LA DEMOCRACIA ES UN PRODIGIOSO INSOMNIO por RODOLFO BRACELI


Kirchner murió de muerte natural

por Rodolfo Braceli para el diario Jornada de Mendoza

No por un infarto, Néstor Kirchner ha muerto de muerte natural. Escribo en el mediodía del 27 de octubre del 2010. A Kirchner no lo voté. Es más: confieso que no he podido ser peronista un solo día de mi vida; esto no es ni una virtud ni un defecto. Pienso que Perón fue un visionario, un comunicador excepcional, pero, dicho en términos futbolísticos, nunca terminó de entrar al área, desperdició las posibilidades que la historia, sus propias intuiciones y su colosal sentido de la oportunidad le depararon. No estuvo a la altura de la fe que Evita y el pueblo le tenían. No diría esto de Salvador Allende. Volviendo a Kirchner: ¿Hubo alguien que accediera a la presidencia de este conato de país nuestro, en peores condiciones, con menos sustento electoral, con tan tenues expectativas?

Recordemos: la Argentina ya había desfondado el abismo en los años que empezaron con el tenebroso prólogo de la Triple A y siguieron con la secuencia que va de 1976 a 1982. La tortura de estado desembocó en la violación de las vidas, de a miles. Eso resultó poco. Se negó sepultara y se desapareció, se violó las muertes. Eso resultó poco. De yapa se afanaron criaturas, por cientos. Asistíamos a la desnucación de la condición humana. Esto lo consumaron los militares de turno en complicidad con civiles como Martínez de Atroz y su banda de la Sociedad Rural. Los grandes medios de des-comunicación completaron esa banda. La desguerra de Malvinas apuró el advenimiento de una democracia que nos cayó sobre la mollera. No nos engañemos: fueron bastante menos que pocos los que lucharon por la democracia.

Raúl Alfonsín, un fanático de la democracia, debió afrontar la malaleche de todos los frentes habidos y por haber, desde la Sociedad Rural a la Catedral. Con el paraguas del temor a la hiperinflación, el Señor de los Anillacos, re-encarnó los planes de los Martínez de Atroz y los Alzogaray y los Cavallo. El país fue loteado, la industria aniquilada, las arterias esenciales del ferrocarril desangradas, el petróleo regalado por chirolas, Yacimientos Petrolíferos Fiscales significó Yacimiento Petrolíferos Fifados. Atravesamos el puente de los dos milenios habitando un país que era un agujero con forma de mapa.

Sigamos recordando: después del saqueo desde afuera y de tan obscena entrega desde adentro, aquí no quedaron ni los mástiles. Desgracia con suerte porque ¿qué bandera íbamos a izar? Cuando Kirchner asumió la presidencia pocos daban dos centavos por su gestión. Pero emergió un Kirchner no imaginado. No era sólo el tipo desfachatado que jodía con el bastón presidencial y el saco sin abotonar en plena asunción. Con una determinación que nadie vaticinó se metió en los temas más difíciles. Aunque se lo critique por sus maneras, sobreactuación, desmesura, metió el dedo en la llaga más dolorosa: la de los Derechos Humanos. Alfonsín pudo concretar el juzgamiento de los juntas –algo inédito en la historia de la humanidad–, pero después, presionado por los seis costados tuvo que aflojar con las leyes de Obediencia debida y Punto final. Kirchner y después Cristina reanudaron el arduo asunto. El actual enjuiciamiento de los genocidas ya sería suficiente logro como para justificar las presidencias de Néstor y de Cristina. Pero no sólo eso, además el impensado cambio de la Corte Suprema de Justicia, la impensada recuperación de las AFJP, el impensado matrimonio igualitario, el impensado enfrentamiento al prostibulario FMI, la impensada Asignación Universal por Hijo. Cuando Kirchner asumió, la década del noventa había desembocado en una Alianza que sólo fue un rejunte de ocasión, liderado por un mediocre tenaz, Fernando de la Rúa, que subió garantizando convertibilidad. Esa Argentina entregada a las relaciones carnales, se jactaba de pertenecer al Primer Mundo. Algo innegable, pero no se decía que éramos el inodoro del primer mundo, y el bidet. Kirchner llegó a ese escenario y gobernó con singular impertinencia. Siempre se le criticó las maneras. Con eso se quiso distraer del fondo de lo que se estaba consiguiendo. Pero más allá de las formas que escandalizaban a esos prolijos que hasta para matar desinfectan la bala, más allá y más acá de eso, Kirchner consiguió que volviéramos a discutir de política. Porque con la política no hay que terminar, hay que empezar. Cuando se esgrime el gran argumento de la “crispación” caracterizando a los gobiernos de Néstor y Cristina, yo pienso que es innegable. Pero, ¿y la crispación de los señores de la Sociedad Rural? ¿Y la crispación aterciopelada de cierta jerarquía de la Iglesia? ¿Y la crispación de los disidentes y la del dulce matrimonio Duhalde y la de la profética Carrió? Gracias al tan criticado estilo Kirchner, por fin las crispaciones tienen su costado saludable. Porque cuando estamos crispados las caretas se nos caen y ya es difícil el ejercicio de la hipocresía. Si el lector de esta columna ve elogio a Kirchner, no se equivoca. Lo estoy elogiando por haberse metido con lo que no se debe. Claro que cometió grandes errores. Uno de los más lamentables es haber elegido como vicepresidente del segundo gobierno al señor Cobos: alguien mesurado, prolijito, educado y muy poco propenso a la fidelidad, a la lealtad. Enfrentamos una pregunta machista: ¿Qué nos espera con Cristina en la presidencia? Pienso que esta mujer no tiene güevos. Pero tiene güevas. Cuando Perón murió su irresponsabilidad nos dejó a una Isabel políticamente nula, intelectualmente penosa. Hoy no es lo mismo. No creo que deba preocuparnos que la presidencia esté a cargo de una mujer. Si Cristina Fernández era fuerte, en adelante lo será más. Eso sí: los que decimos amar a la democracia, deberemos dormir con un ojo abierto y el otro también. Seguirá ardua la vieja pulseada. Pero la democracia es un prodigioso insomnio. El desprolijo, impertinente, vehemente Néstor Kirchner no fue presidente al cuete. Pasará entero a la historia. Deja un país que se escapó del prostíbulo, y que está en trance de ser un país diferente. Luchando por eso el hombre no ha muerto, como dicen, por un infarto: ha muerto de muerte natural.



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