Yo no estoy de acuerdo con la “justicia" por mano propia - dijo Massa en el tenedor libre de Chiquita - , y agregó: peeeeeero…..


El gato que roba comida debe morir


Tolerancia cero o exclusión cero, por Daniel Miguez para Miradas al Sur


Hay múltiples estudios que demuestran que a mayor equidad en una sociedad menos delincuencia. No importa cuán rico es un país ni su desarrollo económico, sino que lo mucho o poco que tenga sea distribuido de una manera razonablemente equitativa. Es cierto que cuanto mayor sea el poderío económico, menos conflictivo será alcanzar una distribución justa, como sucede en los países escandinavos. Pero sobre todo depende de una decisión política y de una sociedad inteligente. Es así, que los que no abonan al concepto de equidad por una determinación ética, lo hacen por conveniencia, como ceder parte de sus ganancias para ganar en seguridad y tranquilidad. Cualquiera sean las motivaciones, es objetivo, está científicamente comprobado, que la idea de tolerancia cero es menos efectiva que la exclusión cero.
En los Estados Unidos, que en algunos distritos tiene sanciones muy duras que hasta incluyen la pena de muerte, se discutió durante años el problema de la puerta giratoria en las cárceles, y pese a la severidad de las condenas, sus estadísticas muestran que dos tercios de los excarcelados vuelven a reincidir. Esto los llevó a sancionar la ley llamada de la segunda oportunidad, para contener, dar trabajo y facilitarle los estudios a quienes salieron de la cárcel. Un estudio previo indicaba que el 60% de los jóvenes delincuentes provenían de familias pobres y, sobre todo, ausentes. También está influyendo en el cambio de visión el hecho de que dos ciudades importantes, como San Diego y Boston, donde está bajando la tasa de delitos, aplican un programa de inclusión que involucra al Estado, las organizaciones sociales y las empresas privadas. Sin ir tan lejos, de los presos que estudiaron carreras universitarias en nuestro país, cuando salieron libres sólo reincidió el 3%. Los ejemplos, por la positiva o la negativa, abundan en todo el mundo. En la Argentina, las leyes aprobadas luego del secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg siguieron la lógica de la mano dura, con el consiguiente aumento de penas de manera indiscriminada. El anteproyecto de reforma de Código Penal tiende de reordenar el descalabro que, en parte, originaron aquellas leyes de 2004. También está lejos de la idea de liviandad con los delincuentes que pregonó el diputado Sergio Massa, que, de todas maneras, logró instalar el tema de la puerta giratoria con facilidad. La propia Cristina aludió muchas veces a la puerta giratoria, pero haciendo caer el peso en la decisión de los jueces que disponen del Código Procesal, con más incidencia en las excarcelaciones que el Código Penal. El intento de reforma judicial que quedó trunco en el Congreso, más allá de las chicanas de la oposición al Gobierno y de la resistencia corporativa del ese sector, apuntaba en líneas generales a mejorar y transparentar el funcionamiento de la Justicia. Quienes votaron en contra, quizás ahora deban abstenerse de algunos comentarios que podría hacerlos incurrir en contradicciones. Todo esto viene a cuento de la patética seguidilla de linchamientos, que, aunque cueste creerlo, fueron justificados desde varios programas de radio y televisión, algunos con el endeble paraguas de anteponer un “no estoy de acuerdo, pero…”. Ese “pero” fue al que apelaron muchos de los dirigentes opositores para no perder la ocasión de sacar provecho político a la situación. El latiguillo preferido, incluso por dirigentes liberales, para justificar esos ataques fue que se trata de reacciones inevitables ante “la ausencia del Estado”.

