Las advertencias
falsarias de los antagonistas económicos y políticos del populismo han
adulterado a tal punto el debate, que la pregunta pertinente es qué se discute
en realidad cuando se analiza ese tema. De qué discurso entonces el populismo
es la excusa.
¿Qué conflictos se
estarían invocando en la presente disputa?
¿Qué
contraproducente deidad retornaría a América Latina desde
un supuesto cielo negro y para desdicha de la sociedad democrática
republicana?
Remedando
humorísticamente lo que expresó Jacques Derrida entre originales y copias “lo
que se vuelve enigmático es la idea misma de la primera vez”. Esto es, en este
caso, la fuente de una biografía política popular que alimentó lo más decisivo
de la crónica de masas en el continente.
Finalizada casi la
primera década del siglo XXI, los escarnios contra la idea madre populista no
consignan tanto a sus múltiples eventos históricos, complejos de catalogar,
como a los desatinos y perfidias culturales de estas época. Una atracción
ciertamente desafiante desde la derecha, esa misma que declama conjeturar el
fin de las derechas y las izquierdas, lo antiguo de los antagonismos sociales o
lo inútil de exponer luchas de intereses en un mundo cuyo mercado es
tecnocrático y globalizado. Queda todo encerrado entonces en manipulaciones
ideológicas de sojuzgamiento económico y cultural expandiéndose en términos
periodísticos. Se instala la peste del populismo sobre los países
latinoamericanos desde una nueva y a la vez vieja maquinaria de clasificación
construida con el fin de emplazar una idea política que afecta intereses
económicos depredadores de la salud de las sociedades reverenciados como
indiscutibles. Desde estas usinas se construye la idea de que el populismo es
una forma básica y primitiva de aislar a Latinoamérica del concierto mundial,
dándole al vocablo directo significado es ese sentido.
“Populismo es un
restringido mundo codificador de las políticas actuales, que el proyecto de
país, o continental, resulta imposible. Malogrado por la propia maldición del
pueblo llano cuando de manera impertinente y con distintos líderes pretende
medianamente protagonizar la historia. O, según dicha versión,
“irracionalizarla” con el voto de mayorías y Estados intervinientes: Panorámica
que concluye atentando con la producción de riquezas, derrames de mercado,
oportunidades y libertades”.
El teórico del
socialismo español Ludolfo Paramio crítico de las políticas populistas de
América Latina de hoy afirmó: “El populismo se sintetiza en aquello que
dificulta o directamente sabotea la importancia de las instituciones como marco
imprescindible para el buen funcionamiento de los mercados”. De esta
manera se responde muy bien a la pregunta ¿De qué hablamos cuando hablamos de
populismo?
La cuestión engloba
a toda la complejidad de América Latina y de su diversidad se obtienen los
modos más eficaces para una batalla cultural que tienen las políticas
neoliberales a fin de hacerle frente a la oposición de las contradictorias
fuerzas democráticas populares.
Las derechas
económicas y financieras, en sus diversas sintonías de un dial que contienen
también voces de izquierda y progresistas amigas, se plantean sin desmayo esta
ofensiva.
Sociedades entonces
donde lo mediático, como poder concentrado de emisión, actual como una
acentuada política cultural que canoniza la escala de significados sociales. Lo
hace desde lo privado empresarial comunicativo con un alta inversión económica
bajo la sapiencia y lógica de audiencias a retener, de géneros propicios en
términos receptivos, de espectáculo informativo en horario ininterrumpido que
siempre “está ahí” para contar el país, de reflejo de públicos, y donde todo
este tinglado de articulación mensajera construye las formas decisivas de la
politización despolitizadora. Edifica culturalmente esa política, que si bien
no es irreductible ni es ineludible en sus performances, resulta un dispositivo
que por su lógica de “vivir de públicos-conciencias” con su accionar pretende
por una parte un efecto de totalización comprensiva, y por la otra acciona
mediáticamente desde el prisma de la permanente construcción ficcional-realista
de la vida común de la gente. Vida común transmisora y receptora: una suerte de
matrimonio ideológico mediático cotidiano de las distintas “hablas” de un
idioma de pura comunicacionalidad que, más allá de sus simulacros e
ilusionismos transgresores, exhibe el más natural conformismo de valores y
conductas de un ser social tipo: Instala una cultura política de derecha sin
“partidos desprestigiados”. Una cultura que atraviesa lo comunitario desde el
alarmismo social, la antipolítica, el sentimiento ciego, el protolinchamiento
permanente, el cinismo, el termómetro de la inseguridad, el analfabetismo a
toda cuestión compleja, la vacuidad temática del rating y el comportamiento
histérico.
El politólogo Alain
Rouquié, afirma que cuando dice de un partido o de una persona política que es
populista es porque no le gusta. Es un término casi insultante y por eso no
puede ser un concepto analítico... Sirve para cubrir nuestra ignorancia...
cuando los regímenes parecen complejos... y no corresponden a los esquemas
tradicionales, entonces son populistas.
Sin embargo, el
término se impone como un ícono explicativo que definiría algo preciso desde
una autoridad intelectual del que lo esgrime. El nombre desborda su
matriz teórica conceptual y desde la comunicación de masas pareciera apuntar
con una enorme eficacia política para definir el secreto de una historia
generalmente de contradictorios rasgos populares. Al carecer de una
representación claramente verificable, el término asume oblicuamente el debate
intelectual y político esta identidad sensitiva demasiado llena de drama
histórico, sobrecargada de frustraciones. Sería lo inentendible que todos
entienden. El término es encubridor de lo que en realidad se endilga, en tanto
la caracterización se expone saturada de signos pétreos, gruesos, llevada a la
discordia de un “ismo”, imposibilitada de encontrar a esta altura una mínima
autonomía comprensiva.
Populismo consistiría
en una historicidad semántica sofocante y acumulada en los altillos societales
de especialistas, que gravita decididamente y no si éxito en el lenguaje
político de masas que se pretende interpelador de lo inmediato. Populismo es la
operatoria política expresa de un vocablo que llena un espacio en el cual el
sentido común de un dominio cultural quiere alertar sobre valores, morales y
procedimientos alterados en sentido negativo, irracionales. Incorporado en
ámbitos de estudio sociológicos desde hace medio siglo para estudiar un tiempo
industrializador en América Latina, el largo recorrido del populismo como texto
de autoridad explicativa insertando en las batallas de las izquierdas pasó a
formar parte – como dice Rouquié – de un vulgarizada y recurrente categórica
del “mal político” en el cual nadie se reconoce. Lo curioso de esta era
antipopulista que transformó el mote maldito desde circunscriptos libros
sociológicos a comunicadores radiales de buen rating es que esos programas en
el éter, las mismas radios, los medios, las páginas editoriales, revistas, los
suplementos culturales, periodistas de televisión, el cientificismo gráfico, el
columnista intelectual, el nuevo teatro, la banda de rock, los entrevistadores,
la joven generación de cine, los obispos, cardenales, ganaderos indispuestos,
todos, conforman un inmenso muestrario acabadamente populista de distintos
tamaños, tonos, colores y figuras. También populista es el ser del mundo bajo
lógica mediática.
....del
libro Las Cuestiones de Nicolás Casullo
Fondo de Cultura Económica - 2008
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