Coronel
Dorrego
Esa
Cosa llamada Cultura V
Alguna vez, un viejo vecino dorreguense, contemporáneo de Juarroz,
me describió con sumo detalle la figura del joven Roberto, sentado en la plaza,
en la estación, o caminando por la ciudad, siempre con una libreta en mano,
tomando notas o con un libro bajo el brazo...
Carta de Julio Cortázar a Roberto
Juarroz
Perdóneme que haya tardado tanto en
contestarle, pero no hace mucho que volví a París después de unos meses de
trabajo en Viena. Hace tiempo que quería decirle que la revista me es muy
preciosa en la medida en que puede hacerme oír desde tan lejos las voces nuevas
y jóvenes de la argentina. Pero ahora le escribo por otra razón más imperiosa:
acabo de terminar la lectura de Segunda
poesía vertical y estoy todavía
maravillado, sin dar ese paso atrás que inevitablemente damos después que un
poeta nos ha hecho avanzar un poco más hacia la gran verdad de su mundo, del
mundo. Sus poemas me parecen de lo más alto y lo más hondo (lo uno por lo otro,
claro) que se ha escrito en español en estos años. Todo el tiempo he tenido la
sensación de que usted logra asomarse a lo que busca con esa visión totalmente
libre de impurezas (verbales, dialécticas, históricas) que en el alba de
nuestro mundo tuvieron los poetas presocráticos, esos que los profesores llaman
filósofos: Parménides, Tales, Anaxágoras, Heráclito. A usted (y a ellos) le
basta mirar en torno para que toda visión prosaica caiga en pedazos ante ese
apoderamiento total del ser por la poesía. He leído en alta voz los poemas que
más entiendo (otros se me escapan o me reclaman una interpretación, que es
quizás un autoconsuelo por no poder intuirlos de una sola vez), y en cada caso
se ha repetido esa sensación prodigiosa de extrañamiento, de rapto, de acceso.
Siempre he amado una poesía que procede por inversión de signos; el uso de la ausencia en Mallarmé, algunas "anti-esencias" de Macedonio, los silencios en la música de Weber. Pero usted potencia hasta lo increíble esas inversiones que en otras manos suelen acabar en juegos de palabras. Y entonces, esa mirada que ve y la mirada que no ve, una vez retorcidas en un mismo hilo, son algo prodigiosamente fecundo, una invención de ser.
Hacía mucho que no leía poemas que me extenuaran y me exaltaran como los suyos, y se lo digo así al galope y sin releer, porque al final uno se pone tonto y le dan miedo tantas palabras sonoras. Pero siento que usted me creerá, y que ya somos amigos, y un abrazo.
Julio Cortázar
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