Los honestos y su impostada superioridad moral





El tipo estuvo rodeado durante toda su vida de gente honesta, gente que se decía honesta, gente que predicaba honestidad, personas que se subían al mangrullo del ptimo mandamiento y de allí comenzaban a diseñar sus alegatos y condenas en contra de las corruptelas ajenas. Se cagaban en los nueve mandamientos restantes y en los siete pecados capitales, pero la honestidad constituía el basamento de su estructura ética y política. No les interesaba ser buenas personas y menos aún trataban de mejorar la vida de quienes los rodeaban, ellos exigían honestidad a como de lugar. En un momento el tipo comenzó a percibir que algunos de estos sacerdotes de la decencia lo eran debido a que nunca tuvieron la oportunidad de probarse, de tentarse, y esa frustración, esa ausencia de posibilidad, laboraba como quien detesta lo inaccesible, algo muy similar a la reacción que promueve la envidia. También pudo constatar que muchos otros honestos no sólo eran huérfanos de amigos sino que además solían someter a sus afectos montados en esa suerte de inmunidad que supuestamente les otorgaba la honestidad. “Yo me rompo el culo desde las ocho de la mañana, trabajo honestamente, pago mis impuestos, no es justo que cuando llego a casa vos estés dando vueltas por ahí, mostrando el culo en el gimnasio o boludeando con tus amigas”. Todo un postulado de quién concibe a la honestidad como un estamento superior del ser humano, despótica categoría que lo coloca por encima del mundo, ítem que obliga al resto de la sociedad a rendirles escrupulosas pleitesías. No le importa que dicho postulado lo instale individualmente como un ser excluyente, un perverso antagonista afectivo, su soberbia le impide observar que no siempre la honestidad tiene relación con la moral.



El tipo pudo corroborar sus sospechas cuando por decisión propia decidió tomarle examen a su universo asumiendo el rol de conejillo de indias. En su trabajo, muy buen pago por cierto, plagado de corrupción y vicios de toda clase y tenor, decidió luchar a brazo partido en contra del sistema. La resultante fue su despido muy a pesar de un detallado informe de auditoria y de la contundente documentación aportada. Cada uno de los virtuosos que conformaban su mundo, con la misma soberbia, le reprocharon su actitud entendiendo que dicho compromiso ponía en riesgo el futuro de la familia. De ese modo vio la luz un límite ético, pormenor que lamentablemente los honestos nunca le habían informado de su existencia. Cuestión que finalmente ocurrió debido a la coyuntura. No sólo fue marginado y denostado por su núcleo cercano, ya que él era la única persona que no podía ser engañada por aquella hipócrita construcción dialéctica, además se vio en la obligación de emigrar por ausencia de cobertura solidaria. Varios meses después se encontró de casualidad, caminando por el barrio, con un viejo compañero de piso, integrante activo de aquella gavilla desenmascarada.

-          ¡Qué cagada te mandaste Tavo!. Las fuerzas morales de los hipócritas te hicieron creer que la honestidad está por encima de la felicidad de la gente. ¿Sabés cuántas familias viven de aquel sistema que  intentaste cercenar? Poco menos de cien. Casi quinientas personas estaban de acuerdo con un formato laboral que el propio sistema ponderaba como óptimo para su supervivencia. ¿Tenés idea cuántos pueblos existen en nuestro país con 500 habitantes o menos con relaciones semejantes y acuerdos similares? Por eso te rajaron. Cuando se dieron cuenta que modificar la situación era inviable, tanto para el negocio como para el colectivo, decidieron cortarte las piernas. Además le estábamos limando algunos mangos a un Banco, y vos sabés lo que es un Banco. Los honestos de pico te convencieron durante años que la honestidad es una cuestión individual y que los sistemas se pueden modificar a través de una conducta propia. Nada más falso. Para hijos de puta, no hay como los honestos Tavo. Cuando finalmente volcaste a la praxis esos principios adquiridos te dejaron solo como perro malo. El honesto lo único que quiere es enterarse para acusar. Yo lo considero como un ciudadano impotente cargado de malevolencia. Como la virilidad le es esquiva no quiere que nadie disfrute del placer. Así funciona su cabeza. Eso sí, cuando eliminan a la competencia ayudan a diseñar otro modelo, tan o más corrupto que el anterior, sobre la base de la experiencia, luego se corren un poco para volver a reiniciar el círculo virtuoso de su magra existencia moral. Si no hay deshonestidad hay que inventarla, el compromiso que los une es ayudar para que exista. Lamento lo que te ocurrió porque sos un buen tipo, en serio te lo digo. Yo creo que por sobre todas la cosas uno tiene la obligación de comprender en qué tipo de sociedad vive y no conspirar en contra de la felicidad de su gente. Allí radica la verdadera honestidad. La vida es muy corta para inmolarnos por los insistentes paradigmas honestistas de los que dicen serlo, pero que en realidad lo son con un ojo tapado. Hay que ser bueno y honesto con las personas, no con las cosas. ¿A quién se le puede ocurrir ser honesto con los bienes? Vos fuiste honesto con los bienes materiales, no con el colectivo, no con tus compañeros, con tu comunidad. En política sucede lo mismo. Fijate la clase de tipos que levantan su voz hablando de honestidad, en contra de la corrupción de la sociedad y principalmente sobre la que supuestamente ejerce el gobierno. Haceme el favor, poneles atención. Son unos terribles hijos de puta. Primero desde dónde hablan y luego lo que dicen. No tienen ningún problema que sus paradigmas honestistas condenen a cientos de miles de compatriotas a la marginalidad. Mirate al espejo y decime si no ves un poco de Carrió, de Lanata, en aquella actitud tuya. Por eso Tavo ¿qué es ser honesto?: Hablar de planes trabajar, de lo nefasto que es el asistencialismo, de lo perverso que es distribuir la riqueza, de lo abyecto que es usar una remera identificatoria mientras se labura por los demás, de que las asignaciones familiares se van por la cloaca de la droga y el juego, que las pibas se embrazan a propósito. No jodamos Tavo. ¿Vos crees qué los grandes cambios sociales, que para bien experimentó la humanidad o las mismas revoluciones populares, se hicieron sobre la base de la honestidad? Lincoln sobornó a doce diputados para que pueda salir la ley en contra de la esclavitud; San Martín, Belgrano y Güemes se cagaron en la propiedad privada, en la seguridad jurídica y en los derechos adquiridos para sobrellevar las luchas independentistas. Es así Tavo, disculpá la crudeza... dejame darte un abrazo, creo que lo necesitás... fue un gusto volver a verte y ojalá tu vida se arregle.

Tavo se quedó mirando como su ex compañero de oficina se alejaba trotando por el sendero de la plaza, lo vio feliz, se quedó tranquilo, en ningún momento aquel sujeto lo había tildado de honesto, acaso por esa razón y a pesar de la cagada cometida no se sentía tan hijo de puta. Aquel joven sudoroso, tipo al cual había perjudicado meses antes, le había otorgado un renovado salvoconducto, cuando mucho menos hipócrita, acaso bastante más racional...

Autor: Gustavo Marcel Sala





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