24 de Marzo en Coronel Dorrego
Soleada mañana de marzo, brillante mañana de
marzo. Unas 200 personas acompañamos el evento conmemorativo a propósito de la
colocación de una referencia histórica, a instancias del HCD local, frente al
domicilio en donde viviera la familia Aiub. Familia literalmente devastada por
la última dictadura cívico militar. Sospecho que los lectores de este espacio
conocen perfectamente lo sucedido y nuestro irrenunciable acompañamiento a sus
deudos, a nuestros deudos. En más de una ocasión hicimos mención de los oprobiosos
acontecimientos vividos por cada integrante de la familia. Dicho esto y sin
ánimo de menoscabar el merecido reconocimiento tenemos, a escala local, varias
cuestiones que observar en el marco del dilema histórico.
Seguimos cojos en nuestras lecturas. No
existió mención alguna sobre las responsabilidades y complicidades locales de
aquel luctuoso período. Hablo de vecinos apellidos que por entonces colaboraron
como funcionarios, personas e instituciones que hicieron la vista gorda cuando
de atropellos a las libertades civiles de trataba. Vi poco pueblo, poca
espontaneidad, mucha contundencia burocrática, mucho funcionario aplicado,
respetando un “deber ser político” que
sin dudas dejarían de lado ante el primer intento destituyente de la violenta
mass media dominante.
Soleada mañana de marzo, brillante mañana de
marzo. Brillante en los ojos de Ramón, su esposa y sus hijos, cálida en la poesía de Juan, esplendorosa por
la presencia de las hermosas ancianas, compañeras con todas las letras de “La
Paraguaya” María Salomón, reluciente en la joven muchachada comprometida para
que la memoria, la verdad y la justicia sean una realidad de nuestro
maravilloso presente. Desde el plano político no pongo en duda las buenas
intenciones del Concejal Fabián Barda, verdadero promotor dentro del
oficialismo de la propuesta. Un oficialismo que no hace mucho tiempo, en
bloque, se opuso a una muestra fotográfica de Abuelas en sus dependencias
oficiales. De todos modos coincido con Carlos Madera cuando afirma sobre lo
necesario de erigir un monumento que honre a todas las víctimas dorreguenses de
la dictadura. Así las cosas. Otro 24 de marzo ha pasado. Doscientos presentes en
el marco de un distrito de quince mil habitantes. Doscientas almas que
aplicando el tamiz de la obligatoriedad hubiesen sido muchas menos. No importa.
Es probable que haya faltado el ineludible discurso combatiente y la vibra
política de Carlos, de Marita, de Ricki, de Bea, de Rafael, de María, de
“Petiso”, del pequeño Claudio, porque de eso se trató esta historia. Honrar sus
luchas, sus vidas, sus ausencias. Es probable que aquellos vecinos apellidos,
cómplices y delatores, continúen disfrutando de cierta anuencia colectiva;
sabemos que son muy pocos los que en Coronel Dorrego hacen honor a su
nombre, esmerándose por evitar todo tipo de conflicto que puedan herir las
susceptibilidades de los armoniosos abolengos, sobre todo los desengaños que
tienen que ver con su peor historia. A Juan B. Maciel lo mataron de dos
balazos, pero parece que ningún ser humano disparó y menos aún que nadie tendió
la emboscada, ni mencionar a los cobardes que lo dejaron en soledad.
Seguimos cojos en nuestras lecturas
compañeros. En Coronel Dorrego, por ahora, la historia la siguen escribiendo
los que ganan, más allá que cada 24 de marzo los perdedores seamos
oportunamente beatificados con algunas pocas líneas humanistas.
Adjunto a continuación el discurso preparado
para conmemorar el día por la Memoria, por la Verdad y por la Justicia.
Palabras que fueron leídas el viernes próximo pasado en el acto que se
desarrolló en la EES número 3 de El Perdido, y que tuvo como destinatario
exclusivo a los alumnos de dicho establecimiento educativo.
Les quiero contar una historia....
