El Diccionario del Diablo es la mayor creación
literaria del escritor norteamericano Ambrose Bierce, amigo de Twain, heredero
de Poe y Lovecraft. El texto contiene fuertes
dosis de sarcasmo, ironía y humor negro por lo cual puede ser de suma
utilidad para el desarrollo de artículos políticos. Es un pequeño aporte que
hacemos desde este humilde espacio a favor de enriquecer literariamente el
cinismo que suele viajar por la red…
Primera entrega A-B-C
Abandonado, s. y adj. El que no tiene favores que
otorgar. Desprovisto de fortuna. Amigo de la verdad y el sentido común.
Abdicación, s. Acto mediante el cual un soberano
demuestra percibir la alta temperatura del trono.
Abdomen, s. Templo del dios Estómago, al que rinden
culto y sacrificio todos los hombres auténticos. Las mujeres sólo prestan a
esta antigua fe un sentimiento vacilante. A veces ofician en su altar, de modo
tibio e ineficaz, pero sin veneración real por la única deidad que los hombres
verdaderamente adoran. Si la mujer manejara a su gusto el mercado mundial,
nuestra especie se volvería graminívora.
Aborígenes, s. Seres de escaso mérito que entorpecen
el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces,
fertilizan.
Abrupto, adj. Repentino, sin ceremonia, como la
llegada de un cañonazo y la partida del soldado a quien está dirigido. El
doctor Samuel Johnson, refiriéndose a las ideas de otro autor, dijo
hermosamente que estaban "concatenadas sin abrupción".
Absoluto, adj. Independiente, irresponsable. Una
monarquía absoluta es aquella en que el soberano hace lo que le place, siempre
que él plazca a los asesinos. No quedan muchas: la mayoría han sido
reemplazadas por monarquías limitadas, donde el poder del soberano para hacer
el mal (y el bien) está muy restringido; o por repúblicas, donde gobierna el
azar.
Abstemio, s. Persona de carácter débil, que cede a
la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de
todo, menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en los
asuntos ajenos.
Absurdo, s. Declaración de fe en manifiesta
contradicción con nuestra opiniones. Adj. Cada uno de los reproches que se
hacen a este excelente diccionario.
Aburrido, adj. Dícese del que habla cuando uno
quiere que escuche.
Academia, s. Escuela antigua donde se enseñaba moral
y filosofía. Escuela moderna donde se enseña el fútbol.
Accidente, s. Acontecimiento inevitable debido a la
acción de leyes naturales inmutables.
Acéfalo, adj. Lo que se encuentra en la
sorprendente condición de aquel cruzado que, distraído, tironeó de un mechón de
sus cabellos, varias horas después de que una cimitarra sarracena, sin que él
lo advirtiera, le rebanara el cuello, según cuenta Joinville.
Acorde, s. Armonía.
Acordeón, s. Instrumento en armonía con los
sentimientos de un asesino.
Acreedor, s. Miembro de una tribu de salvajes que
viven más allá del estrecho de las Finanzas; son muy temidos por sus
devastadoras incursiones.
Acusar, v.t. Afirmar la culpa o indignidad de
otro; generalmente, para justificarnos por haberle causado algún daño.
Adagio, s. Sabiduría deshuesada para
dentaduras débiles.
Adherente, s. Secuaz que todavía no ha obtenido lo
que espera.
Adivinación, s. Arte de desentrañar lo oculto. Hay
tantas clases de adivinación como variedades fructíferas del pelma florido y
del bobo precoz.
Administración, s. En política, ingeniosa
abstracción destinada a recibir las bofetadas o puntapiés que merecen el primer
ministro o el presidente. Hombre de paja a prueba de huevos podridos y
rechiflas.
Admiración, s. Reconocimiento cortés de la semejanza
entre otro y uno mismo.
Admitir, v. t. Confesar. Admitir los defectos
ajenos es el deber más alto que nos impone el amor de la verdad.
Admonición, s. Reproche suave o advertencia amistosa
que suele acompañarse blandiendo un hacha de carnicero.
Adoración, s. Testimonio que da el Homo Creator de la
sólida construcción y elegante acabado del Deus Creatus. Forma popular de la
abyección que contiene un elemento de orgullo.
Adorar, v t. Venerar de modo expectante.
Aflicción, s. Proceso de aclimatación que prepara el
alma para otro mundo más duro.
Aforismo, s. Sabiduría predigerida.
Africano, s. Negro que vota por nuestro partido.
Agitador, s. Estadista que sacude los frutales del
vecino... para desalojar a los gusanos.
Agua de arroz, s. Bebida mística usada
secretamente por nuestros novelistas y poetas más populares para regularizar la
imaginación y narcotizar la conciencia. Se la considera rica en obtusita y
letargina y debe ser preparada en una noche de niebla por una bruja gorda de la
Ciénaga Lúgubre.
Aire, s. Sustancia nutritiva con que la generosa
Providencia engorda a los pobres.
Alá, s. El Supremo Ser Mahometano por oposición
al Supremo Ser Cristiano, Judío,
etc.
Alba, s. Momento en que los hombres razonables
se van a la cama. Algunos ancianos prefieren levantarse a esa hora, darse una
ducha fría, realizar una larga caminata con el estómago vacío y mortificar su
carne de otros modos parecidos. Después orgullosamente atribuyen a esas
prácticas su robusta salud y su longevidad; cuando lo cierto es que son viejos
y vigorosos no a causa de sus costumbres sino a pesar de ellas. Si las personas
robustas son las únicas que siguen esta norma es porque las demás murieron al
ensayarla.
Alianza, s. En política internacional la unión de
dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del
otro que no pueden separarse para robar a un tercero.
Alma, s. Entidad espiritual que ha provocado
recias controversias. Platón sostenía que las almas que en una existencia
previa (anterior a Atenas) habían vislumbrado mejor la verdad eterna,
encarnaban en filósofos. Platón era filósofo. Las almas que no habían
contemplado esa verdad animaban los cuerpos de usurpadores y déspotas. Dionisio
I, que amenazaba con decapitar al sesudo filósofo, era un usurpador y un
déspota. Platón, por cierto, no fue el primero en construir un sistema
filosófico que pudiera citarse contra sus enemigos; tampoco fue el último.
