas de austeridad. No se
atreven en público ni siquiera a cuestionar el rol del Estado en algunas áreas
económicas ni a interpelar las políticas públicas redistributivas llevadas a
cabo en muchos países.
Desde
hace unos años optan por otra vía: no cuestionar el pasado pero sí discutir el
futuro prometiendo que “con ellos todo puede ser mejor”; y prefieren realmente
sintetizar toda su crítica en la inseguridad ciudadana, en la falta de libertad
de prensa, en eso del populismo (aunque muy bien no sepan qué quieren decir con
ello).
Sin
embargo, dejan que sean los grandes grupos mediáticos los responsables y
portavoces del “todo está mal” aunque corriendo el riesgo de que éstos no
sintonicen con el nuevo sentido común de época. Ese juego de roles, a veces,
parece proporcionar resultados contradictorios. De hecho, no llega a ser
efectivo debido a que la prensa opositora todavía cree que sigue viviendo en el
pasado neoliberal. Este desfase evidencia las contradicciones del bloque
conservador; los líderes de la derecha partidaria opositora demuestran ser
mucho más hábiles y flexibles para cambiar su discurso que la propia derecha
mediática.
Hasta el
momento, los conservadores siguen perdiendo a pesar de los intentos de Capriles
en Venezuela, de Rodas en Ecuador —ganó la alcaldía pero perdió de forma
apabullante en la última cita presidencial—, de Doria Medina en Bolivia,
de Marina Silva o Aecio Neves en Brasil, y Lacalle en Uruguay (en primera
vuelta). Muchos de estos nuevos perfiles darían para cualquier película de
Hollywood pero continúan sin ganar elecciones. Las últimas victorias para
derrocar a un gobierno progresista sólo las consiguieron con golpes anti
democráticos, tanto en Honduras como en Paraguay. Aún lo siguen procurando con
golpes de eso que llaman mercado; en Venezuela, con un dólar ilegal que amenaza
constantemente, y con prácticas usureras del rentismo
importador que someten al pueblo a una
inflación inducida; en Argentina con fondos que buitrean, y con devaluaciones
forzosas por prácticas especulativas cambiarias o sojeras. Lo van a seguir
buscando por todo tipo de vías parademocráticas, pero también están condenados a buscar
la fórmula para ganar en las urnas.
Después
de la victoria rotunda reciente de Evo Morales en Bolivia, reelegido por el 61%
de los votos, llega el triunfo de Dilma Rousseff en Brasil por el 51,63%. La
Presidenta brasileña vence por más de 3 millones de votos al representante del
viejo modelo neoliberal, Aecio Neves. Ni la genuina performance de Marina Silva
en primera vuelta, ni todo el poderoso establishment que
defendió a Neves en la segunda, han podido con el proceso de cambio en Brasil,
iniciado con la victoria de Lula allá por el 2002. Son 14 años, y es la cuarta
victoria consecutiva del Partido de los Trabajadores, sin que la oposición
pueda arrebatársela. Ya no sirve la explicación maniquea de que “todo se debe a
la bonanza económica mundial” o al “viento de cola”; son tiempos de recesión
económica mundial y el apoyo popular al proceso sigue siendo mayoritario.
En
Brasil, no es que todo sea color de rosa pero las luces predominan sobre alguna
sombra; se ha reducido mucho la pobreza en estos años, y también la
desigualdad, y se han mejorado las condiciones económicas y sociales de vida de
la mayoría social. Esto no se consigue por arte de magia, sino que ha habido
una voluntad política de cambiar el modelo económico democratizándolo y
reinsertándolo más soberanamente en el mundo.
A este
escenario hay que sumarle Uruguay porque —aún sin datos oficiales definitivos
pero sí según todos los sondeos a boca de urna— el progresista Frente Amplio
también sería la fuerza más votada en primera vuelta (entre 44-46%), siendo el
máximo favorito para ganar en segunda vuelta contra la propuesta neoliberal
liderada por Lacalle Pou el próximo 30 de Noviembre. En ese país, ni el hijo de
un Presidente en dictadura, Bordaberry (del Partido Colorado), ni el hijo de un
Presidente de los noventas neoliberales, Lacalle Pou (del Partido Nacional), pudieron
contra la propuesta de continuidad del cambio que venía liderando Pepe Mujica.
Así la Alianza del Pacífico, como nueva forma de integración neoliberal en
América Latina alentada por Estados Unidos y Unión Europea, tendrá que seguir
esperando a tener nuevos allegados.
Por
ahora, el bloque de países progresistas sigue sin perder elecciones
presidenciales. El chavismo con Nicolás Maduro en Venezuela, Cristina Kirchner
en Argentina (a la espera de lo que pueda pasar el año próximo), Rafael Correa
en Ecuador, Sánchez Cerén en El Salvador, Daniel Ortega en Nicaragua, y
recientemente, Evo Morales en Bolivia. La última revalidación la obtiene Dilma
Rousseff en Brasil, y previsiblemente Tabaré Vázquez en Uruguay. En definitiva,
sí se puede afirmar que lo que hay en América Latina son intentos
de restauración conservadora, pero no restauración conservadora.
Fuente: Diario Público de España
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