De todas maneras, hubo voces potentes para poner un poco de cordura. La Presidenta señaló que “el mejor antídoto contra la violencia es la inclusión”, la misma línea que sostiene el papa Francisco y que hizo pública el presidente de la Pastoral Social de la Iglesia Católica argentina, Jorge Lozano. “En un estado de Derecho, el camino a transitar es el acudir a las instituciones que corresponde. Si es por mano propia, no es justicia. Debemos ser claros”, afirmó el obispo. Por su parte, el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, denunció que hay medios de comunicación que “están incentivando” la violencia. Y la vicepresidenta de la Corte Suprema de Justicia, Elena Highton, dio una definición jurídica contundente sobre los linchamientos: “Son homicidios. No hay proporción entre el robo o el hurto de una cartera y un homicidio violento, sangriento y en masa”, señaló Highton. Y dijo más: “Yo no sé por qué se está alentando esto como si fuera algo bueno”.
Mauricio Macri coincidió en un punto con Cristina al fijar su mirada en los jueces: “Para ellos la reincidencia no tiene valor; si una persona cometió 15 delitos en períodos cortos, demuestra que no quiere adaptarse a la sociedad, pero hay jueces que interpretan la ley a su favor y esto es un disparate”. Después, en un arranque de estatismo, dio su interpretación sobre los linchamientos: “Lamentablemente la gente reacciona de esta manera, que no es la adecuada. Es la consecuencia de 30 años de mala política que nos ha llevado a esta ausencia del Estado nunca vista”.
Una frase de Macri, señalando que cuando su hija estuvo un año fuera del país se sentía tranquilo, fue aprovechada por Massa: “A mis hijos los tengo en el país y trabajo todos los días para que vivan en un lugar más seguro. Me siento tranquilo cuidándolos y no mandándolos al exterior”. Pero, a la vez, coincidió con Macri al justificar los linchamientos en que “los vecinos lo hacen porque hay un Estado ausente”. Desde el otro arco opositor salieron a castigar a Massa y a Macri. “Indigna ver cómo algunos dirigentes, por temor a perder votos, dan rodeos o hacen circunloquios que evitan una necesaria y categórica condena de estos actos”, respondió Ricardo Alfonsín. Margarita Stolbizer sostuvo que los dichos de Massa son “lamentables y vergonzosos”, ya que los valores de la democracia y la justicia “no se pueden poner en juego con la estrategia de la instalación del miedo para hacer campaña electoral, que es lo que viene haciendo Massa”. El jueves, durante su presentación en la Cámara de Diputados, ante la dimensión mediática de los linchamientos, le preguntaron al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sobre la política de seguridad del Gobierno. “Hay una política deliberada para mejorar los problemas de inclusión y mejorar calidad educativa. No se resuelve duplicando patrulleros o cámaras, hay que plantear todo eso y mejorar la infraestructura social básica”, contestó. Aún expresando su repugnancia por los ataques de muchos contra uno y concordando que lo central contra la inseguridad son las políticas de inclusión y redistributivas, hay quienes se preguntan qué hacer mientras tanto. Hubo muchas oportunidades desaprovechadas para combatir la inseguridad. La desaprobación de la resolución 125 –ejemplo paradigmático de intento de redistribución–, el rechazo a la reforma judicial o la no implementación en cada provincia del plan de reorganización policial que quiso llevar a cabo León Carlos Arslanian dos veces ministro de Seguridad bonaerense, son algunos ejemplos, entre tantos. Hay un Gobierno, pero también una oposición y una sociedad que tienen responsabilidad, y que deberían tomar el tema en serio en vez de reclamar o proponer supuestas soluciones fáciles, que, además, ya se aplicaron, con los resultados que están a la vista.

