ACASO NO SE CONSTITUYA JULÍAN MARÍAS COMO UNO DE LOS PENSADORES DEL SIGLO XX A LOS QUE SIGO CON MÁS ENTUSIASMO. PERO ESTIMO QUE ESTE ARTÍCULO NO TIENEN DESPERDICIO EN FUNCIÓN DE NUESTRO PRESENTE MEDIÁTICO...
Antonio Machado escribió: «Se miente más de la
cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa.» Cuando un
partido, un político, un autor, un periódico, una emisora, un medio de
comunicación cualquiera, miente más de la cuenta, es inevitable que sobrevenga
la incredulidad, el desprestigio, la repugnancia.
Lo curioso es que cuando esta reacción se
produce, casi siempre se buscan otras causas, se evita referirse al verdadero
origen de esa repulsa o ese fracaso. Cuando se miente «más de la cuenta» no se
cree en nada de lo que se dice. Para mí, la cuenta es muy breve; tengo
particular intolerancia para la mentira, apenas me parece tolerable la
exageración, la atenuación, el silencio provisional. Para volver a Machado, «A
las palabras de amor / les sienta bien un poquito / de exageración.» Entiéndase
bien: a las palabras de amor, no a las de odio, envidia, malignidad.
Creo que en esto estriba el principal criterio
para sanear la convivencia, los proyectos colectivos, y dentro de ellos la vida
política. Cada uno es responsable de lo que hace y de lo que dice, y el apoyo o
el desvío deben ser la respuesta adecuada a la conducta. Quiero decir que los
ciudadanos deben saber claramente a quién prefieren, a quién estiman, a quién
desprecian, de quién pueden fiarse.
Se acumulan hechos y dichos -estos últimos más
fáciles de retener, catalogar, comprobar-, y todo ello va componiendo la figura
individual o colectiva. Hay que recordar que alguien ha dicho algo
manifiestamente falso, que no sostiene la menor confrontación con la realidad,
y eso basta para no tomarlo en serio.
Cuando se desfigura la historia, o el presente,
se ofrece como existente lo que nunca aconteció, o se piden cosas que no se
podrían conceder nunca, que responden al mero capricho, a la insolencia o acaso
a la perturbación mental, lo único discreto es volver la espalda y dar por no
oído lo dicho, y no tener en cuenta al autor.
Es posible que algunos se alíen con personajes
absolutamente indeseables, con los que no es posible ninguna convivencia
decente, y eso debe entenderse como una complicidad que se extiende a los que
aceptan esa alianza y los equipara a ellos, de manera que hay que obrar en
consecuencia.
Bastaría con yuxtaponer en los textos impresos, o
mostrar a continuación en la radio o la televisión, lo dicho por algunos y por
otros, o los datos fehacientes de la realidad, para que las cosas quedasen
claras, la verdad restablecida, y las responsabilidades recayesen sobre
aquellos que son sus titulares. Si esto se hiciera de manera normal, se
despejaría indeciblemente el horizonte, cada uno sabría qué prefiere, qué
decide, qué impone con su voto al conjunto.
Un detalle que no carece de importancia es la
manera de titular en la Prensa. Resulta cómico, y siempre aleccionador, cómo se
presenta en diferentes periódicos la misma noticia; como se sabe que gran parte
de los lectores no pasa de los titulares, basta con matizarlos para conseguir
el efecto deseado, que puede ser la desfiguración de la verdad. Tomar la parte
por el todo, generalizar lo que han hecho o dicho unos cuantos como si fuesen
la mayoría o la totalidad; deslizar un adverbio tendencioso; omitir lo que es
esencial. Técnicas bien conocidas y utilizadas por casi todos. Pero hay que
añadir otro adverbio: «desigualmente»: hay publicaciones que lo hacen alguna
vez; otras, sistemáticamente. Añádase la omisión, el silencio, del que se hace
un uso metódico, y se llega a la suplantación de la verdad, a su sustitución
por un complejo de mentiras.
Creo que esto es, simplemente, lo más importante.
Si se busca en serio el origen de lo más grave de nuestra historia reciente, la
guerra civil, se ve cómo su causa principal fue la acumulación de dos sistemas
de falsedades que no fueron adecuadamente examinadas, descubiertas,
invalidadas. Lo más curioso e inquietante es que al cabo de sesenta años del
final -del final, no ya del comienzo- de aquel desastre, muchas mentiras son
renovadas, repetidas, o inventadas «de nueva planta» por los que no asistieron
a ello. Es asombroso cómo los verdaderos testigos, incluso actores o
participantes, están más dispuestos a reconocer la verdad que muchos
posteriores que reniegan de la verdad, en gran parte salvada; los he llamado
alguna vez los «autodesheredados».
Y más allá del ámbito español sucede lo mismo.
Los orígenes de las dos Guerras Mundiales, la de 1914 y la de 1939, descubren
fenómenos análogos. He releído la introducción al libro de Conan Doyle sobre
«La campaña británica en Francia y Flandes», de 1914; se ve claramente el papel
de las falsedades en el desencadenamiento de la guerra, y la posibilidad de que
se hubiese evitado. En la Segunda, la cortina de mentiras fue mucho mayor y más
hábil. He recordado que en España, el titular de un periódico anunció su
comienzo en grandes letras: POLONIA ATACA A ALEMANIA. Detrás de todo esto late una carencia decisiva y
no fácil de superar: la escasez de pensamiento. Reconozco que no es
fácil alcanzarlo; pero es necesario, indispensable para hacer algo que tenga
algún sentido.
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