Uno es hincha del Cristo


 

... pero sin intermediarios. Mis creencias no necesitan de magnánimos curas, suntuosos edificios, mayores boatos o estados feudales. Menos aún muestran entusiasmos cuando la iconografía ostenta la perversa intención de extraviar luctuosas erratas del pasado. Mi relación con el Cristo va por fuera del sentido común, de hecho no considero que ingrese dentro de los distritos de la religión. Aunque la vida y el mensaje del Cristo me llegaron por vías institucionales – trece años entre escolapios no es poca cosa -  creo haber construido, pensamiento crítico mediante, cimientos humanísticos que se desprenden directamente de su palabra y de su acción, de su pasión y de su muerte.

Al resto no le encuentro valor. La existencia de una jerarquía eclesiástica me tiene sin cuidado, de igual modo que no me quita el sueño la nacionalidad de sus monarcas.

La existencia de un estado religioso habla por sí de ciertos trastornos incluidos en la fe. Sospecho que bancos, financieras, salarios, presupuestos, guardan escasa relación con esa cuestión del pan y de los peces.

Poco me importa que el actual Papa haya caminado mis calles de Flores, reconozco que no me conmueve en lo absoluto que acaso hayamos compartido algún tablón en el viejo Gasómetro de Avenida La Plata en tiempos en los cuales el Negro Ortiz sembrara un surco por la izquierda para que el gringo Scotta hiciera sesenta goles en un año.



Lo que me preocupa por sobre manera es la incidencia política que pueden tener este tipo de estructuras y sus mandatarios en las sociedades contemporáneas. Ya lo hemos experimentado durante nuestra nefasta dictadura. Una organización clerical cómplice, en donde tanto los religiosos disidentes como los laicos eran entregados a los verdugos sin ningún tipo de misericordia.



La grafía – la junta militar festejando -  que incluí en el artículo anterior tiene relación con ese chauvinismo visceral que nos identifica como sociedad ante cualquier cuestión que nos hace suponer distintos. No somos mejores ni peores porque Francisco se coma las “eses” como nosotros... Tampoco él, como individuo, es mejor o peor de lo que era. Es un hombre que se lleva puesto, su historia camina con él; por suerte todavía no se ha creado ningún disfraz canónico que licencie nuestros quebrantos.



De todos modos Bergoglio ya no pertenece a nuestra sociedad. Es el primer mandatario de un estado religioso cuyos postulados son enunciados hacia aquellos que profesan sus dogmas y que se preserva para sí intereses determinados. No es un ser universal como se lo quiere exponer, debido a que el culto católico apostólico romano no lo es. Sólo engloba y expresa a una porción de la población mundial.



Mientras tanto los miserables de siempre tironearan de su figura a placer de forma tal llevar agua hacia molinos propios. De él y de sus señales dependerá el éxito de los abyectos. Prefiero, por el momento, no imaginar en Bergoglio las mismas conductas de Karol Wojtyla y la estrecha relación política que tuvo este con la caída del mundo socialista. “Juan Pablo II fue el Papa políticamente necesario para establecer el fin de la historia y con ella la resurrección del neoliberalismo”. Por ahora no pienso (o no quiero pensar) que Francisco se constituya como el ariete internacional para romper con el populismo latinoamericano. Si bien sus aliados locales ya lo están bocetando de ese modo me resisto a creer que su pensamiento político incluya la misma banalidad que muestra nuestra caterva de opositores vernáculos. Sospecho que su propia investidura le impedirá tamaña exhibición de torpeza...


 



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