"En lo que atañe a la naturaleza del alma" dice el renombrado autor
de Diversiones Sanctorum, "nada ha sido tan debatido como el lugar que
ocupa en el cuerpo. Mi propia opinión es que el alma asienta en el abdomen, y
esto nos permite discernir e interpretar una verdad hasta ahora ininteligible,
a saber: que el glotón es el más devoto de los hombres. De él dicen las
Escrituras que «hace un dios de su estómago». ¿Cómo entonces no habría de ser
piadoso, si la Divinidad lo acompaña siempre para corroborar su fe? ¿Quién
podría conocer tan bien como él el poder y la majestad a que sirve de
santuario? Verdadera y sobriamente el alma y el estómago son una Divina
Entidad; y tal fue la creencia de Promasius, quien, no obstante, erró al
negarle inmortalidad. Había observado que su sustancia visible y material se
corrompía con el resto del cuerpo después de la muerte, pero de su esencia
inmaterial no sabía nada. Esta es lo que llamamos el Apetito, que sobrevive al
naufragio y el hedor de la mortalidad, para ser recompensado o castigado en
otro mundo, según lo haya exigido en éste. El Apetito que groseramente ha reclamado
los insalubres alimentos del mercado popular y del refectorio público, será
arrojado al hambre eterno, mientras aquel que firme, pero cortésmente, insistió
en comer caviar, tortuga, anchoas, paté de foi gras y otros comestibles
cristianos, clavará su diente espiritual en las almas de esos manjares, por
siempre jamás, y saciará su divina sed en las partes inmortales de los vinos
más raros y exquisitos que se hayan escanciado aquí abajo. Tal es mi fe
religiosa, aunque lamento confesar que ni Su Santidad el Papa, ni su Eminencia
el Arzobispo de Canterbury (a quienes imparcial y profundamente reverencio) me
permiten propagarla".
Almirante, s. Parte de un buque de guerra que se
encarga de hablar, mientras el mascarón de proa se encarga de pensar.
Altar, s. Sitio donde antiguamente el sacerdote
arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y
cocinaba su carne para los dioses. En la actualidad, el término se usa
raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que
realizan dos tontos de sexo opuesto.
Ambición, s. Deseo obsesivo de ser calumniado por
los enemigos en vida, y ridiculizado por los amigos después de la muerte.
Ambidextro, adj. Capaz de robar con igual habilidad
un bolsillo derecho que uno izquierdo.
Amistad, s. Barco lo bastante grande como para
llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
Amnistía, s. Magnanimidad del Estado para con
aquellos delincuentes a los que costaría demasiado castigar.
Amor, s. Insania temporaria curable mediante el
matrimonio, o alejando al paciente de las influencias bajo las cuales ha
contraído el mal. Esta enfermedad, como las caries y muchas otras, sólo se
expande entre las razas civilizadas que viven en condiciones artificiales; las
naciones bárbaras, que respiran el aire puro y comen alimentos sencillos, son
inmunes a su devastación. A veces es fatal, aunque más frecuentemente para el
médico que para el enfermo.
Ancianidad, s. Epoca de la vida en que transigimos con
los vicios que aún amamos, repudiando los que ya no tenemos la audacia de
practicar.
Anécdota, s. Relato generalmente falso. La veracidad
de las anécdotas que siguen, sin embargo, no ha sido exitosamente objetada: Una
noche el señor Rudolph Block, de Nueva York, se encontró sentado en una cena
junto al distinguido crítico Percival Pollard. Señor Pollard --dijo--, mi libro
Biografía de una Vaca Muerta, se ha publicado anónimamente, pero usted no puede
ignorar quién es el autor. Sin embargo, al comentarlo, dice usted que es la
obra del Idiota del Siglo. ¿Le parece una crítica justa?
--Lo siento mucho, señor --respondió
amablemente el critico--, pero no pensé que usted deseara realmente conservar
el anonimato.
El señor W.C. Morrow, que solía vivir en San
José, California, acostumbraba escribir cuentos de fantasmas que daban al
lector la sensación de que un tropel de lagartijas, recién salidas del hielo,
le corrían por la espalda y se le escondían entre los cabellos. En esa época,
se creía que merodeaba por San José el alma en pena de un famoso bandido
llamado Vásquez, a quien ahorcaron allí. El pueblo no estaba muy bien iluminado
y de noche la gente salía lo menos posible de su casa. Una noche
particularmente oscura, dos caballeros caminaban por el sitio más solitario
dentro del ejido, hablando en voz baja para darse coraje, cuando se tropezaron
con el señor J.J. Owen, conocido periodista:--¡ Caramba Owen! --dijo uno--.
¿Qué le trae por aquí en una noche como ésta? ¿No me dijo que este era uno de
los sitios preferidos por el ánima de Vásquez? ¿No tiene miedo de estar afuera?
--Mi querido amigo --respondió el periodista
con voz lúgubre-- tengo miedo de estar adentro. Llevo en el bolsillo una de las
novelas de Will Morrow y no me atrevo a acercarme donde haya luz suficiente
para leerla.
El general H.H. Wolherspoon, director de la
Escuela de Guerra del Ejército, tiene como mascota un babuino, animal de
extraordinaria inteligencia aunque nada hermoso. Al volver una noche a su casa
el general descubrió con sorpresa y dolor que Adán (así se llamaba el mono,
pues el general era darwinista) lo aguardaba sentado ostentando su mejor
chaquetilla de gala.
--¡Maldito antepasado! --tronó el gran
estratega-- ¿Qué haces levantado después del toque de queda? ¡Y con mi
uniforme! Adán se incorporó con una mirada de reproche, se puso en cuatro
patas, atravesó el cuarto en dirección a una mesa y volvió con una tarjeta de
visita: el general Barry había estado allí y a juzgar por una botella de
champán vacía y varias colillas de cigarros, había sido amablemente atendido
mientras esperaba. El general presentó excusas a su fiel progenitor y se fue a
dormir. Al día siguiente se encontró con el general Barry, quien le dijo:--Oye
viejo, anoche al separarme de ti olvide preguntarte por esos excelentes
cigarros. ¿Dónde los consigues? El general Wotherspoon sin dignarse responder
se marchó.
--Perdona por favor --gritó Barry corriendo
tras él--Bromeaba por supuesto. Anda, si no había pasado quince minutos en tu
casa y ya me di cuenta que no eras tú.
Anormal, adj. Que no responde a la norma. En
cuestiones de pensamiento y conducta ser independiente es ser anormal y ser
anormal es ser detestado. En consecuencia, el autor aconseja parecerse más al
Hombre Medio que a uno mismo. Quien lo consiga obtendrá la paz, la perspectiva
de la muerte y la esperanza del Infierno.
Antiamericano, adj. Perverso, intolerable,
pagano.
Antipatía, s. Sentimiento que nos inspira el amigo de
un amigo.
