HIPOCRESÍA Y PERIODISMO A PROPÓSITO DE IBSEN Y TENIENDO EN CUENTA LA LEY DE SERVICIOS AUDIOVISUALES...
por Antonio Fernández Vicente
Es
muy corriente leer y escuchar auto-panegíricos en los medios de información,
donde se proclama la objetividad, la labor de denuncia de corrupciones
sistémicas y el servicio social del periodismo en general en favor de valores
democráticos. Este discurso laudatorio, conviene repetirlo para no devenir
víctimas de una mentira reproducida constantemente, refleja no obstante un
cinismo vergonzante. De hecho, se establece la distinción entre periodismo
convencional y periodismo alternativo, cuando en realidad, el único periodismo
que se aproxima, aunque sea de modo asintótico a la definición utópica de
periodismo, es este último. El periodismo convencional, salvo algunas honrosas
excepciones, dependiente de correctivos económicos, financieros y políticos,
simplemente debería llamarse de otra manera: gestión de comunicación
persuasiva, medios de desinformación, transmisión de (des)conocimientos
descontextualizados, industria de clichés, de banalidades.
El
periodismo siempre se ha concebido desde perspectivas ambivalentes. Por una
parte, como el ejercicio de la función social de denuncia y crítica de lo
inicuo. En este sentido, se trataría de articular un aparato de contraposición
a los abusos de poder de las elites políticas, económicas y sociales. El
discurso del periodismo normativo ha de suscitar la duda, descubrir las
contradicciones de nuestra sociedad, las tensiones que la aquejan. En otros
términos, ha de concitar el atrevimiento suficiente como para, aun a riesgo de
poner en peligro la propia posición del periodista y de su institución,
reprobar públicamente aquello que se considera injusto conforme a la verdad. En
definitiva, parafraseando a George Orwell, decir la verdad en una época de
mentiras constituye un acto heroico.
Por
otra, el periodismo y los medios de comunicación concebidos como mecanismos de
enmascaramiento y uso propagandístico de los poderes establecidos. Desde el
momento en que el periodista y el periodismo anteponen sus intereses personales
y empresariales sobre el buen ejercicio de su profesión, los medios de
información quedan reducidos al papel de órgano retórico de quienes detentan
los poderes hegemónicos.
La
pregunta que surge a la luz de estas dos perspectivas es cuál de estas dos
orientaciones ha primado y prima hoy en día en lo que a periodismo se refiere.
Como es obvio, una cosa es la visión idealista y romántica del periodismo. Otra
muy distinta, cómo las fuentes de poder, la propia estructura económica,
política y laboral del ejercicio periodístico han barnizado los discursos de
los medios de información hasta convertirlos en uno de los zócalos
fundamentales para apuntalar los poderes establecidos. La cuestión sobre la
hipocresía del periodismo no pertenece en exclusiva a nuestra época. Ni
siquiera a los estudios sobre economía política de la comunicación que se
llevaron a cabo a partir de los años 70 del pasado siglo. Ya en el siglo XIX,
autores avezados como Balzac e Ibsen más tarde supieron dar cuenta de la
hipocresía latente en los medios informativos. El lector sabrá establecer las semejanzas
en abstracto que relacionan estos escritos con la situación actual, con la
advertencia de que, como en Pajaritos y pajarracos (Pasolini, 1966),
cualquier parecido con la realidad no es casual.
La obra
del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) nos remite de continuo a la
lucha contra los atavismos, a la emancipación frente a las cadenas de la
costumbre, a la moral tradicional y a las servidumbres de la rutina. En sus
piezas teatrales, la interrogación se dirige a los códigos de conducta que de
modo tácito adoptamos, incluso cuando representan el germen de ansiedades y
malestar. A título de ejemplo, Ibsen fue precursor del feminismo contemporáneo
a través del personaje Nora en Casa de muñecas (1879). En Espectros (1881)
criticaba la doblez moral de una vida respetable de puertas afuera en un
matrimonio burgués, mientras el secreto de una existencia licenciosa es
mantenido en la opacidad de la hipocresía generalizada.
Un
enemigo del pueblo (1882)
nos proporciona una perspectiva paradigmática con vistas a la crítica del
periodismo. En esta obra, el centro de interés orbita alrededor de la
concepción de qué es el bien común. ¿Qué es beneficioso para la colectividad?
¿Qué ocurre cuando los beneficios inmediatos para una determinada comunidad se
fundamentan en la mentira, la hipocresía y en la defensa de infamias? ¿Qué
papel debería adoptar en este juego de contradicciones la prensa?
Describamos
la sucesión de acontecimientos de la obra. La vida económica de un pueblo
pesquero depende del balneario como fuente de ingresos. Sin embargo, el doctor
Stockmann descubre que sus aguas están contaminadas y suponen un grave riesgo
para la salud pública. Como es obvio, tal constatación hace peligrar las
fuentes económicas de la comunidad. Ante la evidencia, tanto las instituciones
civiles como ciudadanos anónimos defenestran e intentan deslegitimar la
autoridad científica de Stockmann. Desde el momento en que una verdad hace
tambalear el sistema de valores, se produce una contradicción que Leon
Festinger describió como “disonancia cognitiva”. El alcalde llega a decir que
las “iniciativas particulares deben supeditarse al interés general, o mejor
dicho, a las autoridades”.
