EL OFICIO DE DESTRUIR








No sólo nada les viene bien, cosa natural a esta altura del partido, además todo sirve para la duda maliciosa y la sospecha. Son incapaces de proponer alguna idea que llame al debate o aunque más no sea a la curiosidad, el asunto es destruir todas las decisiones políticas que el Gobierno toma conforme el modelo de país que la ciudadanía mayoritariamente avaló en elecciones libres y transparentes. Hay veces que me cuestiono lo ocioso y desgastante que significa tener que reiterar hasta el cansancio asuntos tan obvios.
Pero lo dicho. Detestan a la democracia cuando sus proyectos son derrotados de manera aplastante, odian a la justicia cuando los fallos nos lo favorecen, reniegan de la libertad cuando de derechos colectivos se trata.
Y lo que no existe es necesario inventarlo. ¿A quién le causaría mayores perjuicios toda actitud agresiva o amenazante contra el Fiscal Marijuán? El cuadro de Magnetto debería cuando menos tener mucho cuidado con sus socios del oligopolio. Es un excelente cadáver político para arrojarle al Gobierno sobre sus espaldas. Rápida de reflejos la Procuradora Gils Carbó le colocó custodia personal. Pues que sea doble, tanto a él como a Jorge Lanata. Si desean instalar a la política en el ámbito de la malevolencia toda hipótesis es válida y más cuando se trata de tipos que ya tienen sus manos manchadas de sangre. Han matado a propios y extraños para saciar sus voraces apetitos, no me parece que los años les hayan aplacado sus demenciales instintos.
En política, el oficio de destruir, cuando se encarniza, cuando corre sin resistencia por las venas se transforma en conducta y esta se traslada en todos los campos de acción. Por eso la oposición no sólo es sumamente destructiva con relación al oficialismo también lo es con ella misma. Al ser reduccionistas no se permiten elaborar pensamiento crítico, al ser taxativos no se permiten dudar de lo primero que circula por sus cabezas, al ser malvados consideran que nada bueno existe en la política. Han sido inoculados por el veneno de la impotencia. No se preguntan por sus falencias, cuestionan y denuestan los aciertos de los demás. Son peligrosos.

Cierta vez, en mi pueblo, un cliente, pseudomilitante radical, me vino a pedir rendición de cuentas por este espacio de opinión. Solicitaba explicaciones a propósito de una denuncia que había realizado Jorge Lanata en su programa de televisión con relación al estatus rentado de los blogueros kirchneristas. Dejate de joder – me dijo - vos y tipos como vos se llevan parte de la retenciones (el hombre era hijo de un productor agropecuario). El muy imbécil no creía en lo que veía. Mi ausencia de bienes y el paupérrimo estado de mi negocio no le era suficiente como prueba tangible. El joven deseaba creer que yo era un hijo de puta porque así se lo había informado el Mesías. Un simple y sencillo desafío confundió a un muchacho que jamás volvió a mi local en calidad de cliente, menos aún como coloquial vecino y ni que hablar para solicitar disculpas. Le ofrecí mi número de CUIT, mi nivel de compras anuales, mis declaraciones juradas y mis constancias impositivas. Además le ofrecí que moleste a mi contador ante cualquier duda. Como contraprestación de esta suerte de duelo le manifesté que si encontraba algo sucio me comprometía a entregarle mis ganancias durante el lapso de un año completo. De lo contrario él debía honrar su ofensa con la renta devenida (próxima cosecha) de diez de sus doscientas hectáreas: mitad para el Taller Protegido y mitad para el Hogar de Ancianos, ambas entidades ubicadas en la ciudad cabecera del Partido. Nunca más apareció. Así se manejan. Ensucian, calumnian, injurian y arrugan. Inclusive le otorgué la posibilidad de iniciarme causa judicial si hallaba alguna conducta dolosa. En la actualidad sus vidrios polarizados le otorgan entidad a la malevolencia.

Cómo puede un obsesionado por la destrucción política reconstruir su relación social luego de haberme tirado encima todos sus prejuicios, luego de haberme humillado, luego de no haberse dado la posibilidad de creerme. ¿Quién eligió el camino de la división? Hasta ese domingo de la infamia, no te digo que éramos amigos, pero sabíamos conversar largamente una buena pava de mates por lo menos un par de veces al mes. Lo más triste es que nuestros acuerdos políticos con relación a determinados dilemas superaban con holgura a ciertos desacuerdos coyunturales.

El oficio de destruir tiene rotundo éxito en el marco de la contemporaneidad. Para la oposición política y mediática deviene de una necesidad existencial, es su faro, su canal, su puerto y su dársena, para el hombre de a píe es algo mucho peor y tiene íntima relación con aquellos egoísmos ilegítimos que no puede exponer a cara descubierta, debido a que de algún modo la vergüenza, en el largo plazo, también logra imponer su presencia.

Por eso no pueden, nunca van a poder. Acaso ganen alguna batalla, pero no más. Evita es el dato histórico más contundente al respecto. Hasta aquellos sectores que vivaron por su cáncer – nuestro doloroso cáncer -  hoy tienen enorme orgullo por su figura. Evita los venció aunque entonces muchos creyeron y festejaron haberla destruido. Evita se murió, - los venció su cadáver -  y trascendió fronteras y no existe nombre alguno que nos identifique tanto como Nación. El oficio de destruir tiene costos impensados. Entre ellos no entender las razones por las cuales colaboramos para destruir algo que en la actualidad nos infla el pecho hasta el extremo de nuestra sensibilidad.

Comentarios