Año, s. Período de trescientos sesenta y cinco
desengaños.
Apelar, v. i. En lenguaje forense, volver a poner
los dados en el cubilete para un nuevo tiro.
Apetito, s. Instinto previsor implantado por la
Providencia como solución al problema laboral.
Aplauso, s. El eco de una tontería. Monedas con que
el populacho recompensa a quienes lo hacen reír y lo devoran.
Apóstata, s. Sanguijuela que tras penetrar en el
caparazón de una tortuga y descubrir que hace mucho que está muerta, juzga
oportuno adherirse a una nueva tortuga.
Arado, s. Implemento que pide a gritos manos
acostumbradas a la pluma.
Árbol, s. Vegetal alto, creado por la naturaleza
para servir de aparato punitivo, aunque por deficiente aplicación de la
justicia la mayoría de los árboles sólo exhiben frutos despreciables, o
ninguno. Cuando está cargado de su fruta natural, el árbol es un benéfico
agente de la civilización y un importante factor de moralidad pública. En el
severo Oeste y en el sensitivo Sur de Estados Unidos, su fruta (blanca y negra
respectivamente) satisface el gusto público, aunque no se coma, y contribuye al
bienestar general, aunque no se exporte. La legítima relación entre árbol y
justicia no fue descubierta por el juez Lynch (quien, a decir verdad, no lo
consideraba preferible al farol o la viga del puente), como lo prueba este
pasaje de Morryster, quien vivió dos siglos antes: Encontrándome en ese país,
fui llevado a ver el árbol Ghogo, del que mucho oyera hablar; pero como yo
dijese que no observaba en él nada notable, el jefe de la aldea en que crecía
me respondió de este modo:--En este momento el árbol no da fruta, pero cuando
esté en sazón, veréis colgar de sus ramas a todos los que han ofendido a Su
Majestad el Rey. Asimismo me explicaron que la palabra "Ghogo"
significaba en su lengua lo mismo que "bandido" en la nuestra. (Viaje
por Oriente.)
Ardor, s. Cualidad que distingue al amor
inexperto.
Arena, s. En política, ratonera imaginaria donde
el estadista lucha con su pasado.
Aristocracia, s. Gobierno de los mejores. (En
este sentido la palabra es obsoleta, lo mismo que esa clase de gobierno).
Gentes que usan sombreros de copa y camisas limpias, culpables de educación y
sospechosos de cuenta bancaria.
Armadura, s. Vestimenta que usa un hombre cuyo
sastre es un herrero.
Arquitecto, s. El que traza los planos de nuestra casa
y planea el destrozo de nuestras finanzas.
Arrepentimiento, s. Fiel servidor y secuaz del
Castigo. Suele traducirse en una actitud de enmienda que no es incompatible con
la continuidad del pecado.
Arruinar, v. t. Destruir. Específicamente, destruir
la creencia de una doncella en la virtud de las doncellas.
Arsénico, s. Especie de cosmético a que son afectas
las mujeres y que, a su vez, las afecta grandemente.
Arzobispo, s. Dignatario eclesiástico un punto más
santo que un obispo.
Asilo, s. Todo lo que asegura protección a
alguien en peligro: Moisés y Josué establecieron seis ciudades de asilo --Beze,
Golan, Ramoth, Kadesh, Schekem y Hebrón-- donde el homicida involuntario podía
refugiarse al ser perseguido por los familiares de la víctima. Este 18
admirable recurso proveía al matador de un saludable ejercicio, sin privar a
los deudos de los placeres de la caza; así, el alma del muerto era debidamente
honrada con prácticas similares a los juegos fúnebres de la primitiva Grecia.
Asno, s. Cantante público de buena voz y mal
oído. En Virginia City, Nevada, le llaman el Canario de Washoe; en Dakota, el
Senador; y en todas partes, el Burro. Este animal ha sido amplia y diversamente
celebrado en la literatura, el arte y la religión de todas las épocas y
pueblos; nadie inflama la imaginación humana como este noble vertebrado. En
realidad, algunos (Ramasilus, lib II, de Clem., y C. Stantatus de Temperamente)
sospechan si no es un dios; y como tal sabemos que fue adorado por los etruscos
y, si hemos de creer a Macrobius, también por los eupasios. De los únicos dos
animales admitidos en el Paraíso Mahometano junto con las almas de los hombres,
uno es la burra de Balaam, otro el perro de los Siete Durmientes. Esta es una
distinción muy grande. Con lo que se ha escrito sobre esta bestia, podría
compilarse una biblioteca de gran esplendor y magnitud, que rivalizara con la
del culto shakespeariano y la literatura bíblica. En términos generales puede
decirse que toda la literatura es más o menos asnina.
Astucia, s. Cualidad que distingue a un animal o
persona débil de otro fuerte. Acarrea a su poseedor gran satisfacción
intelectual, y gran adversidad material. Un proverbio italiano dice: "EI
peletero consigue más pieles de zorro que de burro".
Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del
hombre que no corre peligro.
Ausente, adj. Singularmente expuesto a la mordedura
de la calumnia; vilipendiado; irremediablemente equivocado; sustituido en la
consideración y el afecto de los demás.
Ausentista, adj. Dícese del propietario lo bastante
precavido para alejarse del territorio de sus exacciones.
Australia, s. País situado en los Mares del Sur, cuyo
desarrollo industrial y comercial, se ha visto increíblemente demorado por una
funesta disputa entre geógrafos sobre si es un continente o una isla.
Autoestima, s. Evaluación errónea.
Autoevidente, s. Evidente para uno mismo y
para nadie mas.
Averno, s. Lago por el cual los antiguos entraban
en las regiones infernales. El erudito Marcus Ansello Scrutator sostiene que de
ahí deriva el rito cristiano del bautismo por inmersión. Lactancio, sin embargo,
ha demostrado que esto es un error.
Avestruz, s. Ave de gran tamaño, a quien la
naturaleza (sin duda en castigo de sus pecados) negó ese dedo posterior en el
que tantos naturalistas piadosos han visto una prueba manifiesta de un
planeamiento divino. La ausencia de alas que funcionen no es un defecto,
porque, como se ha señalado ingeniosamente, el avestruz no vuela.
Ayer, s. Infancia de la juventud, juventud de la
madurez, el pasado entero de la ancianidad.
