El reservorio nacional de la intelligentzia colonizada pretende analizar los 30 años de democracia publicando un folletín estilo Billiken. Claro está con los recortes históricos convenientes que el subjetivismo “independiente” nunca confiesa, declaraciones juradas las cuales consideran estar exentos. Con relación a estos últimos diez años los une el espanto diría un viejo escritor...
por Miguel Russo para Miradas al Sur
La batalla cultural “Hemos guardado
un silencio bastante parecido a la estupidez” Bernardo de Monteagudo
El afiche publicitario del Grupo
Editorial Planeta convocando a la lectura –leído en clave de mercado, debería
decirse “convocando a la compra”, ya que la lectura viene después y es, para
esas mismas leyes, eventual– de uno de los libros que publicó este mes de
diciembre, específicamente, 30 años de democracia, no deja lugar a
dudas: “Este libro puede leerse como un festejo, pero también como una
invitación a repensar. Convocados por El Observador, la sección de
investigación y análisis del diario Perfil, veinte autores
reflexionan sobre las últimas tres décadas”.La cuestión es diferenciar, de
movida, de arranque mismo, que, en cuanto a la bendita duda, la publicidad no
le deja espacio mientras que un libro se debe, de manera excluyente, a la
puesta en juego de ella. Es decir: la ausencia de la duda está en la naturaleza
misma de la publicidad; la presencia destacada de la duda está en el ser de la
lectura, es la esencia de la estrecha relación entre autor y lector. Dicho
esto, el afiche publicitario es impecable. Vende. Y, ahora sí, ya comprado, se
puede pasar a la lectura de 30 años de democracia, el libro.
El libro, en su contratapa, seduce al lector con un párrafo del ex director del
diario Buenos Aires Herald, Robert Cox: “Los ensayos de este libro
proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina
luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte
especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los
lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudian. Creo
que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve”. Con sólo dar vuelta
el libro y observar la tapa, esos mismos lectores conocerán los nombres de los
20–especialistas–20 y, resaltado, el de su prologuista, el mencionado Cox. Es
el mismo Cox, por supuesto, el que arranca el libro, el que, se podría decir,
abre la puerta de esa casa (la metáfora adolece de altura, es cierto) titulada 30
años de democracia. Continuando con la pobreza metafórica, el encargado de abrir
la puerta de una casa prefigura la casa que verá el visitante: su forma es la
avanzada de los sillones y cuadros del living, del orden o desorden de la
cocina, de la pureza o descontrol del baño. Cox abre el libro en el que el
supuesto lector quiere leer lo transcurrido en las tres décadas democráticas,
nomás en el segundo párrafo, con la siguiente declaración de principios: “Al
regresar a la Argentina después de más de 30 años de exilio forzoso –primero
por una dictadura militar asesina, y luego por asuntos familiares– me sentí
exultante. Con mi esposa Maud volvíamos a la tierra de la libertad con la que
yo había soñado desde que empecé a trabajar en el Buenos Aires Herald,
en 1959. O, por lo menos, eso creía. Pero no tardé mucho en darme cuenta que difícilmente
todo sería como aparentaba que iba a serlo”. Primer punto: el prologuista de un
libro que analizará el sino de la democracia argentina desde el 10 de diciembre
de 1983 al 10 de diciembre de 2013 regresó al país recién en 2008/2009 (el
mismo Cox anuncia ese exilio de 30 años, comenzado en 1979), cuando la
democracia ya llevaba sus 25 años. Si bien es cierto que allí está el caso de
Juan Bautista Alberdi, reflejando el acontecer nacional desde el exilio
uruguayo primero, chileno después, resulta por lo menos paradójico en el caso
de Cox, fuera del país durante 5/6 partes del período que analiza. Sigue Cox,
tercer párrafo, como él mismo se autoproclama, “muy animado”: “Se suponía que
Argentina se encaminaba a ser una democracia. Sin embargo, tanto Néstor
Kirchner como su esposa, Cristina Fernández, quien fue su sucesora bajo un
arreglo parecido al de una monarquía constitucional, probaron ser gobernantes
autoritarios. Se llenaban la boca hablando en defensa de los valores
democráticos, pero eran antidemocráticos”. Ahora sí, Cox está jugado en su
animosidad. No parece reconocer camino alguno en esos treinta años, ni recto ni
sinuoso ni embarrado ni barrido: no estuvo Alfonsín, no estuvo el emperador
Carlos Saúl 1 y 2, no estuvo el atribulado De la Rúa, no hubo ese tríptico
semanal conocido como Puerta–Rodríguez Saá–Caamaño, no pasó Duhalde “el otro”.
No hubo Juicio a las Juntas, ni Obediencia Debida, ni Punto Final, ni Pacto de
Olivos, ni privatizaciones, ni Ferraris, ni “dicen que soy aburrido”, ni cimas
en el Senado, ni estado de sitio, ni corralito, ni descalabro, ni Madres
atropelladas por los caballos de dos pisos de la represión delarruísta, ni
“quien depositó dólares recibirá dólares”, ni Kosteki, ni Santillán. Nada. La
democracia coxiana arranca con la “monarquía constitucional” de los Kirchner.
