Los Traductores de la Democracia



Temo que este renovado ejercicio colectivo que emprendimos el 10 de diciembre de 1983 no cuenta con la debida reflexión de modo facilitarnos el manejo de un idioma común, de un lenguaje que no precise de traducciones antojadizas y jeroglíficos indescifrables. Estimo que la cuestión cardinal es mucho más simple de lo que se la suele presentar: “Quien obtiene la confianza popular para ejecutar, ejecuta, y lo hace de acuerdo a sus propuestas electorales, quien no tuvo el beneplácito de esas mayorías debe aguzar sus capacidades para acompañar políticamente a aquella voluntad mayoritaria, al mismo tiempo debe responder a sus adherentes y al resto de la sociedad (incluso a los oficialistas) mediante la crítica, el control de gestión, la propuesta y el debate de ideas. Luego será el colectivo quien determine y evalúe políticamente mediante comicios libres”. Por eso llama mucho la atención que algo tan básico y simple encuentre cuantiosas interpretaciones.

Quien intenta modificar este contrato social persigue de manera supina cambiar el idioma democrático. Aquellos que pretenden imponer su voluntad política sin haber obtenido credencias populares son totalitarios debido a que no desean respetar las decisiones colectivas. Justamente para eso están los plazos que establece la Constitución. Dentro de ese contrato social todo es válido siempre y cuando se encuentre dentro del marco de la ley: Vaciar de contenido un debate, no dar quórum legislativo, manifestarse en las calles en contra de tal o cual medida, aliarse con los poderes fácticos para debilitar políticamente al ejecutivo, mentir, ocultar, operar, son baterías que gusten o no son practicadas en todas las latitudes del planeta sin distinción de ideologías. Por ese lado nuestra democracia está dando muestras de una salud superlativa más allá de los grupos que fervorosamente trabajan a favor de una interrupción drástica del sistema (Por caso la decena de agrogarcas y los miles de caceloreros que pretenden la “desaparición” del Gobierno)



Dicho esto es el pueblo quien luego evalúa seriedades, desvaríos, miserabilidades, confianzas, dudas, esperanzas, comportamientos cívicos y demás cuestiones que determinan las decisiones individuales de cada componente del colectivo. Hablar de dictadura, de totalitarismo, de stalinismo, es intentar cambiar el idioma (dialecto muy propio de la oposición en consonancia con las corporaciones oligopólicas, mediáticas y de las otras).



Los ciudadanos deberíamos analizar las razones por las cuales se persiste con dicho argumento cuando la realidad marca diametralmente lo opuesto. Infiero que esto sucede debido a que no todos entendemos a la democracia del mismo modo. Ergo: no todos hablamos el mismo idioma, cosa que promueve la aparición de traductores, personas y grupos  en donde vamos a encontrar gente que lo hace con seriedad y compromiso social y gente que lo hace a favor de sus exclusivos intereses por encima de la voluntad colectiva.



En pocos meses se va a cumplir el cuarto aniversario (un período presidencial completo) que una ley emanada del Congreso, aprobada mayoritariamente por ambas cámaras, tiene frenada su total ejecución producto de una cautelar que favorece a un grupo corporativo. Curioso Stalinismo. Justamente los traductores del segundo grupo son los encargados de invisibilizar la enorme seguridad jurídica existente, y lo hacen descaradamente a pesar de la tangible realidad. No ha existido en nuestra historia Gobierno alguno que haya respetado más la constitucionalidad como el actual, aún teniendo en cuenta que nuestra justicia tiene una enorme necesidad de legitimarse producto de su carácter clasista.

Dicho intento legitimador, debatible y discutible desde la erudición, no se hace por decreto ni mediante mecanismos espurios, se hace de cara a la sociedad, corriendo riesgos políticos y presentando controversia dentro del lugar en donde la representatividad popular es taxativa: El Congreso. Pues los traductores del segundo grupo rehúsan el convite y pasan por los medios a enriquecer los oídos de otros traductores que amplifican las falacias.



Ahora bien. Los traductores aparecen, se reproducen y se multiplican. Varias preguntas se disparan:



-          ¿Son necesarios para nuestro entendimiento ciudadano?

-          ¿Le agregan algo a los comportamientos, a los discursos políticos, a los hechos concretos?

-       ¿Por qué se toman esas traducciones como universales si sólo devienen de interpretaciones subjetivas con todo lo que ello implica?

-          ¿Quién hace a la existencia del traductor, él que traduce o aquel que desea escuchar los análisis bajo ese único idioma que conoce?



No olvidemos que la existencia del idioma promueve el nacimiento del traductor. No es descabellado inferir entonces que muchos traductores son emergentes de un “dialecto” desestabilizador que aún existe en nuestra sociedad. Por ejemplo: Los traductores nos dicen que los resultados de las elecciones Venezolanas demuestran a las claras que el modelo “chavista” se encuentra agotado. Curiosamente son los mismos que tradujeron el fin del kichnerismo en el 2009. No advierten sobres posibles llamados de atención y futuras alineaciones, fluctuaciones que todos los movimientos políticos exhiben en determinados momentos de su historia, cosa que también incluye dicha hipótesis, pero que de ningún modo se transforma en exclusiva simplemente porque así lo deseamos, dejando de lado el concepto dinámico que encierran todos los procesos políticos.
Los traductores, en definitiva, sólo le hablan a ese grupo que necesita ser traducido, estos son los únicos que aceptan y entienden ese idioma, conjunto que no forma opinión si no es a través de aquellos: Eso, a mi humilde entender, se denomina dependencia.



Aproximadamente unos setecientos años les llevó a los vasallos darse cuenta de qué se trataba el feudalismo. El idioma, hasta ese momento, era observar la vida tras el prisma del señor feudal. Asumiéndonos panglossianos podríamos afirmar que treinta años son muy pocos para evaluar un proceso histórico. Comprendiendo la situación temporal es necesario que comencemos a percibir que si de traducciones se trata es necesario saber elegir muy bien a los traductores. No vaya a ser cosa que creyendo leer un poema de Percy B. Shelley nos hallemos frente a unas rimas de Samuel T. Coleridge.


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