CUANTO PEOR, MEJOR




Existen posiciones políticas que son irreconciliables desde el prisma ideológico de modo que forzar acuerdos entre ellas constituye un verdadero dislate intelectual. Sobre dichos antagonismo es la democracia, con sus mecanismos participativos, la que determina los senderos a recorrer. Bajo estos términos hablar de dictadura o hegemonía sólo se desprende a partir de un mojigato engranaje sofístico de carácter mediático, concurso de falacias que suelen ubicar a las mayorías como una masa panglossiana, fácilmente adquirible y notoriamente irracional. La sumatoria de las partes hace a la complejidad del universo. No debe quedar ninguna variable fuera del debate, pero no es menos cierto que una sola de ellas no responde de modo omnímodo a dicha complejidad. Es lógico y saludable que cada sector intente privilegiar su interés, pero dicha defensa debe encuadrarse racionalmente teniendo en cuenta la afectación que determinados egoísmos tienen sobre el conjunto.

Nuestro presente nos exhibe el trajinar incansable de una suerte de picadora de carne que se encarga de destrozar cualquier intención política del oficialismo como así también la honra de sus gestores más comprometidos. Dicho artificio funciona con una variada gama de combustibles: Mentiras, degradación individual, irrespeto a las investiduras, falacias mediáticas, falsas denuncias, ambigüedad informativa, tergiversación, operaciones y un intento nada solapado de deslegitimar la voluntad popular.

Ante la ausencia de un proyecto alternativo el denuncismo sobreactuado y compulsivo suele ser fuente de juvencia para la vieja política. Mucho me temo que buena parte de la sociedad muy poco ha aprendido de nuestro pasado reciente. Esas posiciones ideológicas respetables e irreconciliables a la vez no merecen ser destratadas a través de la calumnia y la injuria, deben ser expuestas con fervor cívico, tratando de enriquecer el debate para que nosotros, los hombres de a pie, podamos entender qué modelo de Patria tiene cada uno de los colectivos que se presentan con aspiraciones para competir democráticamente por el beneplácito  popular.

Sabemos que el oficialismo tiene un modelo determinado y en curso, también conocemos que el Pro tiene su modelo de país a través de su gestión porteña, ambos con aciertos y con errores, nos gusten o nos disgusten, el resto del espectro es una enorme incógnita que lamentablemente no encuentra un nicho político e ideológico que permita el desarrollo de plataformas que nos muestren a las claras algún prototipo de modelo. Tristemente el mundo de las ideas está siendo turbado por el mundo de los deseos y las frustraciones, por el mundo de las sospechas y las inquinas. Nada nos hace pensar que de aquí en más algo se modifique. La observancia de conductas colectivas desdorosas ratifica la idea. Si cientos de miles de personas, rebosantes de odio, exigen la derrota de su propio equipo para perjudicar a su vecino, en el marco de una actividad tan pequeña como el fútbol, nada podemos ni debemos esperar cuando de intereses concretos se trata. Dicha lógica futbolera resulta comportamiento corriente, y esto lo hemos vivido con claridad meridiana cuando el dilema del fallo Griesa y la Fragata: el deseo contenido y continente para que el otro y la Patria fracasen, de forma tal, se pueda obtener algún rédito político o en el peor de los casos un orgasmo circunstancial.

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