B
Baal, s. Antigua deidad muy venerada bajo distintos
nombres. Como Baal era popular entre los fenicios; como Belus o Bel tuvo el
honor de ser servido por el sacerdote Berosus, quien escribió la célebre
crónica del Diluvio; como Babel, contó con una torre parcialmente erigida a su
gloria, en la Llanura de Shinar. De Babel deriva la expresión
"blablá". Cualquiera sea el nombre con que se lo adora, Baal es el
dios Sol. Como Belzebú, es el dios de las moscas, que son engendradas por los
rayos solares en el agua estancada.
Baco, s. Cómoda deidad inventada por los
antiguos como excusa para emborracharse.
Bailar, v. i. Saltar a compás de una música
alegre, preferiblemente abrazando a la esposa o la hija del vecino. Hay muchas
clases de bailes, pero todos los que requieren la participación de ambos sexos
tienen dos cosas en común: son notoriamente inocentes y gustan mucho a los
libertinos.
Baño, s. Especie de ceremonia mística que ha
sustituido al culto religioso. Se ignora su eficacia espiritual.
Barba, s. El pelo que suelen cortarse los que
justificadamente abominan de la absurda costumbre china de afeitarse la cabeza.
Barómetro, s. Ingenioso instrumento que nos indica
qué clase de tiempo tenemos.
Basilisco, s. Cocatriz. Especie de serpiente
empollada en el huevo de un gallo. El basilisco tenía un mal ojo y su mirada
era letal. Muchos infieles niegan la existencia de este ser, pero Semprello
Aurator vio y tuvo en sus manos uno que había sido cegado por un rayo por haber
fatalmente contemplado a una dama de alcurnia a quien Júpiter amaba. Más tarde
Juno devolvió la vista al reptil y lo escondió en una cueva. Nada está tan bien
atestiguado por los antiguos como la existencia del basilisco, pero los gallos
han dejado de poner.
Bastonada, s. Arte de caminar sobre madera sin
esfuerzo. (Recuérdese que bastonada es una especie de tormento que consiste en
golpear con un bastón las plantas de los pies.)
Batalla, s. Método de desatar con los dientes un
nudo político que no pudo desatarse con la lengua.
Bautismo, s. Rito sagrado de tal eficacia que aquel
que entra en el cielo sin haberlo recibido, será desdichado por toda la
eternidad. Se realiza con agua, de dos modos: por inmersión o zambullida, y por
aspersión o salpicadura. Si la inmersión es mejor que la aspersión, es algo que
los inmergidos y los asperjados deben resolver consultando la Biblia y
comparando sus respectivos resfríos.
Bebé, s. Ser deforme, sin edad, sexo ni
condición definidos, notable principalmente por la violencia de las simpatías y
antipatías que provoca en los demás, y desprovisto él mismo de sentimientos o
emociones. Ha habido bebés famosos, por ejemplo, el pequeño Moisés, cuya
aventura entre los juncos indudablemente inspiró a los hierofantes egipcios de
siete siglos antes su tonta fábula del niño Osiris, salvado de las aguas sobre
una flotante hoja de loto.
Beber, v. t. e. i. Echar un trago, ponerse en
curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a
la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la
civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los
abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la
India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda
subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma
raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó
al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas
nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en
cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que
toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
Belladona, s. En italiano, hermosa mujer; en inglés,
veneno mortal. Notable ejemplo de la identidad esencial de ambos idiomas.
Belleza, s. Don femenino que seduce a un amante y
aterra a un marido.
Benefactor, s. Dícese del que compra grandes
cantidades de ingratitud, sin modificar la cotización de este artículo, que
sigue al alcance de todos.
Beso, s. Palabra inventada por los poetas para
que rime con "embeleso".Se supone que designa, de un modo general,
una especie de rito o ceremonia que expresa un buen entendimiento, pero este
lexicógrafo desconoce la forma en que se realiza.
Bestia, s. Miembro de la dinastía reinante en las
letras y la vida. La tribu de los Bestias llegó con Adán, y como era numerosa y
fuerte, infestó el mundo habitable. El secreto de su poder es su insensibilidad
a los golpes; basta hacerles cosquillas con un garrote para que se rían con una
perogrullada. Originariamente los Bestias procedían de Beocia, de donde los
desalojó el hambre, pues su estupidez esterilizó las cosechas. Durante algunos
siglos infestaron Filistea, y por eso a muchos de ellos se les llama filisteos
hasta hoy. En la época turbulenta de las Cruzadas salieron de allí y se
extendieron gradualmente por Europa, ocupando casi todos los altos puestos de
la política, el arte, la literatura, la ciencia y la teología. Desde que un
pelotón de Bestias llegó a Norteamérica en el Mayflower, junto con los Padres
Peregrinos, (o Pilgrim Fathers fundaron la primera colonia de Nueva Inglaterra,
origen de los Estados Unidos.); su proliferación por nacimiento, inmigración y
conversión ha sido rápida y constante. Según las estadísticas más dignas de
crédito, el número de Bestias adultos en los Estados Unidos es apenas menor de
treinta millones, incluyendo a los estadísticos. El centro intelectual de la
raza está en Peoria, lllinois, pero el Bestia de Nueva Inglaterra es el más
escandalosamente moral.
Bigamia, s. Mal gusto que la sabiduría del futuro
castigará con la trigamia.
Blanco, adj. Negro.
Boca, s. En el hombre, puerta de entrada al
alma; en la mujer, vía de salida del corazón.
Boda, s. Ceremonia por la que dos personas se
proponen convertirse en una, una se propone convertirse en nada, y nada se
propone volverse soportable.
Bolsillo, s. Cuna de los nativos, tumba de la
conciencia. En la mujer, este órgano falta; en consecuencia, actúa sin motivo,
y su conciencia, desprovista de sepultura, queda siempre viva, confesando los
pecados de otros.
Botánica, s. Ciencia de los vegetales, comestibles o
no. Se ocupa principalmente de las flores, que generalmente están mal
diseñadas, tienen colores poco artísticos y huelen mal.
Boticario, s. Cómplice del médico, benefactor del sepulturero,
proveedor de los gusanos del cementerio.
Brahma, s. Creador de los hindúes, que son
preservados por Vishnu y destruidos por Siva; división del trabajo más prolija
que la que encontramos en las divinidades de otras naciones. Los
abracadabrenses, por ejemplo, son creados por el Pecado, mantenidos por el Robo
y destruidos por la Locura. Los sacerdotes de Brahma, como los de Abracadabra,
son hombres santos y sabios, que jamás incurren en una maldad.
Bruja, s. (1) Mujer fea y repulsiva en perversa alianza
con el demonio. (2) Muchacha joven y hermosa, en perversa alianza con el
demonio.