Hace muchos
años, ustedes no habían nacido, acaso alguno de vuestros padres tampoco lo
habían hecho; un grupo de argentinos, civiles y militares, creyeron conveniente
desobedecer los postulados de la Constitución Nacional y sus códigos
complementarios, leyes supremas que nos cobijan como sociedad, derrocando a un
Gobierno elegido democráticamente por sus ciudadanos instalando en su lugar un
sistema dictatorial.
Dentro de ese
sistema no existía posibilidad de protesta, de libre agremiación, se derogó el
derecho de huelga, no había lugar para la libre publicación de textos y notas,
la censura revalorizó su investidura, estaba vedada toda participación
político-partidaria, se prohibió la militancia social, se castigaba con la
cárcel o directamente con la desaparición y la muerte a todo aquel que
expresara disconformidad con ese siniestro presente. Muchos otros argentinos,
mayoritariamente jóvenes, que no aceptaban ese modelo tiránico, tuvieron que
exiliarse, o lisa y llanamente les fueron robadas sus vidas. En líneas
generales podemos admitir que la mayoría de la población asumió dicho sistema
con llamativa calma, acaso con silente acuerdo, tal vez con marcada
resignación. Lo cierto es que ese 24 de Marzo de 1976 el delito tomó cuerpo de
legalidad transformando al Estado en la peor de las instituciones. El poder
legislativo fue abolido mientras una buena parte del poder judicial logró
mimetizarse con el nuevo modelo tan eficazmente que aún hoy algunos de ellos
siguen malamente decidiendo sobre nuestras vidas.
Para nuestra
Patria fue un quiebre institucional que todavía sigue lastimando a las buenas
almas que la habitan. Aiub, Claverie, Archenti son algunos de nuestros vecinos
apellidos que sufrieron el oprobio.
Y hubo centros
clandestinos de detención, y hubo vuelos de la muerte, y hubo torturas y
violaciones, hubo robo de bebes y de bienes, hubo mundiales comprados y gente
que se quedó sin trabajo por la instauración de una política económica
absolutamente especulativa. De todo esto les quiero hablar, porque todo esto
existió, aunque muchas de aquellas personas y corporaciones involucradas por
medio de la complicidad han decidido en la actualidad banalizarlo, pretendiendo
que se transforme en olvido.
Conmemorar esta
fecha nos incomoda porque nos reubica, debido a que de algún modo nos expone
como sociedad. No es otra cosa que un espejo, cristal que revela nuestros íntimos
defectos: eczemas, arrugas, ojeras, laceraciones que el tiempo siempre se
encarga por develar.
Imaginemos por
un rato aquel día y los siguientes, aquellos meses, aquellos años. Hombres
uniformados o no, ingresando violentamente a escuelas, domicilios de
estudiantes, delegados gremiales, dirigentes políticos, artistas,
intelectuales, militantes sociales, obreros, amas de casa; habeas corpus no
contemplados, un Estado en plena instancia de cacería buscando sus presas en
cada rincón de un país éticamente minúsculo, sitiado. Gente tratando de
escapar, aterrorizada, escondida tal vez, intentando no ser víctima de los
hambrientos chacales, especie que potencia sus apetitos de modo proporcional a
la deriva que proyecta el olor a sangre. Fratricidas mórbidos, con la absoluta
discrecionalidad que concede la impunidad.
Un clima social
mucho más saludable y democrático, y el enorme acompañamiento colectivo a favor
de una decisión política al respecto, han permitido en el presente que la
mayoría de aquellos chacales deban responder por sus actos ante la justicia.
También sabemos que hay muchos otros que nunca van a estar delante de los
estrados debido a sus enormes talentos para mimetizar responsabilidades.
De todas formas
no existe mejor tarima, mejor tribunal, que nuestra propia conciencia y
memoria. De nosotros depende, recordando, conmemorando sabia y reflexivamente
aquello que nunca debió ocurrir, para que nada de eso quede en el olvido y
menos aún aceptar con inocente gracilidad que intenten darnos lecciones de
republicanismo los mismos personeros que diligentemente le ofrecieron toda su
idoneidad a los despiadados chacales de entonces.
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