"Hay
muchos que sostienen que creer en el socialismo, y esperar su triunfo, es una
ingenuidad. Sin embargo, no hay nada más ingenuo que esperar que el capitalismo
ponga fin alguna vez a la desigualdad y a la pobreza, a la explotación, a la
marginación, a la destrucción de los países más débiles por parte de
las grandes potencias. Y el hecho es que esas calamidades son moneda cada
vez más corriente en el mundo en su conjunto, y están llevando a la humanidad
toda a una crisis de muy difícil pronóstico. Los socialistas, está claro,
carecemos de recetas probadas para reconstruir el mundo, y para transformar las
ruinas del capitalismo en una sociedad justa. Hasta hace unas tres décadas, en
cambio, sí las teníamos. Era entonces muy significativa la influencia del marxismo,
tanto entre la militancia de izquierda como en el mundo intelectual y
académico. Son bien conocidos por todos nosotros los episodios sucedidos en el
mundo que produjeron una disminución de esa influencia. La caída en serie de
los regímenes del llamado socialismo real y la posterior crisis de la
socialdemocracia europea sumieron en el desconcierto a los movimientos
políticos de izquierda y redujeron el peso específico de sus ideas en el
universo cultural. Durante mucho tiempo habíamos estado atravesados por
nuestras certezas, aún en el error, y luego, al ver cómo esas certezas se
pulverizaban, y nuestras categorías de análisis entraban en crisis, nos
paralizamos, nos pusimos a la defensiva, y asumimos una actitud política
vergonzante. Es más, soy un convencido de que también nosotros, como
integrantes del espacio de izquierda, tenemos parte de responsabilidad, por
omisión, en la aplicación salvaje de las políticas del Consenso de Washington,
que empujaron, y aún hoy siguen empujando a millones de trabajadores al
desamparo. No supimos ofrecerle a la sociedad una alternativa superadora de la
propuesta neoliberal: estábamos demasiado ocupados en tratar de curar nuestras
propias heridas. El historiador británico Eric Hobsbawm escribió, poco después
de la demolición del Muro de Berlín, en 1989: "La principal consecuencia
de estos sucesos es que los ricos del mundo ya no están asustados". Tenían
razones para no estarlo. Nosotros, en parte, se las dimos. Pero fuimos
aprendiendo. En los primeros años del nuevo siglo, frente al panorama desolador
que ofrecían nuestras sociedades después del azote del capitalismo salvaje, aprendimos
que era erróneo suponer que no había camino para los socialistas si no íbamos
por todo. Y lo aprendieron muchos compañeros en otros países de la región. Y
nos sumamos a vastos movimientos populares que no tenían la homogeneidad ni la
pureza en las ideas que habíamos tenido siempre. Y se empezó a discutir, entre
otras cosas, acerca del Socialismo del Siglo XXI. Por mi parte, presumo que la
obsesión por proyectar el socialismo a un siglo trata de ocultar nuestra
incertidumbre acerca de cómo debemos actuar los socialistas en el presente. En
ese sentido, entre otras cosas, es imprescindible resolver cuáles son las
categorías marxistas que gozan de buena salud, y cuáles, según la demostración
empírica, han perimido. Llegado a este punto, tengo que decir que no creo que
haya un solo socialismo en ciernes para este siglo. Puede haber tantos
socialismos como realidades socio-económicas y políticas. Sí hay principios
rectores universales, que deben guiar a la acción militante de los socialistas
en el mundo: la solidaridad, la lucha por la igualdad, el tomar siempre partido
por la clase trabajadora, la vocación por la trasformación social, y la capacidad
para individualizar lo más precisamente a nuestro enemigo. Esto último me
parece muy importante,ya que Hegel, entre otros, nos enseña que la política
tiene una dialéctica en la que el contrario nos define. Es decir que el ser
político también se define por su contrario, por lo que aquello contra lo que
confrontamos también debe formar parte de nuestra identidad ideológica. Vivimos
un momento de constante mutación de la realidad política. Surgen
permanentemente nuevas categorías sociales. El constante avance científico y
tecnológico altera las formas de producción, y naturalmente eso tiene su
impacto en la economía y en las relaciones sociales. Sin lugar a dudas,el mundo
cambió, el capitalismo cambió, y el socialismo también debe cambiar,
manteniendo inalterables nuestros principios,pero teniendo ante lo nuevo una
actitud muy permeable. Debemos sacudirnos los dogmas para entender el presente.