Brujería, s. Antiguo prototipo de la influencia
política. Gozaba, sin embargo, de menos prestigio, y a veces era castigada con
la tortura y la muerte. Augustine Nicholas cuenta que un pobre campesino
acusado de brujería fue sometido a tortura para que confesara. Tras los
primeros castigos, el pobre admitió su culpa, pero preguntó ingenuamente a sus
verdugos si no era posible ser un brujo sin saberlo.
Bruto, s. Ver Marido.
Bueno, adj. Sensible, señora, a los méritos de
este autor. Advertido, señor, de las ventajas de que lo dejen solo.
Bufón, s. Antiguamente, funcionario adscripto a
la corte de un rey, cuya función consistía en divertir a los cortesanos
mediante actos y palabras ridículas, cuyo absurdo era atestiguado por sus
abigarradas vestiduras. Como el rey, en cambio, vestía con dignidad, el mundo
tardó varios siglos en descubrir que su conducta y sus decretos eran lo
bastante ridículos como para divertir no sólo a su corte sino a todo el mundo.
Al bufón se le llamaba comúnmente "tonto" ("fool"), pero
los poetas y los novelistas se han complacido siempre en representarlo como una
persona singularmente sabia e ingeniosa. En el circo actual, la melancólica
sombra del bufón de la corte deprime a los auditorios más modestos con los
mismos chistes con que en su época de esplendor ensombrecía los marmóreos
salones, ofendía el sentido del humor de los patricios y perforaba el tanque de
las lágrimas reales.
C
Caaba, s. Piedra de gran tamaño ofrecida por el
arcángel Gabriel al patriarca Abraham, que se conserva en La Meca. Es posible
que el patriarca le haya pedido al arcángel un pedazo de pan.
Cabezas Redondas, s. Miembros del partido
parlamentario en la guerra civil inglesa, llamados así por su costumbre de usar
el cabello corto, mientras que sus enemigos, los Caballeros, los llevaban
largos. Había otras diferencias entre ellos, pero la moda en el peinado
constituía la causa fundamental de sus reyertas. Los Caballeros eran realistas
porque su rey, un individuo indolente, prefería dejarse crecer el pelo antes
que lavarse el cuello. Los Cabezas Redondas, en su mayoría barberos y
fabricantes de jabón, consideraban eso como un insulto a su profesión; es
natural que el cuello del monarca fuese el objeto de su particular indignación.
Hoy, los descendientes de los beligerantes se peinan todos igual, pero las
brasas del odio encendido en aquel antiguo conflicto siguen ardiendo bajo las
cenizas de la cortesía británica.
Cabo, s. Hombre que ocupa el último peldaño de
la escalera militar; cuando un cabo cae en combate, el golpe es menor.
Cagada de mosca, s. Prototipo de la puntuación.
Observa Garvinus que los sistemas de puntuación usados por los distintos
pueblos que cultivan una literatura, dependían originalmente de los hábitos
sociales y la alimentación general de las moscas que infestaban los diversos
países. Estos animalitos, que siempre se han caracterizado por su amistosa
familiaridad con los autores, embellecen con mayor o menor generosidad, según
los hábitos corporales, los manuscritos que crecen bajo la pluma, haciendo
surgir el sentido de la obra por una especie de interpretación superior a, e
independiente de, los poderes del escritor. Los "viejos maestros" de
la literatura, --es decir los escritores primitivos cuya obra es tan estimada
por los escribas y críticos que usan luego el mismo idioma-- jamás puntuaban,
sino que escribían a vuelapluma sin esa interrupción del pensamiento que
produce la puntuación. (Lo mismo observamos en los niños de hoy, lo que
constituye una notable y hermosa aplicación de la ley según la cual la infancia
de los individuos reproduce los métodos y estadios de desarrollo que
caracterizan a la infancia de las razas.). Los modernos investigadores, con sus
instrumentos ópticos y ensayos químicos, han descubierto que toda la puntuación
de esos antiguos escritos, ha sido insertada por la ingeniosa y servicial
colaboradora de los escritores, la mosca doméstica o "Musca
maledicta". Al transcribir esos viejos manuscritos, ya sea para apropiarse
de las obras o para preservar lo que naturalmente consideraban como
revelaciones divinas, los literatos posteriores copian reverente y
minuciosamente todas las marcas que encuentran en los papiros y pergaminos, y
de ese modo la lucidez del pensamiento y el valor general de la obra se ven
milagrosamente realzados. Los autores contemporáneos de los copistas, por
supuesto, aprovechan esas marcas para su propia creación, y con la ayuda que
les prestan las moscas de su propia casa, a menudo rivalizan y hasta sobrepasan
las viejas composiciones, por lo menos en lo que atañe a la puntuación, que no
es una gloria desdeñable. Para comprender plenamente los importantes servicios
que la mosca presta a la literatura, basta dejar una página de cualquier
novelista popular junto a un platillo con crema y melaza, en una habitación
soleada, y observar cómo el ingenio se hace más brillante y el estilo más
refinado, en proporción directa al tiempo de exposición.
Cagatintas, s. Funcionario útil que con frecuencia
dirige un periódico. En esta función está estrechamente ligado al chantajista
por el vínculo de la ocasional identidad; en realidad el cagatintas no es más
que el chantajista bajo otro aspecto, aunque este último aparece a menudo como
una especie independiente. El cagatintismo es más despreciable que el chantaje,
así como el estafador es más despreciable que el asaltante de caminos.
Caimán, s. Cocodrilo de América, superior, en
todo, al cocodrilo de las decadentes monarquías del Viejo Mundo. Herodoto dice
que, el Indus es, con una excepción, el único río que produce cocodrilos;
estos, sin embargo, parecen haberse trasladado al Oeste, y haber crecido con
los otros ríos.
Calamidad, s. Recordatorio evidente e inconfundible
de que las cosas de esta vida no obedecen a nuestra voluntad. Hay dos clases de
calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena.
Camello, s. Cuadrúpedo ("Palmipes
Jorobidorsus") muy apreciado en el negocio circense. Hay dos clases de
camellos: el camello propiamente dicho y el camello impropiamente dicho. Este
último es el que siempre se exhibe.
Camino, s. Faja de tierra que permite ir de donde
uno está cansado a donde es inútil ir.
Candidatear, s. Someter a alguien al más elevado
impuesto político. Proponer una persona adecuada para que sea enlodada y
abucheada por la oposición.
Candidato, s. Caballero modesto que renuncia a la
distinción de la vida privada y busca afanosamente la honorable oscuridad de la
función pública.