Fuente: Miradas al Sur (Fragmento de una nota editorial más extensa que incluye Malvinas y el paro opositor del 10 Abril)


Linchamiento y presencia estatal por Julian Axat, abogado, para Miradas al Sur

El fenómeno del linchamiento tiene varias aristas que me parece deben analizarse en profundidad. La primera es si la repetición de una escena de linchamiento, lleva a fabricar copycats de linchadores. O dicho de otro modo, en forma de pregunta: ¿es posible que recrudezca esa forma de violencia, si los medios y redes bombardean los casos? Creo que a la hora de tomar estado público un linchamiento, se pone a prueba a la sociedad toda, se la testea para saber qué capacidad moral de aceptación o rechazo tiene, eso no implica el nacimiento espontáneo de linchadores por imitación. Ahora bien, eso no implica un efecto reproductor, a menos que como consecuencia de ese testeo o interpelación por la imagen del linchamiento, la sociedad termine banalizando-naturalizando simbólicamente la crueldad del caso difundido. Ya lo decía Susan Sontag, en un ensayo sobre la naturalización del horror por medio de la fotografía (ante el dolor de los demás), la puesta en evidencia de la imagen, a la larga anestesia el ojo del espectador. ¿Qué sentimos internamente al ver la escena de un linchamiento cuando es captada por una cámara? ¿Nos indignamos? ¿Hacemos algo? ¿Nos paraliza? ¿Quién empatiza de tal manera que tiende a repetir el acto de linchar? De todos los arcos sociales y políticos se ha salido a repudiar el fenómeno linchamiento, aunque para muchos ha sido considerado un directo asesinato, para otros un ajusticiamiento, muchos han dicho justicia por mano propia, ausencia de Estado, etc. Cada uno de estos matices no representa lo mismo, y muestra formas de reacción de las poblaciones diversas reflejadas en la voz de los dirigentes que también son testeados-interpelados ante el fenómeno. La indignación ante la sensación de inseguridad que lleva a un dirigente político a decir que está mal linchar, pero –a la vez– lo entiende comprensible como parte de la reacción de la gente cansada, produce un efecto social distinto al de otro referente o dirigente político que lo repugna sin más, y lo trata como un homicidio. Entre el linchamiento considerado como lineal asesinato y la idea de ausencia de Estado, hay un abismo ideológico y político; pero principalmente un abismo humano y de indolencia (quizás en ese balanceo se pongan a prueba todos los valores adquiridos en democracia sobre el alcance de los derechos humanos). La puesta a prueba del problema “linchamientos” en estos días, la capacidad de tolerancia social y simbólica al fenómeno de esa magnitud de violencia, es lo que los medios concentrados están instrumentalizando; y con ello retroalimentan o inciden sobre el sentimiento de miedo y de inseguridad de cara a las encuestas de imagen de los candidatos que les interesan proyección para el 2015. Vuelvo a la pregunta: ¿es posible que recrudezca una forma de violencia, si los medios y redes visualizan los casos con mayor intensidad? Descreo de una epidemia de linchamientos por mero anoticiar o fogonear en la voz de empresarios morales que hacen circo. Creo, de todos modos, que la gente asume posiciones violentas y crueles, por otros factores, no por hipodermia mediática (recuerdo el caso de Alex y en película La Naranja Mecánica, sometido a escenas de violencia cinematográfica, para curarse de su violencia). El lenguaje de los medios claro que incita a la violencia, no por mostrar linchamientos, sino porque utiliza otros elementos: prejuicios, rumores y sutilezas lingüísticas al envolver la escena del linchar que se repite. La víctima propiciatoria es un chivo emisario construido por estereotipos fijos: preferencia adolescente, morocho, vestido con ropas deportivas, usa determinada ropa, etc. El efecto es adormecer el ojo de los espectadores incautos por repetición visual de la escena, hasta perder el dolor de cada golpe que recibe un cuerpo que ya no se mueve en el suelo. Y si este problema conduce a la visibilidad repentina y espasmódica, también plantea el problema de la invisibilidad de los linchamientos, a su no espectacularización. Hace muchos años que como defensor penal juvenil me han tocado casos de linchamientos lesivos de jóvenes al momento de su detención, ya sea con participación de civiles o con connivencia de policías (torturas y apremios