Es en ese contexto en el que debemos interrogarnos acerca de qué significa ser
socialista en la Argentina de hoy, de cuál es el rol que debe jugar una
izquierda inteligente en esta etapa que vive nuestro país. Estoy convencido de
que en esta etapa, en la Argentina, debemos abocarnos a la construcción de una
fuerza socialista de izquierda verdaderamente popular, que debería nutrirse del
variado entramado social, particularmente de la clase trabajadora. La historia
de la relación entre la izquierda tradicional y las masas populares, en nuestro
país,es una historia de desencuentros. Por diversos motivos, las organizaciones
de izquierda nunca lograron una sólida inserción obrera, y hasta se mostraron
distantes de los sectores populares. Es probable que haya influido su
incomprensión de las coordenadas de la cuestión nacional en cada momento
histórico. Es necesario que no volvamos a cometer ese error. Esa construcción
de un partido socialista alternativo auténticamente popular, en el actual
escenario político argentino, se torna imperiosa. Tanto como la necesidad de
intervenir activamente en los conflictos que ya se están dirimiendo. Somos
conscientes de que cada avance, grande o pequeño, debe contar con nuestro
respaldo militante, porque nos acerca a la sociedad que queremos construir. De
modo que no podemos esperar a que la tarea de organización se haya completado.
Giuseppe Fiori ha sintetizado brillantemente esta necesidad política:
"Construir el barco, y al mismo tiempo salir a navegar". Siempre nos
reconocimos marxistas, y precisamente por eso nunca compartimos la creencia de
que la mera agudización de las contradicciones sociales fuera necesariamente el
preámbulo de una inevitable revuelta revolucionaria. O de que debiéramos
esperar a que las instituciones del capitalismo se derrumbaran totalmente, para
irrumpir mágicamente de entre sus escombros a construir la sociedad socialista.
La Historia del siglo XX nos ha enseñado que lo más probable es que esos
escenarios, por sí solos, traigan consigo el caos, la barbarie, el fascismo.
Hemos aprendido también que no hay verdadero socialismo sin democracia, ni
genuina democracia sin socialismo. Pero la izquierda debe poner las reglas del
juego de la democracia al servicio de la transformación social. De lo
contrario, se convierte en una auténtica caricatura política. Una caricatura
absolutamente inofensiva, que hasta se inventa una realidad propia en la que se
refugia para observar el devenir histórico, y se limita a señalar con el índice
las injusticias del sistema. La transformación social, en América del Sur, se
ha encarnado en los últimos años en procesos populares que han dado nuevas
perspectivas al socialismo del siglo XXI. Sucede en Venezuela, en Bolivia, en
Ecuador. En la Argentina, un proyecto nacional, popular y democrático de
ampliación de derechos se ha enlazado con esos procesos que, entre otras cosas,
han puesto límites claros a la dominación de la mayor potencia capitalista y a
uno de sus instrumentos globales, el neoliberalismo. Los socialistas
argentinos, si queremos ser protagonistas del presente, tenemos que participar
activamente de este proyecto, cuyos enemigos expresan los aspectos más
tenebrosos de la explotación capitalista. Militar a favor de ese proyecto, y
cerrar el paso a los servidores del retroceso, es también ponerse en el camino
de la construcción de una sociedad más justa. Probablemente no como nos
enseñaban nuestros viejos libros, pero sí como aprendemos ahora de la compleja
vida de los movimientos populares. Se ha dicho con acierto que cada momento
presente tiene más de un futuro posible. Si la crisis del capitalismo global se
acelera en los años y décadas por venir, uno de esos futuros posibles es, como
dije antes, la barbarie. Todo lo que los socialistas seamos capaces de
construir en adelante en cada lugar del mundo, en términos de organización, de
políticas, de ideas, de procedimientos, tendrá que proteger la posibilidad de
que, en efecto, el futuro sea otro."
*En este
espacio funcionó el Hogar Obrero, y luego un supermercado privado que dejó en
la calle a decenas de trabajadores, quienes hace más de 10 años tomaron el
lugar y resisten el desalojo impuesto por la justicia, pese a que en dos
oportunidades la legislatura provincial decretó la expropiación a favor de los
trabajadores.
Fuente: http://prensajorgerivas.blogspot.com.ar/
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