Cangrejo, s. Pequeño crustáceo parecido a la langosta,
aunque menos indigerible. En este animalito está admirablemente figurada y
simbolizada la sabiduría humana; porque así como el cangrejo se mueve sólo
hacia atrás, y sólo puede tener una mirada retrospectiva, no viendo otra cosa
que los peligros ya pasados, así la sabiduría del hombre no le permite eludir
las locuras que asedian su marcha, sino únicamente aprender su naturaleza con
posterioridad.
Caníbal, s. Gastrónomo de la vieja escuela, que
conserva los gustos simples y la dieta natural de la época preporcina.
Cáñamo, s. Planta con cuya corteza fibrosa se
hacen collares, que suelen usarse al aire libre en una ceremonia precedida de
oratoria; el que se pone uno de esos collares, deja de tener frío.
Cañón, s. Instrumento usado en la rectificación de
las fronteras.
Capacidad, s. Conjunto de dotes naturales que
permiten realizar una pequeña parte de las ambiciones más mezquinas que
distinguen a los hombres capaces de los muertos. En último análisis, la
capacidad consiste, por lo general, en un alto grado de solemnidad. Es posible,
sin embargo, que esta notable cualidad sea apreciada a justo título; ser
solemne, no es tarea fácil.
Capital, s. Sede del desgobierno. Lo que provee el
fuego, la olla, la cena, la mesa, el cuchillo y el tenedor al anarquista, quien
sólo contribuye con la desgracia antes de la comida.
Carcaj, s. Vaina portátil en que el antiguo
estadista y el abnegado aborigen transportaban su argumento más liviano.
Carnada, s. Preparado que hace más apetitoso el
anzuelo. La belleza es la mejor de las carnadas.
Carne, s. Segunda Persona de la Trinidad secular.
Carne de gusano, s. Producto terminado del que
somos la materia prima. Contenido del Taj Mahal, el Monumento a Napoleón y el
Grantarium. La estructura que la alberga suele sobrevivirle, aunque también
ella "ha de irse con el tiempo". Probablemente la tarea más necia que
puede ocupar a un ser humano es la construcción de su propia tumba; el
propósito solemne que lo anima en tales casos acentúa por contraste la
previsible futilidad de su empresa.
Carnívoro, adj. Dícese del que cruelmente acostumbra
devorar al tímido vegetariano, a sus herederos y derechohabientes.
Carro fúnebre, s. Cochecito de niños de la
muerte.
Cartesiano, adj. Relativo a Descartes, famoso
filósofo, autor de la célebre sentencia "Cogito, ergo sum", con la
que pretende demostrar la realidad de la existencia humana. Esa máxima podría
ser perfeccionada en la siguiente forma: "Cogito, cogito, ergo cogito
sum" ("Pienso que pienso, luego pienso que existo"), con lo que
se estaría más cerca de la verdad que ningún filósofo hasta ahora.
Casa, s. Estructura hueca construida para
habitación del hombre, la rata, el escarabajo, la cucaracha, la mosca, el
mosquito, la pulga, el bacilo y el microbio. "Casa de corrección":
lugar de recompensa por servicios políticos o personales. "Casa de
Dios": edificio coronado por un campanario y una hipoteca. "Perro
Guardián de la Casa": bestia pestilente encargada de insultar a los
transeúntes y aterrar a los visitantes. "Sirvienta de la Casa":
persona joven, del sexo opuesto, a quien se emplea para que se muestre
variadamente desagradable e ingeniosamente desalineada en la situación que el
bondadoso Dios le ha dado.
Castigo, s. Lluvia de fuego y azufre que cae sobre
los justos e igualmente sobre los injustos que no se han protegido expulsando a
los primeros.
Celo, s. Cierto desorden nervioso que afecta a
los jóvenes e inexpertos. Pasión que precede a una prosternación.
Celoso, adj. Indebidamente preocupado por
conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.
Cementerio, s. Terreno suburbano aislado donde los
deudos conciertan mentiras, los poetas escriben contra una víctima indefensa y
los lapidarios apuestan sobre la ortografía. Los siguientes epitafios
demuestran el éxito alcanzado por estos juegos olímpicos: "Sus virtudes
eran tan notorias que sus enemigos, incapaces de pasarlas por alto, las
negaron, y sus amigos, refutados por ellas en sus vidas insensatas, las
arguyeron por vicios. Esas virtudes son aquí conmemoradas por su familia, que
las compartió." "Aquí en la tierra nuestro amor prepara. Un lugarcito
a la pequeña Clara. Que todos compadezcan nuestro duelo Y el arcángel Gabriel
la lleve al cielo."
Cenobita, s. Hombre que piadosamente se encierra
para meditar en el pecado; y que para mantenerlo fresco en la memoria, se une a
una comunidad de atroces pecadores.
Centauro, s. Miembro de una raza de personas que
existió antes que la división del trabajo alcanzara su grado actual de
diferenciación, y que obedecían la primitiva máxima económica. "A cada
hombre su propio caballo". El mejor fue Quirón, que unía la sabiduría y
las virtudes del caballo a la rapidez del hombre.
Cerbero, s. El perro guardián del Hades, que
custodiaba su entrada, no se sabe contra quién, puesto que todo el mundo, tarde
o temprano, debía franquearla, y nadie deseaba forzarla. Es sabido que Cerbero
tuvo tres cabezas, pero algunos poetas le atribuyeron hasta un centenar. El
profesor Graybill, cuyo erudito y profundo conocimiento del griego da a su
opinión un peso enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la
conclusión de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que sería decisivo
si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo de
aritmética.
Cerdo, s. Ave notable por la uníversalidad de su
apetito, y que sirve para ilustrar la universalidad del nuestro. Los
mahometanos y judíos no favorecen al cerdo como producto alimenticio, pero lo
respetan por la delicadeza de sus costumbres, la belleza de su plumaje y la
melodía de su voz. Esta ave es particularmente apreciada como cantante: una
jaula llena, puede hacer llorar a más de cuatro. El nombre científico de este
pajarito es Porcus Rockefelleri. El señor Rockefeller no descubrió el cerdo,
pero se lo considera suyo por derecho de semejanza.
Cerebro, s. Aparato con que pensamos que pensamos.
Lo que distingue al hombre contento, con "ser" algo del que quiere
"hacer" algo. Un hombre de mucho dinero, o de posición prominente,
tiene por 32 lo común tanto cerebro en la cabeza que sus vecinos no pueden
conservar el sombrero puesto. En nuestra civilización y bajo nuestra forma
republicana de gobierno, el cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien
lo posee eximiéndolo de las preocupaciones del poder.