como parte del linchar). Me atrevo a decir que de un 80% de detenciones de adolescentes pobres en la provincia de Buenos Aires, por motivos de flagrancia, en el momento de su aprehensión, reciben represalias de todo tipo (golpes, patadas, cachetazos, empujones, escupidas, etc.). Pues la policía o los particulares cuando se da el caso de que logran reducir a quien se supone cometió un delito, llevan a cabo despliegues de todo tipo, y es como si estuviera “aceptado” en el imaginario policial (aun cuando sea absolutamente ilegal) ejercer una inmediata reprimenda o “correctivo” (hay varios estudios de antropología criminal juvenil que hablan de la pena informal o accesoria anticipada a la pena formal que reciben los jóvenes infractores de las periferias urbanas, ante la policía). Muchísimas veces me ha tocado atender a jóvenes que se presentaban detenidos ante la Justicia que provenían de una detención violenta, y a los que se les había aplicado un “correctivo” vía linchamiento de las víctimas (a quienes la policía incitó a que participen en el correctivo o directamente lo hicieron por motu proprio). También he denunciado una serie de ejecuciones sumarias de adolescentes como consecuencia de supuestos enfrentamientos con policías de civil (durante 2012 y 2013, denuncié ante la Corte Provincial siete homicidios de adolescentes por gatillo fácil). La sombra del linchamiento la he notado en esos casos, cuando en alguno de ellos, el cuerpo del adolescente estaba molido a golpes y la bala ingresara por la nuca (todo indicaría un remate tras la golpiza). Lo cierto es que estos casos, pese a tener formas de linchamiento, nunca toman estado público, pues a los medios dominantes no les ha interesado en lo más mínimo cada vez que se hicieron públicos. Desde ya que son casos sin conveniencia política, pues se pone a prueba a la estructura de la propia policía y la Justicia. La violencia institucional no parece ser conveniencia de los grupos de poder, por eso no la vinculan al fenómeno de linchamiento, pues siendo que la vinculan solapadamente a la idea de “justicia por propia mano” habría un mínimo de “justicia en el accionar” separada de cualquier contacto con las fuerzas de seguridad. Es decir, sólo se presentaría como una reacción popular espontánea, una indignación por agotamiento, un día de furia, como si del folclórico Fuenteovejuna de Lope de Vega se tratara. Sostengo que se trata de una reducción discursiva y de publicidad comunicacional, que invisibiliza la presencia del actor policial desgobernado, con incidencia poblacional en el territorio de lo que es seguro de lo que no. Este esquema sólo puede ser funcional a las condiciones de crecimiento y ascensión de un príncipe político que hace eje de su campaña en la ley y el orden que viene a suplir un vacío que no es tal. No es tal porque estoy convencido que ningún linchamiento puede ser pensado sin la gestión de las fuerzas de seguridad, ya sea por presencia u omisión deliberada. Y esto no se trata de ausencia de Estado, se trata de su absoluta presencia y regulación de la violencia civil de los espacios de lo que denominamos lo “seguro” y lo “inseguro”. Si un adolescente es detenido por particulares en un flagrante delito y aquellos que lo detienen comienzan una golpiza, en algún momento siempre llega la policía. La cuestión es si ésta interviene, para la cosa, deja hacer, o comienza a participar en la golpiza. O de otro modo, si cuando la policía llega averigua quiénes participaron del asesinato y los conduce ante la Justicia. Como sabemos, esto último nunca ocurre. Y la impunidad de los linchamientos es lo que más genera el clima de repetición de los linchamientos. No son los medios, es la policía y la Justicia los que no los detienen. Por eso, el límite del fenómeno invisible y repetido, y de golpe visibilizado por los medios y redes, está asociado directamente con la democratización de las fuerzas de seguridad, mucho más que con el tratamiento de la noticia, que si bien posee poder naturalizante, sólo es reproductor de un clima subyacente anterior gobernado por quien regula los territorios.

Fuente: Miradas al Sur

Comentarios

  1. Así que la Chiqui llevó a la joven promesa del Nordelta a su almuerzo. Qué curioso, eh?! Justo ahora?
    Cómo se entiende ésta gente! Maravilla de la nueva era que se viene revólver en mano.

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