Para el prólogo, que ni siquiera lo menciona, parece un detalle menor que los
votos en 2007 para esa monarquía fueron del 44,8%, 22 puntos porcentuales más
que los de la inmediata perseguidora, la antimonárquica Elisa Lilita Carrió.
Nobleza obliga, no está de más repetir que Cox, en ese entonces, no estaba en
el país. Claro que, ya en el país, pudo comprobar la realidad que quería
comprobar: “Cuando supe los resultados de las elecciones PASO, entendí que los
argentinos no van a permitir que se les arrebate la democracia, y que en el
futuro el país no va a asemejarse a una provincia de estilo feudal como lo es
Santa Cruz, y mucho menos a Cuba o Venezuela”. Todo un concepto
latinoamericanista de pura cepa. La operación del prólogo coxiano remite al
relato “Usos de la falsificación” del reciente libro de Daniel Guebel Genios
destrozados. Allí, Guebel refresca la historia que Thomas Bernhard cuenta
en Maestros antiguos. Más o menos, es así: un hombre pasa día tras
día sentado frente a un determinado cuadro de un determinado museo. Mirándolo,
penetra en un territorio donde todos sus pensamientos se ordenan. Pero cerca de
la muerte, descubre que el cuadro que contempló y que le hizo reflexionar toda
su vida es falso. Concluye Guebel: “El aura de la singularidad ha cedido al
aura superior de la imitación y el simulacro”. Los treinta años de democracia
argentina son, para Cox (el que abre las puertas del análisis que lo
entusiasma) la consumación de la antidemocracia: “Hoy en la Argentina tenemos
un gobierno que ha sido contenido por la opinión pública, expresada (N. de la
R: esta vez sí, antes no, ¿quedó claro?) a través de las urnas. Ya no existe el
peligro de que la familia Kirchner se mantenga en el poder. Esa extraña
creación que significa el kirchnerismo, o esa otra aún más rara, el camporismo,
está desvaneciéndose ante el gradual retorno de la realidad”.
Entonces, replica en su prólogo analítico lo que cranearon dos de los compilados, Tomás Abraham y Carlos Ares. No el análisis crítico sobre el rol de la juventud de Mónica Beltrán, ni el ensayo sobre la relación nacional con el mundo de María Cecilia Míguez, ni el artículo sobre los ídolos deportivos de Ezequiel Fernández Moores, ni siquiera los debatibles conceptos de Carlos Gabetta ni la ironía narrativa de Juan Cruz Ruiz sobre las manos de Isabelita (que vaya a saber qué tienen que ver con la democracia en su conjunto). No, nada de eso: Abraham y Ares. El filósofo, cargándose de un plumazo siglos de filosofía, llama pensar a decir “el futuro, hermosa palabra. Nuestro país no termina con el kirchnerismo”. El hombre que está (o estaba, ya que dijo que presentaría su renuncia luego de una columna periodística donde puteó a sus ex colegas periodistas para dedicarse, justamente al periodismo) a cargo de la coordinación de Medios del gobierno de Mauricio Macri, sentenció, escudando su miopía analítica en un título de una novela de su alguna vez amigo Osvaldo Soriano: “… en los viejos y en los nuevos periodistas perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido ‘grupos’ de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido”. Quizás sea demasiado pretencioso, pero cinco días después del treinta aniversario del regreso a la democracia, da toda la sensación de que editoriales, libros, autores, analistas, ensayistas y prologuistas necesitan elevar un poco más la puntería (crítica o no) para dar cuenta de la realidad. Los lectores, es decir, la sociedad, se lo merecen.
Entonces, replica en su prólogo analítico lo que cranearon dos de los compilados, Tomás Abraham y Carlos Ares. No el análisis crítico sobre el rol de la juventud de Mónica Beltrán, ni el ensayo sobre la relación nacional con el mundo de María Cecilia Míguez, ni el artículo sobre los ídolos deportivos de Ezequiel Fernández Moores, ni siquiera los debatibles conceptos de Carlos Gabetta ni la ironía narrativa de Juan Cruz Ruiz sobre las manos de Isabelita (que vaya a saber qué tienen que ver con la democracia en su conjunto). No, nada de eso: Abraham y Ares. El filósofo, cargándose de un plumazo siglos de filosofía, llama pensar a decir “el futuro, hermosa palabra. Nuestro país no termina con el kirchnerismo”. El hombre que está (o estaba, ya que dijo que presentaría su renuncia luego de una columna periodística donde puteó a sus ex colegas periodistas para dedicarse, justamente al periodismo) a cargo de la coordinación de Medios del gobierno de Mauricio Macri, sentenció, escudando su miopía analítica en un título de una novela de su alguna vez amigo Osvaldo Soriano: “… en los viejos y en los nuevos periodistas perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido ‘grupos’ de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido”. Quizás sea demasiado pretencioso, pero cinco días después del treinta aniversario del regreso a la democracia, da toda la sensación de que editoriales, libros, autores, analistas, ensayistas y prologuistas necesitan elevar un poco más la puntería (crítica o no) para dar cuenta de la realidad. Los lectores, es decir, la sociedad, se lo merecen.
(N de la R: De todos modos y más allá de la crítica de Miguel Russo recomiendo la lectura del texto. Es una buena manera de reconocer que nuestros pensadores del establishment siguen subestimando las percepciones que las mayorías populares tenemos sobre la contemporaneidad)
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