Cerradura, s. Divisa de la civilización y el
progreso.
Cetro, s. Bastón de mando de un rey, signo y
símbolo de su autoridad. Originariamente era una maza con que el soberano
reprendía a su bufón y vetaba las medidas ministeriales, rompiendo los huesos a
sus proponentes.
Cimitarra, s. Espada curva de extremado filo en cuyo
manejo ciertos orientales alcanzan extraordinario virtuosismo, como ilustra el
incidente que narraremos, traducido del japonés de Shushi Itama, famoso
escritor del siglo trece: Cuando el gran GichiKuktai era Mikado, condenó a la
decapitación a Jijiji Ri, alto funcionario de la Corte. Poco después del
momento señalado para la ceremonia, ¡cuál no sería la sorpresa de Su Majestad
al ver que el hombre que debió morir diez minutos antes, se acercaba
tranquilamente al trono! --¡Mil setecientos dragones!-- exclamó el enfurecido
monarca--. ¿No te condené a presentarte en la plaza del mercado, para que el
verdugo público te cortara la cabeza a las tres? ¿Y no son ahora las tres y
diez?--Hijo de mil ilustres deidades --respondió el ministro condenado--, todo
lo que dices es tan cierto, que en comparación la verdad es mentira. Pero los
soleados y vivificantes deseos de Vuestra Majestad han sido pestilentemente
descuidados. Con alegría corrí y coloqué mi cuerpo indigno en la plaza del mercado.
Apareció el verdugo con su desnuda cimitarra, ostentosamente la floreó en el
aire y luego, dándome un suave toquecito en el cuello, se marchó, apedreado por
la plebe, de quien siempre he sido un favorito. Vengo a reclamar que caiga la
justicia sobre su deshonorable y traicionera cabeza. --¿A qué regimiento de
verdugos pertenece ese miserable de negras entrañas?--Al gallardo Nueve mil
Ochocientos Treinta y Siete. Lo conozco. Se llama SakkoSamshi. --Que lo traigan
ante mí --dijo el Mikado a un ayudante, y media hora después el culpable estaba
en su Presencia. --¡Oh, bastardo, hijo de un jorobado de tres patas sin
pulgares! --rugió el soberano-- ¿Por qué has dado un suave toquecito al cuello
que debiste tener el placer de cercenar? --Señor de las Cigüeñas y de los
Cerezos--respondió, inmutable, el verdugo--, ordénale que se suene las narices
con los dedos. Ordenólo el rey. Jijiji Ri sujetóse la nariz y resopló como un
elefante. Todos esperaban ver cómo la cabeza cercenada saltaba con violencia,
pero nada ocurrió. La ceremonia prosperó pacíficamente hasta su fin. Todos los
ojos se volvieron entonces al verdugo, quien se había puesto tan blanco como
las nieves que coronan el Fujiyama. Le temblaban las piernas y respiraba con un
jadeo de terror. --¡Por mil leones de colas de bronce! --gritó-- ¡Soy un
espadachín arruinado y deshonrado! ¡Golpeé sin fuerza al villano, porque al
florear la cimitarra la hice atravesar por accidente mi propio cuello! Padre de
la Luna, renuncio a mi cargo. Dicho esto, agarró su coleta, levantó su cabeza y
avanzando hacia el trono, la depositó humildemente a los pies del Mikado.
Cínico, s. Miserable cuya defectuosa vista le hace
ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar
los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.
Circo, s. Lugar donde se permite a caballos,
"ponies" y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y niños en el
papel de tontos.
Cita, s. Repetición errónea de palabras ajenas.
Clarinete, s. Instrumento de tortura manejado por un
ejecutor con algodón en los oídos. Hay instrumentos peores que un clarinete:
dos clarinetes.
Cleptómano, s. Ladrón rico.
Clérigo, s. Hombre que se encarga de administrar
nuestros negocios espirituales, como método de favorecer sus negocios
temporales.
Clio, s. Una de las Nueve Musas. La función de
Clio era presidir la Historia. Lo hizo con gran dignidad. Muchos de los
ciudadanos prominentes de Atenas ocuparon asientos en el estrado cuando
hablaban los señores Jenofonte, Herodoto y otros oradores populares.
Cobarde, adj. Dícese del que en una emergencia
peligrosa piensa con las piernas.
Cociente, s. Número que expresa la cantidad de veces
que una suma de dinero perteneciente a una persona está contenida en el
bolsillo de la otra; la cifra exacta depende de la capacidad del bolsillo.
Col, s. Legumbre familiar comestible, similar
en tamaño e inteligencia a la cabeza de un hombre. La col deriva su nombre del
príncipe Colius, que al subir al trono nombró por decreto un Supremo Consejo
Imperial formado por los ministros del gabinete anterior y por las coles del
jardín real. Cada vez que una medida política de Su Majestad fracasaba
rotundamente, se anunciaba con toda solemnidad que varios miembros del Supremo
Consejo habían sido decapitados, y con esto se acallaban las murmuraciones de
los súbditos.
Cola, s. Parte del espinazo de un animal que ha
trascendido sus limitaciones naturales para llevar una existencia independiente
en un mundo propio. Salvo en el estado fetal, el hombre carece de cola,
privación cuya conciencia hereditaria se manifiesta en los faldones de la
levita masculina y la "cola" del vestido femenino, así como en una
tendencia a adornar esa parte de su vestimenta donde debería estar --
indudablemente estuvo alguna vez-- la cola. Esta tendencia es más observable en
la hembra de la especie, en quien ese sentimiento ancestral es fuerte y
persistente. Los hombres coludos que describe Lord Monboddo son, según se cree
ahora, el producto de una imaginación extraordinariamente susceptible a
influencias generadas en la edad dorada de nuestro pasado piteco.
Comer, v. .i. Realizar sucesivamente (y con
éxito) las funciones de la masticación, salivación y deglución.
--Me encontraba en mi salón, gozando de la
cena...--dijo un día BriSavarin, comenzando una anécdota.
--¡Qué! --interrumpió Rochebriant-- ¿Cenando
en el salón?-- Le ruego observar, señor, --explicó el gran gastrónomo--, que yo
no dije que estaba cenando, sino gozando de la cena. Había cenado una hora
antes.
Comercio, s. Especie de transacción en que A roba a
B los bienes de C, y en compensación B sustrae del bolsillo de D dinero
perteneciente a E.
Comestible, adj. Dícese de lo que es bueno para comer,
y fácil de digerir, como un gusano para un sapo, un sapo para una víbora, una
víbora para un cerdo, un cerdo para un hombre, y un hombre para un gusano.
