Intelectuales "Independientes"
Sacados por la liturgia populista




Por estos días el escritor e intelectual hispano-peruano Vargas Llosa afirmó que no nos debemos dejar engañar por el moqueo de las masas venezolanas. Evidentemente a los intelectuales liberales los pone de la cabeza la liturgia populista. Los desacomoda, los coloca en medio de un fenómeno que no alcanzan a comprender. No sólo detestan a los líderes, más los perturba que esos líderes sean amados en vida y luego de ella, venerado su recuerdo. El intelectual se reserva para sí distritos ponderativos, segmentos supuestamente objetivos en donde sospechan tener la capacidad racional para establecer tablas de civilidad. Ellos son los que fijan los siniestros catálogos de barbarie. Mientras el agnóstico tiene la humildad de dudar sobre su ausencia de creencia, el ateo tiene la soberbia de creer fervientemente en que no cree; vaya contradicción. Algo de esto le sucede con relación a la política al intelectual liberal, sea de izquierdas o de derechas, lo mismo da.
Complejo es llegar a amar a un gestionalista, mucho más difícil resulta con un administrador, pues allí descansa el dilema. El intelectual liberal sólo entiende al dirigente político bajo esos formatos burocráticos, no cree en el líder, por lo tanto mucho más irracional y primitivo le resulta observar un afecto sobre alguien que considera no debería existir. No se permite dudar de sus premisas, sólo califica, construyendo a partir de dicha calificación su edificio analítico. Pero a poco de incluirnos en sus editoriales uno se da cuenta que dicho edificio adolece de sustento político. El intelectual liberal no intenta contemplar las causas de dicha devoción. Su ateísmo político no logra percibir que la exclusión es la peor de las condenas colectivas que puede sufrir el ser social, menos aún es capaz de entender que todo proceso inclusivo construye en el afectado un sentimiento de gratitud que difícilmente logre olvidar. Acaso no pueda comprender el intelectual liberal esa cuestión de la gratitud. Para estos un gobernante es sólo un mero administrador con fecha de vencimiento, en cambio para los desplazados un gobernante constituye una esperanza de cara al futuro, y cuando esa esperanza, pasado el tiempo, se plasma con medidas concretas el pueblo responde con enorme devoción, no porque sea ignorante o idiota como se pretende presentar, sino por la vida de mierda que ha tenido que soportar hasta el momento su llegada. Cosas simples, asuntos que más de la tercera parte de la población mundial no tiene resueltas gracias a los tecnócratas gestionalistas: Vivienda, trabajo, educación, salud, derechos sociales, cuestiones que difícilmente alguien incluido las entienda con formato de ausencia.
En la coyuntura se pone en tela de juicio la racionalidad del funeral del Comandante Chávez, incluso se ha criticado severamente el posible tratamiento futuro que tendrá su cuerpo. En lo que a mí respecta lejos estoy de acordar con la idea de embalsamar al extinto, pero eso no me habilita a banalizar el intento bajo pretextos culturales tratando de menoscabar su estricto sentido afectivo.
El intelectual liberal acepta, tolera y en algún caso aplaude y participa de la pompa emanada de las estructuras feudales que aún se conservan en la modernidad, cuando menos las comprende, no exhibe marcadas críticas: Por caso la pompa vaticana o las pompas monárquicas europeas; sin embargo siente enorme animadversión por los actos masivos o los dolores colectivos cuando de referentes políticos populares se trata. De lo cual se desprende que el boato no es el dilema sino el impacto político que tiene cada evento. El entierro de un Rey, una Reina, un Príncipe, no mueven el amperímetro político de una sociedad, al igual que la muerte de un Papa, más allá de que ambos acontecimientos despierten masivas duermevelas. El recuerdo y la devoción por Perón, Chávez, Eva, Kirchner, Allende inquietan al intelectual liberal debido a que los nombrados son sinónimos de políticas inclusivas que el ilustrado “independiente” del tercer milenio detesta sobradamente. Cual recurrentes sofistas vuelven a colocar un argumento secundario por delante del dilema esencial, disyuntiva imposible de confesar, a sabiendas que tal honestidad despertaría la lógica indignación colectiva: Una sociedad segmentada, despolitizada, individualista, desestatizada, cuyo orden jurídico y social debe necesariamente fluir de los mandamientos corporativos (Ej. Minera Vale). El poder económico por sobre la política, por sobre las urgencias, por sobre las necesidades...
Por fuera de sus intenciones de máxima, el intelectual liberal trata de acuarelizar y menoscabar al líder popular exponiendo como ideal político al gestionalista, al tecnócrata. Este modelo ejecutivo no sólo resulta muy dócil a sus ambiciones clasistas, además les evita tener que soportar esas desechables y bárbaras muestras de pesar colectivo. Un pueblo llorando a su “bruto” caudillo les resulta intolerable, más aún si pensamos que difícilmente alguna vez alguien, en la historia, derroche aunque más no sea una minusválida lágrima por aquellos que afirman amar a la humanidad odiando las costumbres, las necesidades y los dolores de la gente real...

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