Consideremos
los elementos que construyen el relato:
Premisa
inicial: un descubrimiento
incómodo y la prensa al servicio de la verdad. El punto de partida en Un
enemigo del pueblo remite a la causa de tifus y fiebres gástricas, tras un
análisis de las aguas del pueblo. “El balneario es un sepulcro blanqueado, así
como suena. Créanme. Las aguas son peligrosísimas para la salud. Todas las
inmundicias del valle y de los molinos van a parar a las cañerías, envenenan el
líquido, y tanta porquería desemboca en el mar, en la playa...”. Ante tal
revelación, de una certeza absoluta, la primera reacción de La voz del
pueblo (periódico local) corresponde a la difusión de la noticia. El fin
del primer acto sugiere que el desvelamiento de la verdad comporta un logro
para la colectividad. Tanto es así, que Stockmann admite haber realizado algo
verdaderamente útil para la comunidad. Incluso la prensa, por boca de Billing
-redactor jefe de La voz del pueblo- propone una manifestación en honor
del doctor por su relevante hallazgo. En este acto, la prensa no duda en
divulgar, como es obvio, cuestiones fundamentales de interés público. La
decoración se transforma radicalmente en el segundo acto.
Segunda
premisa: función y
responsabilidad de la prensa en defensa de la verdad. El segundo acto comienza
con una declaración de principios de Hovstad, director de La voz del pueblo.
La publicación se arroga la función de oponerse al monopolio político de la
camarilla de funcionarios que detentan el poder: “La verdad debe estar por
encima de todas las conveniencias”iii, sostiene Hovstad.
Incluso afirma que la responsabilidad del periodista le obliga a aprovechar
cualquier coyuntura para favorecer el gobierno de los débiles. Desde esta
perspectiva, la prensa puede concebirse como una herramienta de insurrección,
de contrapeso de los poderes establecidos.
La
confrontación con el alcalde de la localidad, hermano de Stockmann y presidente
de la Sociedad del Balneario, arroja una situación bien conocida. Los intereses
políticos, no sólo de la figura del alcalde, sino de la colectividad, se oponen
frontalmente a toda consideración ética. Dicho de otra forma, el bien común se
fundamenta en la iniquidad y la miseria humana. Nuestro bienestar, nuestras
gratificaciones y felicidades (acaso ficticias) deben asentarse sobre el
sufrimiento de otros: siempre hay, como en el film de Pasolini, pajaritos
(gorriones) y pajarracos (halcones): Uccellacci e uccellini. Quien
denuncia tal estado de cosas es tachado, de modo inmediato, de subversivo,
marginal y contrario al bienestar público. En este punto, el Dr. Stockmann es
acusado de querer arruinar la ciudad. La esperanza radica en La voz del
pueblo: “La prensa independiente y liberal se encargará de haceros cumplir
vuestro deber”, espeta el doctor al alcalde.
Tercera
premisa: la prensa al
servicio del engaño. En un principio, el redactor y el director de La voz
del pueblo alientan al Dr. Stockmann en su cruzada contra las mezquindades
de las instituciones políticas. Sin embargo, un diario se debe a sus lectores.
Y la propia población se opondría a la revelación de tales noticias. El coste
sería el de cerrar el balneario al menos durante dos años. La hipocresía de la
prensa es aquí fiel reflejo de la hipocresía de la sociedad a la que dice
servir. El dictamen del doctor ha de hacerse público por razones morales. Sin
embargo, el director del diario aduce motivos de interés general para no
difundir el resultado de sus investigaciones: “¿Cuál es la primera obligación
de un periodista, señores, si no es estar siempre de acuerdo con el público?
¿Verdad que la misión de un periodista se reduce a ser útil a sus lectores?”.
Aquí se anula el sentido crítico de la prensa cuando puede atentar contra las
bases socioeconómicas de los grupos sociales a quien sirve. En lugar de
mostrarles sus defectos, sus ruindades como haría el buen amigo, se dedican a
adularles de modo artero y engañoso. Habría que revisar la distinción entre
amigo y adulador de Plutarco: ¿quiere ser nuestro amigo el que únicamente nos
dice lo que queremos oír? ¿El que embellece nuestros vicios y los transforma en
virtudes quiméricas?
El Dr.
Stockmann es declarado en sesión pública enemigo del pueblo por
contrariar lo que se ha instituido como verdad absoluta, que es la base sin
embargo de un progreso basado en la hipocresía y la degradación moral. “Un
hombre libre no debe jamás atreverse a obrar vilmente, de modo que tenga él
mismo que escupirse a su propia cara, que avergonzarse de sí propio”.
Podríamos
acometer una lectura contemporánea de las tensiones reflejadas en la obra.
¿Cuáles son los fundamentos materiales de nuestro modo de vida? ¿Se basan en la
explotación de otros pueblos? En un ámbito más concreto, ¿por qué no ocupan las
portadas de los diarios las condiciones de vida esclavistas en los talleres del
tercer mundo? ¿Qué es el coltán? ¿Qué relación tiene con nuestros teléfonos
móviles adquiridos a precios irrisorios? Son algunas cuestiones de las muchas
que el lector podrá añadir y que en pocas ocasiones pueblan las portadas de
periódicos. La agenda informativa se ocupa de otras cuestiones. El interés
general parece ocuparse más de partidos de fútbol y declaraciones políticas
huecas y testimoniales que de situaciones miserables que bien podrían conculcar
nuestro sistema de valores.
Fuente: http://www.rebelion.org
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