PIEZA 2: La globalización de la explotación
Una
de las falacias neoliberales consiste en decir que el crecimiento económico de
las empresas trae aparejados un mejor reparto de la riqueza y un crecimiento
del empleo. Pero, evidentemente, no es así. De la misma forma en que el
crecimiento del poder político de un rey no trae como consecuencia un
crecimiento del poder político de los súbditos (antes al contrario), el
absolutismo del capital financiero no mejora la distribución de la riqueza ni
provoca mayor trabajo para la sociedad. Pobreza, desempleo y precariedad del
trabajo son sus consecuencias estructurales. En los años de las décadas de 1960
y 1970, la población considerada pobre (con menos de un dólar diario de ingreso
para resolver sus necesidades elementales, según el Banco Mundial) era de unos
200 millones de personas. Para el inicio de la década de los 90´s sumaba ya
2,000 millones de seres humanos. Además, el "montante de las 200 empresas
más importantes del planeta representa más de un cuarto de la actividad
económica mundial; y sin embargo, esas 200 firmas emplean sólo a 18,8 millones
de asalariados, o sea, menos del 0,75 % de la mano de obra del planeta"
(Ignacio Ramonet en LMD. Enero 1997 #15). Más seres humanos pobres y más
empobrecidos, menos personas ricas y más enriquecidas, éstas son las lecciones
del trazo de la pieza 1 del rompecabezas neoliberal. Para lograr este absurdo,
el sistema capitalista mundial "moderniza" la producción, la
circulación y el consumo de las mercancías. La nueva revolución tecnológica (la
informática) y la nueva revolución política (las megápolis emergentes sobre las
ruinas de los Estados Nacionales) producen una nueva "revolución"
social. Esta "revolución" social no consiste más que en un reacomodo,
un reordenamiento de las fuerzas sociales, principalmente de la fuerza de
trabajo. La Población Económicamente Activa (PEA) mundial pasó de 1,376
millones en 1960, a 2,374 millones de trabajadores en 1990. Más seres humanos
con capacidad de trabajo, es decir, de generar riquezas.
Pero
el "nuevo orden mundial" no sólo acomoda a esta nueva fuerza de
trabajo en espacios geográficos y productivos, además, reordena su lugar (o su
nolugar, como en el caso de desempleados y subempleados) en el plan
globalizador de la economía. La Población Mundial Empleada por Actividad (PMEA)
se modificó sustancialmente en los últimos 20 años. La PMEA en el sector
agrícola y pesquero pasó del 22% en 1970, al 12% en 1990; en la manufactura del
25% en 1970, al 22% en 1990; mientras que en el sector terciario (comercio,
transporte, banca y servicios) creció del 42% en 1970, al 56% en 1990. En el
caso de los países subdesarrollados, el sector terciario creció del 40% en 1970,
a 57% en 1990; mientras que su población empleada en el sector agrícola y
pesquero cayó del 30% en 1970, al 15% en 1990. (Datos de "Mercado Mundial
de Fuerza de Trabajo en el Capitalismo Contemporáneo". Ochoa Chi, Juanita
del Pilar. UNAM. Economía. México, 1997). Esto significa que cada vez más
trabajadores son canalizados hacia las actividades necesarias para incrementar
la productividad o para acelerarla realización de mercancías. El sistema
neoliberal opera así como un megapatrón, concibiendo al mercado mundial como
una empresa unitaria, administrada con criterios "modernizadores".
Pero la "modernidad" neoliberal parece más cercana al bestial
nacimiento del capitalismo como sistema mundial, que a la
"racionalidad" utópica. La "moderna" producción capitalista
sigue basada en el trabajo de niños, mujeres y trabajadores inmigrantes.