Complacer, v. t. Poner los cimientos para una
superestructura de imposiciones.
Cómplice, s. El que con pleno conocimiento de causa
se asocia al crimen de otro; como un abogado que defiende a un criminal,
sabiéndolo culpable. Este punto de vista no ha merecido hasta ahora la
aprobación de los abogados, porque nadie les ofreció honorarios para que lo
aprobaran.
Comprometido, adj. Provisto de un aro en el
tobillo para sujetar la cadena y los grilletes.
Compromiso, s. Arreglo de intereses en conflicto que
da a cada adversario la satisfacción de pensar que ha conseguido lo que no
debió conseguir, y que no le han despojado de nada salvo lo que en justicia le
correspondía.
Compulsión, s. La elocuencia del poder.
Condolerse, v.r. Demostrar que el luto es un mal menor
que la simpatía.
Conferencista, s. Alguien que le pone a usted
la mano en su bolsillo, la lengua en su oído, y la fe en su paciencia.
Confidente, s. Aquél a quien A confía los secretos de
B, que le fueron confiados por C.
Confort, s. Estado de ánimo producido por la
contemplación de la desgracia ajena.
Congratulaciones, s. Cortesía de la envidia.
Congreso, s. Grupo de hombres que se reúnen para
abrogar las leyes.
Conocedor, s. Especialista que sabe todo acerca de algo,
y nada acerca de lo demás. Se cuenta de un viejo ebrio que resultó gravemente
herido en un choque de trenes; para revivirlo, le vertieron un poco de vino
sobre los labios. "Pauillac, 1873", murmuró, y expiró.
Conocido, s. Persona a quien conocemos lo bastante
para pedirle dinero prestado, pero no lo suficiente para prestarle. Grado de
amistad que llamamos superficial cuando su objeto es pobre y oscuro, e íntimo
cuando es rico y famoso.
Consejo, s. La más pequeña de las monedas en curso.
Conservador, adj. Dícese del estadista enamorado de los
males existentes, por oposición al liberal, que desea reemplazarlos por otros.
Cónsul, s. En política americana, persona que no
habiendo podido obtener un cargo público por elección del pueblo, lo consigue
del gobierno a condición de abandonar el país.
Consultar, v.l. Requerir la aprobación de otro para
tomar una actitud ya resuelta.
Controversia, s. Batalla en que la saliva o
la tinta reemplazan al insultante cañonazo o la desconsiderada bayoneta.
Convencido, adj. Equivocado a voz en cuello.
Conventillo, s. Fruto de una flor llamada Palacio.
Convento, s. Lugar de retiro para las mujeres que
desean tener tiempo libre para meditar sobre el vicio de la pereza.
Conversación, s. Feria donde se exhibe la
mercancía mental menuda, y donde cada exhibidor está demasiado preocupado en
arreglar sus artículos como para observar los del vecino.
Corazón, s. Bomba muscular automática que hace
circular la sangre. Figuradamente se dice que este útil órgano es la sede de
las emociones y los sentimientos: bonita fantasía que no es más que el resabio
de una creencia antaño universal. Sabemos ahora que sentimientos y emociones
residen en el estómago y son extraídos de los alimentos mediante la acción
química del jugo gástrico. El proceso exacto que convierte el bistec en un
sentimiento (tierno o no, según la edad del animal); las sucesivas etapas de
elaboración por las que un emparedado de caviar se transmuta en rara fantasía y
reaparece convertido en punzante epigrama; los maravillosos métodos funcionales
de convertir un huevo duro en contrición religiosa o una bomba de crema en
suspiro sensible: todas estas cosas han sido pacientemente investigadas y
expuestas con persuasiva lucidez por Monsieur Pasteur. (Ver también mi
monografía "Identidad Esencial de los Afectos Espirituales con Ciertos
Gases Intestinales Liberados en la Digestión" págs. 4 a 687). En una obra
titulada según creo Delectatio Demonorum (Londres 1873) esta teoría de los
sentimientos es ilustrada de modo sorprendente; para más información se puede
consultar el famoso tratado del profesor Dam sobre "El amor como producto
de la Maceración Alimentaria".
Coronación, s. Ceremonia de investir a un soberano con
los signos externos y visibles de su derecho divino a ser volado hasta el cielo
por una bomba.
Corrector de pruebas, s. Malhechor que nos hace
escribir tonterías. Afortunadamente el linotipista las vuelve ininteligibles.
Corporación, s. Ingenioso artificio para obtener
ganancia individual sin responsabilidad individual.
Corsario, s. Político de los mares.
Costumbre, s. Cadena de los libres.
Cremona, s. Violín de alto precio fabricado en
Connecticut.
Cristiano, s. El que cree que el Nuevo Testamento es
un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales
de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no
resulten incompatibles con una vida de pecado.
Crítico, s. Persona que se jacta de lo difícil que
es satisfacerlo, porque nadie pretende satisfacerlo.
Cruz, s. Antiguo símbolo religioso cuya
significación se atribuye erróneamente al más solemne acontecimiento en la
historia de la Cristiandad, pero que en realidad es anterior en milenios.
Muchos la han creído idéntica a la "crux ansata" del viejo culto
fálico, pero su origen se ha rastreado mucho más lejos, hasta los ritos de los
pueblos primitivos. En nuestros días tenemos la Cruz Blanca, símbolo de
castidad y la Cruz Roja, emblema de benévola neutralidad en tiempos de guerra.
Cuadro, s. Representación en dos dimensiones de un
aburrimiento que tiene tres.
Cuartel, s. Edificio en que los soldados disfrutan
de parte de lo que profesionalmente despojan a otros.
¿Cui bono? (Expresión latina). ¿De qué me
serviría, "a mí"?
Cupido, s. El llamado dios del amor. Esta creación
bastarda de una bárbara fantasía fue indudablemente infligida a la mitología
para que purgara los pecados de sus dioses. De todas las concepciones
desprovistas de belleza y de verdad, esta es la más irracional y ofensiva. La
ocurrencia de simbolizar el amor sexual mediante un bebé semiasexuado, de
comparar los dolores de la pasión con flechazos, de introducir en el arte este
homúnculo gordito para materializar el sutil espíritu y la sugestión de una
obra, todo esto es digno de una época que, después de darlo a luz, lo abandonó
en el umbral de la posteridad.
Curiosidad, s. Reprensible cualidad de la mente
femenina. El deseo de saber si una mujer es, o no, víctima de esa maldición, es
una de las pasiones más activas e insaciables del alma masculina.
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