De
los 1,148 millones de niños en el mundo, por lo menos 100 millones viven
literalmente en la calle y 200 millones trabajan, y se prevé que serán 400
millones para el año 2000. Se dice, además, que 146 millones de niños asiáticos
laboran en la producción de autopartes, juguetería, ropa, comida, herrería y
química. Pero esta explotación del trabajo infantil no sólo se da en los países
subdesarrollados, 40% de los niños ingleses y 20% de los niños franceses
trabajan para completar el gasto familiar o para sobrevivir. También en la
"industria" del placer hay lugar para los infantes. La ONU calcula
que, cada año, un millón de niños entra al comercio sexual (datos en Ochoa Chi,
J. Op.Cit.).
La
bestia neoliberal invade el todo social mundial homogeneizando hasta las pautas
de alimentación. "En términos globales si bien observamos que hay
particularidades en el consumo alimenticio de cada región, (y a su interior),
no por ello deja de ser evidente el proceso de homogeneización que se está
imponiendo, incluso sobre las diferencias fisiológico - culturales de las
diversas zonas." ("Mercado mundial de medios de subsistencia.
1960-1990". Ocampo Figueroa, Nashelly, y Flores Mondragón, Gonzalo. UNAM.
Economía. 1994.) Esta bestia le impone a la humanidad una pesada carga. El
desempleo y la precariedad de millones de trabajadores en todo el mundo es una
aguda realidad que no tiene visos ni siquiera de atenuarse. El desempleo en los
países de la Organización para la Cooperación y del Desarrollo Económico (OCDE)
pasó del 3,8% en 1966, al 6,3% en 1990. Tan sólo en Europa pasó del 2,2% en
1966, al 6,4% en 1990. La imposición de las leyes del mercado en todo el mundo,
el mercado globalizado, no ha hecho sino destruir las pequeñas y medianas
empresas. Al desaparecer los mercados locales y regionales, los pequeños y
medianos productores se ven a sí mismos sin protecciones y sin posibilidad
alguna de competir contra los gigantes transnacionales. Resultado: quiebre
masivo de empresas. Consecuencia: millones de trabajadores al desempleo.
El
absurdo neoliberal reiterado: el crecimiento de la producción no genera empleo,
al contrario, lo destruye. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nombra
a esta etapa como "crecimiento sin empleo". Pero la pesadilla no
termina ahí. Además de la amenaza del desempleo, los trabajadores deben
enfrentar condiciones precarias de ocupación. Mayor inestabilidad del empleo,
prolongación de las jornadas de trabajo y desventaja salarial, son
consecuencias de la globalización en general y de la "terciarización"
de la economía (el crecimiento del sector "servicios") en particular.
"En los países dominados, la mano de obra sufre una precariedad multiforme:
extremada movilidad, empleos sin contrato, salarios irregulares y generalmente
inferiores al mínimo vital y regímenes de jubilación héticos, actividades
independientes no declaradas, con ingresos aleatorios, es decir, servidumbre o
realización de un trabajo forzoso por parte de sectores, supuestamente
protegidos, como los niños" (Alain Morice. "Los trabajadores
extranjeros, avanzadilla de la precariedad". LMD. Enero 97). Las
consecuencias de todo esto se traducen en un verdadero desfonde social
globalizado. El reordenamiento de los procesos de producción y circulación de
mercancías y el reacomodo de las fuerzas productivas, producen un excedente
peculiar: seres humanos que sobran, que no son necesarios para el "nuevo
orden mundial", que no producen, que no consumen, que no son sujetos de
crédito, en suma, que son desechables. Cada día, los grandes centros
financieros imponen sus leyes a naciones y a grupos de naciones en todo el
mundo. Reordenan y reacomodan a sus habitantes. Y, al terminar la operación, se
encuentran con que "sobran" personas. "Se dispara, por tanto, el
volumen de población excedente, que no sólo está sometida al azote de la
pobreza más aguda, sino que no cuenta para nada, que está desestructurada y
atomizada, y cuya única finalidad es deambular por las calles sin rumbo fijo,
sin vivienda ni trabajo, sin familia ni relaciones sociales -al menos
mínimamente estables -, con la única compañía de sus cartones o bolsas de
plástico" (Fernández Durán, Ramón. "Contra la Europa del capital y la
globalización económica". Talasa. Madrid, 1996).
La
globalización económica "hizo necesaria una disminución de los salarios
reales a nivel internacional, que junto con la disminución del gasto social
(salud, educación, vivienda y alimentación) y una política antisindical,
vinieron a constituir la parte fundamental de las nuevas políticas neoliberales
de reactivación capitalista" (Ocampo F. y Flores M. Op. Cit.).
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